sábado, 28 de octubre de 2023

Forajidos y mujeres por Daniel Ausente

La cuarta entrega de Gus —titulada Happy Clem— supone el regreso del singular y efervescente western  de Christophe Blain después de ocho años. Esta larga pausa resulta llamativa al observar que los tres álbumes anteriores —Nathalie, Bandido guapo y Ernest, respectivamente— aparecieron de manera consecutiva, entre 2007 y 2008, fruto de un arrebato creativo que luego pidió calma.

Aunque el título de la serie asienta como personaje principal a Gus, en realidad este comparte protagonismo con Clem y Gratt, compinches que completan un trío de forajidos aficionados a robar bancos y seducir mujeres —o dejarse seducir por ellas—. Que el título remita a un solo miembro de la banda tiene más de fortuito que de engaño —la evolución de la serie convierte a los tres en protagonista, aunque no era esa la intención inicial—, pero no desentona en un cómic muy dado al equívoco: su aparente ligereza no es tal y su ritmo trepidante esconde sosiego. De hecho, la misma condición de western se muestra con ambigüedad desde el primer álbum, casi un vodevil de alcobas y flirteos donde los atracos se reducen a dos viñetas, la ida y la vuelta, para que siga la fiesta. Más adelante también se da paso al folletín de ladrones de guante blanco —Rocambole, Arsenio Lupin, Fantomas— para, sin dejar nunca de ser fiel al western como género, este se convierta a veces en una elipsis entre juegos de seducción y delincuentes con sombrero de copa. Eso sí, los guiños a actores —Robert Duvall, Henry Silva, DeForest Kelley— o paisajes de películas del oeste son abundantes. Por otro lado, el western es buen ejemplo de la ductilidad de los géneros populares para servir de vehículo a dramas, comedias, musicales, aventuras o lo que se tercie —monstruos y alienígenas incluidos—; y también a la inversa, pues no son pocos los westerns camuflados bajo la apariencia de peripecias espaciales, posapocalípticas o de samurais.

Fue en Hollywood donde, entre 1940 y 1960, se estableció el canon de lo que consideramos el western clásico; pero antes tuvimos películas con vaqueros cantarines —Gene Autry y Roy Rogers encabezan una lista muy nutrida— o héroes de pulp blando con el molde de Tom Mix. De hecho, el género nació en novelas por entregas que se publicaban ya en tiempos del «salvaje oeste» —los forajidos de Gus son ávidos lectores de ellas— o espectáculos circenses —Buffalo Bill y sus indios pasaron por Barcelona en 1889—.

En la película El hombre que mató a Liberty Balance (1962), John Ford se sirvió del propio género para reflejar la enorme distancia entre la realidad y la leyenda. Pese a tomar un lugar y un momento histórico muy concretos —Norteamérica entre 1830 y 1910—, el western es en realidad un paisaje imaginario y un generoso surtido de tópicos a disposición de quien requiera usarlos. No es necesario citar los spaguetti westerns rodados en Almería o los bolsilibros de Marcial Lafuente Estefanía: cuando se pregunta por los mejores cómics del Oeste, los títulos que aparecen siempre son europeos: Blueberry, de Charlier y Giraud, Comanche, de Greg y Hermann, Ken Parker, de Berardi y Milazzo, o el imprescindible Lucky Luke, de Morris y Goscinny, quizá el mayor catálogo de temáticas y personajes —reales o ficticios— del far west.

Christophe Blain pertenece a una generación de autores —Lewis Trondheim, David B. o Joann Sfar, entre otros— que aportó renovación y frescura a esa tradición sin traicionarla ni levantar un muro como el que en Estados Unidos separa mainstream de cómic alternativo. La historieta franco-belga no se bifurca por la búsqueda de independencia autoral y esta, a su vez, se adentra en sus géneros de siempre alterando su rutina, dejándose llevar por arrebatos gráficos —algo que Blain controla mejor que Sfar, por cierto—, y evitando ataduras con series o personajes, aunque esto suponga abandonar obras a medias por el camino, inconclusas quizá para siempre.

Gus nace de esa dinámica. Su autor venía de realizar entre 2001 y 2005 los cinco álbumes de Isaac el pirata, un inmenso folletín de época sobre un pintor implicado por azar en una gran aventura marítima. Blain buscó aliento momentáneo con un western —género del que es fan confeso— ligero y sin pretensiones que le ayudara a retomar Isaac el pirata con frescura renovada, pero esta acabó alimentando dos álbumes más de Gus, ambos publicados en 2008. La nueva entrega pone fin al largo paréntesis posterior.

En esta ocasión el protagonista casi absoluto es Clem, forajido retirado que regresa en secreto a su vida delictiva, ávido de las emociones de un pasado que también afectan a su esposa, escritora de folletines en crisis creativa, y a una hija con precoz instinto criminal. La aparición de un siniestro dinamitero —inspirado en un personaje real— potencia el tono oscuro cercano al de Isaac el pirata. En realidad, ambas series se complementan mutuamente tanto por opuestas —los opresivos bajos fondos de París frente a la luz del Salvaje Oeste— como por compartir espíritu de folletín y el mismo combustible: la pulsión romántica —ligues de una noche, amor loco, parejas de relación tortuosa—. Si Isaac el pirata alimenta de demonios interiores a los alegres bandoleros de Gus, esta contribuirá con el vigor de sus personajes femeninos cuando su autor acometa la continuación de la primera, anunciada y de nuevo postergada por un western: Blain y Sfar firmaran las nuevas aventuras de Blueberry, nada menos.



Gus 4. Happy Clem
Christophe Blain
Norma Editorial
Francia
Cartoné
80 págs.
Color

Obra relacionada

Isaac el pirata

Christophe Blain
(Norma Editorial)
Texas Cowboys
Lewis Trondheim y Matthieu Bonhomme
(Norma Editorial)
El hombre que mató a Lucky Luke
Matthieu Bonhomme
(Ediciones Kraken)
Lucky Luke
Morris y René Goscinny
(Ediciones Kraken)
Blueberry
Jean-Michel Charlier y Jean Giraud
(Norma Editorial)


Anuario Comic 2018
Jot Down Comics


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