El faro del fin del mundo/ Jacinto Antón
Una imagen de 'La guerra de Murphy' con el actor Horst Janson como el capitán alemán Lauchs.
Es dificil decir por qué a algunos nos interesan tanto los submarinos, puede que porque son capaces de hundirse y volver a salir a flote. Pensaba que había conjurado mi pasión por ellos después de la sobredosis que fue embarcarme en el S-74 Tramontana de nuestra Armada y vivir la experiencia real, con su humedad, grasa y claustrofobia (pero también camaradería y aventura). Sin embargo, de nuevo están aquí, los sumergibles, en un libro y una serie. El de la serie es el enorme, gris y amenazador que emerge en Marino de guerra (Krigsseileren, 2022), de Netflix, sobre la muy ardua vida de un marinero mercante noruego durante la II Guerra Mundial.
El libro es sobre la cara más despiadada y atroz de la guerra submarina. En fin, probablemente no sea una prioridad establecer ahora quién fue el comandante submarino más cruel y criminal de la II Guerra Mundial (vamos, seguro que no). Pero me ha hecho cuestionármelo Sea Wolves, savage submarine commanders of WW2 (Lobos marinos, comandantes de submarino salvajes de la Segunda Guerra Mundial), de Tony Matthews (Pen & Sword, 2023). El libro, muy por encima en sus estremecedoras descripciones y en sus profundas reflexiones morales de lo corriente en el género, analiza las carreras de cuatro capitanes de sumergibles de las segunda contienda que destacan por haber cometido actos deleznables considerados crímenes de guerra.
Los seleccionados en este tenebroso concurso son dos marinos japoneses, uno alemán y otro soviético. ¿El pero? Para mí el comandante del submarino nipón I-8, Tatsunosuke Arrizumi, un tipo en verdad abominable, pero juzguen ustedes mismos.
Si tuviéramos que elegir al peor mando de sumergible de ficción hay poca duda de que el más malo es el Kapitän Lauchs que encarna Horst Janson en la película de 1971 La guerra de Murphy. Lauchs hunde el carguero británico Mount Kyle en la desembocadura del Orinoco y ametralla sin contemplaciones a los náufragos. Está obviamente inspirado en el comandante alemán Heinz Eck, precisamente uno de los cuatro criminales a concurso que aparecen en Sea Wolves.
El capitán de la película aduce como justificación del frío asesinato de los marinos la imperiosa necesidad de que la presencia de su submarino en la zona no sea descubierta. Esa fue la misma razón que dio Eck de su propio ametrallamiento criminal de los supervivientes del carguero griego SS Peleus.
Otro de los bad captains del libro es Hajime Nakagawa, obviamente japonés, que torpedeó en 1943 al mando del I-I77, contraviniendo todas las reglas de la guerra civilizada (si es que tal término es posible), el buque hospital australiano Centaur, matando a 268 de las 332 personas que iban a bordo, todos no combatientes incluidos médicos, enfermeras y conductores de ambulancias (destino ya poco envidiable). Nakgawa no ametralló esta vez a los supervivientes pero sí lo hizo en otros de sus cruceros.
Si encontrarse con Nakagawa en el mar era un horrible trance, lo de su compatriota Ariizumi resultaba aún peor. Lo que cuenta Sea Wolves del personaje es digno de una película de terror dl Festival de Sitges. Su comportamiento tras hundir el SS Tjisalak y el SS Jean Nicolet, dos de sus casos más famosos, es espeluznante. Hizo subir a los supervivientes a la cubierta del submarino y pasar uno a uno por en medio del pasillo formado por su entusiasta tribulación armada de palos, cuchillos, bayonetas, martillos y hasta espadas de samurái. Los náufragos tenían que avanzar mientras recibían golpes y heridas. Al final les esperaba un marinero enorme con dos bayonetas que los destripaba y arrojaba al océano.
El último submarinista del libro es Alexander Marinesko, comandante del soviético S-13. No ametrallaba a los náufragos como los otros tres, pero es el capitán que más víctimas inocentes causó en toda la guerra. Hundió el 30 de enero de 1945 con sus torpedos, provocando la mayor catástrofe marítima de todos los tiempos, el trasatlántico alemán Wilhelm Gustloff, que evacuaba a cerca de diez mil personas, la mayoría refugiados de guerra, entre ellos cinco mil niños. Murieron, en escenas que empequeñecen la tragedia del Titanic, cerca de 9.000 pasajeros. Como decía para mí el peor es el monstruoso Ariizumi, pero mejor no haber aparecido jamás en el periscopio de cualquiera de esos crueles capitanes.
El Pais. Cultura. Sábado 14 de octubre de 2023
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