martes, 7 de marzo de 2023

Magos de la Historieta: De Coll a Coll

En un país como el nuestro, de glorias pequeñas y talentos malogrados, la historieta no ha parido Popeyes, Little Nemos o Charlies Browns, ni, por supuesto, grupos familiares con la entidad de los Abner. Y, sin embargo, pese a la falta de aprecio de la mayoría de los críticos, la historieta española de humor ha sido el género más vivo dentro de este medio, por cuanto ha permanecido cercana al sentir de las gentes comunes y ha sabido hacer reír a un pueblo que lo necesitaba como pocos y al que convenía, sobre todo, aprender a reírse de sí mismo.

Una numerosa nómina de historietistas de humor estás en la base de la existencia del comic nacional, el cual surge, se hace y desarrolla desde la sátira y el humor, para, más tarde, incorporar el género realista. La mayoría de estos historietistas no pasará nunca a la gran historia del comic universal, por haber elegido, voluntariamente, reducirse a un ámbito local, donde su relación con los lectores ha sido viva y directa. Es precisamente esto lo que ahora queremos rescatar desde estas páginas, que esperamos se conviertan en sección para centrarse en la obra -a pedido de la autoridad competente- de los autores posteriores a 1939, entre los que es posible destacar en una primera relación, abierta, a los Peñarroya, Escobar, Boix, Coll, Karpa, Cifré, Jorge, Gabi, Puigmiquel, Liceras, Alamar, Tínez, Vázquez, Iranzo, Figueras, Gordillo, Soriano, Pena, García, Soravilla… y los más veteranos Opisso, Benajam, Urda, Castanys y tantos más.



El hecho de que esta sección se abra con José Coll, a petición de los miembros del consejo de redacción de Cairo, gente toda cuya media de edad no sobrepasa y quizá ni alcanza los 30 años, es sintomático, Se trata de algo más que una curiosidad, señala por donde van hoy los gustos. Será cosa del interés por lo retro y la recuperación de los viejos colores y los viejos sabores de antaño, será, más simple, el gusto por las lecturas de la infancia… El hecho es que entre numerosos dibujantes y gentes del comic -sobre todo las más ligadas a lo que podríamos llamar la “nueva cosa” de la historieta española- se produce un gran interés por autores como Urda, Coll, Benejam, Opisso o Escobar, Peñarroya y Cifré, cuyo peculiar encanto conecta muy de cerca con los datos básicos de la educación sentimental de las nuevas generaciones.

El cómo y el por qué de esta conexión constituye materia para un artículo aparte. Baste con señalar que tiene mucho que ver con la Magdalena proustiana -y pido perdón por el cultismo-, ya que se liga a ese tejido de recuerdos hecho de una trama de historietas, novelas de aventuras, programas de radio, cromos, películas en tecnicolor, seriales y libretas del colegio ilustradas con monigotes propios o copiados… Así, junto al interés por los clásicos del comic americano, propio de una generación muy concreta, a caballo de los años 30/40 españoles, y hoy regurgitado por algún crítico, hay que alinear el gusto por la escuela franco-belga, más propio de la generación crecida en la década de los 50/60, para finalmente llegar a esas gentes de hoy que vuelven a los orígenes y se encoñan con los inventos del TBO, las chafarderías de Tribulete o los trucos mágicos de El Barbas.

José Coll y Coll, nacido en Barcelona en 1923, sintió desde muy pequeño, cuando a los cuatro años descubrió el TBO, la llamada de la historieta, para quedar años más tarde entusiasmado por los dibujos de Urda, Moreno y Benejam hasta el punto de desear ser dibujante como ellos. Pronto hizo sus primeros pinitos con el lápiz y la plumilla, si bien estos dibujos no pasaban de ser el típico trabajo de aficionado e iban directos al cubo de la basura. Albañil, cantero y otra vez albañil, no será hasta después de haber hebcho la mili cuando Coll vuelva a dibujar, para ya en 1948 comenzar a hacerlo de manera profesional en las páginas de Chispa, revista infantil publicada por Toray, donde creo el que había de ser el único personaje fijo de toda su obra, “Cocoduro, el Conde de Calvatiesa”.

Siguen otras colaboraciones en Mundo Infantil, KKO, La Risa, Pocholo y Nicolás, si bien en estas publicaciones será ave de paso y es en el TBO donde, a partir de 1949/50 y tras un año y medio de trabajo continuo Coll se convierte definitivamente en dibujante de historietas, ligándose su firma a la marca TBO de tal manera que hoy ambas nos parecen consustanciales. Es aquí donde, a salvo de una breve colaboración en la revista de humor Tururut, Coll dejaría los varios miles de historietas que componen el máximo de su obra, solo interrumpida en una o dos ocasiones, hasta su definitivo abandono del dibujo, mediados ya los años sesenta.

Durante dos décadas Coll será el dibujante más moderno del TBO y una de los más agiles y sugestivos de la historieta de humor española. Pese a la amplitud de su obra, que muchas veces se bifurca en variaciones sobre un mismo tema. Coll no se basará nunca en el TBO en personajes fijos, con continuidad, sino que, por el contrario, se vuelca e incluso excede en la creación de personajes-tipo, los cuales han caracterizado su obra: los náufragos, los automovilistas, los ladrones, los vagabundos, los cazadores, los antropófagos, los médicos… y aún más que todos ellos los personajes cotidianos, vulgares: un hombre sentado en un parque leyendo un periódico, un niño que va a hacer un recado a su madre, un señor que quiere echar una carta a un buzón, etc, gentes comunes a las que sucede algo inesperado.



El mecanismo es muy simple, se trata de desmontar las relaciones de funcionamiento que impone la realidad y volver a montarlas introduciendo una ligera distorsión. Es algo así como el reflejo de un espejo cuyo baño de azogue fuera ligeramente defectuoso y nos devolviera imágenes desiguales respecto al modelo reflejado. Ahí la clave del interés de la obra de Coll, maestro en narrar situaciones, con historietas donde apenas si hay anécdotas y por supuesto no hay nunca grandes historias, llegándose al caso extremo de que, incluso, falte lo que podríamos llamar un auténtico guión, limitándose el autor a descomponer un gag en distintas fases o momentos del mismo, que luego dibuja con minuciosidad. Pero, esto, que ya habían hecho y hacen otros dibujantes, realizando historietas sin historia, adquiere un tratamiento especial, propio, en Coll, el cual prescinde del dramatismo -dramatismo cómico, ¿por qué no? -inherente a toda situación límite, como es un gag, para quedarse tan sólo con su ritmo, en cuya descripción gráfica se recrea.

Virtuoso de la historieta muda, ha logrado auténticas viguerías de expresividad gracias a su capacidad de síntesis, su dominio de la perspectiva y su concepto de planificación. Buscando la simplicidad, Coll huye del detalle innecesario que puede recargar la viñeta sin aportar nada a la narración: logra así una síntesis de elementos gráficos que ordena según un criterio expresivo personal, en el que cuenta especialmente su dominio de la perspectiva, gracias al cual logra una gran profundidad de campo y una notable solidez técnica viñeta a viñeta, mientras que el conjunto de la historieta adquiere un sentido peculiar debido a la abundancia, y quizá exceso de planos generales, que hacen que la acción se convierta en algo lejano para el lector-espectador, el cual queda siempre “fuera” de la historieta, sin participar en su desarrollo.

El balance no puede cerrarse aquí. Sólo una etapa en la obra de este historietista. Capaz de renunciar a algo para lo que creía haber nacido, cualquier día Coll puede volver a la historieta. Así nos lo ha dicho…




Entrevista

Hablar con un historietista es siempre una experiencia. Hacerlo con Coll, el mítico Coll de nuestra infancia, lo es más, ya que se trata de un hombre de una modestia apabullante, que huye de cuanto signifique publicidad o fama. Así y todo hemos logrado llegar hasta su domicilio, que nos dedique la tarde de su último día de vacaciones y grabar una larga conversación-entrevista, de la que ahora selecciono varios temas a través de los cuales comprender mejor al autor y su obra.


-Su obra, señor Coll, se distingue por su carácter y personalidad, por favor háblenos de su dibujo…


-Bueno, yo comencé copiando a Benejam, que me gustaba mucho por el movimiento que daba a los personajes, pero, poco a poco me fui distanciando de él para encontrar una personalidad propia. Entonces me dediqué a no mirar nada de los demás sino lo mío sólo, todo el conjunto de lo que dibujaba, para así ver los defectos y mejorarlo. Yo tengo un dibujo lento, para hacer una página necesito dos días, completos, porque si un monigote no me ha salido bien lo borro y lo vuelvo a hacer y luego me lo vuelvo a reflexionar y a mirar bien y digo “estaría mejor un poco más curvado”, lo vuelvo a borrar y lo curvo un poco más, “demasiado curvado, no”, lo vuelvo a borrar… y así hasta que digo “ahora está bien”. Y entonces sigo adelante y, claro, cuando me doy cuenta, caramba, se me ha pasado el día y aún me falta pasarlo a tinta. Trabajaba mucho al lápiz y a la goma, era con lo que estaba, luego la tinta ya no, el pasar a tinta era para mí como un descanso, aunque aún aprovechaba para pulir y rectificar muchas cosas. Ya le digo… dos días completos. Sin tener en cuenta el tiempo de pensarme la historieta y el tiempo de encajarla.


-¿Quiere decir que se hacía usted mismo los guiones?


-Sí, bueno, a última hora había un guionista del TBO que me hacía algunos, pero pocos, porque francamente yo prefería guiones míos, porque así encajaban más con mi estilo, y cuando hacía guiones de guionistas tenía que adaptarme a ellos y a lo mejor no me entregaba, me quedaba la historieta un poco…que no era mi estilo. Yo estaba absorto en el dibujo y allí ponía todas mis horas, y por las mañanas me iba a pasear por ahí, para despejar la mente, y luego, cuando regresaba, me tendía en la cama y entonces el subsconsciente me iba dando todas las ideas que por la mañana había yo visto, que en aquel momento yo no las veía, pero el subsconciente sí que las veía. Me estiraba en la cama y me iban viniendo historietas, entonces me levantaba y cogía una libreta donde iba apuntando: el tema tal, el señor que va a pescar y le pasa… Luego, por la noche, me dedicaba a hacer los guiones. Y así se pasaba la semana, domingos y todo. Servicio permanente, como la Guardia Civil. Ahora que con el tiempo me di cuenta de que con esto yo no llegaría a ninguna parte, y lo dejé.





-Es verdad, usted dejó de dibujar justo cuando había alcanzado el éxito, ¿por qué esta decisión?


-Porque veía que el mundo transcurría y yo no ganaba bastante. Yo dibujaba porque lo llevaba dentro y no me miraba aquellas cosas ni del dinero ni nada, la gente prosperaba a mi alrededor y yo no me enteraba. Estuve catorce años dibujando, pero un día me dije “¿a dónde voy yo con esto?”. Intenté dibujar para el extranjero y mandé muestras a Escocia, México, Alemania, Francia y el norte de América, pero por mi estilo yo no tenía ningún campo fuera y aquí, en España, sólo tenía el TBO y, aunque me pagaban bien, con esto sólo no podía vivir. Entonces decidí ponerme a trabajar, hablé con dos amigos que tenía, que eran albañiles, por que yo antes de dibujar era albañil, les pregunté cuanto ganaban y yo me dije “caramba, pues si estoy perdiendo el tiempo haciendo monigotes”… O sea, que en el tiempo que yo hacía una página no ganaba ni medio jornal de lo que ganaban mis amigos poniendo ladrillos. Y fue cuando dejé las historietas. Aunque aún me convenció el señor Viña, el joven, para que dibujara unos meses más para el TBO; es que me encontró un día y me dijo “hombre, ¿dónde se ha visto un dibujante como usted haciendo de albañil…?”. Pero, la realidad es que esto de la historieta es, francamente, una faena para peones, económicamente; para una persona que está acostumbrada a ganar dos realitos sí, es una cosa independiente, pero si hay que sacar una familia adelante… Y a última hora a uno se le agotan las ideas, no es que se agoten, es que se cansa uno de hacer y hacer historietas, buscando siempre.


-Esto debe ser especialmente duro cuando no se trabaja con personajes fijos. En su caso, ¿fue una decisión propia o imposición de los editores?


-En la revista, desde luego, no me hubieran dicho nada. Yo no quise un personaje fijo porque entonces tienes que hacer la historieta para él y según que temas no se adaptan. Pensé que me vería obligado nada más que a hacer temas para este individuo, y a lo mejor me saldría un tema mucho más interesante y lo rechazaría o lo dejaría de banda para hacer solamente lo que se adaptara al personaje fijo, y trabajaría condicionado. Manera de evitarlo: si me sale una historieta, pues mira, aquí se presta un tío delgado pues hago un tío delgado, aquí se presta un tío delgado pues hago un tío delgado, aquí se presta un medio-roto pues un medio-roto. Y a cada uno le daba el tratamiento según la historieta que era: si requiere un individuo gordo, muy gordo, las piernas delgadas, pues tiene que hacer muchos movimientos con las piernas y si las hago gordas no tendrá gracia. Yo buscaba la perfección, dentro de lo que cabía, claro. Me miraba de no recargar mucho las historietas, hay quien las recarga de detalles, yo buscaba la simplicidad, lo más preciso y práctico… los elementos fundamentales y fin. Que hubiera una armonía total, o sea que guardara toda una relación.


Revista Cairo nº1


Barcelona


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