martes, 13 de diciembre de 2022

La nueva sirena del verano en Formentera

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO / JACINTO ANTÓN


Cada verano me llevo de vacaciones a Formentera una sirena. No una de verdad, que ya me cuesta bastante colar en el ferry al gato Charly y a las tortugas Margarita y Rosi, sino una de libro. Es ya una tradición que me ha permitido disfrutar de novelas como The Mermaid, de Christina Henry, o Muerte de una sirena, de A. J. Kazinski y Thomas Rydahl. La sirena literaria de la temporada me ha venido del Caribe; es la protagonista de The mermaid of Black Conch (Vintage, 2021), de Monique Roffey, reconocida autora británica nacida en Puerto España (Trinidad y Tobago) que ganó con dicha novela el Costa Book de 2020. La historia, con ecos de realismo mágico pero también de Hemingway y de Derek Walcott, trata de una sirena que se le aparece en 1976 a David Baptiste, un joven pescador negro de la imaginaria isla caribeña de Black Conch mientras el tipo toca la guitarra y se fuma un porro de fina ganja.

La sirena es luego capturada por unos estadounidenses que deciden venderla y hacer negocio con el Smithsonian, National Geographic o Sea World; pero cuando la descargan en puerto la criatura es rescatada por el pescador rasta enamorado que se la lleva a su casa con ánimo de soltarla en el mar, y, de momento, la mete en la bañera. Sin embargo, la sirena inicia un proceso de cambio para convertirse en una mujer completa ante la mirada desconcertada y maravillada del joven.

Aycayia, Dulce Voz, que así resulta llamarse la sirena, es en realidad una joven taina de tiempos de Colón transformada en semipez por una maldición a causa de su belleza. La novela es preciosa y, a diferencia de otras historias de sirenas al uso, literatura de la buena. Roffey juega estupendamente con la atmósfera, el lenguaje y las tradiciones de las Antillas para construir una conmovedora fábula contemporánea llena de poesía, de ensueño y de una hermosa melancolía. Su revisión del mito de la sirena tiene una ciara lectura feminista: Aycayia es una chica a la que ha condenado tiempo ha una sociedad patriarcal por salirse de las normas. Cuando la capturan la someten a abusos. También puede verse la historia bajo un prisma queer: la protagonista no tiene resuelta su identidad, quiere ser mujer, pero su parte sirena presiona en ella.

El mundo de Black Conch, de plantas y animales tropicales y de gentes variopintas y la mayoría entrañables, lo he conjurado en Formentera. La lectura ha tenido mis vivencias en la isla balear, tan distante de la otra. He pensado en las serpientes macajuel (como llaman los trinítenses a las boas constrictor) en casa de Silvia en La Mola al examinar una trampa para las invasoras culebras de herradura y de escalera. Me han venido a la cabeza los periquitos turquesa y




Ulises y las sirenas (1909), de Herfoert James Draper.

amarillo que escapan ante la llegada del huracán Rosamunda de la novela al confraternizar con la papagayo Lola en el Pelayo. Me ha recordado al pescador guitarrista de la novela, David (fan de Bob Marley), mi excuñado y exbajista de Ojos de Brujo, Juan Luis Leprevost, mientras le he seguido en sus conciertos por la isla. Y por encima de todo, he pensado en la propia sirena al conocer a Federica, una romana de 32 años algo andrógina que transita también del mar a tierra en el popular chiringuito de Migjorn y es una habitual del bar restaurante Ses Roques, el Titty Twister de Sant Ferran, donde este verano, bajo el lema "vendiamo bibite e regaliamo allegria" se reúne para la fiesta nocturna lo más animado y variopinto de la isla: la Formentera que resiste.

No es que Federica, rubia y de ojos azules, se asemeje para nada a la morenísima Aycayia, pero la aureola un misterio parecido y, bailando bajo la luna junto al escenario en el que Piero Ameli, el factótum de Ses Roqus, reinterpretaba genialmente los temas de Pink Floyd; ha ofrecido estas vacaciones una de las imágenes emblemáticas de la isla, al menos para mí.

Federica, de la estirpe de otros notables personajes de Formentera como el belga errante, el buzo atravesado por un pez espada, el farmacéutico ilustrado o el hombre de una sola pierna, luce en el brazo izquierdo un tatuaje de un faro sobre un lecho de rosas. Le pregunté el otro día," tras presentarme como entusiasta de los faros, si era el suyo un faro famoso y le dije que me recordaba, con sus franjas rojas, al de Sankaty, en otra isla, la de Nantuckett. Me contestó que no, que era un faro de ninguna parte, imaginario, genérico, y que se lo hizo por su abuela. Como suele suceder en Formentera, donde es fácil dejarlo todo para después, me quedé sin conocer el resto de la historia. Y más cosas de Federica que me hubiera gustado saber. Me dice su amigo Fernando Pardos, psicólogo abonado al Pelayo, que a la joven no le gustan los periodistas (nadie es perfecto) y que quiere mantener su perfil en la sombra. Lo cual en el fondo no me importa, porque así puedo imaginarme lo que quiera de ella y, felizmente deslumbrado sobre la arena en los mediodías radiantes, trenzar una nueva historia de islas, de faros y de sirenas. Oh, Formentera Lady, sing your song for me.


El Pais, sábado 20 de agosto de 2022






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