El faro del fin del mundo
He descubierto que comparto un viejo amor con Arturo Pérez-Reverte. Tener la misma novia que Arturo parecería un deporte de riesgo, pero en este baile somos tres, e incluso él lo tiene difícil con la pareja oficial de la novia: el valiente luchador contra el mal llamado The Phantom, El Fantasma y que aquí conocimos como El Hombre Enmascarado, un tipo con aspecto de superhéroe que lleva antifaz, dos pistolas y un anillo de calavera para marcar a los villanos de por vida con un puñetazo en la mandíbula. Aparentemente inmortal (que ya es competencia), El Hombre Enmascarado se dedica a pelear contra el crimen desde su cubil secreto en una cueva donde se encuentra su Trono de la Calavera y acompañado de un jefe pigmeo, Guran, un perro lobo, Diablo, y un caballo blanco, Héroe. Es normal que Diana Palmer, que es el nombre de su novia (y luego su esposa) le prefiera a mí (Arturo ya sabrá él), pero eso no quita que yo siga enamorado de ella.
Diana Palmer llegó en las viñetas de El Hombre Enmascarado para causar esa desazón indefinible e indescifrable que es el rasgo del enamoramiento primerizo (y en realidad, si bien se piensa, de todos los demás).
Conocí a Diana allá por principios de los años setenta en uno de los álbumes de su novio. En la aventura, dibujada por Sy Barry, Diana Palmer era una enfermera occidental en un poblado africano que competía con un brujo local. Me enamoré rendidamente de la chica, tan guapa y valiente, y que llevaba una camisa blanca abierta hasta donde despuntaba mi imaginación.
Según la biografía oficial, mi -bueno, vale, nuestra- Diana Palmer es estadounidense, y conoció a El Hombre Enmascarado, en el mundo Kit Walker, cuando ambos eran niños y él la salvó de una pantera que había escapado de un zoo: lo dicho, competencia desleal. Luego no volvieron a verse en muchos años porque él tuvo que ir a hacerse cargo de los negocios de su padre (asesinado por la hermandad pirata de los Singh), que no eran otros que encarnar a El Hombre Enmascarado, en realidad una sucesión secreta de padres e hijos, generación tras generación que da la impresión de que el personaje es inmortal. Kit Walker es el 21º de la estirpe y, tras pronunciar el Juramento de la Calavera, asume su identidad y los atributos de sus antepasados. Diana Palmer vuelve a encontrarse a Kit cuando ambos son adultos y ella una joven de aúpa, piloto, exploradora, enfermera, récord mundial de buceo, cinturón negro de karate y con puesto de trabajo fijo de funcionaria de la ONU. Vamos, un partidazo.
Cuál no sería mi sorpresa al ver aparecer el nombre de mi viejo amor en la última novela de Pérez-Reverte, Revolución (Alfaguara, 2022). En el libro, Diana Palmer es una valiente y resuelta (y atractiva) periodista estadounidense que coincide con el protagonista de la historia durante la revolución mexicana. Pero Arturo me explicó que había bautizado así al personaje como homenaje personal a la Diana Palmer del cómic, de la que es gran fan. No era cuestión de que nos peleásemos por la chica de El Hombre Enmascarado, pero he de confesar que sentí un pinchazo de celos. Mira que hay heroínas en el mundo. También es verdad que a Sigrid la tenía copada Javier Marías.
Lo de Diana Palmer me ha coincidido, lo que hay que ver, con que he encontrado por fin, tras haberlas perdido durante tres años, las notas de la entrevista hasta hoy inédita que le hice en 2019 al psicólogo clínico y escritor de novelas de misterio Frank Tallis, autor de El romántico incurable (Ático de los Libros, 2019). Las perdí sin duda en un lapsus freudiano por la dificultad de asumir su opinión profesional de que el amor romántico es prácticamente una enfermedad mental.
El libro de Tallis está lleno de cosas tan interesantes como que la terapia de pareja se desarrolló en el Tercer Reich, que sólo el 46% de las culturas humana se dan el beso con lengua o que, visto el porcentaje de asesinatos de parejas, una mujer está estadísticamente más segura al meterse en la cama con un desconocido que con alguien que conoce.
Pero lo que me fascinó dolorosamente fue la forma en que el autor despiezaba el amor romántico. Tallis, que vio de que pié cojeaba yo (y eso que no le hablé de Diana Palmer, ni de ninguna otra), me advirtió contra las ilusiones románticas en una entrevista que casi fue una sesión. Para que la relación sentimental funcione, concluyó, hay que ser realistas, aferrarse a lo sólido y lo estable, aunque pueda parecer aburrido.
Ha sido oportunísimo recuperar el libro y la conversación con Tallis. Pertrechado con todo ello voy a ir a ver a Arturo Pérez-Reverte y a El Hombre Enmascarado. A ver si recapacitan, se apartan y así se me despeja el camino al indómito, hermoso y resplandeciente corazón de Diana Palmer, esa chica inolvidable.
El Pais, Sábado 26 de noviembre de 2022
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