jueves, 12 de mayo de 2022

De safari con los príncipes Ghika-Comanesti

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO / JACINTO ANTÓN

He pasado unos días muy intensos de safari en la antigua y peligrosísima Somalilandia (no confundir con la moderna república en disputa), viviendo aventuras con dos aristócratas rumanos miembros del imperio austrohúngaro que parecen salidos de la pluma de Julio Verne o la de Patrick Leigh Fermor los príncipes Ghika-Comanesti (no confundir con Nadia Comaneci). Nicolás (1875-1921) y su padre Dimitri (1839-1923), que de vivir un poco más podrían haber invitado a alguna fiesta en Bucarest al revoltoso Paddy, hace tiempo que crían malvas; de hecho, ni siquiera llegaron a ver la Segunda Guerra Mundial, lo que ciertamente les libró de bastantes sinsabores. Pero me he unido a su audaz viaje gracias a un libro que escribió el hijo y en el que relata, embargado de una joie de vivre que contrasta con que luego acabara suicidándose, la expedición que realizaron de octubre de 1895 a marzo de 1896 a territorios salvajes de las actuales Somalia y Etiopía.

Dimitri Ghika, con su escopetero, retratados por su hijo junto a la leona abatida y el caballo que mató.

En el trayecto dispararon a todo lo que se movía, de acuerdo con una tradición venatoria africana ahora muy poco popular, pero que nos dio a personajes como Frederick Selous, Denys Finch Hatton o Allan Quatermain. Vaya además en descargo de los Ghika que entre los animales que mataron figuraban varias alimañas que se cebaban en los habitantes de las regiones que recorrieron. 

Ahí están, en el libro, los arteros cocodrilos del Río de los Leopardos (Webi Chébeli en somalí), "que habían llenado de mancos el territorio", o la gorda leona de pésima reputación cazada en la frontera de Abisinia por Nicolás y que se alimentaba indistintamente "de ganado e indígenas". Un safari de cinco meses en el país de los somalíes (1898), el libro que nos ocupa, es una obra legendaria entre los cazadores que se publica ahora en castellano en una edición tan restringida y tan de lujo que yo no debería tenerla. Y, en realidad, ya no la tengo.

Con tirada limitada de 200 ejemplares numerados para los socios del club bibliográfico Caza y libros & La Trébere, más un número 0 para el Rey y un número 00 para el Rey emérito (que seguramente lo disfrutará más que su hijo, sobre todo los episodios con los elefantes), el libro, en cuya tabula gratulatoria figuran además de los monarcas, tres marqueses, dos condes, un duque y un vizconde (y un Jacinto que evidentemente no soy yo), ha pasado de manera fugaz por mis manos. Lo ha hecho gracias a mi amigo el cazador arrepentido Jorge de Pallejá, el veterano (el pasado domingo cumplió 98 años) autor de títulos como Simba (1960), Los búfalos del Okavango (1967) y, ya de vuelta del rifle, No matar, la opción de un cazador (1994), amén de varias novelas, la última, Carola, un asunto pendiente (2021).

Pallejá me pasó su ejemplar convencido de que me daría para escribir algo. "Te lo presto, pero me lo tienes que devolver", estableció, "para cuando venga a verme el que me lo regaló, Iñigo de Camps". Aparqué el libro pensando que para un safari del XIX en Somalilandia no había prisa y que ya encontraría la manera de birlárselo a Pallejá, pues bueno soy yo para devolver un libro, y menos uno tan bonito y que comparto con el Rey, el emérito, tres marqueses, etcétera. Pero no había tenido en cuenta lo tozudo que es Jorge, capaz de seguir tres días el rastro de un kudú. Al sexto mensaje y el recordatorio de lo que hacía con los traidores el Mau Mau, no tuve más remedio que ir a devolvérselo.

Tomamos café en el salón de su casa Memorias de África style compartiendo un platillo de barquillos. Ya que debía desprenderme del libro, recabé su opinión sobre él a Pallejá, que cada vez se parece más a Thesiger aunque es mucho más simpático (Thesiger nunca te invitaba a barquillos). "Lo que más me gusta es la relación padre e hijo, y el riesgo, el riesgo siempre tiene gracia: la vida es más divertida con riesgo". Pallejá, pues, ha disfrutado del paseo con los Ghika, pero eso no significa que añore la caza. "Lo malo de la caza es matar, matar me parece una barbaridad".

Dejé sobre la mesa a los príncipes Ghika con su gran cacería, incluidos onagros, rinocerontes, leones (liban, en somalí) y una jirafa reticulada, y me arrellané en el sofá, pertrechado de café y barquillos, para escuchar a Pallejá. "¿Te he contado cuando le aguantaba las anacondas a Félix Rodríguez de la Fuente? Pues me llamó un día Félix y me dijo '¿qué haces el jueves?, vente a Venezuela, tráete ropa ligera, lo demás lo pongo yo...''. Quién necesita a los Ghika cuando tiene a Jorge de Pallejá.


No hay comentarios: