(Algunas impresiones)
F. Naranjo
ANTES
Te gustará Cortázar, seguro. El tiempo fluye, queda atrapado entre las palabras, juega, se torna río, lago, arquitectura de aromas y miradas, pura cadenciosa sugerencia que rasca y rasga y arranca la piel.
Así se abría hace ya algunos años mi artículo sobre MAGE, obra sorprendente y fluida, fresca, inteligente. Aún era yo, creo, librero. Me alimentaba de bocadillos y cervezas, corría de un lado a otro como alma que lleva el diablo. Incluso recibía cartas de admiradores. Aquel número 14 de URICH no llegó a ver la luz, y mi precioso texto aleatorio lleno de despropósitos y hasta pretensiones quedó para siempre en el limbo de lo no publicado (debo decir que afortunadamente, una vez repasado hoy con frialdad y ánimo depredador). Eran otros tiempos, a uno se le empezaba a subir algún que otro aire a la cabeza (a pesar de); era otro URICH, también.
No ha cambiado, sin embargo, la curiosa situación del objeto del artículo, Matt Wagner, gran ignorado. Pese a sus últimos escarceos con DC (una portada aquí, un SANDMAN allá, por no hablar del célebre crossover o de los rumores en torno a proyectos secretos con Gaiman), cuando se escribe sobre las estrellas de la Historieta USA tiende a no mencionársele, no sé si por ignorancia o por un puro no saber dónde pueda encajar, bajo qué cómoda etiqueta. Como entonces.
Hice, no sé si lo he dicho, pretendí hacer, un artículo a ráfagas, más interesado en esbozar ideas acaso confusas que en dar una impresión fácil del autor. Un artículo lleno de reflexiones casuales y citas (claro), aleatorio en su orden de lectura. Pretendí, digo. El tiempo ha demostrado lo poco que sobre Wagner sabía, y no por falta de información (que también). Más bien no sabía ver de verdad lo que estaba haciendo: su sorprendente tratamiento de lo mágico me parecía lo más relevante de su obra; uno relee ahora y ve con claridad, respira la frescura de planteamientos, disfruta con personajes tiernos y cercanos.
Tenéis, pues, otro artículo de ráfagas, repleto de sensaciones y reflexiones, de dudas. Un intento más de explicar qué es para mí la Historieta partiendo del trabajo de un señor que la lleva en la sangre.
UNO.
- Pero tú sabes que ese zapato no es antiquísimo, Munia. Ni esas pistola tiene nada que ver con Napoleón... -le decía su padre de vez en cuando, porque no quería que fuese una mentirosa. - Que ya, papá, pero si no invento me aburro.
MUNIA Y LOS HALLAZGOS. Asun Balzola.
DOS.
Nadie se acuerda de Matt Wagner (¿lo he dicho ya? Nunca lo bastante), fabulador de lo oscuro, manipulador de lo mágico, lo negro, lo diabólico, lo onírico (y también, oh sorpresa, de lo cotidiano). Creador de ese sueño denso y jovial que es MAGE, de esa pesadilla de resonancias teatrales que es GRENDEL, de ese enigmático, complejo acertijo que es DEMON. Más allá de pirotecnias gráficas y efectismos adrenalínicos, lejos de la rígida arquitectura de un Moore (más cerca acaso de otros ingleses, o incluso de Sim), sus fuentes son otras; el maestro Eisner, lo oriental (nuevamente Japón, aunque suene oportunista), la literatura más que el cine, el teatro un poco (esa economía de personajes, ese utilizar la ciudad a manera de vacío y solitario escenario anónimo, ese primer Grendel de aspecto y elegancia de mimo, esos magistrales diálogos). Y la introspección, la mirada interior. Son sus sueños y pesadillas los que sobre el papel cobran vida, su visión del mundo la que nos muestra. Sus personajes son todos símbolos quizá eternos, pero no por ello son menos personales y cercanos, menos queridos (todos un poco él mismo, un poco nosotros mismos también). Carne de su carne y sangre de su sangre. Es el fabulista amable y tranquilo, de producción lenta y cuidadosa (concienzuda, responsable); el hacedor de sueños, el narrador de mitos.
(Nadie, nadie se acordaba de él, y entró Batman en escena. Pero eso, supongo, es otra historia.)
TRES.
Se quejaba Yeats en alguna parte de la oscuridad del folklore escocés, sus fantasmas terribles, sus duendes malignos y sanguinarios. Prefería con mucho el buen tono de los irlandeses, el humor y la jovialidad de sus trasgos y hadas, la alegría de su Gente Pequeña. Y de nuevo acude Wagner a la memoria, el mago ocultándose en la red de cajeros automáticos, el bate-excalibur, mil guiños cómplices desde las cuidadosas viñetas. El humor tiñe toda la saga (de verde, naturalmente), incluso en pequeños detalles como el nombre del casino donde la maldad mora (Stix, Estigia, la legendaria laguna que separaba nuestro mundo del de ultratumba), o ese enigmático motorista de poblada cornamenta que aparece un instante apenas al final y que, pese a lo dicho, es una de las imágenes más desasosegantes que recuerdo haber visto nunca en las páginas de una historieta (¿Satán, tal vez? ¿El propio Caronte, conduciendo hacia abajo las almas de los condenados, abajo, abajo hasta el mismo Infierno?).
(Imágenes poderosas, espectacularidad tensa, contenida: ese dragón camuflado que fríe a un decidido, firme Sean): ciertos dibujantes de moda emularían el lado malo de Spielberg, con fulgurantes acrílicos e impactantes hermosuras a doble página ilegibles e inútiles, fuera de lugar. Como un PEDRO PARAMO rodado en colores pastel y con lucecitas ET y sanguinolientos espectros en lugar del gris, árido poema desesperado de horizontes polvorientos y seca, negra belleza. Wagner es más Eisner, atento al detalle, a la expresión de los rostros, a la emoción del gesto, del encuadre. Atento a la construcción creíble, natural del personaje: pocos diálogos como los suyos, fluidos y frescos, libres. Pocos personajes tan enteros y definidos, tan reales (no merced al viejo esquema listo-bruto-tonta-malo, tan querido de tantos. Formas de hablar, formas de pensar, de moverse, gestos, reacciones; todo como arrancado de la calle, todo real. Emociones).
CUATRO.
- ¡Hoy -anunció sin preámbulos-, combatiré delante de vosotros, durante diez asaltos de tres minutos, con vigor y firmeza, contra el diablo!
De la multitud se elevó un murmullo de incredulidad.
- ¡No os riáis! -bramó el cura-. ¡Los que no me crean, que miren!
Hizo una señal y apareción el sacristán en medio de un fogonazo, despidiendo un fuerte olor a azufre.
- Hace ocho días -anunció el cura- descubrí lo siguiente: mi sacristán era el diablo.
El sacristán escupió con desidia una llamarada bastante grande.
(...) El cura estaba pálido y esbozó la señal de la cruz. El sacristán protestó:
- ¡Nada de golpes bajos antes de empezar, eh padre!
EL ARRANCACORAZONES Boris Vían.
CINCO.
Quisiera saber cómo piensa Wagner, cómo se siente a sí mismo esas tardes grises y húmedas en que se entregue al placer del puro crear (placer húmedo y gris también), imaginar juegos y sueños nuevos para sus personajes. Cómo ocurrió el eludir el mimético oportunismo artúrico (pienso en Barr) y transformar el fácil drama conyugal en pura aventura interna de un protagonista escéptico que es seguramente el propio autor. ¿Qué química misteriosa funciona en su interior cuando convierte a la negrita encantadora Edsel en la Dama del Lago, guardiana eterna de la mágica Excalibur, desechando la fácil transmigración de Ginebra? ¿En quién, qué piensa cuando piensa un Merlín golfo y travieso, cínico y tramposo como nunca (lo más cercano está en Boorman, y se queda a muchas millas de distancia)? ¿Es él mismo quien habla por boca de Kevin en las primeras planchas, cuando se declara solitario y bordeando el absoluto abismo? ¿Es su escepticismo el de su personaje? Seguramente sí, como son también suyas la fidelidad de Edsel y la inseguridad de Sean.
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