sábado, 16 de enero de 2021

SEÑALADO POR EL GENIO Jordi Sánchez

 

 

Jordi Sánchez 

Ignoro los motivos, tal vez sea debido al conformismo generacional que ha marcado a las hordas de infantes nacidos en años próximos a la llegada del hombre a la Luna, o quizás se deba a mi propia indefinición como individuo, pero lo cierto es que me preocupan mucho más los pequeños enigmas de la existencia cotidiana que aquellas inquietudes filosóficas de magnitud cósmica. Me niego a intentar comprender los grandes puzzles de la razón, el ser y el cosmos. Por el contrario, siento, cada vez más, un apego por cuestiones de cariz intrínsecamente risible para la intelectualidad docente como podrían ser la preocupación por el trabajo, los resultados deportivos y la decadencia de los autores, principalmente de historieta, a los que admiro. Evidentemente, lo de la decadencia viene a propósito de Frank Miller, un artista idolatrado por las masas, que, después, de haber conocido las mieles de la inspiración, se ha dedicado a exudar una patraña sobre un robot medio tarado, un relato de aventuras subversivas protagonizado por una niña despabilada que ha dejado insatisfecho a más de uno de "esos sibaritas que forman la crítica más intransigente", y una nueva, bastante manida, introspección en uno de los personajes que con más fortuna manejara -Elektra-Puede haber quien me niegue el derecho a defenestrar a un autor con los créditos de Miller, por lo que dejaré claro que no intento en ningún momento desprestigiar al artista -jamás me atrevería a hacer en un par de folios algo para lo que el más locuaz de los oradores necesitaría centenares-, sino expresar un cierto recelo, ni mucho menos abominación, hacia sus más recientes obras, incluida esa mediocre película en la que ha participado últimamente.

La obra de Miller no siempre fue eso que en estos momentos me empeño en intuir deficiente. En épocas pasadas fue grande, grandiosa. Me gustaría sobre todo incidir en lo que considero el más acertado comienzo en un medio. Sabemos que pocos autores han tenido despertares gratos en el comic-book americano. La mayoría debería renegar de sus trabajos primerizos, siempre renqueantes, que no muestran más que un flagrante desconocimiento del medio, o. en el mejor de los casos, el simple germen de lo que después podrán dar. El comienzo de Miller, por contra, reveló ya a un artista de imaginación exuberante y técnica inmejorable -que sin embargo mejoró-. Sinceramente, debo reconocer que no tengo localizados todos y cada uno de los trabajos de Miller anteriores a su comienzo en DAREDEVIL -no creo que el amante de la historieta deba forzosamente convertirse en una enciclopedia-, lo que no me impide estar enamorado de la obra posterior. Una obra encandiladora, fascinante, subyugante, arrebatadora. Frank Miller comienza de forma sólida en DAREDEVIL con guiones de Roger McKenzie, en una saga que demuestra intensamente la validez de ambos autores como próximos maestros del medio. Una saga en la que la vida del héroe corre peligro. Una historia cuya trama deshilvana elementos del thriller más trágico, eludiendo la prosaica fantasía marveliana, manejando esquemas narrativos de simplicidad y efectividad asombrosa -tanto que uno se pregunta por qué no se escriben siempre guiones así-, y aportando diálogos que se intuyen extirpados con naturalidad, sin grandes esfuerzos, de la mente de su creador. El dibujo de Miller, por aquel entonces integralmente basado en retazos académicos combinados con la poca experimentación que los textos del guionista le permitían, está lejos de parecer siquiera lo que el autor haría en obras venideras. No importa. La fascinante impronta mental se muestra a todas luces justificada.

Un episodio de David Michieline. Impass. Poco que decir, Miller berrea pidiendo libertad. Y su alarido se convierte en una construcción dramática ejemplar. Es el responsable, el creador. Se ha convertido en guionista de la serie, y lo va a aprovechar. Tuve ocasión de escribir, a propósito de ELEKTRA SAGA, que la historia que presentaba su autor abusaba de la elipsis y las explicaciones absurdas. Me refería a los cuatro volúmenes recopilatorios, Bienaventurados los que la leyeran como Miller la creó inicialmente, pues suyo será el placer: el placer que un tebeo pueda provocar. Son algo más de una docena de comic-books cuyo desarrollo está supeditado a la eterna presencia, a la atroz e implacable amenaza de un personaje cuya suerte afectará al lector tanto o más que el presunto peligro al que está sometido el héroe protagonista. Para Miller no existe el distanciamiento tan caro a mi admirado Valle-lnclan. El lector, para el -llamémoslo así- dramaturgo norteamericano, ha de involucrarse forzosamente en el texto, sufrir si es sensible. No quisiera engañar a nadie extendiéndome en comentarios laudatorios de lo que acaso en el futuro debamos considerar bicoca. Pero el presente es el presente. Y la pasión me embarga.

Entre las amarillentas páginas de unos tebeos recuperados de su exilio con la finalidad de hacer un profundo estudio sobre algunos episodios de DAREDEVIL, y que, al fin lo afronto, no podré realizar, al menos en esta ocasión, encuentro una historia de la que guardaba un gratísimo recuerdo: RULETA. Sublime. Un solo tebeo; una veintena de páginas, no más, convertidas en una de las piezas de arte más relevantes que haya podido dar el comic estadounidense.

Ruleta Rusa. La situación límite. Los hombres dejando su vida en manos de la suerte. La experiencia definitiva del ludópata recalcitrante. ¡Qué grandioso material dramático podría extraerse de la situación!. Miller lo hizo. Consiguió plasmar en papel de tebeo lo nunca visto: la tensión del jugador. Bueno, sería imperdonable limitar el episodio a un mero retrato de la tensión y olvidar que, después de todo, Miller consigue que un personaje, al que a estas alturas ha convertido en suyo, Daredevil, se muestre, supongo que por vez primera, humano. O que nos enseña que el asesino más implacable puede ser también un acojonado. En fin, un puñado de cosas. Miller acabó la etapa en la serie con este capítulo. Después, a su vuelta, tras algo más de treinta meses, rizó el rizo. Estoy seguro de que en estas mismas páginas os hablarán de eso.



URICH Nº16. MARZO 1991

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