sábado, 18 de abril de 2020

Intrusos, de Adrian Tomine

Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 35)



A principios de los años 90 se populariza en el cómic independiente americano una tendencia que podríamos denominar de “comic-book de autor”, que aprovechaba el formato mayoritario de edición de tebeos en  Estados Unidos para desarrollar un discurso personal y diferenciado. Series míticas como Eight ball, de Daniel Clowes, ACME Novelty Library, de Chris Ware o Palookaville, de Seth, por solo citar algunas, consolidan un modelo de cómic de autor que recuperaba en cierta medida la insurgencia del fanzine underground de los sesenta, pero desde una lectura posmoderna de clara influencia literaria y con una concepción gráfica personal y alejada del mainstream, unida generalmente a editoriales de prestigio como Fantagraphics o Drawn & Quaterly. Podría considerarse como una peligrosa integración del fanzine dentro del sistema, pero lo cierto es que la libertad autoral fue la norma y éxito de este cambio. Una de las últimas series que llegaron a esta lista fue Optic Nerve, de Adrian Tomine. Fuertemente influenciado por autores como Clowes, Ware o los Hernández, las historias cortas que componían cada entrega navegaban por la autoficción y la contemplación de su entorno. Pero poco a poco, las influencias fueron dejando paso a una personalidad propia, a una concepción de la narrativa pausada sobre la que siempre descansaba una subterránea ironía, muy carveriana, que cristalizaría en obras como Intrusos (Sapristi Cómics). Historias cortas que hablan de soledad en una sociedad hiperconectada que es incapaz de mirarse a los ojos, pero que en esta obra generan además un atroz retrato de una sociedad donde el individuo se invisibiliza y desaparece si no sigue las normas, en una muerte en vida que lo recluye en un espacio de olvido indiferente más espantoso que cualquier tumba. Tomine fija con estos relatos una foto espeluznante de una soledad abandonada.

Álvaro Pons


El Pais

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