Cuarenta y cinco años después de haber recogido de un castillo prusiano 364 dibujos de maestros de la pintura, Victor Baldin, un antiguo teniente del Ejército Rojo, ha puesto su empeño en devolverlos a su legítimo dueño, el Museo de Arte de Bremen, en Alemania.
Debajo, Victor Baldin con facsímiles de algunos de los dibujos que tuvo en su poder.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el comisario Renti, de la policía criminal alemana, recibió el encargo de localizar 4.500 dibujos y grabados desaparecidos de los sótanos de Karnzow, una casa solariega de Brandeburgo, durante la invasión soviética. Propiedad de un gran museo de Bremen, la Kunsthalle, que los había depositado allí con el fin de preservarlos de los bombardeos aliados, estas obras llevaban las firmas de los más grandes maestros de la pintura europea.
Las obras que pertenecieron al Museo de Bellas Artes de Bremen son principalmente dibujos. Entre ellos se encuentran 28 obras de Alberto Durero, además de obras de Goya, Rubens, Rafael, Rembrandt, Delacroix, David, Van Gogh y Toulouse Lautrec. Arriba, un estudio de manos de Durero. debajo, un perro de Jan Asselyn.
El comisario Renti, metódico en sus indagaciones, empezó por dirigirse al lugar de los hechos, para tratar de reconstruir los acontecimientos. Karnzow es una amazacotada edificación prusiana perdida en un bosque a orillas del lago Wuppersee, a 70 kilómetros al norte de Berlín. El guarda del lugar informó a Renti que, hasta la capitulación del Reich Karnzow, sus vastos dominios de 5.000 hectáreas eran propiedad del conde Friedrich von Koenigsmark. Este terrateniente prusiano de 78 años, maestro de esgrima, antiguo oficial del emperador Guillermo, devoto de la caza y de las mujeres hermosas, vivió allí sus últimos años en compañía de una sobrina, la bella Use von Kutschenbach. A partir de estos datos, Renti reconstruyó poco a poco la dramática historia de estas obras de arte.
En abril de 1945, Friedrich von Koenigsmark asistía impotente a la derrota de los ejércitos del Reich. El frente acababa de pasar el río Oder y el Ejército Rojo avanzaba sobre Berlín aniquilando las cohortes de fugitivos, civiles y militares, que pasaban bajo las ventanas del castillo para ir a esconderse en el bosque que rodea el gran lago. En el cercano bosquecillo de Stolpe, a un kilómetro de Karnzow, unos SS en desbandada ejecutaban a sus últimas víctimas, arrastradas a marchas forzadas hasta este lugar desde un campo de concentración próximo.
Mientras sus aterrorizados campesinos se aferraban a los restos de la menguada hacienda, el conde Friedrich se encargó de ocultar sus bienes personales. Mandó depositar los retratos de sus antepasados y sus fusiles de caza en una antigua heladera construida en el parque. Cuando todo quedó arreglado, el conde bajó a los sótanos para asegurarse de que el armario de espeso hierro, camuflado tras las piedras del muro, estaba en su sitio. En este armario detrás de las piedras se hallaba el fantástico tesoro del que se había hecho cargo; un tesoro del que nadie sospechaba su existencia: la colección que la Kunsthalle de Bremen le confió en mayo de 1943.
El 30 de abril, al atardecer, mientras por la radio se anunciaba el suicidio de Hitler, las avanzadillas del Ejército Rojo llegaron a Karnzow, donde se enfrentaron a los últimos SS. Mientras tenían lugar los encarnizados combates no lejos del castillo, el conde llamó a su sobrina y al guarda para comunicarles su intención de suicidarse en caso de que los rusos se apropiaran de sus dominios.
Dos días más tarde se procedió a la requisa de Karnzow. Quien llevaba la orden era un teniente de 25 años llamado Víctor Baldin. Su Estado Mayor, que pertenece al 61° batallón del Ejército, había escogido Karnzow para instalar allí su cuartel general. El 6 de mayo, cuando los oficiales se habían instalado ya en la mansión y la tropa acampaba en el parque, el conde decidió poner fin a sus días. A bordo de una pequeña embarcación, en medio del lago, se abrió las venas con una daga de caza, cayó por la borda y desapareció entre las aguas.
Su sobrina, Use von Kutschenbach, también intentó suicidarse, pero en el último momento decidió no imitar a su tío. Volvió a la orilla, donde la detuvieron los rusos y la interrogaron antes de hospitalizarla. Gracias a sus indicaciones, encontraron las armas y los retratos de familia de los Koenigsmark.
Ilse no volvió al castillo hasta primeros de agosto. Los rusos ya se habían ido y el cadáver del conde había sido recuperado, envuelto en las redes del pescador Berschmidt. El castillo estaba totalmente devastado: los muebles, la vajilla y todos los objetos de valor habían desaparecido. La pared del sótano había sido reventada y montones de dibujos sucios, rotos, se esparcían por el suelo; el aire se había encargado de desparramar otros restos por el parque. Durante su estancia, los soldados encontraron el tesoro del conde; de todo ello no quedaban más que migajas. Los despojos del conde fueron enterrados, y el resto de la historia empezaba a quedar cubierto por el olvido cuando el comisario Renti entró en escena.
Inmediatamente comprendió que los soldados soviéticos no habían podido llevárselo todo. Renti rastreó la región, donde encontró algunos dibujos importantes en casas particulares y un hermoso retablo de Masolino en el apartamento berlinés de Ose von Kutschenbach.
Recuperó en total 2.000 obras, pero aún faltaban 2.500, justamente las más importantes de la colección. Los ladrones tuvieron que ser probablemente los soldados rusos, pensó Renti. Pero en la Alemania del Este de la posguerra esta clase de verdades no convenía decirlas. La investigación de Renti se detuvo en este punto y a la Kunsthalle no le quedó más que lamentar la importante pérdida. Hasta un día del mes de junio de 1989, en que el ex teniente Victor Baldin se presentó en la Kunsthalle de Bremen.
Habían pasado casi 45 años, y Baldin tenía ese 7 de junio casi la misma edad que el conde Von Koenigsmark el día de su muerte. "Cuando el conde descendió a las puertas del castillo", explica a Siegfried Salzman, conservador del Museo de Bremen, "le ofrecí dos automóviles para que trasladara lo que quisiera. Su respuesta fue que él no aceptaba nada de los rusos. Iba acompañado por dos señoras. Bajaron las escaleras del exterior y ya nunca más volví a verle".
Baldin afirmó que no sabía nada acerca de la muerte del conde, pero sí podía hacer una sensacional revelación. Acompañado por Siegfried Salzman, retornó a Karnzow y le indicó el lugar exacto del parque donde él acampó mientras los oficiales superiores ocupaban el castillo, y explicó que todo sucedió el 4 de julio de 1945, víspera del retorno de su unidad a la URSS.
"El ayudante Pintouch, un español que había luchado contra Franco antes de unirse a nosotros, vino a verme a la caída de la tarde para decirme que había una buena cantidad de dibujos en los sótanos del castillo. Pensaba que yo podría identificarlos, ya que antes de la guerra había cursado estudios de bellas artes en la Escuela de Arquitectura de Moscú. Bajé a los sótanos ayudándome de una linterna y descubrí con estupefacción que allí había miles de obras que pertenecían a la Kunsthalle de Bremen, ya que todos llevaban su correspondiente sello identificativo".
Al pillaje de los frontovik siguió otro más sistemático: el ordenado por el Gobierno soviético tras la victoria de 1945, y que originó que centenares de miles de obras de arte de Alemania fueran llevadas a la URSS. (Arriba, dibujo de David. Debajo uno de Rubens).
El problema es que estos dibujos, en el momento de la revelación, ya no se encontraban en posesión de su descubridor. Y por eso el asunto Víctor Baldin ha adquirido estos últimos meses un cariz cuando menos escandaloso.
A su regreso en 1945, Victor Baldin, que no se separaba de su tesoro, escondido en una maleta que perteneció a un general de la Wehrmacht, fue nombrado arquitecto restaurador del monasterio de la Santa Trinidad Serge, en Zagorsk, cerca de Moscú. Allí vivió Baldin en una habitación de 12 metros cuadrados en el segundo piso de la torre Militar, y pudo contemplar a su gusto esta colección que le convirtió en un millonario potencial y que pronto iba a significar la más terrible pesadilla de su vida.
En efecto, Baldin cometió la imprudencia de mostrar la colección a algunos amigos y el rumor se expandió con rapidez: el frontovick (apodo que se daba entonces a los soldados desmovilizados) se enteró de que Victor Baldin poseía una colección de obras de arte que haría palidecer a los mayores capitalistas norteamericanos. La historia resultó más escabrosa porque en esa época abundaban los frontovick que habían vuelto de la campaña de Alemania con los bolsillos llenos de tesoros robados. Lleno de dudas y confusiones, Victor Baldin se vio obligado a hacer una declaración en toda regla al mariscal Vorochilov con los nombres de todos los miembros de su unidad que habían participado en el pillaje de Karznow y a entregar todos sus dibujos al Museo de Arquitectura Ruso. En contrapartida, nunca más sería molestado, siempre y cuando se comprometiera a no hablar a nadie de la existencia de la colección alemana.
Cuando volvió a Moscú en julio de 1991, Baldin se enteró de que los dibujos ya no estaban en el Museo de Arquitectura, donde estuvieron depositados durante varios decenios, sino, muy probablemente, en el Museo Pushkin, donde habían sido confiados a la custodia de la poderosa directora Irina Antonova, persona hostil a cualquier negociación con Alemania. Esto ha sido demasiado para Victor Baldin, que ha sufrido su tercer ataque cardiaco en septiembre y que lucha desde entonces contra la muerte en un hospital de Moscú. ■
El Pais Semanal
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