martes, 7 de agosto de 2018

The Spirit- Will Eisner






En pocas palabras: no hay otro como Will Eisner.

Y que conste que no quiero menoscabar méritos a los grandes dibujantes de los que hemos disfrutado en el mundo del cómic en el pasado. Nadie negará, por ejemplo, la tremenda vitalidad y riqueza que aportó un artista de la talla de Jack Kirby, ni puede poner en duda la inmensa contribución de la sofisticada línea de E.C. (Entertaining Comics). Dicho esto, no tengo más remedio que reconocer que le debemos a Eisner el haber hecho que los comics tengan cerebro. No se me ocurre otro historietista que haya explorado las posibilidades del medio de manera tan constante y gratificante, ni nadie que haya sido tan acertado a la hora de desarrollar un vocabulario práctico para las partes y funciones de la tira cómica y la manera fascinante en que consigue que sus distintos engranajes encajen a la perfección.

Cuando alguien nos oiga, a mí o a cualquiera de mis colegas, pontificar y teorizar sobre el mundo del cómic, debe tener presente que, en el mejor de los casos, lo que estamos haciendo tiene como sólida base la obra que Eisner ha estado cimentando en los pasados cuarenta años. Él es el jefe, y todos los sabemos.

Podría estar hablando durante horas acerca de las extraordinarias innovaciones que Eisner ha aportado al medio con las historietas protagonizadas por THE SPIRIT y obras más recientes, como CONTRATO CON DIOS y A LIFE FORCE, podría estar hablando y matando de aburrimiento a quienes me escucharan al comentar el ingenio progresivo de sus viñetas, la composición de sus páginas, todo lo cual ha sido referido infinidad de veces por comentadores más preparados y sagaces que yo, por lo que no merece la pena repetirlo aquí. Por otro lado, tengo la sensación de que, al hacer hincapié en las numerosas maravillas técnicas que nos ofrece el trabajo de Eisner, se tiende a oscurecer la poesía y la magia de los que pueden ser calificados como ejercicios de estilo brillantes pero secos, aunque en realidad están sobrados de corazón, firmeza y un efecto tremendo. Prefiero hablar de lo que significa su obra para mí antes que intentar reducir la historia de Gerhard Schnobble a un simple diagrama técnico.


 LA ESCUELA DE CHICAS, 19/1/47


 Al igual que tantos otros lectores del Reino Unido, la primera vez que vi el trabajo de Eisner fue cuando Harvey Comics hizo una reimpresión de algunas historias de THE SPIRIT en dos gruesos comic books a todo color, a un precio de 25 centavos. Eso fue a mediados de los sesenta, y, aunque muchos todavía seguíamos encandilados con el renacimiento de los superhéroes de manos de Stan Lee y Jack Kirby en Marvel a principios de esa misma década, estábamos pasando por una homogeneización gradual en el mundo de la historieta, que, aunque había pasado por momentos buenos, prefiguraba ya el estancamiento general de la industria de la historieta de superhéroes, en el que todavía seguimos inmersos hoy en día. En aquel entonces, es decir, a mediados de los sesenta, cada mes salían aproximadamente una docena de tebeos de Marvel, y yo me los compraba todos, para deleitarme con cada permutación   aleatoria de aquellos superhéroes que intentaban superarse unos a otros con la mentalidad del glotón que nunca se harta de comer. En ese desfile interminable de disfraces de colores brillantes, el arrugado traje azul de Spirit vino a ser como una bocanada de aire fresco, y sus historias, para los que no se conformaban con que el bueno, tras una serie de peripecias, diera su merecido al malo, fueron como una revelación para mí.

Diez minutos
11/9/49


En el mundo reflejado en THE SPIRIT, todo un derroche de inventiva y fantasía, podía ocurrir de todo. Podía ser el relato lúgubre de la tentación y castigo de Freddy en «Diez minutos», o podía ser el ridículo pero conmovedor cuento de una cucaracha que habla y que perece de una muerte no precisamente heroica. Un condenado a muerte al que afeitan antes de ejecutarlo tiene una charla seria y poco agradable con el barbero en la historieta «El barbero», mientras que, en «El libro horrible», un crítico de cómics muy creído es víctima del miedo de su propia imaginación (por cierto, eso pasa también en la vida real). En mi dieta básica de cómics de superhéroes, sabías que te contarían la misma historia mes tras mes. En el mundo de THE SPIRIT, en cambio, podía llegar a ocurrir cualquier cosa.

HAMLET


A raíz de esa temprana conversión, me volví un fan apasionado de todo lo que llevara la firma de Eisner. Estuve buscando más historias de THE SPIRIT aparte de las compiladas en los dos cómics que tenía tan manoseados, y fui a encontrarme con joyas como la historia del paseo incógnito de Hitler por el Bronx o relatos impecables, montados alrededor de una tensa narración como «El ascensor». Devoré las pocas entrevistas y artículos que hablaban del trabajo de Eisner en publicaciones importantes, como el Graphic Story Magazine de Bill Spicer o el Witzend de Wally Wood, y no tengo empacho en confesar que, junto a otro puñado de grandes autores como Alex Toth, Gil Kane o Harvey Kurtzman, la teoría de los cómics sobre la que he basado mi trabajo tiene mucho que ver con las sabias palabras de Eisner.

Si THE SPIRIT fuera lo único que hubiera hecho Eisner, ya sería de por sí extraordinario. El hecho de que haya seguido produciendo y todavía produzca una obra tan consistente y convincente es totalmente asombroso. Ha conseguido jalonar con diversos hitos la historia del cómic, como el de ese libro que recoge historias de los tenements, las casas de vecinos, titulado CONTRATO CON DIOS. En ese entramado de historias, Eisner se las arregla para estudiar el microcosmos


 Contrato con Dios, 1978

 de una casa de vecinos y ofrecernos un puñado de relatos a cuál mejor. Tenemos la historia de un cantante callejero que conoce a una diva, venida a menos, en busca de amor. Se nos ofrece un estudio de diferentes tipos de monstruos con «El súper», historia que trata del enfrentamiento entre una niña y el portero del edificio donde vive su tía. También tenemos el relato que titula el libro, que nos habla de la pérdida de la fe sobre un fondo de estruendosas tormentas urbanas. Si miramos a los estantes de las librerías de cómics de hoy en día, nos percatamos de lo arduo que es que alguien se interese por una historia en la que se nos hable de seres humanos, y CONTRATO CON DIOS sigue siendo uno de los intentos más osados por sacar al cómic del mundo sofocante de los superhéroes y llevarlo a territorios más ricos y amplios, de los que disfrutan la ficción literaria, el cine y cualquier otro formato. A CONTRATO CON DIOS le sigue el sensacional VIDA EN OTRO PLANETA, con el que Eisner pasa de un conjunto de historias cortas magníficamente realizadas a una auténtica novela gráfica... Y por «novela gráfica» me refiero a algo digno de ese término, y no a esas historias de batallas inacabables y sin sentido que pasan hoy en día por ser novelas gráficas. En VIDA EN OTRO PLANETA, Eisner mantiene a raya la tentación de hacer una historia de ciencia ficción con la que satisfacer la demanda del mercado imperante, y en su lugar nos ofrece una visión de la vida en nuestro planeta, enternecedora y angustiosa por momentos. Para cuando esta magna obra llega hasta nosotros, Eisner ya estaba trabajando en la revista THE SPIRIT de Kitchen Sink, editada por Comic Strip Workshop. Esta nueva incursión produjo obras fascinantes, de entre las que destaca la versión del soliloquio en el tejado de Hamlet, con un solo personaje adueñándose de la puesta en escena, pero no por ello menos apasionante. Si añadimos a eso su reciente obra teórica titulada EL CÓMIC Y EL ARTE SECUENCIAL y los numerosos proyectos en los que se ha volcado, se empieza a comprender su inmensa contribución al mundo de la historieta. Nos ha proporcionado un modo de ver y pensar el cómic y le debemos una manera de abordarlo y entenderlo, que ha de sernos indispensable si queremos sacar adelante el cómic y no dejar que se pudra en el agua estancada de los sesenta. En dos palabras: no hay otro como Will Eisner. No lo hubo antes, y en mis momentos más pesimistas dudo de que vuelva a haberlo jamás.

Alan Moore Inglaterra, 1986





El Pais , año 2005

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