En pocas palabras: no hay otro como Will Eisner.
Y que conste que no quiero menoscabar méritos a los grandes dibujantes de los que hemos disfrutado en el mundo del cómic en el pasado. Nadie negará, por ejemplo, la tremenda vitalidad y riqueza que aportó un artista de la talla de Jack Kirby, ni puede poner en duda la inmensa contribución de la sofisticada línea de E.C. (Entertaining Comics). Dicho esto, no tengo más remedio que reconocer que le debemos a Eisner el haber hecho que los comics tengan cerebro. No se me ocurre otro historietista que haya explorado las posibilidades del medio de manera tan constante y gratificante, ni nadie que haya sido tan acertado a la hora de desarrollar un vocabulario práctico para las partes y funciones de la tira cómica y la manera fascinante en que consigue que sus distintos engranajes encajen a la perfección.
Cuando alguien nos oiga, a mí o a cualquiera de mis colegas, pontificar y teorizar sobre el mundo del cómic, debe tener presente que, en el mejor de los casos, lo que estamos haciendo tiene como sólida base la obra que Eisner ha estado cimentando en los pasados cuarenta años. Él es el jefe, y todos los sabemos.
Podría estar hablando durante horas acerca de las extraordinarias innovaciones que Eisner ha aportado al medio con las historietas protagonizadas por THE SPIRIT y obras más recientes, como CONTRATO CON DIOS y A LIFE FORCE, podría estar hablando y matando de aburrimiento a quienes me escucharan al comentar el ingenio progresivo de sus viñetas, la composición de sus páginas, todo lo cual ha sido referido infinidad de veces por comentadores más preparados y sagaces que yo, por lo que no merece la pena repetirlo aquí. Por otro lado, tengo la sensación de que, al hacer hincapié en las numerosas maravillas técnicas que nos ofrece el trabajo de Eisner, se tiende a oscurecer la poesía y la magia de los que pueden ser calificados como ejercicios de estilo brillantes pero secos, aunque en realidad están sobrados de corazón, firmeza y un efecto tremendo. Prefiero hablar de lo que significa su obra para mí antes que intentar reducir la historia de Gerhard Schnobble a un simple diagrama técnico.
LA ESCUELA DE CHICAS, 19/1/47
Diez minutos
11/9/49
En el mundo reflejado en THE SPIRIT, todo un derroche de inventiva y fantasía, podía ocurrir de todo. Podía ser el relato lúgubre de la tentación y castigo de Freddy en «Diez minutos», o podía ser el ridículo pero conmovedor cuento de una cucaracha que habla y que perece de una muerte no precisamente heroica. Un condenado a muerte al que afeitan antes de ejecutarlo tiene una charla seria y poco agradable con el barbero en la historieta «El barbero», mientras que, en «El libro horrible», un crítico de cómics muy creído es víctima del miedo de su propia imaginación (por cierto, eso pasa también en la vida real). En mi dieta básica de cómics de superhéroes, sabías que te contarían la misma historia mes tras mes. En el mundo de THE SPIRIT, en cambio, podía llegar a ocurrir cualquier cosa.
A raíz de esa temprana conversión, me volví un fan apasionado de todo lo que llevara la firma de Eisner. Estuve buscando más historias de THE SPIRIT aparte de las compiladas en los dos cómics que tenía tan manoseados, y fui a encontrarme con joyas como la historia del paseo incógnito de Hitler por el Bronx o relatos impecables, montados alrededor de una tensa narración como «El ascensor». Devoré las pocas entrevistas y artículos que hablaban del trabajo de Eisner en publicaciones importantes, como el Graphic Story Magazine de Bill Spicer o el Witzend de Wally Wood, y no tengo empacho en confesar que, junto a otro puñado de grandes autores como Alex Toth, Gil Kane o Harvey Kurtzman, la teoría de los cómics sobre la que he basado mi trabajo tiene mucho que ver con las sabias palabras de Eisner.
Si THE SPIRIT fuera lo único que hubiera hecho Eisner, ya sería de por sí extraordinario. El hecho de que haya seguido produciendo y todavía produzca una obra tan consistente y convincente es totalmente asombroso. Ha conseguido jalonar con diversos hitos la historia del cómic, como el de ese libro que recoge historias de los tenements, las casas de vecinos, titulado CONTRATO CON DIOS. En ese entramado de historias, Eisner se las arregla para estudiar el microcosmos
Alan Moore Inglaterra, 1986
El Pais , año 2005
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