Idiotas irredentos. Chinos enamorados. Matrimonios sin sexo. Psicópatas pecadores. Mamporros existenciales. Y una marmota. Una decena de directores españoles escriben sobre su película favorita de estos 10 años. Dale al “play”
EL CLUB DE LA LUCHA
Director: David Fincher (1999)
Por Álex de la Iglesia
Por supuesto que El Club de la lucha NO es la mejor película de la década. Elegir el mejor filme es una estupidez, como escoger la mejor persona o el mejor cuadro o pensar si es mejor la paella que la macedonia de frutas. De hecho, cito este largometraje por distar con mucho de ser perfecto. ¿Quién quiere películas perfectas? Los críticos, los curas, los políticos. Yo las quiero distintas, arriesgadas, divertidas, inteligentes y, a poder ser, malas, incluso amorales. El Club… habla de un montón de cosas sin resolverlas (quizá irresolubles), pero tiene momentos gloriosos en los que se adentra en terrenos inexplorados de nuestra mediocre manera de ver el mundo. Deja al descubierto debilidades, fisuras de nuestro software chungo, donde triunfa el que más se acomoda al uniforme colegial. El club de la lucha te habla a la cara: ¿tú también quieres ser un idiota más en este mundo de idiotas?¿Ves esta película acomodado en tu sillón o prefieres ser un hombre? Si, como espectador, eres generoso, el filme te arrastrará. A muchos no les ha ocurrido, porque buscan películas correctas. Ésta no lo es. Y por eso es imprescindible.

EL CLUB DE LA LUCHA
Director: David Fincher (1999)
Por Álex de la Iglesia
Por supuesto que El Club de la lucha NO es la mejor película de la década. Elegir el mejor filme es una estupidez, como escoger la mejor persona o el mejor cuadro o pensar si es mejor la paella que la macedonia de frutas. De hecho, cito este largometraje por distar con mucho de ser perfecto. ¿Quién quiere películas perfectas? Los críticos, los curas, los políticos. Yo las quiero distintas, arriesgadas, divertidas, inteligentes y, a poder ser, malas, incluso amorales. El Club… habla de un montón de cosas sin resolverlas (quizá irresolubles), pero tiene momentos gloriosos en los que se adentra en terrenos inexplorados de nuestra mediocre manera de ver el mundo. Deja al descubierto debilidades, fisuras de nuestro software chungo, donde triunfa el que más se acomoda al uniforme colegial. El club de la lucha te habla a la cara: ¿tú también quieres ser un idiota más en este mundo de idiotas?¿Ves esta película acomodado en tu sillón o prefieres ser un hombre? Si, como espectador, eres generoso, el filme te arrastrará. A muchos no les ha ocurrido, porque buscan películas correctas. Ésta no lo es. Y por eso es imprescindible.

DESEANDO AMAR
Director: Wong Kar-Wai (2000)
Por Isabel Coixet
Me gusta Deseando amar (In the mood for love) porque no podemos tocar el pasado, sólo podemos recordarlo; porque los recuerdos son borrosos; porque me fascina el cuello de Maggie Cheung y los vestidos que se lo aprietan; porque siento debilidad por las fiambreras de varios pisos; por el dim-sum y el arroz frito y los noodles y cualquier cosa que se pueda comer con salsa de soja; porque los personajes pasan rozándose por estrechos pasillos y no se tocan; porque los agujeros de los muros de piedra son los únicos lugares en donde podemos decir lo que nos pasa; porque hace calor todo el tiempo y llueve y a nadie se le ocurre aflojarse el cuello del vestido o de la camisa; porque me gusta la canción de Brian Ferry que no sale en el filme; porque a ratos no sé si esos conyuges fantasmas existen o son una invención de los habitantes de la pensión; porque me gusta que una película me conmueva y me deje resquicios de misterio, y quiera volver a verla inmediatamente, y me muera de envidia al salir de la sala, y me lleve a casa las ganas de ser mejor y hacer mejores películas y comer sopa con bambú y cosas que no sé qué son.
DOS TONTOS MUY TONTOS
Director: Peter y Bobby Farrelly (1994)
Por Santiago Segura
Podría decir Man on the moon, de Milos Forman, que fue un fracaso; o Election, de Alexander Payne, que no vio casi nadie; o ya, para ser más enrrollado, Visitor Q, de Miike Takashi, que ni siquiera se ha estrenado. Todas me encantan y son cool, quedaría como un tipo moderno eligiéndolas mi película de la década, pero debo escuchar a mi corazón. El filme de estos 10 años es Dos tontos muy tontos, de los hermanos Farrelly (nada que ver con los Taviani o los Coen, afortunadamente). Es una película de risa en estado puro y, personalmente, me sirvió – aparte de para descojonarme y ver la luz- para descubrir a mis ídolos (que tantas satisfacciones me han dado desde entonces).
Con esta película los Farrelly revolucionaron y actualizaron la comedia moderna como en su día hizo John Landis con la increíble Desmadre a la americana. Sí, la crítica los odia a muerte, pero yo debo bendecirlos y ofrecerles mi gratitud. Me hacen reír, y eso es mucho.

Director: Wong Kar-Wai (2000)
Por Isabel Coixet
Me gusta Deseando amar (In the mood for love) porque no podemos tocar el pasado, sólo podemos recordarlo; porque los recuerdos son borrosos; porque me fascina el cuello de Maggie Cheung y los vestidos que se lo aprietan; porque siento debilidad por las fiambreras de varios pisos; por el dim-sum y el arroz frito y los noodles y cualquier cosa que se pueda comer con salsa de soja; porque los personajes pasan rozándose por estrechos pasillos y no se tocan; porque los agujeros de los muros de piedra son los únicos lugares en donde podemos decir lo que nos pasa; porque hace calor todo el tiempo y llueve y a nadie se le ocurre aflojarse el cuello del vestido o de la camisa; porque me gusta la canción de Brian Ferry que no sale en el filme; porque a ratos no sé si esos conyuges fantasmas existen o son una invención de los habitantes de la pensión; porque me gusta que una película me conmueva y me deje resquicios de misterio, y quiera volver a verla inmediatamente, y me muera de envidia al salir de la sala, y me lleve a casa las ganas de ser mejor y hacer mejores películas y comer sopa con bambú y cosas que no sé qué son.
DOS TONTOS MUY TONTOS
Director: Peter y Bobby Farrelly (1994)
Por Santiago Segura
Podría decir Man on the moon, de Milos Forman, que fue un fracaso; o Election, de Alexander Payne, que no vio casi nadie; o ya, para ser más enrrollado, Visitor Q, de Miike Takashi, que ni siquiera se ha estrenado. Todas me encantan y son cool, quedaría como un tipo moderno eligiéndolas mi película de la década, pero debo escuchar a mi corazón. El filme de estos 10 años es Dos tontos muy tontos, de los hermanos Farrelly (nada que ver con los Taviani o los Coen, afortunadamente). Es una película de risa en estado puro y, personalmente, me sirvió – aparte de para descojonarme y ver la luz- para descubrir a mis ídolos (que tantas satisfacciones me han dado desde entonces).
Con esta película los Farrelly revolucionaron y actualizaron la comedia moderna como en su día hizo John Landis con la increíble Desmadre a la americana. Sí, la crítica los odia a muerte, pero yo debo bendecirlos y ofrecerles mi gratitud. Me hacen reír, y eso es mucho.

QUEMADO POR EL SOL
Director: Nikita Mikhailkov (1994)
Por Fernando León de Aranoa
Sergei le habla a su hija Nadya de un sueño, el de construir una patria de futuro y de progreso en la que ella pueda crecer un día. Transcurre el verano de 1936 en la Unión Soviética y su historia nos hablará luego de la doble tragedia de los quemados por el sol de la revolución, de las cicatrices que sus vidas dejaron en las muñecas de la historia. Sucede en el campo, en una casa llena de sombras a la que hoy llega el dolor, disfrazado de amigo muy querido. El fantasma de Chejov recorre sus pasillos, la ternura de su aliento en la mirada de los personajes. La caligrafía dulce, casi musical con la que se escribe su historia contradice los incómodos silencias, el espanto y sus presagios.
Al final del día, un gran coche negro aguarda a Sergei en la puerta de la casa, su silueta de ogro al acecho dibujada en el verde esperanzado del bosque. Antes de partir, coge en brazos a su hija y corre con ella en un juego que en realidad es un deseo: el de huir para siempre del miedo y sus mensajeros, del pasado, del persistente dolor, de la traición de ese sueño que una vez tuvo su hija.

Director: Nikita Mikhailkov (1994)
Por Fernando León de Aranoa
Sergei le habla a su hija Nadya de un sueño, el de construir una patria de futuro y de progreso en la que ella pueda crecer un día. Transcurre el verano de 1936 en la Unión Soviética y su historia nos hablará luego de la doble tragedia de los quemados por el sol de la revolución, de las cicatrices que sus vidas dejaron en las muñecas de la historia. Sucede en el campo, en una casa llena de sombras a la que hoy llega el dolor, disfrazado de amigo muy querido. El fantasma de Chejov recorre sus pasillos, la ternura de su aliento en la mirada de los personajes. La caligrafía dulce, casi musical con la que se escribe su historia contradice los incómodos silencias, el espanto y sus presagios.
Al final del día, un gran coche negro aguarda a Sergei en la puerta de la casa, su silueta de ogro al acecho dibujada en el verde esperanzado del bosque. Antes de partir, coge en brazos a su hija y corre con ella en un juego que en realidad es un deseo: el de huir para siempre del miedo y sus mensajeros, del pasado, del persistente dolor, de la traición de ese sueño que una vez tuvo su hija.

EYES WIDE SHUT
Director: Stanley Kubrick (1999)
Por Juan Carlos Fresnadillo
Cuando se encendieron las luces y pude ver la cara de confusión, aburrimiento e indignación de la gente que me rodeaba en el estreno de Eyes wide shut me sentí como un elegido. Pobre de mí. Ese diálogo final de una pareja que soluciona una crisis con una palabra tal real y tan poderosa (“follar”) me dio la espada que necesitaba para iniciar la guerra.
Qué iluso. A partir de ese momento he discutido con todo aquel que osara poner en duda la sabiduría del testamento de Kubrick. Mi arma arrojadiza siempre fue defender que esta película es una comedia. Una sonora carcajada de un maestro sobre la estupidez de la condición humana al no mirar y disfrutar de la realidad. De seguir siempre empeñándose en condicionar la vida por fantasías que no existen, que sólo están en tu cabeza y cuyo efecto secundario es el sufrimiento de no atrapar lo único que tenemos a mano: el aquí y el ahora. Lo siento Stanley, sigo sin practicarlo aunque no me quito tu película de la cabeza. Y especialmente, tu risa al escribir esto.

Director: Stanley Kubrick (1999)
Por Juan Carlos Fresnadillo
Cuando se encendieron las luces y pude ver la cara de confusión, aburrimiento e indignación de la gente que me rodeaba en el estreno de Eyes wide shut me sentí como un elegido. Pobre de mí. Ese diálogo final de una pareja que soluciona una crisis con una palabra tal real y tan poderosa (“follar”) me dio la espada que necesitaba para iniciar la guerra.
Qué iluso. A partir de ese momento he discutido con todo aquel que osara poner en duda la sabiduría del testamento de Kubrick. Mi arma arrojadiza siempre fue defender que esta película es una comedia. Una sonora carcajada de un maestro sobre la estupidez de la condición humana al no mirar y disfrutar de la realidad. De seguir siempre empeñándose en condicionar la vida por fantasías que no existen, que sólo están en tu cabeza y cuyo efecto secundario es el sufrimiento de no atrapar lo único que tenemos a mano: el aquí y el ahora. Lo siento Stanley, sigo sin practicarlo aunque no me quito tu película de la cabeza. Y especialmente, tu risa al escribir esto.

FUNNY BONES
Director: Peter Chelsom (1995)
Por Javier Fesser
Un tipo imperfecto, hijo de otro bastante más defectuoso, se adentra en el origen de tanto mal funcionamiento para encontrar una explicación de, al menos, una pequeña parte de su imperfección. Y viaja a la decadente Blackpool (Reino Unido), un lugar congelado en el tiempo de donde su padre trajo adherido el talento en la piel, para toparse de narices con la más bella expresión de lo no perfecto: su hermano desconocido. Tan desconocido como fascinante y tan extraño como genial, imprevisible, adorable, temible e irrepetible, cuyo magnetismo radica en su error cerebral de nacimiento.
Funny Bones (Los comediantes) es una aventura hermosísima llena de personajes a los que no les cabe el alma en el cuerpo. Una película, por suerte para ella y para disgusto de los críticos de todo a cien, imposible de clasificar. Un filme como la realidad, como las cosas que de verdad interesan y como la gente que tiene cosas que decir: imperfecta. Maravillosamente imperfecta.
ATRAPADO EN EL TIEMPO
Director: Harold Ramis (1993)
Por David Trueba
La última década de cine ha cancelado casi definitivamente la unión entre lo popular y lo inteligente. Lástima. Parece difícil encontrar películas que se adscriban al entretenimiento más puro con dignidad, cabeza y clase. Por eso, esta década, el público que se autodefine élite es dependiente del mal llamado cine independiente, casi siempre estadounidense, pero imitado en el mundo entero en su estética y contenidos. Peligroso como todo lo simbiótico. Superficial como toda moda. Entre todo eso, Atrapado en el tiempo es una comedia romántica emocionante, ácida, divertida y muy bien escrita. Una a Kafka con Lubitsch, está dirigida con invisibilidad y talento, sin más pretensiones que aquellas del cine clásico: entretener con cerebro. ¿Por qué lo que debería ser la norma es casi una excepción? Pero quizá lo más descollante es salir reafirmado de lo que durante esta década se ha confirmado con creces: Bill Murray es el mejor actor de comedia del cine estadounidense actual.

Director: Peter Chelsom (1995)
Por Javier Fesser
Un tipo imperfecto, hijo de otro bastante más defectuoso, se adentra en el origen de tanto mal funcionamiento para encontrar una explicación de, al menos, una pequeña parte de su imperfección. Y viaja a la decadente Blackpool (Reino Unido), un lugar congelado en el tiempo de donde su padre trajo adherido el talento en la piel, para toparse de narices con la más bella expresión de lo no perfecto: su hermano desconocido. Tan desconocido como fascinante y tan extraño como genial, imprevisible, adorable, temible e irrepetible, cuyo magnetismo radica en su error cerebral de nacimiento.
Funny Bones (Los comediantes) es una aventura hermosísima llena de personajes a los que no les cabe el alma en el cuerpo. Una película, por suerte para ella y para disgusto de los críticos de todo a cien, imposible de clasificar. Un filme como la realidad, como las cosas que de verdad interesan y como la gente que tiene cosas que decir: imperfecta. Maravillosamente imperfecta.
ATRAPADO EN EL TIEMPO
Director: Harold Ramis (1993)
Por David Trueba
La última década de cine ha cancelado casi definitivamente la unión entre lo popular y lo inteligente. Lástima. Parece difícil encontrar películas que se adscriban al entretenimiento más puro con dignidad, cabeza y clase. Por eso, esta década, el público que se autodefine élite es dependiente del mal llamado cine independiente, casi siempre estadounidense, pero imitado en el mundo entero en su estética y contenidos. Peligroso como todo lo simbiótico. Superficial como toda moda. Entre todo eso, Atrapado en el tiempo es una comedia romántica emocionante, ácida, divertida y muy bien escrita. Una a Kafka con Lubitsch, está dirigida con invisibilidad y talento, sin más pretensiones que aquellas del cine clásico: entretener con cerebro. ¿Por qué lo que debería ser la norma es casi una excepción? Pero quizá lo más descollante es salir reafirmado de lo que durante esta década se ha confirmado con creces: Bill Murray es el mejor actor de comedia del cine estadounidense actual.

SEVEN
Director: David Fincher (1995)
Por Jaume Balagueró
Podrían decirse muchas cosas. Su clasicismo y su modernidad, por ejemplo, que aúnan sin complejos sobriedad narrativa con nuevas tendencias estéticas y formales. O su brillante guión, una pirueta perversa que juega con nosotros y nos hace temer aquello que nunca vemos porque sólo se nos muestran sus restos, sus consecuencias. O su montaje crispado y fluido al mismo tiempo, soberbio ejercicio de microelipsis que, lejos de resultar abrupto, acaba dotando al conjunto de una fluidez impecable. O la tenebrosa fotografía de Khondji, agobiante, depresiva y húmeda como la vida. O su diseño de producción impactante, oscuro y supurante, que sabe instalar el horror en cada fotograma. O lo influyente que ha acabado siendo para gran parte del cine moderno de género: imitada, plagiada, homenajeada. Podría decir todo esto. Incluso más. Pero no. No son éstas mis verdaderas razones.
Porque en realidad me basta una: sus últimos 10 minutos, tensos hasta lo insoportable. Un ejemplo de intriga y suspense, casi miedo, difícilmente igualables. Vertiginosos. Magistrales. Un milagro.
REQUIEM POR UN SUEÑO
Director: Darren Aronofsky (2000)
Por Daniel Calparsoro
Sueños rotos, destrozados, que se vuelven pesadillas. La película de Aronofsky te atrapa desde el inicio y no te suelta hasta reventarte al final. La puesta en escena, la música, el montaje beben de eso que se llama electro… pero lo mejor es el título. En 10 años han cambiado muchas cosas, y lo más significativo es que todo sigue igual. El sueño de un cine independiente, destrozado. El sueño de la libertad creativa, reventado. El sueño de un mundo mejor, aplastado. Al igual que los personajes de Aronofsky, vivimos envueltos en la ficción del movimiento, la sensación de ir hacia delante, pero que duda cabe de que si algo se mueve aquí, es hacia atrás. Convertidos en cómplices de una pesadilla de cinismo colectivo nos vemos incapaces de despertar; más nos vale hacerlo, o vendrá Aronofsky y hará un réquiem por nosotros.

Director: David Fincher (1995)
Por Jaume Balagueró
Podrían decirse muchas cosas. Su clasicismo y su modernidad, por ejemplo, que aúnan sin complejos sobriedad narrativa con nuevas tendencias estéticas y formales. O su brillante guión, una pirueta perversa que juega con nosotros y nos hace temer aquello que nunca vemos porque sólo se nos muestran sus restos, sus consecuencias. O su montaje crispado y fluido al mismo tiempo, soberbio ejercicio de microelipsis que, lejos de resultar abrupto, acaba dotando al conjunto de una fluidez impecable. O la tenebrosa fotografía de Khondji, agobiante, depresiva y húmeda como la vida. O su diseño de producción impactante, oscuro y supurante, que sabe instalar el horror en cada fotograma. O lo influyente que ha acabado siendo para gran parte del cine moderno de género: imitada, plagiada, homenajeada. Podría decir todo esto. Incluso más. Pero no. No son éstas mis verdaderas razones.
Porque en realidad me basta una: sus últimos 10 minutos, tensos hasta lo insoportable. Un ejemplo de intriga y suspense, casi miedo, difícilmente igualables. Vertiginosos. Magistrales. Un milagro.
REQUIEM POR UN SUEÑO
Director: Darren Aronofsky (2000)
Por Daniel Calparsoro
Sueños rotos, destrozados, que se vuelven pesadillas. La película de Aronofsky te atrapa desde el inicio y no te suelta hasta reventarte al final. La puesta en escena, la música, el montaje beben de eso que se llama electro… pero lo mejor es el título. En 10 años han cambiado muchas cosas, y lo más significativo es que todo sigue igual. El sueño de un cine independiente, destrozado. El sueño de la libertad creativa, reventado. El sueño de un mundo mejor, aplastado. Al igual que los personajes de Aronofsky, vivimos envueltos en la ficción del movimiento, la sensación de ir hacia delante, pero que duda cabe de que si algo se mueve aquí, es hacia atrás. Convertidos en cómplices de una pesadilla de cinismo colectivo nos vemos incapaces de despertar; más nos vale hacerlo, o vendrá Aronofsky y hará un réquiem por nosotros.

ED WOOD
Director: Tim Burton (1994)
Por Daniel Monzón
De todos los directores aquí congregados, que levanten la mano los que se han sentido alguna vez como Ed Wood. Yo la levanto. Y a mucha honra. Porque el protagonista de esta fábula, que Tim Burton compuso con alma de poeta, representa la pasión ciega, energúmena, mameluca por el cine, a través de la cual nuestro querido Ed encuentra y expresa su pasión por la vida. No es ésta una disección sarcástica del mundo del cine, ni tiene vocación realista. Eso queda claro desde los mismos títulos, con el paseo a ritmo de bongos por el marciano universo de Edward D. Wood junior, que concluye en una descarada maqueta de un Hollywood de juguete por el que se moverán los personajes. Por ello, Burton nunca se ríe de la supuesta falta de talento de su protagonista; más bien al contrario, apunta que la única forma de sentarse en una mesa con Orson Wellles es siendo como Ed Wood. En su angustioso aunque irrenunciable amor por el cine, estos dos hombres se miran a los ojos, se comprenden y se dan aliento. No importan sus diferencias. Les hermana la pasión.
El País de las Tentaciones Viernes 31 de Octubre de 2003
Director: Tim Burton (1994)
Por Daniel Monzón
De todos los directores aquí congregados, que levanten la mano los que se han sentido alguna vez como Ed Wood. Yo la levanto. Y a mucha honra. Porque el protagonista de esta fábula, que Tim Burton compuso con alma de poeta, representa la pasión ciega, energúmena, mameluca por el cine, a través de la cual nuestro querido Ed encuentra y expresa su pasión por la vida. No es ésta una disección sarcástica del mundo del cine, ni tiene vocación realista. Eso queda claro desde los mismos títulos, con el paseo a ritmo de bongos por el marciano universo de Edward D. Wood junior, que concluye en una descarada maqueta de un Hollywood de juguete por el que se moverán los personajes. Por ello, Burton nunca se ríe de la supuesta falta de talento de su protagonista; más bien al contrario, apunta que la única forma de sentarse en una mesa con Orson Wellles es siendo como Ed Wood. En su angustioso aunque irrenunciable amor por el cine, estos dos hombres se miran a los ojos, se comprenden y se dan aliento. No importan sus diferencias. Les hermana la pasión.
El País de las Tentaciones Viernes 31 de Octubre de 2003
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