miércoles, 7 de septiembre de 2016

ARMA-X por Yexus


Pasión, estética y reflexión

Dentro de esa poderosa maquinaria dedicada a forjar mitos multimedia que supone Marvel Comics, sin duda el personaje de Lobezno destaca entre sus más fructíferos estímulos comerciales y creativos de las dos últimas décadas. Nacido discretamente en las páginas del increíble Hulk y desarrollado en la etapa más clásica de los renacidos X-Men, obtiene su propia serie en 1988 para engrosar las filas de los héroes violentos y moralmente ambiguos surgidos a la sombra del milleriano Dark Knight, tendencia que se tradujo en la Casa de las Ideas durante los 90 en personajes tan prepotentes e individualistas como Cable, Máquina de Guerra, el Motorista Fantasma o el Punisher, además del canadiense de afiladas garras y temperamento ígneo. Si el pequeño mutante se convirtió en un auténtico fan favorite y en un best-seller protagonista de innumerables miniseries, prestiges o novelas gráficas -merchandising aparte-fue porque a pesar de los más recurrentes clichés siempre poseyó una humanidad de la que los antedichos carecen y, por supuesto, un trasfondo psicológico susceptible de ser aprovechado con eficacia por manos expertas. No siempre ha sido así, claro está, pero ciertamente adquirió una sólida base tras ser definido por Claremont y moldeado por Larry Hama. De forma que el principal atractivo de Lobezno como personaje residía en la tridimensionalidad que le otorgaba ser un hombre con pasado. Como Corto Maltes y Max Fridman, como el Rick Blaine de Casablanca. Y, como ellos, con un pasado nunca explicitado por completo pero cuyos retazos a menudo irrumpían en el presente para cimentar su personalidad. Ello facultó a los guionistas, además, para desvelar nuevas y sucesivas facetas de dicha personalidad -¿quizá demasiadas?- que han permitido al lector conocer a Logan, además de superhéroe, como samurai, cazador, guerrillero, agente de la CIA, motero y hasta regente de un garito perdido en el océano índico. Sus posibilidades han atraído a los más diversos artistas gráficos y guionistas, despertando actualmente, por ejemplo, la atención de un novelista como Greg Rucka. Por lo que los episodios del personaje abarcan sin rubor todo tipo de registros: de la aventura a la ciencia-ficción y del espionaje al género negro, sin olvidar el de terror o el de guerra. Es decir, en su misterio está su virtud. Por ello fue tanto más arriesgada la iniciativa de Barry Windsor Smith cuando decidió desvelar una parte sustancial del mismo en la miniserie que dio en titular Arma X.

Viñeta de Arma X. Por BWS. En edición española de Comics Forum, 1992

 La coyuntura

Fue durante 1991 y utilizando como soporte la revista quincenal Marvel Comics Presents, concretamente sus números 72 al 84. El resultado se materializó en doce capítulos y un prólogo que sumaban un total de 120 páginas. Smith se encargó del guión, los lápices, la tinta y el color, por lo que estamos en presencia de una obra totalmente de autor. El creador británico se había aproximado ya al universo de los mutantes en los dos recordados capítulos de Lifedeath realizados para Uncanny X-Men en 1984 y 1985, y a la figura del propio Wolverine en el soberbio episodio Lobo herido que dibujó un año más tarde. En realidad, estos trabajos marcaron su regreso al mundo del cómic tras aquellos devaneos con el arte con mayúsculas que llevaron a la creación del sello Gorblimey Press y a su desarrollo entre mediados de los 70 y principios de los 80; sello centrado en la ilustración de lujo que Barry fundó tras solidificar su estilo en los ya clásicos episodios de Conan y donde explotó con exuberancia las afinidades artísticas con el Prerrafaelismo y el Art-Noveau que ya había mostrado en las viñetas del cimmerio.

Arma X surge, por tanto, en un momento álgido de la carrera de su autor y con un grado de control creativo apenas repetido en momentos anteriores o posteriores. Ya que -amén de discretos escarceos con empresas como Valiant o Wildstorm- durante el resto de los 90 Smith ciertamente materializa sus dos últimas grandes obras en el ámbito de la historieta, Rune para Malibu y Storyteller para Dark Horse, pero a partir de la primera cuenta ya con diversos colaboradores que le asisten en diferentes fases del proceso.

Windsor Smith se decide a revelar el origen de Lobezno mientras la Patrulla X se encuentra anquilosada en su propio éxito y cuando el guionista Larry Hama acaba de tomar las riendas del personaje en la serie que protagoniza. Quien conseguiría, por cierto, dotarle de verdadera entidad durante sus casi siete años de permanencia en la misma tras superar la mediocre acumulación de tópicos en que le habían sumido nombres míticos en horas bajas como los de Claremont, Buscema, Byrne o Goodwin.


La trama
El argumento de Arma X se remonta un número indeterminado de años en la vida de Logan, presentándole como un vagabundo pendenciero en su Canadá natal que por su extremada resistencia física se convierte en objeto forzoso de un experimento paragubernamental. De hecho, se convierte en un auténtico y despersonalizado objeto al servicio de la ciencia más deshumanizante; solo su factor de curación mutante le permite sobrevivir al doloroso proceso de recubrir su esqueleto con adamantium líquido.
 
El llamado Experimento X representa la perversión total de la ciencia: medicina y tecnología punta para crear una perfecta y controlable máquina de matar, un instrumento al servicio de ese tipo de poder incompatible con cualquier vestigio moral. Pero el proyecto se descontrola cuando el sujeto reacciona al horror de la manipulación y al dolor, desencadenando la furia irracional del animal herido y encarcelado. Logan y sus nuevas garras producirán una vorágine de destrucción que finalmente acaba por engullir a sus irresponsables artífices.

Son cabezas visibles de tal experimento el pusilánime doctor Cornelius, la asistente Haines y, sobre
todo, el oscuro personaje conocido solo como El Profesor, una suerte de Frankenstein malévolo que no mide los riesgos inherentes a la creación de su peligrosa criatura. Casi una antítesis del profesor Xavier, que no duda en sacrificar los escrúpulos e incluso las vidas de sus colaboradores en aras de la efectividad del proyecto. Un personaje frío, cínico y expeditivo pero solo una herramienta, sin embargo, de poderes supremos en la sombra nunca explicitados. Y un personaje, por cierto, de atractivas posibilidades dramáticas olvidado paulatinamente por sucesivos guionistas posteriores.



El desarrollo gráfico y argumental de todo lo antedicho sin duda sustentaba ya un sólido trabajo hasta la publicación del desenlace definitivo y su epílogo. Pero en un sorpresivo giro argumental el lector descubre que el sueño de muerte de Logan tras ser convertido en el Arma X solo es un experimentó con sensaciones y estímulos artificialmente inducidos: los tres científicos siguen vivos mientras el cobaya humano supera las pruebas y finalmente huye para desaparecer entre los helados vientos del norte. -Y quizás para ser encontrado por el líder de Alpha Flight en su propio título, reintegrándose a la sacrosanta continuidad marveliana-.

En cualquier caso, la serie concluye con el triunfo del factor humano sobre la bestia; el hombre se sobrepone al monstruo, sentando las bases de un precario equilibrio entre la serenidad y la furia, de esa continua pugna interior que va a identificar definitivamente al personaje.


 

El mecanismo
A efectos de técnica narrativa, la historia fluye con espontaneidad controlada. El egocéntrico y genial dibujante funciona como su propio personaje; es decir, guiándose por una maravillosa intuición y embriagándose con el salvaje sentido de la libertad creativa que solo se le podía conceder a un autor semejante. Y al igual que Logan en esta obra, también el guión se desboca en cierto modo para encontrar finalmente su propio rumbo. Porque el entusiasmo de Smith le lleva a improvisar y a prolongar el número de capítulos de Marvel Comics Presents a medida que discurre la historia. Pero su pericia narrativa consigue dotar de coherencia a un todo que globalmente funciona como una engrasada maquinaria, gracias al ejemplar sentido del montaje y el ritmo que rige tan absorbente relato. La disposición y tamaño de las viñetas, por ejemplo, responde a las necesidades del guión: de la pequeña viñeta detalle a la impresionante splash page, pasando por los formatos horizontales o verticales correspondientes a las escenas de acción o descriptivas. Algo elemental pero imprescindible. También hay elocuentes viñetas mudas frente a diálogos en abundancia, tan incisivos como reveladores. O montajes en paralelo y montajes analíticos. En suma, la manipulación de tiempo y espacio marca un personalísimo ritmo, capaz de pasar de la climática percepción del horror o la angustia a la acción más explosiva y sobrecogedora. Es decir, del intimismo a la épica. Estadios narrativos, al fin y al cabo, en cuya efectividad el dibujo se revela pieza fundamental.



Es innegable que el dibujo siempre ha sido el atractivo prioritario del trabajo de Barry Windsor Smith, factor que sus legiones de fans valoran con independencia de la calidad dramática o argumental. Y si bien Arma X resulta igualmente admirable en ese aspecto, el alarde gráfico se justifica con propiedad en su perfecta subordinación a la finalidad narrativa. La estética que despliega respira elegancia y barbarie a partes iguales, su trazo primitivo y sofisticado aporta un aliento lírico inspirado en el más puro salvajismo. Lo cual no es óbice para que la obra disfrute del barroquismo delicado y meditado que caracteriza al autor y que se extiende del diseño de página y viñeta a la propia concepción del relato. Barroquismo inevitablemente asociado a la obsesiva pasión por el detalle, un horror vacui controlado que aporta densidad y fascina con minucias gráficas tan significativas como las burbujas, las gotas de sudor y sangre, los copos de nieve, las miríadas de cables o las innumerables agujas que acribillan el indefenso cuerpo de Logan. Tal esteticismo, afortunadamente, no entorpece la narratividad para estancarse en la autocomplacencia de la ilustración gratificante pero estática. No solo por la fluidez que otorga el adecuado montaje sino, sobre todo, porque al estilizado preciosismo inherente al trabajo de Smith se añade aquí un factor fundamental y que no se ha dado con excesiva frecuencia en su trayectoria posterior o previa: el vigor de su particular entintado. La impronta de su acabado con el pincel, sus rayados o la dureza de las sombras. A lo cual se suma la aplicación del color, que, amén de prestar un tono de irrealidad a la ambientación o definir volúmenes, aporta un sentido de la iluminación que intensifica el efecto dramático.

Arma X ofrece una imagen de Lobezno tan inolvidable como definitiva: salvaje pero mayestático; poderoso y a la vez vulnerable.




Los conceptos
No es tan obvia en esta obra la identificación del autor con la corriente prerrafaelista a la que tan a menudo se adscribe. Quizá en el tratamiento de la figura humana, el exquisito equilibrio compositivo y el mencionado gusto por el detalle; pero no en la trascendencia, espiritualidad o simbolismo de los seres representados, personajes puramente carnales. Mayor semejanza guarda, en cambio, con el espíritu de bárbaros como Conan o aquellos otros popularizados por Smith en sus ilustraciones y portafolios. Ya que el impulso salvaje se contrapone a la civilización, aquí representada en las instituciones gubernamentales que auspician el experimento; la verdadera experiencia de los sentidos a la impostura de los estímulos artificiales, trasunto de la magia; y el libre albedrío, en fin, a la esclavitud de la tecnología.



Arma X significó el primer intento por dotar de un origen al personaje más popular de la Marvel de finales de siglo, delicada tarea que solo podía ser confiada a otra leyenda viviente del comic-book made in USA. Autor que solo concibió un origen parcial, al fin y al cabo, que revela un poco más de lo que oculta y por añadidura permite reinterpretaciones posteriores. Las cuales, de hecho, no han dejado de sucederse, desafortunadamente, en un afán mercantil de la editorial por explotar ese misterio del pasado con inverosímiles vueltas de tuerca que incluso llegan a negar la realidad de este relato so pretexto de implantes sensoriales y manipulación de los recuerdos. Un misterio que se pretende prolongar sine die pero termina por sofocar al personaje bajo su peso.



Todo lo cual no resta brillantez ni impide asociar el trabajo de Windsor Smith a la versión más definitoria de Lobezno, dicho sea con permiso de John Byrne, Frank Miller y otros nombres ilustres.
Para siempre permanecerán en la retina del aficionado imágenes tan vividas que sin duda ocupan un lugar privilegiado en el Olimpo de los momentos inolvidables: Logan debatiéndose en el tanque de suspensión vital mientras el adamantium líquido penetra en su cuerpo; Lobezno desnudo y cargado de tecnología en un paraje nevado, combatiendo a un oso como una fuerza de la naturaleza elemental y mortífera; o Lobezno ensangrentado, indestructible y desequilibrado destrozando cuerpos y maquinaria por los caóticos pasillos de un laboratorio dantesco...
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Es este, por tanto, uno de los trabajos más completos, personales y representativos del quehacer de Barry Windsor Smith en el ámbito de la historieta.

Y, huelga decirlo, una obra de referencia ineludible para el medio.






Publicado en la revista Dentro de la Viñeta nº28, año 2004

















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