sábado, 20 de agosto de 2016

MANUAL DE BÚSQUEDAS APUNTES PARA EL USO DE LA BRÚJULA EN MARES TURBULENTOS


Periódicamente nos enfrentamos a una renovación de géneros, de maneras y de miradas en Historieta. ...-También en literatura, en cine, en música, en artes plásticas...- A menudo, eso que identificamos como renovación no es más que una recuperación de esquemas anteriores echados en el olvido. A veces, se trata de una auténtica revolución; no sólo porque se recuperen viejos temas o estilos ya olvidados que, con el tiempo, se revelan frescos, casi insólitos: porque se les aplica una mirada y una sensibilidad contemporáneas, porque se les da la vuelta, porque se destruyen para volver a imaginarlos, a elaborarlos, desde cero. Porque se abordan como si fueran algo nuevo, algo nunca visto, nunca leído, nunca experimentado.

por FRANCISCO NARANJO






Ocurrió en la década de los años ochenta y en ámbitos tan alejados como la BD o el tebeo de consumo norteamericano. De un lado, estaban los renovadores de la línea clara y los dinamiteros del folletón: Clerc, Chaland o Loustal, por ejemplo; y Yann, guionista rompedor que trabajó desde el corazón de los géneros tradicionales francobelgas para sacudir sus cimientos, para aplicar una mirada moderna y referencial, para recuperarlos de un anquilosamiento polvoriento y lamentable. De otro lado, los yanquis empeñados en hacer crecer a sus superheroes: Miller, Sienkiewicz. Y los británicos empeñados en hacer crecer a los superheroes yanquis, sin olvidar su poquito de disciplina -e ironía- inglesa: Moore, Morrison, Delano. Y los independientes empeñados en romper barreras y límites, empeñados en imponer la disciplina punk -la anarquía pop- en sus viñetas reveladoras: Sim, los Hernández-







Ocurre otra vez ahora en Francia. La semilla de la independencia arraigó con fuerza gracias a iniciativas dispersas, y cuajó en un colectivo: L'association. Un puñado de autores con ideas, con ganas de hacer cosas diferentes, personales, con afán de no transitar rutas ya conocidas. Algunos de esos autores decidieron dar el salto e instalarse en el mercado comercial, trabajar desde dentro de los grandes sellos en proyectos propios: Trondheim, Sfar, David B... Todos ellos triunfaron, en alguna medida. No tengo claro hasta qué punto lo han hecho en ventas, pero sí está claro que han arrasado en lo que respecta a influencia: es ahora difícil hablar de BD sin traer a colación, de una u otra forma, a alguno de ellos, a sus trabajos. Y lo han hecho gracias, sobre todo, a una mirada fresca. Han retomado géneros clásicos y los han bautizado como propios. Han elaborado una inteligente mezcla de estructuras ya conocidas y tratamientos nuevos -en la medida en que son contemporáneos, no contaminados de viejas páginas y sí, en todo caso, de otros medios actuales-.

Un autor
Christophe Blain es uno de esos nombres, uno de esos autores de los que es inevitable hablar, antes o después, cuando se habla de Historieta contemporánea. Blain ha construido una carrera interesante, quizá irregular en su trazado, pero segura en la solidez de su horizonte y en la regularidad de sus logros, progresivamente crecientes. Su trabajo en La Mazmorra, el título que, de alguna manera, sirve de crisol referencial para toda una generación de creadores, fue sin duda revelador para el gran público: ahí había un narrador sólido, un ilustrador con garra, amigo de las atmósferas turbias, góticas; minucioso e impresionista a la vez, capaz de dotar a sus personajes de una expresividad insólita, ágil a la hora de adoptar universos ajenos y hacerlos propios.

Pero es Isaac el pirata su título de cabecera, la serie que le ha dado notoriedad y que mejor resume
sus virtudes. Publicada aquí por Norma, en Francia apareció en la colección Poisson Pilote, de la mano de Dargaud; una colección que parece pensada para acoger los trabajos de toda esa nueva generación de talentos nacidos a la sombra de la independencia: Larcenet, Delisle, Trondheim, Sfar, el propio Blain. -De hecho, y a falta de confirmación, probablemente es una colección pensada para ello...- El título es, a la vez, transparente y engañoso. Transparente porque delimita género y tratamiento. Engañoso porque, bueno, no acaba de respetar los límites estrictos del género, y porque el tratamiento es muy diferente a lo que uno esperaría de una clásica BD histórica y aventurera francobelga. Muy diferente. Y, sin embargo, qué gran tebeo de aventuras.






 A grandes rasgos -no soy partidario en absoluto de explicar argumentos por escrito, quien me lea lo sabe ya de sobra-, Isaac el pirata sigue la peripecia de un pintor, que da nombre a la serie y acaba, por un cúmulo de circunstancias en el que se unen azar e insatisfacción personal, enrolado en un barco pirata. Su condición de artista lo convierte en persona respetada por la tripulación, y lo convierte también en testigo privilegiado de una forma de vida y de una aventura a la que, de otra manera, no habría sobrevivido. Hasta aquí, título y argumento corren por calles paralelas, hasta cierto punto. -Por supuesto, la diferencia con trabajos que podrían asemejarse está en el tratamiento, en el punto de vista: la mirada. Una mirada que abarca no ya lo que se cuenta, sino cómo se elige contarlo...- Pero luego, Isaac regresa a su París para encontrarse con que la situación familiar ha cambiado a peor; para descubrir que su prometida ha desaparecido, y que lo ha hecho enamorada de otro hombre; para verse enrolado en una extraña banda de ladrones y carteristas, de aliento dickensiano, asistido por un compañero superviviente, como él, de la aventura marina, un Jacques de agilidad sobrehumana -uno no puede evitar ver en él la sombra del simio de la calle Morgue- que se verá seducido, a su vez, por la misteriosa sensualidad de una señorita de voraz fijación oral. Todo ello, en un carrusel de persecuciones y disfraces, conspiraciones intuidas, ausencias, delirios, amores y desamores. Todo ello, en escenarios minuciosamente insalubres, escenarios en los que abunda la penumbra y las arquitecturas laberínticas, escenarios cuajados de bruma y transitados por multitudes hostiles. Escenarios de cuento de hadas perverso. Escenarios que, estoy seguro, se deben parecer mucho al París de la época, como se parecen a los barrios más viejos, más oscuros, de casi toda capital. Como se parecen, claro, a los escenarios de todo buen tenebroso folletón.








Una mirada
Porque es ahí, precisamente, donde Blain tiene su fuerte: la atmósfera. Él es, en lo narrativo, un buen alumno de la mejor escuela francobelga. Un excelente alumno. Pero es en su manera de abordar lo gráfico que se aleja de sus mayores, por así decir. Su planifcación es clásica, sin alardes; eficaz, invisible. Son los escenarios, es su manera de abordarlos, de mostrarlos, lo que lo convierten en alguien único. Se me ocurren dos nombres con quien puede emparentarse la mirada de Blain, por improbable que en un principio pueda resultar el paralelismo: Sfar por un lado, con su obsesión por dibujarlo todo y su énfasis en plasmar las texturas emocionales y ambientales de sus desaforados argumentos; Conrad por otro, gracias a las atmósferas malsanas que supo elaborar en los primeros títulos de Los Innombrables -Shukumei, Aventura en amarillo...-, detallistas y gráficas, brumosas, intoxicantes: una serie, por cierto, que guionizó Yann, quizá su mejor trabajo, y que será publicada en nuestro país, con casi dos décadas de retraso, por Dibbuks. Pero es un paralelismo más conceptual que visual, en realidad: son tres mundos que comparten referentes plásticos y penumbras, pero poco más. -Bueno, sí: son tres maneras de dinamitar preconcepciones, son tres formas frescas de abordar la Historieta-

Lo sorprendente en Blain -como en sus compañeros de escuela, si de escuela podemos hablar- es el desparpajo con que aborda los géneros tradicionales para construir algo nuevo, distinto, estimulante. Y lo hace sin traicionar las convenciones: las fuerza, en todo caso; las empuja, cambia los límites, añade nuevas referencias. Se enfrenta a los géneros como se enfrenta al medio, a la página en blanco: con la audacia de quien disfruta haciendo lo que hace.

Blain es un narrador. Un fabulador con mundo propio y muy personal, que no rechaza la oportunidad de rastrear nuevas rutas en el campo gigantesco de la ficción de género, hoy que los géneros tradicionales están siendo puestos en entredicho y que se discute su necesidad, su conveniencia, su razón de ser. Hoy, cuando los mismos que defienden con fervor a E. R. Burroughs o a Robert E. Howard -o a Silver Kane, o al bueno de George H. White, que en paz descanse- atacan los trabajos de puro género fantástico o aventurero de Sánchez Pinol o de Ruiz Zafón, por citar nombres cercanos y no sé si, a ojos de muchos, improbables. Hoy, sí, Blain se dedica a contarnos, y a disfrutar haciéndolo, historias de piratas.

Por muchos años, espero.





Todas las ilustraciones proceden de la edición brasileña de Isaac el Pirata. La editorial Conrad, en 2005, recogió en un precioso libro, en el blanco y negro original, los tras primeros títulos de la serie.


Publicado en la revista Dentro de la Viñeta nº32, año 2006

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