
por Agustín Oliver
Un amigo mío mantiene que la mejor Patrulla-X que ha leído en años son los Híbridos de Astro City. Mi amigo y yo tenemos bastantes cosas en común. Los dos compramos historieta en cantidades nocivas para nuestra economía y empezamos en este vicio de la misma forma, a través de los tebeos de Bruguera y el esporádico álbum de Astérix, Tintín o Spirou que nos dejaban o que caía por Navidad o para el cumpleaños. Ambos pasamos luego a aquellos viejos Marvel que sacaba Vértice, unos tebeos que, a pesar de su insoportable irregularidad, de que no era nada raro que te dejaran colgado en medio de una aventura, de que a menudo hablaban y asumían muchas cosas de las que tú no tenías ni idea, a pesar del espantoso dibujo de la primera edición -mucho después descubriríamos estupefactos que no era así, que había sido desfigurado aposta-, a pesar de todo esto, nos ofrecían resplandores de un mundo abierto, coherente, vibrante, en el que se podían mezclar sin problemas sagas de proporciones monstruosas y trascendencia cósmica con pequeñas historias cuasicotidianas en las que tan importante como detener al malo era arreglar el problema con la novia o el dinero del alquiler.
Luego vinieron las revistas, los álbumes, un nuevo mundo de sensaciones para nosotros, todo aquello, en fin, que se dio en llamar cómic adulto, qué definición tan desafortunada. Aún entonces seguimos leyendo superhéroes. O, mejor dicho, nunca dejamos de leerlos que no es, ay, lo mismo. Algo había cambiado. Cada vez resultaba más duro seguir una serie determinada. Por alguna razón encontrar ese fondo de vida detrás de cada personaje se hacía más y más complicado, como si todo el Universo Marvel hubiera degenerado en un magma incoherente de burbujas estancas con poca o ninguna conexión con el resto. Que, por otro lado, eso no es que sea malo en sí mismo. De hecho, algunas de esas burbujas pueden ser obras del calibre de, por ejemplo, La Tumba de Drácula de Marv Wolfman y Gene Colan o Sang-Chi de Doug Moench y Paul Gulacy. El problema es que las series, digamos, principales, es decir, las que de verdad nos hacían ir al quiosco a comprar tebeos, Spiderman, los Vengadores, los 4 Fantásticos, ya no eran lo mismo.
© Eclipse Comics, 1987
Marvel Book nº0 Dibujos de Alex Ross Guiones de Kurt Busiek. Marvel Comics, 1994
Luego llegó la revolución superheroica y con ella la reivindicación del guionista que inopinadamente llega a eclipsar al dibujante.
Repentinamente todo el mundo buscaba como loco las obras de los Moore, Gaiman, Morrison y compañía -ser inglés vestía mucho, sólo Miller parecía estar a la altura-. Eso estuvo bien porque también trajo la aceptación de muchos otros. El problema que, como siempre, para le alguien suba, alguien tiene que bajar y para ello marginó aún más a otro tipo de autores: los artesanos cuyas historias no alcanzaban a deslumbrar por lo ingenioso y original de sus planteamientos. Autores como Kurt Busiek, víctimas de otra de las injusticias, una más, que se cometen torno al tebeo: la adopción tácita de esa teoría que triplica que hay algo así como dos tipos de autores Historieta: el de fondo y el de lujo. Por lo general, esta distinción se aplica más bien a dibujantes pero creo que podemos generalizar sin problemas. Así, los autores de lujo serían, naturalmente, los más dignos de respeto, los que desarrollan una obra personal, no apta más que para paladares preparados, para mentes abiertas capaces de distinguir la auténtica joya entre la bisutería. En cambio, los otros, los de fondo, serían los paridores de obras inmensas en extensión que no en profundidad, estajanovistas de la página, aspiran-, como mucho a la obra entretenida y correcta pero olvidable. Gente, ademas de Busiek como Vance, Messner-Loebs o el recientemente fallecido Greg, capaces de llevar a buen puerto una producción que a otros haría marear, entreteniendo con historieta de sabor a menudo muy clásico, como de toda la vida, sin las enormes y valiosísimas innovaciones formales de los otros, de los buenos. Sin ir más lejos, hace poco hablaba con un conocido y me decía que no le interesaba lo más mínimo Roger Stern porque lo veía incapaz -¡incapaz!- de hacer nada que no hubiera hecho previamente Roy Thomas.
Y si alguien puede ser el paradigma del blanco de estas iras, me temo que éste es Kurt Busiek, alguien al que cabría denominar casi como un todoterreno del superhéroe, si no fuera porque es discutible que Marvels o Astro City sean tebeos de superhéroes. Lo son, sí, pero también son historias comunes, rozando el costumbrismo, con gente normal que vive vidas normales dentro de lo que cabe. Por poner un ejemplo, la historia del periodista novato de Astro City tendría cabida en cualquier antología de relatos sobre los medios de comunicación. Así que habremos de dejarlo en un todoterreno a secas; alguien que es, o fue, si se prefiere, un mayorista del guión, aceptante en sus inicios de muchos trabajos de esos que se ha dado en llamar, tan despectivamente, alimenticios. Tebeos correctos sin más, unas veces más que otras, pero rara vez memorables. Y, sin embargo, visto con perspectiva y asumiendo el casi nulo control real sobre su obra que puede tener en las grandes editoriales americanas un guionista novato, ya pronto vislumbramos una serie de constantes temáticas que se repetirán a lo largo de toda su carrera y, sobre todo, un conocimiento profundo de los personajes que le permite llevar con coherencia y respeto sus planteamientos, aprovechando los matices de cada uno sin caer en inanes despliegues ególatras a lo Byrne. Una labor nada desdeñable desde el momento en que hay tablas con más inflexiones que algunos personajes superheroicos.
Como ya descubrieran Stan Lee en los sesenta y Chris Claremont en los setenta, los personajes, además de salvar al mundo cuando sea menester, para poder funcionar, tienen que comer, dormir e irse a tomar cervezas con la novia y los colegas. Si no, resulta imposible insuflar ese mínimo de realismo en un género que por definición se pretende increíble. No puede ser que cada vez que un héroe sale a comprar el pan se encuentre con Galactus en la cola. Debe hacerse, claro, es algo implícito en la misma esencia del género, pero sin abusar. Como las pastillas, sólo cuando sea necesario o recomendable. Si en las series de televisión buenas los personajes sólo mueren en el último capítulo de cada temporada será por algo.
Si Armageddon o Ragnarok tuviesen que suceder todos los días 7 y 21 de cada mes, pues perderían como mucha chispa ¿no?. Esto es algo que Busiek entiende a la perfección y por eso desarrolla también historias de ésas que antes llamaba pequeñitas, sin proezas cataclísmicas. Sabe ver, incluso en una serie que se presta tanto a ello como los Vengadores, que no todo Goya son aguafuertes ni enormes lienzos en El Prado. Y es que esto, por obvio que parezca, es algo que se le escapa a mucho genio del tema que entiende que la única manera de realizarse artísticamente cuando se trabaja sobre personajes ya establecidos es la demolición para poder plantar un nuevo edificio que sea mucho más alto, brillante y moderno. Algo como que el próximo guionista de Spirou decidiese que, para ponerlo al día, la mejor manera fuera vestirlo de cuero negro y darle un lanzagranadas o una pistola láser. O las dos cosas, que en estos asuntos es mejor no ser cicatero. Bueno, pues este demencial punto de vista fue el habitual en Marvel durante buena parte de los noventa. El que un determinado personaje o serie evolucionara era visto como un lastre que impedía que se acercaran lectores nuevos que sustituyeran a los que por la razón que fuera se iban alejando. Hasta que alguien decidió volver la vista atrás, un poco, tampoco mucho, y analizar un tebeo que había visto la luz unos pocos años antes. Ese tebeo era Marvels, de Kurt Busiek y Alex Ross.
Cuando apareció Marvels, se produjo un fenómeno curioso. En un principio, su publicación se dirigió a ese público ya madurito, teóricamente minoritario, que seguía comprando tebeos Marvel por nostalgia y al cual se podría esquilmar conveniente con un producto lujoso y caro. Sorprendentemente el éxito fue tal que, además de llevarse algún premio, hubo de ser reeditado varias veces y llevó a sus autores a la fama. Toda una sacudida cuyos efectos, extrañamente, tardaron unos años en dejarse notar. Por misteriosas razones, las mentes pensantes de la editorial, obsesionadas en la búsqueda de un público que no acababan de encontrar a pesar de la creación continua de monstruosas mega-sagas que involucraban a decenas de personajes cada vez, no repararon en que a lo mejor lo que hacía falta eran más obras así. Porque Marvels, una vez despojado de todo el andamiaje nostálgico es, sobre todo, un excelente tebeo, inteligente, en el que Ross, con un dibujo pausado, sin estridencias, desarrolla perfectamente la idea que plantea Busiek, un relato sosegado, casi intimista, en el que se plantea una nueva a la vez que respetuosa, casi reverente, visión de historias legendarias, de historias que habían marcado a toda una generación de lectores de tebeos, ofreciéndoles el punto de vista que siempre se había tomado de forma inconsciente: el del observador asombrado que intenta asumir los prodigios que dan nombre a la serie, convertidos ahora en un telón de fondo frente al que vive gente normal cuya vida bien podría transcurrir entera sin cruzarse nunca con uno de estos seres fabulosos y sin embargo no puede huir de ellos. Una idea que Busiek retomará en su gran obra maestra: Astro City.
Astro City, Volumen II N° 1. Guión de Busiek y dibujos de Anderson y Blyberg, en la edición española de World Comics, originalmente en Homage Comics. Image, 1996.
Como Moore en Miracleman y Watchmen, Busiek descubre que los habitantes de un mundo con superhéroes no pueden ser como nosotros. Nadie en sus cabales puede abstraerse de la idea de que existen seres capaces de destruir el planeta casi sin proponérselo. Como si el terror nuclear se manifestase continuamente con alguna pequeña bomba aquí o allá. La gran diferencia entre Busiek y Moore es que donde el inglés es básicamente pesimista, Kurt asume también que la existencia de superhéroes ayudaría a la gente normal a sentirse más segura frente a la existencia cotidiana, que les ofrecería algo, por ingenuo que fuese, en lo que creer.
Sería un error reducir al guion puro y duro el mérito de Marvels. Hay otras facetas que lo convierten en un gran tebeo. Una de ellas es la planificación visual. Ya hemos dicho que el ritmo es templado. Se alternan planos cortos y largos, buscados cuidadosamente, aunque a veces es discutible la ruptura de la viñeta, recurso del que Ross abusa un poco. Todo ello da un aspecto clásico, con soluciones a veces ajenas al código estándar de los febeos de superhéroes hoy en pía, más cercano a los quiebros y requiebros visuales de un Jim Lee, por ejemplo.
Busiek comprende y aprecia lo bastante las normas no escritas del género como para ser capaz de sortearlas sin romperlas. Es capaz de moverlas y girarlas lo suficiente como para que ofrezcan nuevas vistas de lo mismo sin necesidad de alterarlas en su esencia. De ahí viene, supongo, el que ahora a Busiek y a otros como él, Mark Waid sin ir más lejos, se les llame neotradicionalistas. Sorprende, como mínimo. El tebeo de superhéroes, como el cine de vaqueros, siempre me han parecido los géneros más proclives al desarrollo de un código cerrado, algo que se puede achacar a que son los más propios en sus respectivos campos. Es decir, los más vírgenes, los que, de alguna manera nacen y crecen con el medio que les da vida. Y eso tiende a generar unas reglas más estrictas desde el momento en que se dificulta la importación de hallazgos desde otros medios. En cambio, al mismo tiempo facilita el desarrollo de nuevas posturas narrativas, de enfoques novedosos sobre situaciones que no tienen porque serlo, lo que, paradójicamente, los puede hacer más flexibles. Y eso es lo que tenemos en Astro City.
Sea Devil nº1 Guión de Busiek yDibujos de Giarrano y Palmer. DC Comics, 1997
El desenvolvimiento y estudio del mismo concepto de superhéroe y sus implicaciones en la sociedad en la que se desarrolla. Algo que difícilmente podría llevarse a cabo, al menos hasta el punto que quiere Busiek, utilizando los personajes de las grandes editoriales, siempre atentos a las implicaciones de las historias en la imagen de los personajes. Así que se inventa un entorno nuevo, propio. Eso tiene un problema, claro, que es la dificultad para poder realizar las historias cortas, aquellas en las que sólo quiere mostrar una faceta puntual, un bosquejo, de un determinado personaje, sin tener que recurrir a una innecesaria y probablemente tediosa presentación. Así que hace una trampilla: los personajes que pueblan su nuevo y personal mundo no son totalmente cosecha propia. Generalmente son versiones básicas, estilizadas, de personajes ya conocidos a los que luego moldea y redefine a su gusto. Con ello consigue que cuando inicia una historia cualquiera, el lector avisado tenga las coordenadas básicas de partida. Ese conocimiento previo ayuda sin llegar a ser imprescindible, sin impedir el disfrute de la serie a quienes carezcan de él. Sólo añade algunas lecturas en una serie trufada de ellas, de historias de todos los tamaños, grandes y pequeñas, de éxitos y de fracasos, historias dentro de historias, con su planteamiento, nudo y desenlace -¿alguien duda de que, tarde o temprano se nos ofrecerá la del Agente de Plata?-. Historieta con mayúsculas, además espléndidamente dibujada. Como casi todos los dibujantes que colaboran con Busiek, Anderson se implica plenamente en el proyecto con un dibujo sugerente y trabajado que aporta matices nuevos a cada narración.
Pero ya hemos dicho que Busiek es un autor polivalente y, al tiempo que Astro City, lleva varias series más. Aparte del un tanto discreto Iron Man -discreto para él, cuidado, que no es un mal tebeo en absoluto- también guioniza con regularidad tanto Thunderbolts como Los Vengadores. Dos series que han desatado entre los aficionados línea dura, los que escriben a los correos y discuten en las tiendas especializadas, una polémica curiosa, por decirlo finamente, sobre qué serie es más interesante, si Thunderbolts que parte de una idea original suya, o Los Vengadores, una serie de toda la vida, con treintaitantos años de historia pero también de lastre. A mí me recuerda a lo de si queríamos más a papá o a mamá. Al final todo es cuestión de puntos de vista, algo en lo que, ya debería haber quedado claro a estas alturas, considero a Busiek un maestro. En el primer caso retoma la idea de la redención, la ruptura con el pasado, algo que le atrae ya desde sus inicios con Liberty Project y que ahora, con más experiencia y tiempo, afronta desde dentro, desde los propios personajes, a los que toma de entre los muchos secundarios infrautilizados que han visto la luz en cerca de cuatro décadas, auténticas páginas en blanco, resolviendo las situaciones de modo mucho más sutil, creíble y, para qué negarlo, entretenido.
Todo lo contrario que con Los Vengadores. Los principales actores de la serie ya están definidos desde el principio, dificultando el estudio de personalidades y motivaciones que sí puede llevar a cabo con los Thunderbolts. Son héroes que hacen lo que hacen porque sí y punto. En ese sentido es significativo el que decida cambiar de serie a Ojo de Halcón, su personaje favorito y el que siempre ha considerado más desaprovechado por la editorial. Y, sin embargo, se las arregla para ofrecer una nueva luz sobre las andanzas de los héroes más poderosos de la Tierra. Sólo que ahora la luz viene de fuera, como corresponde a unos personajes sujetos a un intenso seguimiento por parte de todo el mundo, poco menos que obligados a salvar la humanidad cada vez que aparece una amenaza de suficiente calibre.
No me gustaría terminar sin resaltar otra de las características más notables de Busiek, que es su capacidad de buscar dibujantes apropiados para cada uno de sus proyectos. O, si se prefiere, de adaptarse a las facultades de los que trabajan con él. Alex Ross, Brent Anderson o George Pérez, para mi los mejores dibujantes con los que ha contado, dan lo mejor de sí mismos que, dicho sea de paso, no es poco. Algo que, por otra parte es uno de los valores habituales de esos guionistas de raza de los que hablaba al principio y a los que he pretendido también rendir un pequeño e insuficiente tributo en estas líneas. Autores que, como Busiek, hacer tebeos siempre dignos, capaces del verter su talento en cualquier proyecto que se impongan o se les imponga sobreponiéndose al impulso ególatra que tanto daño hace a veces. Pergeñadores de historias, algo tan bonito como cuentistas, una palabra que hemos cubierto de tantos significados peyorativos que al final hemos tenido que inventar la cursi redundancia de cuentacuentos o, aún más redundante, escritores de cuentos, como si no pudieran ser escritores a secas. Ojalá algún día valoremos a todos estos autores oscuros que también hacen grande la Historieta. Que el gran premio del Saló de Barcelona a los hermanos Quesada no sea un espejismo sino la primera señal palpable de que al final se va a hacer un poco de justicia en esto de la historieta.
Publicado en la revista Dentro de la Viñeta nº8 , año 2000
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