miércoles, 17 de agosto de 2016

ALFONSO FONT, EL NARRADOR IMPLACABLE

por Yexus

La reciente publicación de su trabajo en un clásico italiano del western como Tex y, sobre todo, la afortunada iniciativa de Glénat dedicando una colección monográfica a recuperar su obra, otorgan merecida actualidad a uno de nuestros más sólidos, prestigiosos y veteranos valores.

Estamos hablando de un autor ajeno a modas éticas o estéticas, cuya labor mantiene una media de calidad tan uniforme como elevada. Estamos hablando de Alfonso Font. Capaz de moverse en los más variados registros arguméntales o gráficos y de combinar el entretenimiento más genuino con el
compromiso social y humanista, su labor fue reconocida en 1993 con el Gran Premio del Salón de Barcelona y en 1996 con el prestigioso premio Yellow Kid otorgado en Lucca. El As Negro y Barcelona al alba son los álbumes publicados por Glénat mientras que el tomo Los asesinos debería propiciar en Planeta la edición del resto de su trabajo protagonizado por Tex. Los cuatro son brillantes y dispares ejemplos del trabajo de Font pero solo constituyen muestras representativas de una fructífera trayectoria que rebasa ya las cuatro décadas.






Viñetas de Historias Negras publicada en la revista Cimoc en 1984

Cruzando los Pirineos
Alfonso nace en Barcelona en agosto de 1946. Inmerso en la magia del dibujo desde muy pequeño, a los 5 años disfrutaba ya con las colecciones de cromos de su abuelo y prefería leer tebeos a jugar al fútbol en la calle. No extraña que cumplidos los nueve se atreva a bosquejar sus primeras viñetas.
Dibujante autodidacta, todavía es un adolescente cuando comienza a trabajar en la editorial Bruguera casi a título de aficionado. Aunque su verdadero debut tiene lugar hacia 1963 en Toray, con populares colecciones como Hazañas del Oeste y Sioux.

Huyendo del paupérrimo mercado español, los siguientes diez años proporcionarán a Font trabajos para Europa y Estados Unidos a través de agencias como Bardon Art y Selecciones Ilustradas, la célebre empresa de Josep Toutain inmortalizada por Carlos Giménez en Los Profesionales. El dibujante barcelonés llegaría incluso a firmar algunas páginas para el célebre magazine de Marvel Dracula Lives!.


Viñeta de Géminis publicada en la revista Spirit en 1976. Con guión de Carlos Echevarría.


Las mencionadas agencias surten de material de género a editoriales como Fleetway, Skywald o Warren y en su seno crea entre 1973 y 1974 la serie Géminis, trabajo de sindicación que será comercializado en diversos países. Por ejemplo, en Francia se publica en la revista Virus y en España en el magazine Spirit dos años más tarde. Está escrita por Carlos Echevarría y protagonizada por Phil Jackson, un agente doble que opera bajo el nombre clave de Géminis para el servicio de inteligencia británico durante la I Guerra Mundial. Sus peripecias a lo largo del mundo permiten al dibujante desplegar una cuidada documentación y mostrar ya sus dotes para las escenas de acción con un grafismo rico en texturas de diverso tipo, aunque aun ocasionalmente deudor de clásicos norteamericanos como Caniff, Sickles o Robbins.



Mil novecientos setenta y cinco supone un paso crucial para la carrera de Font, ya que sus expectativas de trabajo le impulsan a viajar e instalarse en París. Allí publicará en cabeceras como As y Scop pero, sobre todo, se ganará el respeto del lector galo con dos series para la célebre revista Pif : Sandberg, padre e hijo y Los Robinsones de la Tierra. La primera estaba escrita por un joven Patrick Cothias y presentaba al abogado manco Erick Sandberg compartiendo aventuras policiacas con su hijo Paul en un marco parisino contemporáneo. Mientras que la segunda desarrollaba un guión de ciencia-ficción de Roger Lecureux de orientación juvenil, cuyos cuatro protagonistas se ven confinados a una Tierra prehistórica y perseguidos por un tirano galáctico. Font, con un grafismo más que competente, brinda la necesaria espectacularidad e incorpora el uso del color.

El éxito de Los Robinsones de la Tierra permitió prolongar la serie durante tres años pero no era tan fácil la adaptación al nuevo país para la familia del dibujante catalán: su esposa no encuentra trabajo y su hija de tres años no se integra en la escuela por causa del idioma. Lo que, sumado al fin de la dictadura franquista, motiva el regreso definitivo a Barcelona en 1977.
Replanteamientos
De nuevo en su propio país, Font encuentra que por fin se dan las condiciones apropiadas para poder expresar un mensaje político de forma explícita en el cómic. Lo hace colaborando en algunas páginas de carácter crítico para la revista El Cuervo con Carlos Giménez, con quien había trabajado ya en Francia -en los Dossiers Misterio- y con quien había intentado incluso organizar un sindicato de autores en España. También colabora en el combativo proyecto editorial del colectivo Trocha -después Troya- con la serie Parral. Y, sobre todo, asume la parte gráfica de una serie creada por Víctor Mora para el semanario La Calle: Tequila Bang. Se trataba de una atractiva heroína, tan concienciada como sensual, que asumiendo las maneras de un James Bond femenino se enfrentaba a dictadores y fascistas a lo largo y ancho del planeta. En Huracán en Felicia se alineó con la oposición de una república bananera y en Contra el Club Tenax -esta vez con Usero y Giménez como el Taller Premia- desbarató una conspiración de la ultraderecha española. No faltaba en la serie la acción, el humor y las obligadas raciones de destape propias de la Transición. Contemplada hoy en día resulta un tanto ingenua y maniquea, si bien era una lógica reacción a innumerables años de infantilización y censura de este y otros medios, además de jugar un significativo papel en el empleo de la historieta como herramienta de divulgación ideológica en tan difíciles días.




Font todavía conserva sus lazos laborales con el país vecino, como demuestra la participación en un especial de Pif dedicado a Julio Verne en 1979. Pero quizá la experiencia de dibujar productos acordes con sus particulares inquietudes junto a ciertas desavenencias con guionistas como Lecureux terminan por decidirle a escribir sus propias historias. Y es así como al inicio de los años 80 comienza a señalizar dos títulos donde, sirviéndose de diversos géneros populares, consigue plasmar sus reflexiones políticas, sociales o ecológicas, fórmula que mayoritariamente viene utilizando hasta la fecha. Se trata de Historias Negras y Cuentos de un futuro imperfecto. La primera, aparecida en la revista Creepy -y posteriormente en Cimoc-, habla de un horror a escala cotidiana y palpable, de la miseria, la estupidez y el egoísmo de los seres comunes y corrientes. La segunda fue publicada en 1984 y se sirve de amenos episodios fantacientíficos para extrapolar los alegatos críticos del autor.
En ambas oscila del realismo al extremo más oscuro o sarcástico del humor. Gráficamente, exhibe un estilo vigoroso y efectivo, depurando progresivamente el uso de la mancha negra y la trama mecánica, de la iluminación y la composición de viñeta o página. Pero, en cualquier caso, es ahora cuando encuentra su propia voz: una voz madura y afinada por diez años de concienzudo trabajo. Y así lo reconocerán los medios y el público cuando le otorgan el Premio 1984 y el Premio del Club Amigos de la Historieta.

Euforia y autogestión
Pero aquellas fechas no solo vieron despegar la trayectoria más personal de Font. También comenzaba el fenómeno que durante la primera mitad de la década se dio en llamar el boom del cómic en España; se creaba el Saló barcelonés, las revistas proliferaban en los quioscos y, junto a nuevas firmas, otros muchos autores conocidos en Europa y América como él se ganaban el fervor popular en su propio país: Bernet, Ortiz, Fernández, Sommer, Giménez o Leopoldo Sánchez fueron algunos de ellos. Tal euforia, incluso, propicia en 1982 el nacimiento de una nueva revista gestionada por los propios autores -en calidad de socios trabajadores- y editada por Distrinovel. Su título era Rambla y sus responsables Carlos Giménez, Adolfo Usero, Luis García y Josep María Beá, a los que se une un Font laboralmente descontento con Toutain.





Para la revista crea una nueva serie, titulada Clarke & Kubrick, retomando a dos personajes nacidos en un episodio de Cuentos de un futuro imperfecto. De nuevo el color y la ciencia ficción, presentando como novedad el registro humorístico en las desventuras de estos chapuceros espaciales trasuntos de los padres de 2001. Fue una especie de buddy movie galáctica con exceso de dialogo pero ingeniosas tramas que homenajeaba a clásicos del género como Asimov, Philip K.Dick o Robert Sheckley. Se prolongó durante dos años, derivando su argumento progresivamente hacia la pura comedia en detrimento de la aventura fantacientífica.
Desafortunadamente, la inadecuada gestión de los impulsores de Rambla condujo a una inexorable descapitalización. García y Beá deciden asumir la condiciones económicas resultantes, Font se retira del proyecto para entrar en la agencia Norma. Es allí donde concluye la serie, concretamente en los mensuales Cimoc y Cairo, una conclusión motivada en gran parte por su escasa repercusión comercial en Francia. Porque el trabajo del autor catalán siempre encuentra eco en el mercado europeo, una industria que le vio formarse como dibujante y a la que ahora regresa en plena madurez creativa. Sus trabajos aparecerán hasta finales del siglo XX en cabeceras tan clásicas como Pilote, Charlier o Circus y en editoriales como Soleil, Glénat, Vaillant o Magic-Strip.






Viñeta de Los Robinsones de la Tierra publicada en la revista Cimoc en 1982. Con guión de Roger Lecureux



Personajes de carne y hueso
Font publica su siguiente título en 1983: El prisionero de las estrellas. Y lo hace en las páginas de Cimoc, cabecera en la que normalmente señalizará sus trabajos durante su permanencia en Norma Editorial hasta finales de los noventa. Persiste en el género de ciencia-ficción con esta nueva obra pero vuelve al empleo de un blanco y negro definitivamente personal y capaz de mantener un asombroso equilibrio entre claridad y minuciosidad. La brillante puesta en escena y la espectacularidad en la descripción de ambientes futuristas definen esta aventura sobre un fugitivo rebelde que busca su razón de ser en un mundo totalitario y postapocalíptico. Acción y misterio se suceden en esta historia de larga extensión y desenlace inesperado que sin embargo sufre un progresivo descenso de calidad gráfica en el último tramo. Tras su recopilación en forma de álbum, la serie conocería una continuación en 1988, El paraíso flotante, trabajo solvente pero de inferiores pretensiones y con el color añadido a cargo de Marta Cardona.



Diferentes historias cortas también aparecen durante los 80 en diversos extras y cabeceras de la editorial -parte de los cuales configuran el álbum de Glénat El As Negro-, además de las disparatadas tiras protagonizadas por Federico Mendelsson Bartholdy en las páginas de Cimoc.

Mil novecientos ochenta y cinco no solo verá publicado el divertimento erótico Carmen Sonden la revista satírica A tope y la contribución de Font al álbum colectivo de Amnistía Internacional sobre los Derechos Humanos, sino que contempla el germen de uno de los personajes más emblemáticos y celebrados del autor: Jon Rohner. En realidad nace con el nombre de Jann Polynesia tras el afán del dibujante por transcribir sendos cuentos de London y Stevenson, Las terribles Salomón y La isla de las voces, respectivamente, ambos ambientados en los Mares del Sur. En dicho escenario desarrolla un guión ameno de carácter aventurero y en un tono desenfadado que solo desvelará su verdadero potencial años más tarde.




En 1987 firma el episodio Y tu, ¿qué has hecho por la victoria? para la serie sobre la Guerra Civil escrita por Víctor Mora en Cimoc y también dibuja para el magazine Circus la serie Alise et les Argonautes. Es este un guión de su viejo amigo Patrick Cothias que consiste en una fábula sobre la manipulación colectiva protagonizada por una heroína tan decidida como sexy. Atributos ambos que también pueden aplicarse, por cierto, a su siguiente personaje de creación propia, sin duda otro de los más sólidos en la carrera de Font: la periodista conocida como Taxi.


Una profesión que en realidad propicia la aventura urbana -y posteriormente transoceánica, incluso- en una serie de peripecias que van del género negro al thriller de misterio, siempre con un trasfondo que propicia el comentario social o político; es decir, el tráfico de armas o drogas se entremezcla con oscuras tramas xenófobas y hasta conspiraciones golpistas, aunque no es menos evidente el hipócrita y omnipresente peso de los grandes poderes tácticos.



La humanidad de los personajes es palpable, un verismo al que contribuyen no poco las localizaciones concretas y el tono costumbrista. Ya que Barcelona es un ideal telón de fondo, ciudad que el autor conoce con todo detalle, aunque también se sirve de cualquier otro rincón del mundo con puntilloso sentido documental. Cediendo protagonismo la mancha y las texturas a un acertado uso del color, Font alumbró tres historias de larga duración entre el 87 y el 90: El laberinto del dragón, Un crucero al infierno y La fosa del diablo, donde se confirma sin lugar a dudas como un narrador ejemplar.

Mientras trabaja en el ciclo de la arriesgada reportera, Font decide explorar más a fondo las posibilidades del mencionado Jann Polynesia hasta llegar a remodelarlo en una nueva identidad, con un dibujo y planteamiento más realistas y el nombre con el que se le conoce hasta la fecha.
Es así como surge en 1988 un personaje tridimensional, el marino Jon Rohner, que convive en Samoa con el propio Stevenson y cuyas historias no solo comparten la magia del escritor escocés sino la de clásicos como Conrad o el mencionado London sin excluir algunas dosis de Corto Maltes. Rohner es socarrón, temerario y descreído, conteniendo sus aventuras un componente romántico que alude al sentido de la maravilla exótica e incluye suaves dosis de crítica histórica o antropológica. Unas aventuras teñidas también de pasión y melancolía, que reivindican la amistad, la memoria y las excelencias de un buen relato.

Font desarrollará siete historias de longitud corta y media hasta el año 92, consiguiendo un clima plenamente evocador con su dibujo cuidadoso y perfectamente documentado pero, sobre todo, con el empleo de un color que reproduce el luminoso cromatismo de las latitudes australes.

Dos grandes obras
Aun sin figurar entre las producciones más relevantes del autor, reviste un evidente interés la colección de historias publicadas durante 1991 que bajo el título genérico de Privado exploran la figura del detective clásico. No sin abundar en algunos clichés del género, propone seis guiones de distinto calibre y atractiva resolución; los dibuja con una trazo sintético y tosco, ajeno al detallismo que le caracteriza y por ello quizá en concordancia con el género que recrea. Por la misma razón, a pesar del añadido cromático, el juego de sombras y rayados resulta fundamental a la hora de definir atmósferas y estados de ánimo.

Amén de ilustraciones para la prensa y otros medios, Font llega a participar en 1992 en el ambicioso pero irregular proyecto auspiciado por la Comisión del Quinto Centenario para conmemorar el desembarco de Colón. Y lo hace con el álbum La epopeya de Chile -dentro de la colección Relatos del Nuevo Mundo-, un guión de Sánchez Abulí que insiste en distanciarse del componente colonialista inherente al llamado Descubrimiento.

Pero sin duda es a mediados de esta década cuando materializa dos de sus más ambiciosas producciones, proyectos frustrados a largo plazo aunque también sus últimos y más personales trabajos de gran envergadura hasta la fecha: Negras tormentas y Bri D'Alban.

La primera fue un guión del escritor Juan Antonio de Blas que no apareció bajo el sello de Norma sino publicada por entregas durante 1994 en la nueva revista de la editorial Glénat española, Viñetas. Historia, costumbrismo y género negro se dan cita en un magnífico relato ambientado en la turbulenta Barcelona de los años 20, con los enfrentamientos entre anarquistas y pistoleros de la patronal como violento escenario para una trama de misterio protagonizada por el periodista Pere Marsé; días de incertidumbre los de este periodo de entreguerras que contemplaba el nacimiento de los fascismos europeos, un periodo tan bien descrito por los autores de este álbum como los personajes que lo protagonizan, seres ficticios pero tridimensionales entremezclados con figuras históricas como Durruti, Lluis Companys, Antonio Escobar o el cónsul alemán Wilheim Canaris.

La obra fue publicada en blanco y negro, y, lamentablemente, solo en Francia apareció en formato de álbum. Con más de una década de retraso es subsanado el error en el libro actualmente publicado por Glénat y que cambia su título por el de Barcelona al alba, lo que permite disfrutar de un grafismo cuidadoso, documentado y, por supuesto, previsto con el color como imprescindible elemento expresivo. Los autores no descartaban el inicio de una serie pero la compleja coyuntura histórica que describía, tan enraizada en la propia idiosincrasia española, motivó la incomprensión del lector galo.




 Igualmente minucioso y climático es el fresco histórico recreado por Font en Bri D'Alban, una soberbia pieza de ambientación medieval que toma el enfrentamiento entre los cataros y la Iglesia de Roma durante la baja edad media para exponer las condiciones sociopolíticas de la época y desarrollar la particular historia del protagonista. Bri es el hijo bastardo de un señor feudal derrotado por los Cruzados y por la traición más amarga, cuyas aventuras son descritas con un trazo suelto y expresivo donde el color define magistralmente los matices de la naturaleza. Y donde, obviamente, resulta crucial un trabajo de documentación pormenorizado que incluyó excursiones fotográficas del autor a la Occitania francesa.

La obra suponía el inicio de un ciclo vital de aprendizaje que se proyectaba en tres álbumes pero desafortunadamente todavía no ha pasado del primero.

Incertidumbre, nuevos rumbos
La historieta en España atraviesa malos tiempos y la palabra crisis se convertirá en recurrente y hasta tópica en boca de profesionales y críticos. Font se encuentra en la tesitura de buscar nuevos mercados.

Menudean, pues, en la segunda mitad de los 90 algunos encargos para la Industria norteamericana, como la serie publicada por Penthouse Comix Dra. Dare, una revisitación en clave erótica de los viejos seriales de aventuras que había contado ya con las firmas de clásicos como Gray Morrow o el mismísimo Dan Barry. O su participación en The Big Book of Grimm, álbum de Paradox Press que mostraba los cuentos de los famosos hermanos en sus versiones más originales y crudas, donde participaron más de cincuenta artistas. Entre ellos, nombres tan dispares como los de Roger Landridge, Charles Vess, Keith Giffen o Marshall Rogers.


Pero será el mercado italiano el que se beneficie de la sabiduría gráfica y narrativa de Font desde 1998, concretamente el gigante editorial Bonelli y sus títulos dedicados al veterano personaje de Tex. Tras conseguir la participación en las aventuras del ranger de nombres españoles del prestigio de Ortiz, Blasco, Bernet, Segura y De la Fuente -y aun de clásicos norteamericanos como Joe Kubert-, tres han sido los títulos firmados por el autor catalán hasta la fecha: Los asesinos, La legge del deserto y Nei territori del Nordovest, todos escritos por Mauro Boselli y de cuyo formato, contenido y estilos ofrece cumplida documentación Norman Fernández en el número 21 de esta revista y en el libro Tex habla español, publicado por la Semana Negra en 2002.

Se ratifica así una paradójica y lacerante situación en el mercado hispano: a la riqueza de una oferta tan ecléctica como desbordante para el lector se contrapone la fragilidad de una industria que hoy por hoy -y puntuales excepciones aparte- apenas puede mantener a sus autores viviendo exclusiva y profesionalmente del medio.


Publicado en la revista Dentro de la Viñeta nº31, año 2005

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