martes, 15 de marzo de 2016

Tebeos por los que merece la pena saber leer: Superlópez y La gran superproducción

 Publicado por Pedro Torrijos

La gran superproducción
Portada de la 3ª edición.
“Lárgame un cilindrín, fotero”
Marcelino Vinopán

A veces la vida es una mierda.

El trabajo —cuando lo tienes— te asquea, tu equipo de fútbol no levanta cabeza, empiezas a buscar en los mostradores del supermercado alguna versión UltraMax de Grecian 2000, piensas en que lo más importante de la portada del periódico es el anuncio de Boston Medical Group y que lo tomarías en verdadera consideración si no fuera porque tu ex te ha dejado y ahora se dedica a llenar su muro de Facebook con fotos al lado de su nuevo novio. Tan guapos, tan felices, tan juntos.

En estos casos, algunas personas prefieren caminar por el borde de un acantilado mirando las olas, mientras meten las manos en los bolsillos de una gabardina imaginaria y tararean mentalmente canciones de Loquillo y los Trogloditas (en el caso de que sean mesetarios, se puede sustituir el acantilado por alguna decadente estación de tren de cercanías y las olas rompientes por yonquis rompientes, que también dan miedo). En definitiva, deciden hundirse desmedidamente en la más fecal de las miserias para luego resurgir cual refulgente —si bien olorosa— Ave Fénix.

Yo, que soy de natural pusilánime pero optimista, siempre recurro a mis amigos. A los nuevos y a los viejos. Porque los amigos son aquellos que te animan, que te dan la razón y también te la quitan; los que te aconsejan o te acollejan, mas siempre para ayudarte a tirar palante. Y sobre todo, los amigos son esos seres que te recuerdan una de las pocas condiciones verdaderamente humanas que nos quedan: la risa. Con ellos te ríes, a ellos les haces reír y ellos te hacen reír.

Y yo tengo un viejo amigo al que siempre vuelvo porque me garantiza echarme unas risas. Vamos, unas risas de las que te sacan lagrimones del tamaño y la forma de la campana gorda de la catedral de Toledo. Él no lo sabe, pero ya iba siendo hora de que le agradeciese tantas veces que ha impedido que me vaya a dar una vuelta por la estación de Villaverde Bajo, que no vean lo rompiente que se pone en ciertas épocas del año.

Ese amigo es Superlópez y dónde más me hace reír es en La gran superproducción.

¡Cachis la mar!

[SPOILERS: A partir de ahora, se incluirán algunos detalles de la trama y el argumento de La gran superproducción. Están avisados, aunque si les soy sincero, creo que da exactamente igual; ni se les ocurra desaprovechar la oportunidad de leerlo, les diga yo lo que les diga].

Creado en 1973 por Juan López Jan, Superlópez nace esencialmente como una parodia del cómic americano de superhéroes y en particular de su buque insignia, Superman. El personaje se concibe como un gris oficinista que toma el nombre de su creador, Juan López, pero que esconde la identidad oculta de un superhéroe, lo cual le permite desfacer entuertos titánicos, pero también terrenales.

En un principio, los guiones fueron realizados por escritores de la propia editorial —primero Euredit y luego Bruguera— y Jan se dedicó exclusivamente al dibujo, pues él mismo afirmaba no considerarse humorista. Normalmente en historietas cortas de no más de tres o cuatro páginas destinadas a la publicación en revistas periódicas, asistimos a una batería de gags que van desde la pura parodia superheroica hasta la sátira —siempre blanca, eso sí— de la situación española de la época. A esta etapa corresponde la colaboración estable con el guionista Francisco Pérez Efepé que daría lugar a narraciones más sólidas y a la creación, en 1979, de El supergrupo, caricatura patria de los grupos de superhéroes americanos como Los 4 fantásticos o la Liga de la justicia.

En 1980, Jan se erige en guionista y, tal y como venía haciendo Francisco Ibáñez con Mortadelo y Filemón durante una década, comienza a escribir historias de larga duración con un eje argumental único y que se recogerían en tomos completos. Eso que aquellas personas con gafas de no-pasta y que pululan en hordas por los salones del cómic —parece ser la palabra “tebeo” no mola—, han dado en llamar novelas gráficas.

El dibujo de Jan escapa del estilo prácticamente bidimensional de otros españoles coetáneos como el propio Ibáñez o Escobar, introduciendo un preciso control de la profundidad, el movimiento y la perspectiva, aunque aún alejado del paroxismo cinético del cómic americano y sus splash-pages. Sin embargo, los guiones de esta etapa, que se prolongaría hasta la desaparición de Bruguera en 1986, no solo están a la altura, sino que sobrepasan, y con mucho, casi cualquier aventura heroica que pudiese salir de las factorías de Marvel o DC.

Porque eso es lo que distingue estos tomos: un prodigioso sentido de la aventura. Conservan la habitual ametralladora de gags, e incluso contienen una crítica social levemente más acusada; pero sobre todo se conforman a través de las peripecias y las hazañas que el héroe —más héroe que nunca— debe realizar al enfrentarse a un enemigo, una amenaza o un plan maléfico que atenta contra prácticamente toda la humanidad.

Para ello, Jan toma referencias más o menos directas, como La invasión de los ultracuerpos para Los alienígenas (1980) o El señor de los anillos para El señor de los chupetes (1981); pero también algo más difusas, como en La semana más larga (1981), que es un homenaje al noir, o en Los cabecicubos (1983), divertidísima sátira contra los totalitarismos. Y además, siempre lleva a cabo una precisa labor de documentación que se ve reflejada en los muy cuidados fondos visuales y argumentales donde se desarrollan las andanzas de nuestro particular superhéroe y sus acompañantes. Acompañantes que terminarían siendo personajes recurrentes del universo Superlópez, como el autoritario pero resignado Jefe, el pelota Jaime González, el hierático Inspector Hólmez o la quisquillosa Luisa Lanas.

Oye ¿tú sabes lo que es una script-girl?

En 1984, en medio de la quiebra de Bruguera —lo cual se puede apreciar de alguna forma en el guión—, Jan escribe y dibuja La gran superproducción. Y La gran superproducción es un tebeo distinto.

La historia comienza con un derribo de la cuarta pared. En la primera página vemos a un relajado y postvacacional Juan López hablando directamente a los lectores. De igual manera, a lo largo del tebeo aparecen algunas técnicas de dibujo que contribuyen a la confirmación de esta autoconsciencia ficticia, como las viñetas que se “despegan” del papel. Este recurso, muy significativo en otros medios culturales y que sería enormemente celebrado dentro del propio mundo del cómic en ejemplos como el Animal Man de Grant Morrison o el personaje de Deadpool en Marvel, se trata aquí con ligereza y total conocimiento de su escasa relevancia para lo que le interesa contar a Jan: el cachondeo sin freno.

Viñeta “despegada”.

Porque esto es esencialmente lo que diferencia a La gran superproducción de los álbumes anteriores de Superlópez; ya no hay enemigos mortíferos, peligrosas amenazas contra la humanidad ni heroicas aventuras. El tebeo es una galopante sucesión de incidentes y acontecimientos de índole más mundana, narrados con pulso vertiginoso y puestos al servicio del puro descojone.

A grandes rasgos, la trama del álbum gira en torno a las vicisitudes que se encuentra Llauna Films S. A. —antigua oficina del protagonista, reconvertida en productora cinematográfica— para llevar a cabo la filmación y posterior estreno de su primer filme: Tronak el Kárbaro.

Lo cierto es que inicialmente la película debería ser el histórico biopic de Jaume I el Conquistador, pero merced a un vodevilesco error, el guión elegido finalmente corresponde al que ha escrito Juan López en un alarde de espantosa creatividad. De esta manera, nuestro gris oficinista, ahora ascendido a gris subdirector, asume la responsabilidad de conducir a buen término el remedo de Conan que ha pergeñado. Lleva este celo hasta tal punto que, en su álter ego superheroico, se hace cargo de contratar a la estrella de Hollywood Valerie Astro, de ocupar la silla del director a medio rodaje y de la totalidad de la postproducción. Todo ello sin experiencia alguna, sin fondos, sin ayuda y con la fecha de estreno pegada al culo. Peliaguda tesitura esta, que nuestro narigón y bigotudo protagonista acomete de forma similar a la de otros conocidos héroes (piensen en Indiana Jones): sin ningún plan preconcebido y resolviendo las situaciones según le vienen dadas. Normalmente mal dadas. Y cuando no hay otra solución, repartiendo puñetes en la icónica silueta que aparece en la portadilla de este artículo, y que es imagen de marca tanto del personaje como del dibujo de Jan.

De igual manera, el tebeo explora y explota una de las condiciones que ya antes se había insinuado en otros tomos, pero que aquí adquiere condición de subtrama: la difícil cohabitación entre Superlópez, director de cine, héroe y guardaespaldas —que vale por cincuenta— de la protagonista femenina del filme, y Juan López, subdirector de la empresa, guionista y novio de la celosa Luisa Lanas a tiempo parcial.

Con todo, el clímax y la apoteosis de este tebeo es el estreno de la película en una sala abarrotada de público, entre el que se encuentran las personalidades más relevantes del filme y de la sociedad civil de la localidad fetiche del universo Superlópez: El Masnou. Empleando otro brillante recurso que, de similar forma a la rotura de la cuarta pared, pareciese querer pasar desapercibido, la historieta opera en hasta cuatro planos de profundidad narrativa yuxtapuesta. La práctica totalidad del último capítulo se desarrolla en páginas de seis viñetas en cuadro fijo, en las que vemos: el sonido y los diálogos del filme, la descoordinación de los mismos con la imagen en la pantalla, los ya mencionados problemas que debe afrontar el protagonista para ser simultáneamente el acompañante de Valerie Astro como superhéroe y el de Luisa Lanas como Juan López, y los comentarios del resto de la audiencia ante el despropósito del que están siendo espectadores.

Leído así suena tan apasionadamente pedante como la crítica que haría un chimpancé con monóculo de la última peli de Wong Kar-Wai, pero créanme, he despertado a vecinos con las carcajadas.

Así que si tienen la oportunidad —y si no la tienen, búsquenla— háganse amigos de este amigo que yo les presento. Busquen en librerías o en tiendas on-line y compren o adquieran La gran superproducción. Y cuando tengan un mal día, ábranlo y sonrían, rían, descojónense, retuérzanse en la silla y lloren con las desventuras de Brut Kanlaster, Cecilio Bemille, Valerie Astro, Miguelito Miguel Gómez, Marcelino Vinopán, Luisa Lanas, Juan López, Superlópez y el estreno de Tronak el Kárbaro.

Además descubrirán la que, para otro buen amigo, Ricardo J. G., “es la mejor frase de la historia del cómic. Español, europeo, mundial y de esta o cualquier dimensión”:






revista Jot Down

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