El año 1988 se estrenó Blue Iguana, una película serie B de diseño, que jugaba al ensamblaje de la violencia con una cierta modernidad, de los chistes con guiños cómplices, lo que la convirtió en un producto de referencia. John Lafia, el director de aquella película, se declaraba ferviente admirador de Torpedo. Uno se pregunta qué había encontrado el americano Lafia en esta historieta de serie negra elaborada por dos ciudadanos de probada bonhomia, instalados en barrios de la periferia de Barcelona como Sant Andreu y el Carmelo; es decir, muy lejos de los verdadaros escenarios de la serie negra que ellos mismos relatan.
A qué respondía esa admiración por una obra hecha a partir de literatura y cine más que de experiencia sobre el terreno?
Eastwood había realizado entre 1955 y 1958 intervenciones poco importantes en un puñado de películas de la Universal, se había dado a conocer en televisión con la serie Rawhide, pero hasta el período 1964-1966 en que protagoniza la famosa trilogía de spaghetti westerns con Sergio Leone, no encuentra la filosofía para sus películas: es decir, cine comercial pero no rutinario; heredero de la tradición narrativa, pero con una voluntad permanente de dar la vuelta a los temas y, claro está, siempre que se pueda, una mirada humorística sobre las cosas del mundo (como lo demuestra en Bronco Billy o Cazador blanco, corazón negro, por ejemplo).
Es cierto que en un momento en que el western americano agonizaba ahogado en sus propios tópicos, un tipo avispado como Leone, que hasta entonces había picado piedra en el terreno del peplum (Los últimos días de Pompeya, El Coloso de Rodas...), pudo encontrar un filón jugando con arquetipos, fruto de la relectura del género y su reempaquetado en una curiosa mezcla de distanciamiento, modernidad y violencia.
No es casual, por tanto, que Torpedo pertenezca al mismo mundo que los westerns de Sergio Leone. Es un juego distorsionado de arquetipos. Es una relectura de novelas, historietas y películas. Es el fruto del cruce de montones de pulp con la distancia y la tradición gráfica que proporciona una ciudad correctamente ordenada como Barcelona (arriba montaña, abajo mar y en el centro cuadrícula). En este sentido es un producto mucho más sofisticado de lo que a primera vista pueda parecer.
Ciertamente las historias de Torpedo son violentas. Uno no deja de pasmarse con las infames andanzas de Luca Torelli y su colega Rascal. Su maldad puede tener el sentido paradigmático de la de Lee van Cleef en las películas de Leone, pero además hay algo nuevo: la perseverancia de Torpedo en sus juegos de palabras, en su sed de mal, le confieren un lado paródico; es decir, en su alma puede cohabitar Jack el Destripador con el gallo Claudio.
Todo ello responde a un doble juego de transgresión y control, que el dúo Bernet-Abulí, domina a la perfección. En este sentido parecen encarnar la idea de Tácito cuando decía que "tomaba sus resoluciones bebiendo a fin de que no carecieran de energía, y reflexionaba sobre ellas pasada la embriaguez, para que no carecieran de sentido". Por mayores que sean las tropelías de Torpedo y por más caóticas que sean las situaciones narradas, el trazado argumental siempre es diáfano, bien dispuesto, la composición de la página sólida, la planificación impecable, el dibujo riguroso. La idea más arbitraria, nunca cae en el azar.
Hace unos meses con No es oro todo lo que seduce (décimo álbum de la serie), se reemprendía la publicación de la colección Torpedo en una edición muy cuidada y que era el punto de partida de la integral que junto a los nuevos títulos iría recuperando los anteriores. Ahora se acaban de poner a la venta Toccata y fuga y El partido (álbumes 9 y 11 respectivamente). La serie sigue fiel a sus planteamientos por lo que respecta a la violencia y al humor malvado, revisando ocasionalmente el pasado de Luca Torelli (Toccata y fuga o Tirando hacia atrás con ira). Una de estas revisiones, Lolita, es la que propició la defenestración de Torpedo de El País. En el aspecto gráfico me parecen excelentes ya que el resultado es muy esencial, muy desnudo, desprovisto de los convencionalismos que podían detectarse en los primeros episodios de la serie. Incluso Bernet se permite (sin llegar al estilo humorístico que usa en Clara) ser mucho más caricaturesco en la concepción de algunos personajes. Esta voluntad de forzar el registro es evidente en la portada de El partido, en la que vemos a los protagonistas en atuendo de béisbol (portada que, por el momento, solo servirá para la edición española, ya que para la francesa se quiere un Torpedo más típico).
Los nuevos álbumes coinciden con el lanzamiento de Torpedo en comic book, tras haberse iniciado su publicación en este formato en los Estados Unidos. Álbumes y comic book pueden ser complementarios. Unos recogen las historias en color y otros muestran una panorámica cronológica de toda la serie en blanco y negro, es decir tal como la concibieron Bernet y Abulí. No es ninguna tontería.
Publicado en la revista Viñetas, Ediciones Glenat, abril 1994
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