En un país formado por miles de Islas, y aislado del continente por el mar, las dos únicas formas de comunicación son la marítima y la aérea.
La aparición de los aviones, rompió la íntima unión del Japón con sus barcos, y creó una especie de fascinación por un medio que les permitía llegar rápidamente hasta sus últimos confines, que les permitía romper fácilmente esa sensación de aislamiento que tienen todos los nativos de islas.
El avión fascinó a los japoneses y, en su vertiente militar, se convirtió en un auténtico mito. Se sintieron unidos a él, como los vikingos lo estuvieron a sus barcos, o los vaqueros a sus caballos. Quizá los kamikazes que se suicidaban atacando los barcos enemigos, lo hacían por devoción a su Dios-Emperador... pero estoy seguro de que, en su corazón, también había un sentimiento de morir con su avión, igual que los viejos lobos de mar se hundían con sus barcos.
Sin entender esa comunión espiritual del hombre con su máquina, se hace difícil comprender las historias que forman este volumen: unas historias que, como sucede en todos los manga, ponen más énfasis en los sentimientos de las personas que en los acontecimientos que se producen. Estos manga, aparecidos originariamente en la revista Model Graphix, dedicada al maquetismo, aparecieron recopilados, junto a otras obras del mismo autor, en el libro El ímpetu del Lobo Solitario, que ya va por su cuarta edición.
Manuel Diez
ALAS DE GUERRA SOBRE EL JAPON.
Guión y dibujos: Seijo Takizawa
Edición española realizada a partir de la edición japonesa
JAPANESE INTERCEPTORS Copyright 1992 Seijo Takizawa/Dai Nippon Kaiga
Publicación de Planeta-De-Agostini año 1995
El género bélico ha gozado a lo largo de la historia de un público muy fiel, y ha invadido todos los campos de la llamada cultura popular: comics, cine, novelas baratas...
En los tiempos modernos, la mayor parte de la producción encuadrada en este género, ha sido ambientada en el escenario de la Segunda Guerra Mundial. Las narraciones que transcurren en los conflictos acaecidos después de la Gran Guerra, han sido muy anecdóticos, y no precisamente debido a la falta de guerras: Palestina, Indochina, Chipre, Congo, China, Corea... En los países que no habían participado directamente en el conflicto, el género se inclinó hacia el lado que más simpatía conseguía entre los lectores. Todos los que tenemos cierta edad, recordamos que en los años cincuenta, hubo una colección de tebeos que se hizo tremendamente popular. Se trataba de Hazañas Bélicas en los que «los buenos» eran los alemanes e italianos, que se enfrentaban a ingleses y norteamericanos. Pero cuando se hablaba de la contienda en el Océano Pacífico, se invertían los papeles, y «los buenos» eran los americanos que habían de luchar con los malvados japoneses. Como ejemplo no hay más que recordar las aventuras de Johnny Comando y Gorila. Supongo que esta contradición podía ser perfectamente asumible dentro del racismo que imperaba en la época.
Los comics, películas y novelas ambientadas en este período histórico se convirtieron en tremendamente populares en los países vencedores del conflicto: USA, Francia, Inglaterra, Australia... Donde la historia se reinventaba una y otra vez, añadiendo mayor gloria a los ejércitos triunfadores. Sin embargo, en los países que habían resultado derrotados, el género nunca llegó a cuajar a niveles populares. Países como Alemania o Italia, que aún conservan en sus quioscos muestras de otros géneros como el western, permanecieron de espaldas a este tipo de narraciones.
Y es que contar historias que «terminan mal» nunca ha sido muy popular.
Pero Japón ha constituido una excepción.
Desde los primeros tiempos de su posguerra, los artistas japoneses hurgaron en sus heridas. Y es que, en Japón, la derrota fue mucho más dramática.
Si los muertos alemanes e italianos se contaban por millones, los japoneses también. Si Alemania e Italia quedaron arrasadas, Japón también. Si los alemanes vieron ocupado el suelo de su nación, los japoneses también. Pero los japoneses perdieron más, mucho más.
En primer lugar se desmontó todo un conjunto de creencias que venían de siglos atrás, constituyendo su modo de vida, y contemplaron atónitos como su Dios (El Emperador), era despojado de sus atributos divinos y convertido en un simple mortal.
Y como punto álgido de su tragedia, vieron como desde el cielo, caía la muerte en una forma que
nunca antes había presenciado la historia. El holocausto de Hiroshima y Nagasaki, que obligó a
capitular al Japón, era mucho más terrible que perder una batalla, o que el derrumbamiento de un
frente.
Supongo que los japoneses debieron ver las dos bombas atómicas, como algo suprahumano, algo a lo que no podían enfrentarse, ni casi comprender.
En occidente resulta tremendamente patético el gesto de los kamikazes, los pilotos que a los mandos de su avión, se lanzaban contra los buques americanos buscando hundirlos, aún a costa de sacrificar sus propias vidas. Pero dentro de todo, aquello tenía una lógica interna: el precio que pagaba el piloto era el más alto, pero tenía la posibilidad de causar daño al enemigo.
Y, sin embargo... ¿qué se podía hacer frente a una muerte que aparecía por primera vez desde el cielo, arrasándolo todo, y dejando larvada en los supervivientes una muerte invisible que seguiría cobrándose vidas durante muchos años después?
Creo que los japoneses, debieron de vivir aquello no como una derrota, sino como un horror de unas proporciones tan incalculables que no cabía dentro de la guerra.
Y lo peor es que tenían razón.
Ahora, cuando se han cumplido los cincuenta años del lanzamiento de la bomba, tenemos la suficiente perspectiva histórica para comprender que aquello fue el comienzo del más terrible camino que jamás haya podido emprender la humanidad.
Esta sensación de no haber sido derrotados por los ejércitos enemigos, y sí haber sido aplastados por un algo superior a toda lógica humana, hizo que sus artistas no rehuyeran hablar de la guerra.
Además, tenían una necesidad interior de explicar lo que habían visto, lo que habían sentido, lo que habían sufrido... porque lo que a ellos les había sucedido, no tenía parangón con lo ocurrido a sus aliados.
Hay múltiples narraciones sobre los supervivientes de las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, entre las que destaca Barefoot Gen, de Keiji Nakazawa. Pero también abundan las historias de pilotos de aviones, de soldados de a pie, de marinos de guerra...
Por todo esto, merece la pena asomarse a las historias de guerra que han realizado los artistas
japoneses. Los únicos derrotados que se han atrevido a encarar su historia reciente, en los medios
de comunicación más populares.
Y lo han hecho contando unas historias que no están construidas sobre los momentos triunfantes
que vivió el ejército del Sol Naciente, ni sobre la victoria que podría haber sido y no fue.
Son historias en las que se mira a las personas, y en las que se recuerda instantes de pequeña gloria personal, o de alegre camaradería, o de ligero sufrimiento... Y en las que el elemento mágico sirve para ocultar el dolor a lo que no se comprende.
Los que sean aficionados al género de guerra, que se olviden de Hazañas Bélicas, de El Sargento
Rock, de Battler Britton... y de tantas y tantas epopeyas heroicas.
Esto es otra cosa. Está escrita por los vencidos y, conforme vas pasando las páginas, no puedes evitar que te invada la sensación de estar violando un sentimiento muy íntimo y personal.
Juanjo Sarto
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