Juan Maldonado
Desde que en 1979 apareció en los quioscos el primer número de El Víbora han transcurrido ocho años y casi un centenar de números. En este tiempo la publicación de José María Berenguer se ha destacado (aparte de por un marcado protagonismo de los sectores marginales) por una voluntad decidida de señalar diferencias. Aparecida en un momento de general optimismo, en el medio tanto como en el país, se adscribió a lemas como el de "Comix para supervivientes", que, si bien hace referencia a una supuesta dureza del lector de la publicación, alude al tiempo a todo un grupo social rebotado de la antigua oposición al régimen, sobre el que ya planeaban las sombras del desencanto y del pasotismo. Antiguos consumidores de revistas como Star y Ozono, el comic social del Equipo Butifarra ó los Tebeos del Rollo, se veían desplazados y sin ninguna publicación donde encontrar aquel underground incipiente. casero y militante que había brillado a mitad de la década. El auge del comic adulto en esos dos últimos años no se había correspondido con ninguna creación de índole contracultural. Éste es el espacio en que se iba a mover El Víbora.
Pese a que el underground llegaba con 15 años de retraso (o quizá precisamente por eso), la respuesta fue entusiasta. Se convirtió en una revista comprada por todo tipo de público. Agotó sus 20 primeros números, de los que pertinentemente sacó una segunda edición (que volvió a agotarse en parte). Puso en los quioscos un Especial Golpe al precio de 99 pesetas apenas tres semanas después del 23-F, en un alarde editorial sin precedentes. Se encumbró con series de origen extranjero como El Borbah, de Burns; Ranxerox, de Liberatore y Tamburini; Amor limpio, de Veyron, o El cerdo Edmundo, de Rochette. Coincidiendo con el bienio 1982-1983, se produce el llamado boom del comic. Aumentan las tiradas, aparecen más y más revistas; algunas entidades privadas y públicas toman cartas en el asunto en forma de subvenciones a exposiciones, jornadas y revistas. La saturación del mercado engendra desequilibrios en el mundo editorial y confusión en el público lector.
En los años de la movida y de la no menos publicitada posmodernidad destacan dos revistas que incidirán en las ventas de El Víbora. Hablamos de Madriz y, más especialmente, de Cairo. Esta última apostó por lo que se dio en llamar la línea clara, generando una polémica entre comic recreativo, de influencia belga, y comic comprometido, ante los que El Víbora va a proponer una tercera vía, la llamada línea chunga, cuya representación más patente es la revista Makoki.
Pese a coincidencias de índole estética (ambas publicaban autores comunes como Torres, Swarte y Roger) y a un interés compartido por la renovación del panorama, El Víbora y Cairo mantenían posiciones encontradas. El enfrentamiento se saldó con la desaparición de Cairo en su número 30 (más tarde volvería a abrirse, pero ya con diferente equipo y con su línea editorial sensiblemente alterada).
En esos 30 meses la revista de Berenguer había cambiado. El país era distinto. La competencia había obligado a marcar distancias. Los imitadores no escaseaban. A los primeros autores se habían sumado otros como Boada, Das Pastoras, Damián, Diego, Galiano o Calonge, que aportaron un toque de experimentación y trajeron nuevos aires. Los autores clásicos se consolidaban con producciones como Érase una vez en el barrio, de Gallardo y Mediavilla; Taxista, de Martí, o Peter Pank, de Max. Otras características de estos años fueron el montaje de la exposición Perpetuum Mobile, dedicada a la historia de la revista; la grabación de vídeos para TV-3 por algunos de sus autores; la traducción al alemán de Dame gomina, Mariolina (compleja si las hay); el pleito de los herederos de Quintero, León y Quiroga contra Nazario por una versión sui géneris en comic de Ojos verdes; la participación como guionistas de escritores como Andreu Martín o Lo Duca, y finalmente, el hecho de que algunas de las mejores series, como Ansiedad, de Pons, o Esmeraldas y vírgenes, de Martí (guión de Onliyú), quedaran interrumpidas.
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