Hasta el 13 de diciembre puede visitarse en la National Gallery de Londres La imagen en el espejo, una de las muestras intelectualmete más ambiciosas de los últimos tiempos. Al menos sesenta obras de otros tantos maestros de la pintura mundial -Jan van Eyck, Velázquez, Rembrandt, Ingres, Matisse, entre otros- proponen una profunda reflexión sobre el significado de la imágenes y su representación artística a lo largo de la historia.
FRANCISCO CALVO SERRALLER
Con el título de La imagen en el espejo se puede visitar, en la National Gallery de Londres, una interesante exposición, que estará abierta al público hasta el próximo 13 de diciembre. Bajo la responsabilidad de Jonathan Miller, que publica un concienzudo ensayo Sobre la reflexión, se han reunido 60 obras, que abarcan todas las épocas, culturas y técnicas; en realidad, más que nombres o estilos, lo que allí se busca son imágenes que, en el sentido más amplio del término, tengan que ver con la representación de los reflejos visuales. Evidentemente, siendo el tema de la imagen reflejada en el espejo uno de los más concurridos en la pintura occidental moderna y contando con los riquísimos fondos de la National Gallery de Londres, está garantizado de que se entrada que las obras maestras pictóricas no iban a ser escasas, como, de hecho, así ocurre. Baste con citar, a modo de ejemplo, la presencia del retrato del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, o de la Venus del espejo, de Velázquez. Luego, claro, están los Rembrandt, Parmigianino, Turner, Ingres, Matisse, etcétera.
En todo caso, las imágenes seleccionadas no están aquí en función de su calidad, sino, insisto, para ilustrar el complejo y apasionante asunto de la reflexión visual, cuya posibilidad de análisis es ciertamente muy amplia. Distribuida en media docena de estancias, el enunciado de las mismas nos ilustra acerca de la ambición intelectual del planteamiento de la muestra: En, por, a través; El brillo de la mirada; Superficies virtuales; Autorreconocimiento; Autocontemplación, y Otro punto de vista. Con estos títulos, nos percatamos, en efecto, de que se ha intentado repasar casi todo lo concerniente con la imagen reflejada, desde lo meramente perceptual a lo psicológico y lo moral, lo que, a su vez, conlleva un inventario de reflejos artísticos de una variedad asombrosa, no sólo desde un punto de vista temático, sino también técnico. Y aunque, a partir de este tipo de propuesta, hay muchos ejemplos de lo que podríamos calificar como virtuosismo ilusionístico, un poco en la línea del trompe-l'oeil o trampantojo, casi siempre se atisba en el fondo algo más que un simple problema óptico: el crucial de la identidad y sus vertiginosos corolarios, la identificación, la reflexión, los cuales, como acaece con lo verdaderamente hondo de la psique humana, nos acaban remitiendo, más allá de la psicología o la sociología, a cuestiones filosóficas sobre la vida y la muerte.
Estamos, en suma, ante un tipo de exposición de tesis, hoy cada vez más frecuentada, que prescinde por completo del punto de vista del historiador del arte o en la que éste ocupa un papel meramente subsidiario. En el fondo, lo que importa es ciertamente lo que la imagen refleja y no tanto su calidad artística formal, si bien eso tampoco significa que una imagen de contenido denso no haya de ser, la mayor parte de las veces, asimismo de gran riqueza artística. Sea como sea, a través de esta clase de iniciativa, se nos anuncia una nueva manera de mirar, y, naturalmente, de mirar el arte o a través del arte, que ya está muy alejada del formalismo contemporáneo, algo muy, si se quiere, de nuestra cultura posmoderna.
Una muestra así –intelectual, culturalista– exige, si se pretende una comprensión cabal, la lectura del catálogo o, al menos, un esfuerzo por descubrir las claves conceptuales de su planteamiento y organiza-zión. Esto ocurre, sin duda, con la exposi que comentamos, pero también hay que advertir que esta necesidad de comprensión del trasfondo no expulsa al visitante poco propicio a semejante esfuerzo.
No lo hace, en principio, porque las imágenes artísticas poseen a la una elocuencia imposible de controlar totalmente, sea cual sea la perspectiva elegida, pero, sobre todo, si la selección es buena, como ocurre con la muestra que estamos comentando, porque el visitante puede contemplar bellísimas obras.
Por último, La imagen en el espejo nos ofrece el estímulo de mezclar sincronía y diacronía, y al romper con una lectura lineal del tiempo, limpia de prejuicios y estereotipos la mirada del contemplador y lo enfrenta con el mirar desnudo, el desafio inexcusable de quien se quiere' relacionar con el arte. Imagínese, por ejemplo, lo que supone recorrer una sala en la que alinean Stevens, Velázquez, Parmigianino, Hoogstraten, Metsu, Dahl o Gaertner, por citar los autores de los cuadros emplazados en la primera estancia del recorrido. Y es que, a veces, no basta con mostrar, hay que incitar la mirada y el mirar.
El Pais, 24 de octubre de 1998
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