viernes, 11 de noviembre de 2011

Toulouse Lautrec

Los secretos de un gigante
por Fietta Jarque



En el Moulin Rouge (1892). Óleo sobre tela. Propiedad de The Art Institute of Chicago. Una de las obras más conocidas de Touluose Lautrec, recoge la atmósfera sórdida y alegre de este local, que hizo famoso.


 Ciertas imágenes, ciertos cli­chés, de la vida de Henri de Toulouse Lautrec, como la caricaturización de su baja estatura, su alcoholismo, su ensal­zamiento de la vida prostibularia parisiense de finales del siglo pasa­do, la traición a sus orígenes aris­tocráticos y su temprana muerte por sífilis a los 36 años, han termi­nado por popularizarse y parecer datos suficientes sobre la vida de un artista que fue ante todo eso: un lúcido creador.
La imagen del pintor ebrio y despechado de la película Moulin Rouge, de John Huston, quiso ser un homenaje al pintor, pero se quedó en un retrato parcial y de­cadente de una personalidad mu­cho más rica y compleja. Las grandes exposiciones retrospecti­vas se han convertido en el recur­so más usual para esta especie de recapitulación, de actualización de un personaje que vive cons¬tantemente en la memoria, pero que puede ser reconsiderado a una nueva luz. En estos días se exhibe en la Hayward Gallery de Londres una muestra que incluye cerca de 70 pinturas y 100 dibu­jos, grabados y afiches realizados por Henri de Toulouse Lautrec. La exposición permanecerá abierta hasta el 19 de enero y lue­go se verá en París en febrero. La exhibición de esta amplia selec­ción de sus trabajos viene acom­pañada por un extenso catálogo con textos de Claire Freches­Thory, Anne Roquebert y Ri­chard Thompson (publicado también en español por Julio 011ero-Leonado, de Luca Edito­res), en el que se propone una lec­tura más informada y serena de la vida y obra del pintor francés.
Estos textos no pretenden desmentir los aspectos más cono­cidos de la vida de Toulouse Lau­trec, sino ahondar en sus motiva­ciones y situarle en el contexto de un tiempo en el que su conducta disoluta distaba mucho de ser ex­cepcional. Calificarlo simple­mente de pintor maldito es desco­nocerlo y no tener una visión cla­ra de la época. Toulouse Lautrec dejó los círculos exclusivos,, pero provincianos, de su familia y circuló por los lugares comunes a los elegantes y burgueses en bus­ca de diversión:

 Mujer quitándose las medias (1894). Pintura a la esencia sobre cartón. Una de las obras intimistas de Toulouse Lautrec. Posiblemente, la modelo es una de las sumisas de un burdel.

 A la mesa en casa de madame Natanson (1898). Óleo, aguada y pastel sobre cartón (Museo de Bellas Artes de Houston).



 Henri de Toulose Lautrec, por él mismo (1881). Óleo sobre cartón.

 Pelirroja (El baño) (1889). Pintura a la esencia sobre cartón. El pintor califica esta obra como un desnudo, tal como los concebía él: un deshabillé

cabarés, teatros, salones, cafés concierto, hi­pódromos y fiestas.
En las últimas dos décadas del siglo XIX, época en la que Tou­louse Lautrec vivió en París, el asunto de la prostitución era uno de los que más preocupaba a la sociedad parisiense. Se trataba de mantener cierto control a tra­vés de las casas de tolerancia, donde una madame mantenía bajo su dominio a un número li­mitado de sumisas, pero hacia fi­nales de siglo éstas fueron dismi­nuyendo ante el crecimiento de la prostitución callejera, las llama­das insumisas. Un escritor contó en 1856 202 burdeles; en 1886 ha­bía sólo 80, y, al parecer, en 1888 había 65, con 685 filles de maison. Las insumisas estaban entre las 30.000 y 120.000 en aquellos días.
No es posible precisar cuánto tiempo pasaba Toulouse Lautrec en los burdeles de París, y hay quienes mantienen que pasaba temporadas viviendo en ellos; pero una parte importante de su obra recoge aspectos de la vida cotidiana de estos lugares y estas mujeres. Muchos otros pintores de su época pintaron temas de burdeles, aunque ninguno dedicó tan alto porcentaje de su obra como Toulouse Lautrec a este mundo.
Las prostitutas son ante todo, para este pintor, seres humanos. No las caricaturiza, no las retrata como seres angustiados ni tam­poco alude a sus relaciones con los clientes. El artista entra en el mundo femenino con una mirada desprejuiciada, lejos de una posi­ción de dominio, simplemente queriendo penetrar en aquellos momentos íntimos de las mujeres solas en su vida común. La serie de grabados Elles es un ejemplo de esto. Las prostitutas no son un motivo para cuadros eróticos, salvo en el caso de los retratos de lesbianas. No es abiertamente obsceno ni cae en lo sentimental. Si hizo algunos dibujos porno­gráficos fue sólo para divertir a sus amigos, que los colecciona­ban. En una de sus exposiciones los dispuso en una pequeña salita aparte a la que invitaba sólo a personas de mucha confianza.

De izquierda a derecha: Polvo de arroz (1889) Óleo sobre tela. Museo Van Gogh, Amsterdam. Retrato de penetrante intensidad. La clownesse Cha-u-Kao (1895). Óleo sobre cartón. El pintor se acerca con frecuencia a esta actriz de cabaré desde diversos ángulos. Condesa de Toulouse Lautrec en el salón de Mahormé (1887). Óleo sobre lienzo. Uno de los retratos que hace de su madre.

De izquierda a derecha: La mujer de la boa negra (1892). La galería de mujeres de Toulouse Lautrec toma formas y colores expresivos. El doctor Jules-Emile Pean (1891). Óleo sobre cartón. Lautrec no se prodiga en retratos de hombres. En éste late una sutil ironía.

 Montmartre el barrio preferido de Toulouse Lautrec, tam­poco era exclusivo de una clase empobrecida y de los lugares de diversión barata. De los 6.000 ar­tistas que vivían en París en 1870, unos 1.500 vivían en Montparna­se. Los lunes por la mañana ha­bía un mercado de modelos, fami­lias enteras de inmigrantes se pa­seaban por el bulevar de Mont­parnase con la esperanza de ser contratadas para posar para los artistas.
Jules Renard hace una des­cripción detallada de Lautrec. "Es un herrero diminuto con quevedos. Un pequeño saco divi­dido en dos, en el que coloca sus piernas. Labios gruesos y manos como las que dibuja, huesudas, con dedos anchos y separados, pulgares semicirculares. Suele hablar de las personas muy pe­queñas como dando a entender `bueno, ¡yo no soy tan bajo como eso!'. Al principio te hace sentir mal porque es tan pequeño; des­pués, le ves tan lleno de vida, tan amable, interrumpiendo sus fra­ses con pequeños gruñidos que salen de sus labios como pasa el viento por una puerta con burle­te. Es tan grande como su nom­bre. (...) Siempre el mismo gruñi­do, siempre el deseo de hablarte de cosas que 'son tan estúpidas que son interesantes'. Y peque­ñas gotitas de saliva vuelan hacia sus barbas".
Entre sus contemporáneos, tanto pintores como escritores, los bajos fondos de París eran un tema común. La originalidad de Toulouse Lautrec fue su trata­miento tanto de los personajes como de la composición, de su capacidad de síntesis y el color. Era capaz de dar temperatura a una escena. Se dedicó con pasión al grabado y fue el artista que ele­vó definitivamente la litografía a la categoría de arte mayor.
En los años noventa decaía el naturalismo —en el que se habia formado Lautrec— agotado en sus remedos de la realidad, y as­cendían otras corrientes, como la de los decadentistas provocado­res como Huysmans o Verlaine, los simbolistas y los nabis. Si bien en una ocasión la policía hizo re­tirar un cuadro suyo sobre lesbia­nas del escapa-

 El sofá. Óleo sobre cartón. Una de las más logradas escenas de lesbianas del artista.


Justine Dieuhl (Mujer sentada en un jardín) (1891). Óleo sobre tela. Uno de los escasos retratos de Lautrec al aire libre.


 rate de una galería, Tolouse Lautrec no solía causar grandes escándalos, aun­que no faltaron las críticas de los más conservadores que conside­raban sus obras escabrosas.
El desarrollo de su carrera profesional fue algo que le preo­cupó en todo momento y ni las más atroces borracheras o las in­tolerables mañanas de resaca le impedían asistir a una cita en el taller de grabado. Sus afiches fueron impactantes y señalaron un cambio definitivo en la histo­ria de las artes gráficas, pero no hay que olvidar que en primer término estos trabajos eran para la promoción y la publicidad, tanto de los que anunciaban como de quien los creó. Toulouse Lautrec vio sus afiches empape­lando París, y fue muy conocido en su época. Logró, eso sí, abrir caminos para que el arte se exhi­biera en otros circuitos y amplia­ra su difusión. No se enriqueció con ellos —tampoco tuvo tiempo suficiente—, pero su obra fue ampliamente reconocida. La ma­yor parte de sus cuadros impor­tantes fue expuesta a lo largo de los 20 años de su trayectoria ar­tística, incluidas varias impor­tantes exposiciones individuales. Vender sus obras no era una ne­cesidad vital porque su familia le pasaba una renta, pero era una manera de reforzar su individua­lidad.
Pero esta visión amortiguado­ra de la vida exagerada de Tou­louse Lautrec no debe hacernos olvidar que iba deliberadamente al encuentro de los aspectos más oscuros de su personalidad y el mundo que le rodeaba. Quiso el exceso, "a pequeños sorbos, pero a menudo", tal como se iba enve­nenando lentamente con la bebi­da. "Lautrec llegó al alcohol por la glotonería y la sensualidad. El alcohol tardaría sólo algunos años en devorarlo", escribe su amigo Thadée Nathason. "No bebía para olvidar su desgracia, pero lo cierto es que bebiendo la olvidaba". En cierta forma, él quiso terminar con su propia his­toria prematuramente. Aun así, la historia no sólo lo ha inmorta­lizado, sino que lo hace revivir con mayor brillo y comprensión que la que él mismo tuvo.

De izquierda a derecha: La Goulue entra en el Moulin Rouge (1892). Una de las modelos favoritas del pintor, una alborotadora cnatante de cabaré. Monsieur Boileau en el café (1893). Aguada sobre cartón. Escena de la agitada vida de las tabernas y cafés de Montmartre. En la Rata Muerta (1899). Óleo sobre tela. Las luces y colores nocturnos de Lautrec representaron una innovación.


 Hijo de Baco y de Venus
La galería de retratos que realizó Toulouse Lautrec a lo largo de toda su carrera tiene el evidente predominio del tema de la mujer. Pocos pintores han sabido intro­ducirse con tal facilidad e inteli­gencia en el privado universo fe­menino. Tanto en los primeros re­tratos de su madre como en los innumerables dibujos, grabados y carteles que dedicó a modelos, actrices y cantantes, Toulouse Lautrec supo captar siempre el momento íntimo, sin violarlo. Fue fiel a los secretos de ellas y a la luz de su misterio.
Hay algunos nombres de mu­jer a los que su historia ha que­dado unido de forma definitiva. Jane Avril (1868-1943) sólo se dedicaba a cantar ocasionalmen­te, era discreta y elegante, más cultivada que la media de las ac­trices y bailarinas del Moulin Rouge. Tenía una amplia corte de admiradores y Toulouse Lautrec era uno de ellos. Él la retrata mu­chas veces, bailando con la pier­na muy alta y con un abrigo de cuello de piel.
La Goulue tenia un tempera­mento totalmente opuesto, era
escandalosa y extravertida, y también contó con su preferen­cia. Loie Fuller (1862-1928), una exótica bailarina norteamericana que conquistó Paris con sus ori­ginales danzas, se convirtió du­rante un tiempo en modelo de Toulouse Lautrec. Yvette Guilbert (1967-1944), apodada La Díseuse de Fin-de-Siécle, fue una de las más luminosas figuras de la no­che parisiense de los noventa, creadora de un estilo de canción sensual y obscena que la hizo muy conocida. La célebre y rotunda Madame Cha-u-Kao tam‑
bién atrajo la mirada del pintor de Montmartre. Lautrec conoció además, en el Moulin Rouge, a la irlandesa May Belfort, de la que hizo varios retratos al óleo y al­gunas acuarelas. Aun en sus últi­mos días tuvo tiempo, en Le Ha­vre, de pasear por las cantinas y hallar a una última mujer que de­jar para siempre sobre el papel, otra cantante: Miss Dolly. La sífi­lis y el alcoholismo lo consumie­ron. Venus y Baco cobran caro sus favores.


De izquierda a derecha. El jockey (1899). Litografía coloreada. En sus últimos años Lautrec regresa ocasionalmente a sus temas ecuestres. En el circo: caballo erguido(1899). Lautrec pinta escenas de circo durante sus días internado en el hospital psiquiátrico.



 Monsieur Henri, pintor
Cuando pensamos en la persona­lidad y el talante de los modelos elegidos por Toulouse Lautrec, nada parece más natural que asemejarlos a sus propias distro­fias físicas, a aquella malhadada apariencia que le hizo ser tachE do de Quasimodo del arte, d€ gnomo o, más vulgarmente, de culo caído, o atribuir sus desga­rros al mundo elegido por él para vivir y morir. Allí donde era el niño mimado al que todos llama­ban "Monsieur Henri".
No se interesó jamás por nada distinto a las personas. "Sólo existe la figura", decía, "el paisaje no es más que un acceso­rio". Y solo pintó hombres, muje­res y algunos pocos animales. Tan sólo se le conoce un bode­gón, y representa, como burla de un jurado, un pedazo de queso camembert. Sus contemporáneos nos han descrito cómo pintaba, lo nervioso de su pincelada, la den­sidad casi acuosa de su ácida pa­leta, lo ensayado y ensayado de su espontaneidad y lo imprevisi­ble de sus últimos resultados. Al­gunos recursos de la perspectiva y otros que afectan al encuadre elegido, a la disposición del color y a la representación del movi­miento, los aprendió Lautrec de los maestros japoneses y de la enseñanza de Degas.
"En Lautrec es un elemento temporal lo que sostiene como textura espiritual la vivacidad de sus dibujos. Incluso lo que está a la moda, comprendido en el sen­tido de la modemité de Baudelai­re, adquiere estilo en la medida en que corresponde a una situa­ción espiritual y da una expresión a lo momentáneo", escribe el crí­tico Götz Adrianai.
Sólo así se entiende que el mismo hombre que decía ha­bía plantado su tienda en un bur­del realizase la serie menos eró­tica de las que se han dedicado a las chicas de prostíbulo. Si De Kooning afirmó que "la carne es la causa de que se inventase la pintura al óleo", Lautrec bien pudo afirmar a su vez que el do­loroso aprendizaje de soportarse a uno mismo fue la causa de que él se dedicase a la pintura.
MARIANO NAVARRO


Litografía de las series Elles (1896). Una de las íntimas escenas de esta serie, no suficientemente apreciada en su tiempo.





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