Los secretos de un gigante
por Fietta Jarque
En el Moulin Rouge (1892). Óleo sobre tela. Propiedad de The Art Institute of Chicago. Una de las obras más conocidas de Touluose Lautrec, recoge la atmósfera sórdida y alegre de este local, que hizo famoso.
La imagen del pintor ebrio y despechado de la película Moulin Rouge, de John Huston, quiso ser un homenaje al pintor, pero se quedó en un retrato parcial y decadente de una personalidad mucho más rica y compleja. Las grandes exposiciones retrospectivas se han convertido en el recurso más usual para esta especie de recapitulación, de actualización de un personaje que vive cons¬tantemente en la memoria, pero que puede ser reconsiderado a una nueva luz. En estos días se exhibe en la Hayward Gallery de Londres una muestra que incluye cerca de 70 pinturas y 100 dibujos, grabados y afiches realizados por Henri de Toulouse Lautrec. La exposición permanecerá abierta hasta el 19 de enero y luego se verá en París en febrero. La exhibición de esta amplia selección de sus trabajos viene acompañada por un extenso catálogo con textos de Claire FrechesThory, Anne Roquebert y Richard Thompson (publicado también en español por Julio 011ero-Leonado, de Luca Editores), en el que se propone una lectura más informada y serena de la vida y obra del pintor francés.
Estos textos no pretenden desmentir los aspectos más conocidos de la vida de Toulouse Lautrec, sino ahondar en sus motivaciones y situarle en el contexto de un tiempo en el que su conducta disoluta distaba mucho de ser excepcional. Calificarlo simplemente de pintor maldito es desconocerlo y no tener una visión clara de la época. Toulouse Lautrec dejó los círculos exclusivos,, pero provincianos, de su familia y circuló por los lugares comunes a los elegantes y burgueses en busca de diversión:
Mujer quitándose las medias (1894). Pintura a la esencia sobre cartón. Una de las obras intimistas de Toulouse Lautrec. Posiblemente, la modelo es una de las sumisas de un burdel.
A la mesa en casa de madame Natanson (1898). Óleo, aguada y pastel sobre cartón (Museo de Bellas Artes de Houston).
Henri de Toulose Lautrec, por él mismo (1881). Óleo sobre cartón.
Pelirroja (El baño) (1889). Pintura a la esencia sobre cartón. El pintor califica esta obra como un desnudo, tal como los concebía él: un deshabillé
cabarés, teatros, salones, cafés concierto, hipódromos y fiestas.
En las últimas dos décadas del siglo XIX, época en la que Toulouse Lautrec vivió en París, el asunto de la prostitución era uno de los que más preocupaba a la sociedad parisiense. Se trataba de mantener cierto control a través de las casas de tolerancia, donde una madame mantenía bajo su dominio a un número limitado de sumisas, pero hacia finales de siglo éstas fueron disminuyendo ante el crecimiento de la prostitución callejera, las llamadas insumisas. Un escritor contó en 1856 202 burdeles; en 1886 había sólo 80, y, al parecer, en 1888 había 65, con 685 filles de maison. Las insumisas estaban entre las 30.000 y 120.000 en aquellos días.
No es posible precisar cuánto tiempo pasaba Toulouse Lautrec en los burdeles de París, y hay quienes mantienen que pasaba temporadas viviendo en ellos; pero una parte importante de su obra recoge aspectos de la vida cotidiana de estos lugares y estas mujeres. Muchos otros pintores de su época pintaron temas de burdeles, aunque ninguno dedicó tan alto porcentaje de su obra como Toulouse Lautrec a este mundo.
Las prostitutas son ante todo, para este pintor, seres humanos. No las caricaturiza, no las retrata como seres angustiados ni tampoco alude a sus relaciones con los clientes. El artista entra en el mundo femenino con una mirada desprejuiciada, lejos de una posición de dominio, simplemente queriendo penetrar en aquellos momentos íntimos de las mujeres solas en su vida común. La serie de grabados Elles es un ejemplo de esto. Las prostitutas no son un motivo para cuadros eróticos, salvo en el caso de los retratos de lesbianas. No es abiertamente obsceno ni cae en lo sentimental. Si hizo algunos dibujos pornográficos fue sólo para divertir a sus amigos, que los coleccionaban. En una de sus exposiciones los dispuso en una pequeña salita aparte a la que invitaba sólo a personas de mucha confianza.
De izquierda a derecha: Polvo de arroz (1889) Óleo sobre tela. Museo Van Gogh, Amsterdam. Retrato de penetrante intensidad. La clownesse Cha-u-Kao (1895). Óleo sobre cartón. El pintor se acerca con frecuencia a esta actriz de cabaré desde diversos ángulos. Condesa de Toulouse Lautrec en el salón de Mahormé (1887). Óleo sobre lienzo. Uno de los retratos que hace de su madre.
De izquierda a derecha: La mujer de la boa negra (1892). La galería de mujeres de Toulouse Lautrec toma formas y colores expresivos. El doctor Jules-Emile Pean (1891). Óleo sobre cartón. Lautrec no se prodiga en retratos de hombres. En éste late una sutil ironía.
Jules Renard hace una descripción detallada de Lautrec. "Es un herrero diminuto con quevedos. Un pequeño saco dividido en dos, en el que coloca sus piernas. Labios gruesos y manos como las que dibuja, huesudas, con dedos anchos y separados, pulgares semicirculares. Suele hablar de las personas muy pequeñas como dando a entender `bueno, ¡yo no soy tan bajo como eso!'. Al principio te hace sentir mal porque es tan pequeño; después, le ves tan lleno de vida, tan amable, interrumpiendo sus frases con pequeños gruñidos que salen de sus labios como pasa el viento por una puerta con burlete. Es tan grande como su nombre. (...) Siempre el mismo gruñido, siempre el deseo de hablarte de cosas que 'son tan estúpidas que son interesantes'. Y pequeñas gotitas de saliva vuelan hacia sus barbas".
Entre sus contemporáneos, tanto pintores como escritores, los bajos fondos de París eran un tema común. La originalidad de Toulouse Lautrec fue su tratamiento tanto de los personajes como de la composición, de su capacidad de síntesis y el color. Era capaz de dar temperatura a una escena. Se dedicó con pasión al grabado y fue el artista que elevó definitivamente la litografía a la categoría de arte mayor.
En los años noventa decaía el naturalismo —en el que se habia formado Lautrec— agotado en sus remedos de la realidad, y ascendían otras corrientes, como la de los decadentistas provocadores como Huysmans o Verlaine, los simbolistas y los nabis. Si bien en una ocasión la policía hizo retirar un cuadro suyo sobre lesbianas del escapa-
El sofá. Óleo sobre cartón. Una de las más logradas escenas de lesbianas del artista.
Justine Dieuhl (Mujer sentada en un jardín) (1891). Óleo sobre tela. Uno de los escasos retratos de Lautrec al aire libre.
El desarrollo de su carrera profesional fue algo que le preocupó en todo momento y ni las más atroces borracheras o las intolerables mañanas de resaca le impedían asistir a una cita en el taller de grabado. Sus afiches fueron impactantes y señalaron un cambio definitivo en la historia de las artes gráficas, pero no hay que olvidar que en primer término estos trabajos eran para la promoción y la publicidad, tanto de los que anunciaban como de quien los creó. Toulouse Lautrec vio sus afiches empapelando París, y fue muy conocido en su época. Logró, eso sí, abrir caminos para que el arte se exhibiera en otros circuitos y ampliara su difusión. No se enriqueció con ellos —tampoco tuvo tiempo suficiente—, pero su obra fue ampliamente reconocida. La mayor parte de sus cuadros importantes fue expuesta a lo largo de los 20 años de su trayectoria artística, incluidas varias importantes exposiciones individuales. Vender sus obras no era una necesidad vital porque su familia le pasaba una renta, pero era una manera de reforzar su individualidad.
Pero esta visión amortiguadora de la vida exagerada de Toulouse Lautrec no debe hacernos olvidar que iba deliberadamente al encuentro de los aspectos más oscuros de su personalidad y el mundo que le rodeaba. Quiso el exceso, "a pequeños sorbos, pero a menudo", tal como se iba envenenando lentamente con la bebida. "Lautrec llegó al alcohol por la glotonería y la sensualidad. El alcohol tardaría sólo algunos años en devorarlo", escribe su amigo Thadée Nathason. "No bebía para olvidar su desgracia, pero lo cierto es que bebiendo la olvidaba". En cierta forma, él quiso terminar con su propia historia prematuramente. Aun así, la historia no sólo lo ha inmortalizado, sino que lo hace revivir con mayor brillo y comprensión que la que él mismo tuvo.
De izquierda a derecha: La Goulue entra en el Moulin Rouge (1892). Una de las modelos favoritas del pintor, una alborotadora cnatante de cabaré. Monsieur Boileau en el café (1893). Aguada sobre cartón. Escena de la agitada vida de las tabernas y cafés de Montmartre. En la Rata Muerta (1899). Óleo sobre tela. Las luces y colores nocturnos de Lautrec representaron una innovación.
Hijo de Baco y de Venus
La galería de retratos que realizó Toulouse Lautrec a lo largo de toda su carrera tiene el evidente predominio del tema de la mujer. Pocos pintores han sabido introducirse con tal facilidad e inteligencia en el privado universo femenino. Tanto en los primeros retratos de su madre como en los innumerables dibujos, grabados y carteles que dedicó a modelos, actrices y cantantes, Toulouse Lautrec supo captar siempre el momento íntimo, sin violarlo. Fue fiel a los secretos de ellas y a la luz de su misterio.
Hay algunos nombres de mujer a los que su historia ha quedado unido de forma definitiva. Jane Avril (1868-1943) sólo se dedicaba a cantar ocasionalmente, era discreta y elegante, más cultivada que la media de las actrices y bailarinas del Moulin Rouge. Tenía una amplia corte de admiradores y Toulouse Lautrec era uno de ellos. Él la retrata muchas veces, bailando con la pierna muy alta y con un abrigo de cuello de piel.
La Goulue tenia un temperamento totalmente opuesto, era
escandalosa y extravertida, y también contó con su preferencia. Loie Fuller (1862-1928), una exótica bailarina norteamericana que conquistó Paris con sus originales danzas, se convirtió durante un tiempo en modelo de Toulouse Lautrec. Yvette Guilbert (1967-1944), apodada La Díseuse de Fin-de-Siécle, fue una de las más luminosas figuras de la noche parisiense de los noventa, creadora de un estilo de canción sensual y obscena que la hizo muy conocida. La célebre y rotunda Madame Cha-u-Kao tam‑
bién atrajo la mirada del pintor de Montmartre. Lautrec conoció además, en el Moulin Rouge, a la irlandesa May Belfort, de la que hizo varios retratos al óleo y algunas acuarelas. Aun en sus últimos días tuvo tiempo, en Le Havre, de pasear por las cantinas y hallar a una última mujer que dejar para siempre sobre el papel, otra cantante: Miss Dolly. La sífilis y el alcoholismo lo consumieron. Venus y Baco cobran caro sus favores.
De izquierda a derecha. El jockey (1899). Litografía coloreada. En sus últimos años Lautrec regresa ocasionalmente a sus temas ecuestres. En el circo: caballo erguido(1899). Lautrec pinta escenas de circo durante sus días internado en el hospital psiquiátrico.
Cuando pensamos en la personalidad y el talante de los modelos elegidos por Toulouse Lautrec, nada parece más natural que asemejarlos a sus propias distrofias físicas, a aquella malhadada apariencia que le hizo ser tachE do de Quasimodo del arte, d€ gnomo o, más vulgarmente, de culo caído, o atribuir sus desgarros al mundo elegido por él para vivir y morir. Allí donde era el niño mimado al que todos llamaban "Monsieur Henri".
No se interesó jamás por nada distinto a las personas. "Sólo existe la figura", decía, "el paisaje no es más que un accesorio". Y solo pintó hombres, mujeres y algunos pocos animales. Tan sólo se le conoce un bodegón, y representa, como burla de un jurado, un pedazo de queso camembert. Sus contemporáneos nos han descrito cómo pintaba, lo nervioso de su pincelada, la densidad casi acuosa de su ácida paleta, lo ensayado y ensayado de su espontaneidad y lo imprevisible de sus últimos resultados. Algunos recursos de la perspectiva y otros que afectan al encuadre elegido, a la disposición del color y a la representación del movimiento, los aprendió Lautrec de los maestros japoneses y de la enseñanza de Degas.
"En Lautrec es un elemento temporal lo que sostiene como textura espiritual la vivacidad de sus dibujos. Incluso lo que está a la moda, comprendido en el sentido de la modemité de Baudelaire, adquiere estilo en la medida en que corresponde a una situación espiritual y da una expresión a lo momentáneo", escribe el crítico Götz Adrianai.
Sólo así se entiende que el mismo hombre que decía había plantado su tienda en un burdel realizase la serie menos erótica de las que se han dedicado a las chicas de prostíbulo. Si De Kooning afirmó que "la carne es la causa de que se inventase la pintura al óleo", Lautrec bien pudo afirmar a su vez que el doloroso aprendizaje de soportarse a uno mismo fue la causa de que él se dedicase a la pintura.
MARIANO NAVARRO
Litografía de las series Elles (1896). Una de las íntimas escenas de esta serie, no suficientemente apreciada en su tiempo.
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