viernes, 28 de octubre de 2011

Peter Beard: El aventurero salvaje


Adicto a las drogas, las mujeres hermosas, las deudas, las fiestas y la naturaleza en estado salvaje, el fotógrafo Peter Beard, 58 años, y sus imágenes y collages son objeto de una retrospectiva en París.
TEXTO: JUAN CABESTRAN
FOTOGRAFÍA: CHRISTOPHE KLAUKE




El mito de Peter Beard, neoyorquino de buena familia –su abuelo inventó el esmoquin– y educado en la Universidad de Yale, comenzó a gestarse en una de las salas principales del Museo de Historia Natural de Nueva York. Allí, un Beard en pantalones cortos quedó atrapado por la visión, imponente y misteriosa, de un grupo de elefantes africanos disecados, y allí mismo se hizo la promesa de conocer a esos animales en su há­bitat. Cumplió su sueño a los 17 años, cuando la llamada de la selva se impuso a la de la campana de comienzo de las clases.



 África en el corazón
Beard, escribiendo sus diarios, bajo un cactus que plantó en su primera visita a Kenia, hace más de 40 años.


La cara de modelo y el cuerpo de atleta del fotó­grafo estadounidense Peter Beard, de 58 años y ahora objeto de una retrospectiva en París, se han ido curtiendo con las embestidas del tiempo y de los elefantes. Es uno de los últimos grandes aventureros. Como él mismo escribió: "La naturaleza ha previsto que los individuos mueran, pero que las especies y los ciclos pervivan".
Adicto a las drogas, las mujeres hermosas, las fiestas y las deu­das, aventurero, sátiro, suicida, egoísta recalcitrante, niño eterno y representante de un tipo de masculinidad políticamente incorrecta, Peter Beard fue acertadamente descrito en una frase por Bob Cola­cello, antiguo director de la revista Interview: "Medio Tarzán y me­dio lord Byron", decretó. Newsweek le llamó "Tarzán con cerebro".
Enganchado desde su primera visita al continente africanc como a una droga dura, vivió desde entonces en Nairobi (Ke­nia), donde se instaló en 1961. Y lo hizo en Hog Ranch, una propiedad adyacente a la granja donde había vivido Karen Bli­xen antes de convertirse en la escritora Isak Dinesen. Dinesen y Beard, que se conocieron en Dinamarca, compartieron la pasión por el problema de la destrucción africana hasta el punto de que la escritora le dijo en una ocasión: "Pocas cuestiones me han conmovido tan profundamente como tu epitafio a la vieja Áfri­ca que estuvo tan cerca de mi corazón".
Se refería Dinesen al ambicioso volumen publicado por Beard en 1965, The end of the game: The last word from paradise, una compilación de textos ecológico-filosóficos sobre la exploración de África, la caza y la extinción de los elefantes, que el fotógra­fo utilizó como metáfora del deterioro de la vida humana en el planeta. Las impactantes series de fotografías en blanco y negro de cientos de piezas de caza abatidas y elefantes muertos en des­composición en el Parque Nacional de Tsavo se cuentan entre las más representativas de Beard. "¿Cuándo aprenderemos que, sencillamente, somos demasiados; demasiados homo sapiens in­genuamente adaptables, vorazmente destructivos, hambrientos, fornicadores, recaudadores, inventores de excusas?", se pregun­taba Beard en The end of the game, título que puede significar el fin del juego o el fin de la caza y que relata la crónica de su particular viaje al corazón de las tinieblas.



 Beard se dirige al almacén de provisiones Karen Blixen.


Y si la vida de Isak Dinesen llegó a popularizarse en el cine por vía de Meryl Streep y Robert Redford en Memorias de Áfri­ca, la de Beard, que tuvo en su juventud aspecto de galán ange­lical y hoy es un perfecto ejemplar de hombre marlboro, es una existencia que está a la altura de cualquier prodigio de la imaginación. Al tiempo que preparaba The end of the game a comienzos de la década de los sesenta, Beard inició también la que sería otra de sus largas obsesiones: coleccionar dibujos, palabras, fragmentos orgánicos e inorgánicos y recuerdos cotidianos en una serie interminable de diarios multimedia compuestos a la luz de la luna que se filtraba por la lona de su tienda de campaña en Hog Ranch (esta afición la imitó luego con gran éxito Andy Warhol, quien documentó de este modo no el hormiguero africano, sino el neoyorquino). Beard vivió también en Uganda, estudiando a los hipopótamos, y de regreso a Kenia, entre 1966 y 1968, dedicó su atención a los cocodrilos del lago Rudolph. Escribió más libros sobre Isak Dinesen y sobre África, recurriendo a un tono profético sobre la debacle de la superpoblación mundial como interminable hilo conductor, y además tuvo tiempo para ser fotógrafo en las mejores revistas de moda del mundo, exponer con regularidad, descubrir a Imán –la modelo que más tarde se casaría con David Bowie– y desplegar una curiosa red de rela­ciones con los más notables miembros de su generación a lo lar­go de sus continuos viajes por el mundo.




 Uno de sus "collages" africanos


 Recopialndo recuerdos para sus diarios: calaveras de rodeodores, piedras, titulares de periódicos, huesos, manchas de sangre... La revista Newsweek le bautizó como "Tarzán con cerebro".


Fue un personaje recurrente en los diarios de Andy Warhol y en las noches" alcohólicas y alucinadas del Manhattan de los años setenta, y su mansión en Montauk, la localidad más selec­ta de Long Island (Nueva York), fue un punto de encuentro in­dispensable para famosos de la época, desde Mick y Bianca Jagger hasta Elizabeth Taylor, Candice Bergen, Lee Radziwill o Carole Bouquet. Long Island supuso también su entrada en con­tacto con la dinastía Kennedy. La estrecha amistad que Beard entabló con Jacqueline después de la muerte de JFK le valió para alternar con la ex primera dama y con Aristóteles Onassis en Grecia. Jackie fue, en realidad, quien le regaló su primer diario, forrado en cuero. Beard hizo de canguro de Caroline y John John en más de una ocasión y en su cuarto de baño todavía cuelgan sus dibujos infantiles. Mientras, por su campamento de Nairobi pasaban a visitarle amistades de otras familias notables de Esta­dos Unidos, como los DuPont, Mellon o Rockefeller. Aparte de su fama de mujeriego empedernido y atleta sexual, estuvo casa­do con Minnie Cushing, con la actriz Cheryl Tiegs y con Naj­ma Janum, una heredera de la nobleza de Afganistán con quien tuvo una hija, Zara, que ahora tiene ocho años.
Su amigo Francis Bacon le retrató más de 30 veces: "A veces encuentro a Picasso demasiado frívolo", ha dicho Beard. "Era un genio que todo lo hacía con facilidad. Bacon, en cambio, poseía una concentración demoníaca. Sólo una vez me he sentido a su altura; cuando comí champiñones alucinógenos"
"No soy un planificador. Nunca he tomado una decisión so­bre nada en mi vida. Lo bueno que tiene África es que puedes escaparte para siempre", dijo Peter Beard a Vanity Fair en un artí­culo revelador donde algunas de las personas que han pasado




 Peter Beard en su tienda de Hog Ranch, rodeado de objetos personales.


 Bañandose en una de las tiendas de Hog Ranch.


por el torbellino de su vida le delatan también como irresponsable, endeudado hasta las cejas y egoísta brutal, aparte de falsificador de arte masai y adicto a la marihuana, los alucinógenos y la cocaí­na para escapar de una realidad con la que casi nun­ca estuvo satisfecho. Beard se ha definido a sí mis­mo como un fotógrafo que reniega de la fotografía (odia el exceso de tecnología que se interpone entre el ojo y el objeto) y como un artista que trata de es­capar del arte.
En su sempiterno argumento ecologista, Beard se ha quejado también de la forma en que el con­servacionismo ecológico, en su vertiente sentimen­tal-caritativa (que asocia a "ricos de Park Avenue con perros pequineses"), y la vulgarización de la caza, el turismo y la aventura han dado al traste con su visión de una naturaleza incorrupta y romántica. "Ahora mismo", escribió en 1988, "humanos y animales están rompiendo literalmente la columna vertebral de la naturaleza".
El pasado mes de septiembre, cuando se encontraba en plena sesión de fotos en la frontera con Tanzania, una elefanta embis­tió contra Peter Beard y le aplastó contra el suelo, abriéndole la pantorrilla y provocándole una fractura quíntuple en la pelvis. Le salvaron milagrosamente en el hospital de Nairobi. El accidente, del que todavía convalece, estuvo a punto de convertirse en la metáfora perfecta para el fin de Beard: literalmente aplastado por su propia pasión. Pero en un mundo de medias tintas, Beard so­brevivió para declarar otra vez que es "la persona más irrespon­sable que se pueda conocer", prometiendo con ello muchos años más de una fructífera existencia al límite.


 Preparando una nueva sesión de fotos. Aparte de publicar sus reportajes en las mejores revistas del mundo, Beard ha encontrado tiempo para escribir varios libros, defender la naturaleza, exponer su obra, descubrir a la modelo africana Imán y cultivar amistades que van desde Francis Bacon hasta Warhol o los Kennedy.

Originales, los diarios de Beard relatan sus vivencias cotidianas y agrupan todo tipo de objetos.

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