domingo, 23 de octubre de 2011

El museo secreto

 Goya, Velázquez o Zuloaga se esconden en Nueva York. Es la colección más sorprendente del arte español fuera de nuestro país: la Hispanic Society. Pero sólo la visita una media de 70 personas cada día. Éste es un recorrido por el museo del olvido.
Por Enric González. Fotografía de Derry Mooretienen.


 La Hispanic Society debe su existencia a la obsesión por el arte es­pañol de un rico herede­ro estadounidense: Ar­cher Huntington. El edifi­cio central (izquierda) se inauguró en 1908. Es un mastodonte de piedra en forma de caja que no tie­ne ventanas. Huntington decía que no las necesi­taba: "Las ventanas son los cuadros". Su distribu­ción interior (derecha) está inspirada en los pa­tios españoles.

 Hasta su muerte, Huntington compró y compró maravillas del arte español. En la foto, cuadros (de izquierda a derecha) de Zuloaga, Viladrich 

Broadway arriba, a la altura de la calle 155, se oculta uno de los lu­gares más extraordinarios de Nueva York. En realidad, no se oculta, pero casi nadie lo ve. Hay cifras: 20.000 visitantes anuales, un promedio de medio centenar al día. Casi nadie. ¿Qué hace falta para atraer al público? ¿Unos cuantos veláz­quez, goyas, grecos? ¿La mayor obra de Sorolla? ¿La primera edición del Quijote? ¿El incunable más antiguo de La Celesti­na? En el caserón de la calle 155 está todo eso y mucho más. Por seguir con las ci­fras: 800 cuadros, 6.000 aguadas y dibujos, 1.000 esculturas, 6.000 muebles, vidrieras, tejidos y joyas, 15.000 estampas, 175.000 fo­tografías, 15.000 libros anteriores a 1701, 240.000 libros posteriores a 1701, 200.000 manuscritos de los siglos XII al XX, piezas arqueológicas y una inmensa colección de numismática, todo procedente de la pe­nínsula Ibérica.

La soledad que envuelve ese tesoro es uno de los misterios. El otro misterio es Archer Milton Huntington, o, más exacta­mente, la razón por la que el niño más rico de Estados Unidos se obsesionó con España. La biógrafa de Huntington, Bea­trice Gilman Proske, sugiere que la clave, el Rosebud del pequeño magnate, fue The Zincali, una historia de los gitanos en Es­paña escrita por George Borrow. Huntington leyó ese libro a los 12 años y, según Proske, ya no pensó en otra cosa que en España.
Puede ser. Pero The Zincali, un relato en el que los viajes del autor por la Anda­lucía de 1830 se aderezan con generosas dosis de tópico, dista de ser una obra maestra y no presenta a España bajo la luz más favorecedora. Huntington escribió un diario en su infancia y en él debió de de­positar el secreto de su epifanía. Aunque era un hombre aficionado a guardarlo todo, años más tarde arrojó al fuego la ma­yor parte de esos cuadernos.
Archer Milton Huntington nació en Nueva York el 10 de marzo de 1870. Es difí­cil exagerar el crecimiento económico de Estados Unidos en aquel tiempo, recién acabada la guerra civil con la victoria com­pleta del norte industrial. Era la época en que el petróleo se llamaba Rockefeller, la banca se llamaba Pierpont Morgan y los fe­rrocarriles y astilleros se llamaban Hun­tington. Archer era hijo único de Collis Potter Huntington, fundador y propietario del Central Pacific Railroad y de los asti­lleros Newport News Shipbuilding and Drylock Company, y de Arabella Duval, una dama aficionada al arte y a la litera­tura francesa.
Si las razones de la obsesión española permanecen en el misterio, se sabe cuán­do y dónde comienza la obsesión por los  museos. Fue el 12 de agosto de 1882, en el Museo del Louvre. El pequeño millonario viajaba por Europa con un tutor, y el pro­pio Huntington documenta aquella fecha y el impacto estético que sufrió en París: "Fui al Louvre esta mañana. Parece una frase muy sencilla, pero todavía hoy, cuan­do recuerdo aquella experiencia, sé que fue vital para mí. ¡Tantos kilómetros de cuadros! Dejé a Quinlan, el guía, y eché a andar por mi cuenta, maravillado. Al cabo de un rato ya no veía los cuadros. Pensé que era tonto y me encontré mal, y me senté a descansar. Y de repente se me pasó el malestar y el cansancio, y me entraron ganas de cantar. Había algo en todos aque­llos objetos misteriosos que me turbaba y me emocionaba (...). No sabía nada de pin­tura, pero tuve la intuición de que me en­contraba en un mundo nuevo".


250.000 LIBROS. En la biblioteca, a la izquierda, hay 15.000 libros españoles anteriores a 1701 y 240.000 posteriores a ese año. Además, en el museo hay varios retablos de la Edad Media. A la derecha, un retablo leonés de finales del siglo XV. Su autor es desconocido.



Dos años después, el Huntington adolescente montó su primer museo: sie­te cajas de madera convertidas en ga­lerías. con fotos de cuadros y esculturas pegadas en las paredes. Por esa misma época, a los 14 años, empezó a estudiar es­pañol con una profesora de Valladolid que acudía diariamente a su residencia neo­yorquina. Y escribió una novela de caba­llerías inspirada en Amadís de Gaula que tiempo después acabó en el fuego, como los diarios.
Huntington estaba destinado a here­dar el imperio de su padre. Sin molestarse en seguir estudios universitarios –iba a ser dueño de una fortuna inmensa y podía tener en casa a los mejores catedráticos–, empezó a trabajar en los astilleros y a compaginar la afición al arte con la ges­tión empresarial. Lo mismo hizo su primo Henry Edwards Huntington, que acabó creando la más extensa red de tranvías eléctricos del planeta en la región de Los Ángeles (los tranvías que aparecen en las películas mudas de los Keystone Cops o Laurel y Hardy) y mientras tanto fundó la extraordinaria Biblioteca de San Marino en Pasadena. Pero Archer no soportaba la vida corporativa, ni siquiera como pro­pietario. A los 20 años, en 1890, anunció a su familia que iba a dedicarse a establecer museos y a promocionar la cultura espa­ñola. Lo de los museos parecía gracioso, pero la manía española sonaba directa­mente ridículo; en aquel momento, sólo Turquía rivalizaba con España en materia de decrepitud y desprestigio internacio­nal. El primo Henry se burló a fondo del pobre Archer.
Al año siguiente, impasible ante las mo­fas y las regañinas, Huntington empezó a preparar su viaje iniciático a España. Es­tudió árabe, para familiarizarse con el me­dievo ibérico; se desplazó a Cuba para prac­ticar la lengua y comprar libros (tres de ellos, ejemplares únicos), y contrató a uno de los mejores hispanistas de Estados Uni­dos, W I. Knapp, profesor en la Universidad de Yale, para que le acompañara como tu­tor. A esas alturas. su padre ya se había he­cho a la idea de que Archer no iba a seguir sus pasos, y lo aceptó bastante bien.
El 22 de junio de 1892, el joven magna­te y el tutor embarcaron hacia Francia y después, por ferrocarril, se dirigieron ha­cia España. Burgos fue la primera parada. Visitaron A Coruña, Barcelona, Baleares, Cádiz..., hicieron largas excursiones a lo­mos de mula y finalmente llegaron a Ma­drid. Las impresiones de aquel primer via­je se plasmaron en un libro poético, Cua­derno de notas del norte de España, en el que Huntington abunda en ciertos tópicos: "La imaginación tiene alas en este lugar. Pronto uno respira lo irreal. El fanatismo es natural, la caballerosidad es necesaria". ¿Qué debían pensar los lugareños de aquel muchacho tan alto y tan fornido, america­no pero capaz de hablar español, con una idea tan elevada de un país evidentemen­te pobre, caduco y atrasado, del que pro­pios y extraños se quejaban?
En 1895, Huntington se casó en Lon­dres con una prima suya, Helen Manchester Gates, novelista y poetisa, y desde ese momento también hispanófila. Compra­ron una casa cerca de Nueva York llamada Pleasance, donde empezaron a acumular obras de arte y material bibliográfico y a trabajar febrilmente. La vida de Archer Milton Huntington es un torbellino de actividad con una sola pauta: un viaje por España casi cada año. Dirigió excavacio­nes en las ruinas de Itálica, estudió la poe­sía mozárabe, publicó una edición propia del Poema del Mío Cid y compró, compró, compró.
El 18 de mayo de 1904 creó una funda­ción para construir una biblioteca y un "museo español". Adquirió unas fincas en el norte de Manhattan, por entonces una zona residencial poco poblada, y se puso manos a la obra. La prensa estadounidense hizo comentarios sarcásticos, según con­signó él mismo en su diario, sobre "el nuevo tipo de capricho de un hombre rico"; pero en los círculos culturales españoles, la iniciativa fue acogida calurosamente. Cuan­do el museo abrió sus puertas, en 1908, Hun­tington ya había adquirido el Retrato de la duquesa de Alba, de Francisco de Goya, y otras piezas de similar calibre.




Archer Huntington logró adquirir 800 cuadros, 6.000 aguadas y dibujos, 1.000 esculturas, 6.000 muebles y 175.000 fotografías, entre otras obras de arte. Su obsesión por comprar arte español recibió muchas críticas de la prensa estadounidense. No faltaron comentarios sarcásticos hacia, como él mismo escribió en su diario, "el nuevo capricho de un hombre rico". Entre los círculos culturales españoles, la iniciativa fue acogida con halagos.

La familia del torero gitano, Ignacio Zuloaga (1903). La duquesa de Alba, Francisco de Goya (Huntington lo adquirió antes de 1908). 'Camilo Astalli, cardenal Pamphili, Diego Velázquez (1650-1651). La Sagrada Familia, El Greco (1580-1585). Santa Rufina, Francisco Zurbarán (1635). Muchachas, Hermenegildo Anglada-Camarasa (1910-1911) Louis Comfort Tiffany, Joaquín Sorolla y Bastida (1911).


EL FUNDADOR. Archer Milton Hunting­ton (1870-1955), retratado por José María López Mezquita.


 Huntington procuraba adquirir arte español fuera de España para no expo­liar el país al que amaba. Cuando cono­ció a Alfonso XIII, le ofreció garantías de que nunca empobrecería el patrimo­nio nacional. Pero hubo excepciones. La más notable, en 1902, fue la compra de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros. Marcelino Menéndez y Pe-layo, mascarón de proa de la bibliofilia hispánica, tronó contra la operación, ca­lificándola de desastre "más irremedia­ble que los de Cavite y Santiago de Cuba". "Tener dinero es tenerlo todo, y somos pobres. y los yanquis son ricos. Se nos llevaron la tierra y se nos llevan el entendimiento. los frutos del lozaní­simo entendimiento español". Aquella biblioteca, que había absorbido biblio­tecas anteriores y por la que el magna­te pagó medio millón de francos, resul­taba tan inmensa que permaneció en su mayor parte empaquetada hasta 1955, cuando Huntington murió y hubo que inventariar sus propiedades.
La capacidad del museo era limita­da. Allí se exponían las joyas más des­tacadas. El grueso de las pertenencias artísticas de Huntington se acumulaba en los sótanos y los desvanes de sus re­sidencias. Por si tuviera poco, se casó en segundas nupcias con una escultora, Anna Vaughn Hyatt, aficionada a las obras de gran tamaño. Algunos de sus trabajos decoran el patio exterior de la Hispanic Society.
Estudiar a fondo el material que iba llegando a la Hispanic Society era una tarea casi imposible. Entraba demasia­do. El magnate se rodeó de un equipo fe­menino de conservadoras y biblioteca­rias, según los planes que había trazado ya en 1898: "El personal conocerá las pa­labras y los refranes y habrá tratado con las criaturas nativas cercanas a los hu­manos, desde las mulas hasta los chin­ches; perseguirá una palabra y su vapo­roso significado como un inglés persi­gue la cola de una zorra; cerrarán las vías de escape y cazarán la pieza: En­tonces podrán escribir sobre su España. Creo que eso deben hacerlo mujeres".
El magnate trabó amistad con Joa­quín Sorolla, le organizó exposiciones en Nueva York y le encargó su obra mag­na: un mural de tres metros de altura y 70 de anchura que envuelve una de las salas con que se amplió el caserón origi­nal. Se trata de una serie de estampas sobre las fiestas españolas, un conjunto fabuloso que en 1926 fue inaugurado con una gran fiesta, y que desde entonces po­cos ojos han visto. Un museo secreto como la Hispanic Society tiene su punto de amargura. Cuando hace poco prestó 60 de sus cuadros, una nadería, a la Fun­dación BBVA de Madrid, 25.000 perso­nas visitaron la exposición en sólo una semana. Si alguna vez tuviera todos esos visitantes en un año, la Hispanic Society podría sentirse satisfecha.
El museo era, y es, extraño. El edi­ficio central -luego se ampliaron las instalaciones- es un mastodonte de pre­tensiones neoclásicas en forma de caja de piedra, porque Huntington creía que los museos no necesitan ventanas. "Las ventanas son los cuadros", decía. El in­terior, iluminado con tragaluces en el techo y con una distribución inspirada en los patios españoles, está decorado con arcos y relieves en tonos marrones. El lugar posee una hermosura áspera. atípica, de un barroquismo oscuro, em­paquetada en pura vejez. Los lavabos son una reliquia de la fontanería pre­moderna, no hay climatización interior, faltan líneas de teléfono. El entornocontribuye a encapsularlo en el pasado, porque esa zona alta de Manhattan es hoy el barrio, el Spanish Harlem, un pe­dazo de Centroamérica trasplantado a Nueva York con toda su música, su bu­llicio y su pobreza. Huntington siguió acumulando arte español y creando museos hasta su muerte. "Allí donde piso sale un museo", bromeaba. Junto a la Hispanic Society construyó un mu­seo sobre los indios americanos, cuyo contenido está ahora integrado en la Smithsonian Institution de Washing­ton; el museo español espera disponer pronto de los fondos necesarios para extenderse al edificio contiguo y sacar a la luz otra porción del iceberg de ma­ravillas que guarda en los sótanos.
Conforme se erigía en el mayor coleccionista privado de arte español y en un erudito de la cultura hispánica, el magnate fue recogiendo reconoci­mientos públicos: recibió doctorados honorarios de las universidades de Yale. Harvard y Columbia; fue admiti­do como miembro honorario de la Real Academia Española, la Real Academia de la Historia y la Real Academia de Be­llas Artes de San Fernando: se le nom­bró hijo adoptivo de Sevilla...
Archer Milton Huntington falleció el 11 de diciembre de 1955 en Redding, Connecticut. La Hispanic Review, una de las publicaciones que sufragaba, le dedicó el siguiente epitafio: "Hay una masiva originalidad en esta larga, crea­tiva vida. Constituye un simple, res­plandeciente acto de generosa devoción a la civilización de otro país".
En los arios siguientes hubo que in­ventariar miles de piezas almacenadas en varias residencias, repartirlas e ins­tituir los patronatos que debían asegu­rar la supervivencia de los museos. La Hispanic Society sobrevive con cierta dificultad, privada de aquella fuente inagotable de dólares que fue Milton Huntington, el magnate que por alguna razón se enamoró de España y dedicó su vida a comprar pedazos de ella. •
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'De Goya a Zuloaga. La pintura españo­la de los siglos XIX y XX en The Hispa­nic Society of America' se expone en la Fundación Focus-Abengoa (Sevilla) des­de el 15 de marzo hasta el 13 de mayo.

El Pais Semanal número 1.280 Domingo 8 de abril de 2001

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