Cómo pasa el tiempo. Uno hojea el libro y se descubre a sí mismo un poco de melancolía entre los dedos, añoranza de los años de descubrimientos (hoy las sorpresas se van espaciando más y más, leer tebeos se hace monótono y únicamente algunos talentos continúan manteniendo el interés en un mercado cambiante y multiforme, pero en general aburrido). Le viene a uno como una ternura cuando ve a los ninjas de La Mano,cuando se encuentra de repente con las planchas estructuradas de esa particular manera, cuando lee esos textos de introspección sincopada que casi parecen parodias de sí mismos, tan solemnes. Cómo pasa el tiempo, hay que ver. Había una vez un Frank Miller que rompía las estrechas normas de paginación que regían en el tebeo comercial, cuando después de ese ya legendario Daredevil se lanzó a experimentar con Ronin, su obra más olvidada, en la que aplicó todo lo que había aprendido del manga clásico. Eran tiempos en que Miller descubría nuevas posibilidades, fragmentaba el relato de formas inteligentes y profundizaba en su concepción de la plancha como unidad narrativa y plástica. Incluso se atrevió a jugar con texturas y luces, probó el pincel, se dejó hechizar por el trazo, por la mancha. El resultado, lógicamente, no tardó en ser asimilado en sus trabajos comerciales, e incluso acabó casi formando parte del canon mainstream. Sus siguientes saltos cualitativos no tardaron en llegar: Batman: The Dark Kni ght Returns, un auténtico mazazo, y Batman: Year One (cuya estructura clásica de serie negra presagiaba su siguiente pirueta, la inmersión en el universo arquetípico de la muy trivial Sin City). Repasandoesta aventura de Wolverine, el personaje emblemático de la historieta norteamericana de los 80, uno no puede dejar de apreciar hasta qué punto resulta superficial toda la parafernalia de viñetas en horizontal y textos fragmentados, y qué anticuada se ha quedado la retórica del samurai honorable, el caos y el orden y la banalidad zen, esas cosas orientales que tanto fascinan a Miller y tanto nos encandilaron a todos hace ya muchos años. Uno creía que nada podría envejecer tanto como la estética de los 70, pero ahí tenemos sin embargo a un Steranko que no sólo se adelantó a los experimentos de Frank Miller, sino que además los hizo invulnerables al paso del tiempo, inatacables. Ahí está ese Atmósfera cero que nadie ha superado aún hoy y que es, creo, una lección magistral en materia de fragmentación, montaje y control del tiempo y el espacio narrativos. (Sería arriesgado aventurar una comparación, pero personalmente dudo que ni siquiera The Dark Knight... esté a la altura.)
A pesar del mucho daño que los años le han hecho, reconozcamos que Lobezno: Honor conserva el encanto de las historias que Claremont solía contar como nadie, con esos personajes femeninos improbables pero atractivos y ese respeto por el lector que en Marvel se perdió hace ya mucho. Revisitar sus páginas, además de abrirnos los ojos con respecto a una manera de hacer que se nos antoja hoy inofensiva y de una presunción y un amaneramiento casi intolerables (se pregunta uno cuántos buenos recuerdos arderían al contacto con el aire fresco de este fin de siglo), sirve para recuperar a un narrador de vieja escuela cuyas últimas aportaciones al medio han sido lamentablemente mediocres. La edición de Forum es, además, impecable, mejorando incluso la norteamericana de 1987 (incluso han respetado el pretencioso epiloguillo de Miller, que aparece en contraportada).
francisco naranjo
U, el hijo de Urich #17, julio de 1999
No hay comentarios:
Publicar un comentario