sábado, 23 de abril de 2011

El mundo en sus manos

Dividen el mundo en viñetas, cuentan historias con ayuda de un
lápiz y crean héroes de papel con trazo firme. Jordi Bernet, Daniel
Torres, Francesc Capdevilla Max, Miguelanxo Prado y Nazario,
maestros del `comic' español, encarnan cinco estilos distintos de
convertir un papel en blanco en una aventura.

Texto: Javier Pérez de Albéniz / Fotografía: Marcel.lí Sáenz



MAX

Peter Punk lleva una chapa en la chupa "No Future!". "Yo soy una rata, y las ratas heredarán laTierra", dice, orgulloso, el personaje creado en 1984 por Francesc Capdevilla (Barcelona, 1956). Rebelde radical pegado a una cresta de oso hormi­guero ("los de la cresta no eran los mohicanos, eran los hurones"), Peter Punk no se separa jamás de sus gafas negras, su pluma roja y su violenta forma de entender la vida. Kampani­lla, mientras tanto, rezuma sensualidad. Son los superhéroes del comic underground espa­ñol, los personajes punteros de un dibujante joven e innovador. "Peter representa una for­ma de vivir muy idílica, casi libertina, pero asumiendo al mismo tiempo las contradiccio­nes que acompañan a todo este jaleo. Y lo re­suelve todo de la peor manera posible", asegu­ra el padre de la criatura. "Peter Punk es real­mente grosero y muy borde, un auténtico gili­pollas que va a lo que le interesa pasando de los demás", reconoce. "Es antipático, le huele el aliento... La suma de todos estos ingredien­tes, no sé por qué extraña química, le convierte en un tipo entrañable y encantador. No es mi personaje favorito, pero sí al que tengo más cariño. Debe ser porque llevamos seis años juntos".

Francesc firma todos sus trabajos con el seudónimo Max. Se trata de un homenaje a un ilustrador del siglo pasado llamado Max Ajax, autor de un autorretrato que podría hacer pa­sar por gemelos a ambos dibujantes. "Dibujo desde que tengo uso de razón, si es que lo he tenido alguna vez", dice, haciendo gala de un humor tímido. "Con los comics no empecé hasta 1973, fecha en la que conocí a la pandilla que estaba preparando El rollo enmascarado:

Nazario, Mariscal, Roger, Ceesepe, Martí y otros muchos. Hasta entonces yo siempre ha­bía leído comics, pero nunca pensé que un día podría hacerlos. Descubrí a los autores under­ground norteamericanos y comprendí que ha­bía una forma de hacer historieta muy distinta a la infantil. Inmediatamente supe que el co­mic era el mejor medio para expresar mi opi­nión sobre las cosas que me interesaban".

"Mi carrera es paralela a la de Nazario", recuerda, no sin cierta nostalgia. Entonces es­tudiaba Bellas Artes y trabajaba de forma al­truista para publicaciones alternativas, como Integral, Alfalfa, Star o Butifarra. "Entonces llegó la mili y me alejé de mi círculo de amista­des durante una buena temporada. Cuando regresé todo estaba muerto. La censura había dado algunos golpes muy duros y, como en­tonces no se gañaba un duro con el comic, la gente se estaba alejando de él. Un día, de re­pente, José María Berenguer me ofreció dibu­jar para una nueva revista y yo le dije que sí. Había fichado por El Víbora. Por fin era un profesional".

Han pasado 11 años desde que Max co­menzó a ver el mundo dividido en viñetas. Los que le conocen de entonces dicen que no ha cambiado demasiado su forma de ser y pensar, pero es indudable que su obra ha sufrido una notable evolución. Ahora domina la línea cla­ra, los colores planos y el ritmo adecuado con el que marcar cada una de sus narraciones. Puede escribir para niños (La biblioteca de Turpin ), para adultos ( Mujeres fatales) y para punks (Pankdinista) sin perder un ápice de fuerza y expresividad. "Normalmente trabajo mis propios guiones. Me preocupa especial­mente la historia que cuento, porque -tengo muy claro que un buen dibujo con un guión malo no se salva, y sin embargo, un guión bue­no mal dibujado puede ser una maravilla".




Torpedo pertenece a ese tipo de individuos capaces de convertir en flautas los huesos de su madre. Jordi Bernet y Sánchez Abulí, sus padres oficiosos, lo saben, y le castigan sin piedad: raro es el capítulo de esta serie policiaca en la que Torpedo no añade algo de plomo a su colección privada; tiroteado, abofeteado y escupido, este siciliano nacido a comienzos de siglo representa el perfecto asesino profesional e implacable. El dibujante catalán Bemet se ha convertido, gracias a la perfección con que traslada sus peripecias al papel, en un autor codiciado por los medios más importantes del mundo.

Jordi Bernet es hijo de Miguel Bernet, un histórico del tebeo español, a quien los aficio­nados recordarán por su seudónimo, Jorge, y por dar forma a personajes como Doña Urra­ca. La historia profesional de Jordi Bernet es larga y densa. "Me crié entre lápices y folios en blanco. Tenía que ser dibujante a la fuerza y no me quedó más remedio que aprender copiando a los grandes, a los norteamericanos. Después de muchos años de trabajo duro nos ha llegado el reconocimiento, a mí y a Sánchez Abulí (el guionista), gracias a Torpedo. Acaba de salir una revista en Italia con este nombre, publica­mos en todo el mundo sus aventuras, tenemos ofertas para convertirle en una estrella del cine...". "Cuando trabajo pienso que debo contar las cosas como si fuera una película, por supuesto americana y de la era dorada del cine, con Bogart y Cagney al frente", continúa diciendo.

Bemet, coleccionista de ilustraciones anti­guas y fiel seguidor de los comics clásicos, ha alcanzado con Torpedo la cumbre de su carre­ra. Realiza un dibujo sincero y crudo, sin co­meter el error de olvidar la continuidad narrativa, y gracias a ello logra el equilibrio perfecto en cada una de las historias que cuenta. "Los guiones de Abulí son ideales para Torpedo", reconoce, "pero para otro tipo de narraciones también trabajo con Antonio Segura y con el argentino Carlos Trillo". Miles de proyectos y tiempo libre robado al sueño para hacer publicidad, carátulas de discos y portadas de libros, `cualquier cosa siempre que el tema me intere­se y me encuentre a gusto con él". Federico Fellini y Will Eisner se han declarado pública­mente seguidores incondicionales de este ital­iano pendenciero apodado Torpedo. En realidad se llama Luca Torelli y, según la policía, `puede ser muy peligroso". Tiene 32 años, complexión mediana, ojos azules, pelo oscuro y al menos una pistola. Viste trajes color hue­;o, sombreros Stetson de fieltro, camisas ne­gras de seda, corbatas blancas y guantes de piel de cabrito. Fuma cigarrillos americanos sin filtro. Torpedo 1936, título original de cada uno de los ocho álbumes publicados, es el me­jor comic negro de la última década; Bernet, autor de los mismos, un clásico vivo.




Daniel Torres es, para sus muchos seguidores, el Hergé español Es posible que Torres aún no tenga su Tintín particular, pero este valenciano risueño de voz aguda no pierde el tiempo esperando el definitivo golpe de suerte: trabaja duro y bien en el campo del comic, y en el com­petitivo mundo norteamericano de la publici­dad se está convirtiendo en un hombre indis­pensable. Su estilo resulta inconfundible, segu­ramente por ser el más limpio y elegante de to­dos los dibujantes españoles de historietas, y su futuro, tan halagüeño como sea posible ima­ginar.

Torres nació en agosto de 1958. Estudia Be­llas Artes de 1975 a 1980, fecha a partir de la cual se dedica al comic de forma profesional. "Trabajé los dos primeros años para El Víbora, y después pasé a formar parte de la editorial Norma para colaborar con su revista Cairo". Ha publicado cuatro álbumes de su personaje más conocido, Roco Vargas; otro, titulado Del asesinato al olimpo, y Opium, con más de 55 páginas dedicadas a narrar la vida y milagros del emperador del mal. Pero se empeña en des­tacar la especialidad que, desde hace tres años, ocupa la mayor parte de su tiempo: la ilustra­ción. "Casi todo lo que exporto son portadas e ilustraciones para revistas", dice, "siempre por encargo y para el mercado norteamericano.

También me muevo muy bien en el campo de la publicidad, el cual resulta tan competitivo y di­ficil como vibrante".

Su meticuloso estilo requiere una mecánica de trabajo lenta y delicada. Desde hace años no realiza un comic largo, una historieta densa y jugosa, y se le abren los ojos cuando habla de un posible proyecto. "Me gustaria mucho ha­cer otro álbum, pero por mi ritmo necesito casi un año de dedicación exclusiva al tema. Seis meses para el guión y otros seis para el dibujo, en los que me centro totalmente en los lápices y no estoy para nada ni para nadie". Es el precio a pagar por unas obras minuciosas, perfectas, capaces de aguantar con firmeza una compara­ción con las de los grandes especialistas en la historieta clásica de aventuras. Son comics para saborear de viñeta en viñeta, dejándose arras­trar por los patrones clásicos, por la ajustada composición y el brillo de los colores.

"Roco Vargas es un personaje muy intere­sante", afirma Torres sin ningún pudor. "Pre­senta un fuerte alter ego, pero desde un punto de vista no demasiado freudiano, no demasia­do serio. Es un héroe galáctico a la antigua usanza, a lo Flash Gordon, que para no afron­tar la dura carga que eso supone prefiere escri­bir novelas de ciencia ficción. Un caso típico de doble personalidad. Me identifico con él a nivel personal porque pienso muchas veces de la mis­ma manera: me gustaría estar de viaje, en cual­quier lugar del mundo, y no puedo. Estoy en­ganchado a mi mesa de dibujo".





Anarcoma es un travestido atómico. Fuera de España la han calificado como "la joya del post underground mediterráneo" y como "la más escandalosa aportación hispana al comic mundial". Anarcoma es, simplemente, una obra maestra teñida de sexualidad y violencia. Una oferta demasiado dura para mentes conserva­doras, que provoca inevitablemente pasiones viscerales: o se la ama o se la detesta. Nazario Luque, Nazario, andaluz residente en Barcelo­na, es el responsable de este fenómeno, capaz de convertirse en la obra más importante y per­sonal de la historieta underground española.

"Anarcoma se empezó a publicar en El Ví­bora y resultó muy epatante, sobre todo para el lector tradicional de historietas", reconoce cor maliciosa sonrisa. Nazario vive desde hace años en el corazón de Barcelona, en un barrio tan feroz como los que aparecen en sus histo­rias. "Con Anarcoma me encuentro muy cómo­do", dice, "porque me permite retratar ambien­tes de tíos y de tías, de travestidos y de homose­xuales. Tengo una libertad total y absoluta". Su obra no termina con esta inclasificable detecti­ve, pero sí gira inevitablemente a su alrededor. Nazario toca una y otra vez los mismos temas. con su dibujo barroco de perfecta ejecución, ja­más pierde frescura. Mujeres raras y Obra com­pleta 1975-80 son dos álbumes tan guarros como interesantes, que muestran la arrolladora personalidad de un autor inimitable.

"Siempre, desde pequeño, he dibujado", asegura, "pero también he hecho mis pinitos es­cribiendo. Tengo varias novelas y libros de poe­mas totalmente acabados. Esto ha sido muy importante para mí a la hora de realizar histo­rietas, puesto que para hacer algo digno es im­prescindible saber compaginar el guión y el di­bujo. También concedo mucha importancia a la documentación".

Nazario sabe que Anarcoma es, en buena medida, un personaje maldito. Esto ha marca­do su carrera. "La gente cree que voy a pintar siempre pollas", afirma, "y eso limita las ofer­tas que me hacen. Pero lo cierto es que cuando me encargan algo light, por ejemplo para una revista de la caja de ahorros, tengo que hacer un esfuerzo. No trabajo para el público, traba­jo para mí, y la verdad es que a mí me gusta pintar pollas... Pero porque me recreo viendo lo grande y bonita que me ha salido, no para que la gente diga 'mira qué polla".

La Anarcoma y el robot XM2 de cartón piedra con los que posa Nazario son obra de Alejandro Molina, su compañero. "Para mí, son dos amantes perfectos, incansables", dice. "XM2 es un robot creado para proporcionar placer sexual, y Anarcoma es un travestido que intenta ganarse la vida como detective privado. No pretendo reivindicar ningún tipo de sexuali­dad con ellos. Son personajes normales y co­rrientes".





Miguelanxo Prado es un dibujante gallego de vocación tardía. A sus 32 años, y después de descubrir los tebeos hace sólo una década, ha conmocionado el mundo de la historieta española a golpes de ternura y humor. Sus compañeros creen que su confirmación como autor de co­mics de calidad ha sido un soplo de aire fresco para todos, algo vital en un mundo que debe vivir de las sorpresas. Lectores, dibujantes, guionistas y editores de toda Europa se rinden ante la sencillez y efectividad de su obra.

"Tendría unos 20 años cuando comencé a prestar atención a los comics", recuerda. "En­tonces pintaba, escribía y al mismo tiempo es­tudiaba Arquitectura, posiblemente buscando la forma mejor y más completa de decir cosas. Las historietas me parecieron un medio perfec­to para unir dos formas de expresión que me interesaban, el dibujo y la literatura, y me pre­senté con mis primeros trabajos en este terreno a un Salón del Comic de Barcelona. Ahora de­dico más del 80% de mi tiempo a dibujar co­mics, y lógicamente vivo de ellos, pero también me interesan muchísimo el mundo del grafismo y el de la ilustración". Dicen que el éxito de Mi­guelanxo Prado está basado en dos factores: la lucidez con que desgrana la vida diaria, convir­tiendo en excitante lo trivial, y la delirante des­cripción de unos personajes a priori aburridos.

Lo suyo son los héroes anónimos. Manuel Montano, pintoresco detective "preparado al calor de la faquiña y el fado, en el colegio de detectives de Lisboa", es su personaje más po­pular. La excepción que confirma la regla. Fru­to de una de las escasísimas relaciones de Prado con guionistas, en este caso con Fernando Luna, Montano, "pertenece a la especie de los noctámbulos románticos". "Utilizamos con él los clichés típicos del detective norteamericano, de novela negra", dice Prado, "pero siempre te­niendo en cuenta que es un soñador. Pertenece a un tipo de barriobajeros simpáticos, cordia­les, totalmente opuestos a Torpedo o Anarco­ma. Es la antítesis de la violencia, y su mayor virtud es poder encontrar el lado lírico de una lata de sardinas".

Prado cree que el comic español se ha estabi­lizado, y que, con algo de fortuna, "puede con­vertirse en la punta de lanza de la historieta eu­ropea". Ahora se encuentra inmerso en la obra más extensa de su carrera: se titulará Trazo de tiza y tendrá entre 60 y 70 páginas. Un proyecto ambicioso que está realizando con su habitual anarquía, sin horario fijo, sin límites de tiempo o de espacio. "Mis artistas favoritos, los que más me han influido, son Enki Bilal y Moe­bius", dice. Ellos, los maestros, ya conocen la obra del dibujante gallego y no dudan en ha­blar de él como de un "principiante genial". Diez años de trabajo duro le han bastado para llenar de acción y sátira nuestra aburrida vida cotidiana.

El Pais Semanal Número 711 25 de noviembre de 1990.

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