Por Pere Gimferrer.
Sólo un cuadro de Canaletto está habitualmente expuesto al público en Venecia, y no es una vista veneciana, sino un interior al modo de capricho ornamental. Muchos canalettos se exponen al público en Londres. pero varios de ellos son de asunto inglés: uno en particular, La rotonda del Ranelagh, es de los más brillantes y sugestivos, en la alianza de precisión visual e imaginación poética de toda la obra del pintor. Pero Canaletto, en nuestro imaginario y en el de varios siglos ya, equivale a Venecia. En cualquier lugar del mundo, desde un museo alemán o desde una colección particular barcelonesa, irrumpe la floración marítima, azulada o verdosa, y el teatro de máscaras o dominós a pleno día de este escenario a un tiempo minucioso en cada detalle, perfilado con nitidez de gema, y con evanescencia de sueño o de imagen hipnagógica en su conjunto. Los detractores de Canaletto -que no han faltado, pese a su muy extendido culto, particularmente fervoroso en el ámbito germánico y anglosajón- suelen o solían decir que sólo la enorme destreza técnica le diferenciaba de otros más inhábiles ejecutores de fotografías al minuto de la vida veneciana, y tienden o tendían a contraponerlo a la luz más borrascosa y torturada de Guardi. No los creo antagónicos ni incompatibles: su arte es de distinta hechura, pero no de distinto árbol genealógico.
Cabe, en términos más generales, legítimamente preguntarse si la Venecia de Canaletto (y, por lo demás, también la de Guardi o Piazzetta. por ejemplo) existió alguna vez fuera del lienzo realmente (o fuera de las páginas de Casanova): parece irreal hoy. pero no más que nos lo parece en muchos sentidos la Venecia actual, gigantesca tramoya para una comparsería fantasmal (nosotros no somos, no podemos ser, sus habitantes). Antes de Napoleón, a fines del XVIII, se extinguió un mundo del que sólo nos quedan simulacros, y que acaso era ya en sí mismo un simulacro, una cohorte carnavalesca que organizaba el espectáculo de su propia dilapidación en apariencias fenoménicas. Ahí el instinto de los coleccionistas no falló: Canaletto, que visto en Venecia (como en la gran retrospectiva de 1982) resulta de una redundancia a la vez embriagadora y obsesiva, es capaz, fuera de ella, de suscitar por sí mismo "la técnica y el rito" de Venecia. •
POSTALES PARA TURISTAS
Durante el siglo XVIII, muchos de los viajeros que visitaban Italia se llevaban consigo el recuerdo pintado de una vista veneciana. Para atender esa demanda nació una escuela pictórica en la que destacó Canaletto. Más que retratar la ciudad del Adriático, el pintor reinventó Venecia en sus cuadros. Por Anatxu Zabalbeascoa.
Hijo y tío de renombrados artistas, Antonio Canal (Venecia, 1697-1768), llamado Canaletto, era hijo de Bernardo Canal, un afamado escenógrafo que le inició en la perspectiva escenográfica y le llevó a conocer los espectáculos teatrales que se organizaban en Venecia y en Roma. Fue en Roma, precisamente, donde el joven Canaletto comenzó a pintar algunas vistas inventadas que, según la moda de la época, recreaban ruinas clásicas inexistentes o descontextualizadas. Eran los llamados caprichos, destinados fundamentalmente a servir como souvenirs a los viajeros adinerados que visitaban Italia y deseaban llevarse consigo una imagen de cuanto habían conocido. En el vocabulario pictórico, los paisajes o escenas imaginadas –y, por tanto, las extravagancias capaces de demostrar la fantasía de un artista– llevaban el nombre de caprichos; sin embargo, y a diferencia de los trabajos de sus maestros, en los lienzos de Canaletto las ruinas, a pesar de la imposibilidad de su composición, resultan verosímiles. Así, en Vista imaginaria de Roma, una de sus pinturas más tempranas, podemos reconocer la columna Trajana, el Coliseo y hasta la pirámide de Caius Cestius en una composición imposible que pretendía recoger la esencia y magnificencia de la ciudad italiana.
Bernardo Canal, el padre del artista, fue también el artífice del encuentro entre su hijo y el empresario teatral londinense Owen McSwiney, que, con el tiempo, se convertiría en su más ferviente admirador. Con apenas treinta años, Canaletto comienza a pintar sus famosas vistas venecianas para los viajeros ingleses y obtiene un éxito arrollador. Estas vistas medían poco más de 40 centímetros porque estaban destinadas a la exportación. Por eso no es extraño que en Venecia, la ciudad de su nacimiento y la que mejor pintó e inventó este artista, no se conserven apenas lienzos ni aguafuertes de Canaletto. Con todo, fueron algunas de esas vedute las que entusiasmaron a Joseph Smith. el consul inglés en la ciudad, y posteriormente al rey Jorge III de Inglaterra, que adquirió muchos de los lienzos y finalmente requirió los servicios del pintor veneciano. Con el apoyo real, la celebridad del artista se propagó rápidamente entre los coleccionistas y viajeros ingleses, y la demanda, naturalmente, no cesó. Por eso, durante los años en que vivió en Londres, Canaletto retrataba la capital británica y la campiña inglesa al tiempo que, valiéndose de sus cuadernos, continuaba pintando paisajes venecianos.
Tal vez influido por la moda de los caprichos, que le empujaban a inventar souvenirs ilustrados con las ruinas de las ciudades, o quizá porque algunos de sus lienzos los pintó de memoria o a partir de las anotaciones que había recogido, lo cierto es que los pinceles de este artista italiano no sólo recogieron la esencia veneciana, sino que, en una suerte de justicia histórica, reinventaron la ciudad recuperando muchas veces proyectos tal y como habían sido concebidos en lugar de como finalmente fueron construidos. Así, fue esa Venecia pintada –y, por tanto, imaginada por Canaletto– la que cuajó en la emoción de muchos viajeros, de los menos observadores o de quienes, sin haber visitado jamás la ciudad, vivieron la ilusión de conocerla a través de los lienzos de este artista del detalle. Más allá de los retratos de iglesias arruinadas o de las composiciones imposibles de obeliscos y arcos, Canaletto improvisó en las propias vistas de la ciudad de la laguna. Así, el Capricho con el puente de Palladio recupera el famoso puente de Rialto, pero no en su versión actual –y, por tanto, real–, sino en la que fue proyectada por el célebre arquitecto de Vicenza Andrea Palladio. No sólo eso: no contento con recuperar un puente que le parecía más hermoso que el que finalmente fue construido (recogido en el lienzo El puente de Rialto visto desde el sur). Canaletto decide reinventar un escenario y hace surgir. junto al Gran Canal veneciano, la basílica de Vicenza y el palacio Chiericato, obras ambas del famoso arquitecto renacentista, en sustitución del Fondaco dei Tedeschi, que al pintor no debió parecerle suficientemente pintoresco. Con todo, en el cuadro no faltan ni las barcazas, ni las góndolas que tan bien retrata Canaletto, ni ninguno de los elementos capaces de trasladar al espectador a Venecia. Por eso no es de extrañar que, como apuntó el dueño del lienzo, el conde Francesco Algarotti, numerosos venecianos preguntaran ante el cuadro dónde se encontraba aquel lugar de la ciudad que ellos todavía no habían visto. "Con el tiempo", dejó escrito Algarotti, "los venecianos llegaron a desear que su ciudad fuera tal y corno la había pintado Canaletto". •
“Canaletto, una Venecia imaginaria' podrá verse en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona del 21 de febrero al 13 de mayo. Después, de mayo a septiembre, en el Museo Thyssen de Madrid.
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