lunes, 11 de abril de 2011

El inventor de Venecia. Canaletto (1697-1768)


Por Pere Gimferrer.

Sólo un cuadro de Canaletto está habitualmente expuesto al público en Venecia, y no es una vista veneciana, sino un interior al modo de capricho ornamen­tal. Muchos canalettos se exponen al pú­blico en Londres. pero varios de ellos son de asunto inglés: uno en particular, La ro­tonda del Ranelagh, es de los más brillan­tes y sugestivos, en la alianza de precisión visual e imaginación poética de toda la obra del pintor. Pero Canaletto, en nuestro imaginario y en el de varios siglos ya, equivale a Venecia. En cualquier lugar del mundo, desde un museo alemán o desde una colección particular barcelonesa, irrumpe la floración marítima, azulada o verdosa, y el teatro de máscaras o dominós a pleno día de este escenario a un tiempo minucioso en cada detalle, perfilado con nitidez de gema, y con evanescencia de sueño o de imagen hipnagógica en su con­junto. Los detractores de Canaletto -que no han faltado, pese a su muy extendido culto, particularmente fervoroso en el ám­bito germánico y anglosajón- suelen o solían decir que sólo la enorme destreza técnica le diferenciaba de otros más inhá­biles ejecutores de fotografías al minuto de la vida veneciana, y tienden o tendían a contraponerlo a la luz más borrascosa y torturada de Guardi. No los creo antagó­nicos ni incompatibles: su arte es de dis­tinta hechura, pero no de distinto árbol ge­nealógico.

Cabe, en términos más generales, le­gítimamente preguntarse si la Venecia de Canaletto (y, por lo demás, también la de Guardi o Piazzetta. por ejemplo) existió alguna vez fuera del lienzo realmente (o fuera de las páginas de Casanova): parece irreal hoy. pero no más que nos lo parece en muchos sentidos la Venecia actual, gi­gantesca tramoya para una comparsería fantasmal (nosotros no somos, no pode­mos ser, sus habitantes). Antes de Napo­león, a fines del XVIII, se extinguió un mundo del que sólo nos quedan simula­cros, y que acaso era ya en sí mismo un simulacro, una cohorte carnavalesca que organizaba el espectáculo de su propia di­lapidación en apariencias fenoménicas. Ahí el instinto de los coleccionistas no falló: Canaletto, que visto en Venecia (como en la gran retrospectiva de 1982) re­sulta de una redundancia a la vez em­briagadora y obsesiva, es capaz, fuera de ella, de suscitar por sí mismo "la técnica y el rito" de Venecia. •



POSTALES PARA TURISTAS

Durante el siglo XVIII, muchos de los viajeros que visitaban Italia se llevaban consigo el recuerdo pintado de una vista veneciana. Para atender esa demanda nació una escuela pictórica en la que destacó Canaletto. Más que re­tratar la ciudad del Adriático, el pintor reinventó Venecia en sus cuadros. Por Anatxu Zabalbeascoa.

Hijo y tío de renombrados artistas, An­tonio Canal (Venecia, 1697-1768), llamado Canaletto, era hijo de Bernardo Canal, un afamado escenógrafo que le inició en la perspectiva escenográfica y le llevó a co­nocer los espectáculos teatrales que se or­ganizaban en Venecia y en Roma. Fue en Roma, precisamente, donde el joven Cana­letto comenzó a pintar algunas vistas in­ventadas que, según la moda de la época, recreaban ruinas clásicas inexistentes o descontextualizadas. Eran los llamados ca­prichos, destinados fundamentalmente a servir como souvenirs a los viajeros adine­rados que visitaban Italia y deseaban lle­varse consigo una imagen de cuanto ha­bían conocido. En el vocabulario pictórico, los paisajes o escenas imaginadas –y, por tanto, las extravagancias capaces de de­mostrar la fantasía de un artista– llevaban el nombre de caprichos; sin embargo, y a diferencia de los trabajos de sus maestros, en los lienzos de Canaletto las ruinas, a pe­sar de la imposibilidad de su composición, resultan verosímiles. Así, en Vista imagi­naria de Roma, una de sus pinturas más tempranas, podemos reconocer la columna Trajana, el Coliseo y hasta la pirámide de Caius Cestius en una composición imposi­ble que pretendía recoger la esencia y mag­nificencia de la ciudad italiana.

Bernardo Canal, el padre del artista, fue también el artífice del encuentro entre su hijo y el empresario teatral londinense Owen McSwiney, que, con el tiempo, se convertiría en su más ferviente admira­dor. Con apenas treinta años, Canaletto comienza a pintar sus famosas vistas ve­necianas para los viajeros ingleses y obtie­ne un éxito arrollador. Estas vistas medían poco más de 40 centímetros porque estaban destinadas a la exportación. Por eso no es extraño que en Venecia, la ciudad de su na­cimiento y la que mejor pintó e inventó este artista, no se conserven apenas lienzos ni aguafuertes de Canaletto. Con todo, fue­ron algunas de esas vedute las que entu­siasmaron a Joseph Smith. el consul inglés en la ciudad, y posteriormente al rey Jor­ge III de Inglaterra, que adquirió muchos de los lienzos y finalmente requirió los ser­vicios del pintor veneciano. Con el apoyo real, la celebridad del artista se propagó rá­pidamente entre los coleccionistas y viaje­ros ingleses, y la demanda, naturalmente, no cesó. Por eso, durante los años en que vivió en Londres, Canaletto retrataba la ca­pital británica y la campiña inglesa al tiempo que, valiéndose de sus cuadernos, continuaba pintando paisajes venecianos.

Tal vez influido por la moda de los ca­prichos, que le empujaban a inventar sou­venirs ilustrados con las ruinas de las ciu­dades, o quizá porque algunos de sus lien­zos los pintó de memoria o a partir de las anotaciones que había recogido, lo cierto es que los pinceles de este artista italiano no sólo recogieron la esencia veneciana, sino que, en una suerte de justicia históri­ca, reinventaron la ciudad recuperando muchas veces proyectos tal y como habían sido concebidos en lugar de como final­mente fueron construidos. Así, fue esa Ve­necia pintada –y, por tanto, imaginada por Canaletto– la que cuajó en la emoción de muchos viajeros, de los menos observado­res o de quienes, sin haber visitado jamás la ciudad, vivieron la ilusión de conocerla a través de los lienzos de este artista del detalle. Más allá de los retratos de iglesias arruinadas o de las composiciones impo­sibles de obeliscos y arcos, Canaletto im­provisó en las propias vistas de la ciudad de la laguna. Así, el Capricho con el puen­te de Palladio recupera el famoso puente de Rialto, pero no en su versión actual –y, por tanto, real–, sino en la que fue proyec­tada por el célebre arquitecto de Vicenza Andrea Palladio. No sólo eso: no contento con recuperar un puente que le parecía más hermoso que el que finalmente fue construido (recogido en el lienzo El puen­te de Rialto visto desde el sur). Canaletto de­cide reinventar un escenario y hace surgir. junto al Gran Canal veneciano, la basílica de Vicenza y el palacio Chiericato, obras ambas del famoso arquitecto renacentista, en sustitución del Fondaco dei Tedeschi, que al pintor no debió parecerle suficien­temente pintoresco. Con todo, en el cuadro no faltan ni las barcazas, ni las góndolas que tan bien retrata Canaletto, ni ninguno de los elementos capaces de trasladar al espectador a Venecia. Por eso no es de ex­trañar que, como apuntó el dueño del lien­zo, el conde Francesco Algarotti, numero­sos venecianos preguntaran ante el cua­dro dónde se encontraba aquel lugar de la ciudad que ellos todavía no habían visto. "Con el tiempo", dejó escrito Algarotti, "los venecianos llegaron a desear que su ciudad fuera tal y corno la había pintado Canaletto". •



“Canaletto, una Venecia imaginaria' podrá verse en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona del 21 de febrero al 13 de mayo. Después, de mayo a septiembre, en el Museo Thyssen de Madrid.

El Gran Canal. "Il Bucintoro en el día de la Ascensión". Canaletto pintó 14 vistas del Gran Canal. En este reproduce la ceremonia tradicional que se celebra a mediados de agosto.
El Pais Semanal número 1273 domingo 18 de febrero de 2001

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