miércoles, 26 de enero de 2011

Vidas paralelas por Julia Luzán


No es impresionismo, pero es terriblemente impresionante. Ni Tur­ner ni Monet pintaron nunca unos rayos de sol tan cegadores como los cuadros de Sorolla". El político y escritor francés Henry Rochefort se llena de elogios -"No conozco pincel que contenga tanto sol"-ante la obra del artista valenciano, que a principios del siglo XX había conquistado París con todos los honores. Por aquellas mismas fechas, otro joven pintor, John Singer Sargent, "un Degas norteamerica­no", triunfaba con sus retratos en Londres y Francia. Amigo de Monet, con el quepintó al alimón en su casa de Givernv. fuecompañero de viaje de los impresionistas, pero no quiso formar parte del movimien­to. Sargent y Sorolla estaban, por edad, muy cerca de la generación que revolu­cionó el arte contemporáneo, la de Van Gogh, Gauguin, Seurat y Cézanne, pero nunca se alinearon con ellos. Exploraron al máximo la pintura de la luz y el color y se mantuvieron lejos de cualquiera de los ismos que surgieron en el siglo pasado.

Tomás Llorens, conservador jefe del Museo Thyssen de Madrid hasta hace un año y comisario de la muestra Sargent / Sorolla que inaugura la temporada, pone en evidencia el olvido que han sufrido am­bos pintores y el hecho de que todavía hoy "muchos españoles se sorprenden cuandose les dice que entre 1900 y 1910 Sorolla go­zaba de mayor reconocimiento interna­cional que Picasso".

Sorolla (1863-1923) y Sargent (1856-1925) tuvieron una inmensa popularidad en su época y entraron en declive cuando el si­galo XX cambió de rumbo tras las dos gue­rras mundiales. A ambos les unió el afán por lograr una pintura moderna a partir de la tradición naturalista. Reconciliado­res de lo antiguo con lo nuevo, dejaron pa­tente en sus pinturas respectivas un buennúmero de afinidades.

Joaquín Sorolla, "un pintor pintor", fue un artista arraigado en su contexto va­lenciano, mediterráneo y español. Sar­gent, mucho más mundano y cosmopolita, llegó a ser el retratista más solicitado de su época. Americano de origen y de voca­ción, vivió como un ciudadano del mundo. Nacido accidentalmente en Florencia, su infancia y educación transcurrieron entre París y Londres. Entre sus amigos hubo escritores como Henry James o Robert Louis Stevenson y artistas como Monet y Rodin. Los impresionistas franceses lo consideraban uno de los suyos, pero los academicistas británicos, también.

Retratos pintados a kilómetros de distancia y que parecen salidos de la misma mano. Arriba, "Las señoritas de Vickers", 1884, de Sargent. Sobre estas líneas, "Mi mujer y mis hijas en el jardín", 1910, de Sorolla (colección Masaveu, Oviedo). Abajo, a la izquierda, "Essie, Ruby y Ferdinand, hijos de Asher Werthelmer", 1902, de Sargent (Tate de Londres). A la derecha, "Mis hijos", 1904, de Sorolla.


Sargent y Sorolla se conocieron seguramente en París, entonces capital indis­cutible del arte, con motivo de la Exposi­ción Universal de 1900. Debieron de desa­rrollar una buena amistad porque Sorolla regaló a Sargent el boceto de ¡Triste he­rencia!, y Sargent correspondió con una obra suya, La cuadra. Ese cuadro de Sorolla, a quien el pintor Boldini llamó "el dia­blo español", acabó por fijar el éxito abso­luto del pintor en París. Pero los niños en­fermos y tullidos del asilo de San Juan de Dios que se bañaban bajo la vigilancia del fraile en ¡Triste herencia! no eran ni mu­cho menos los niños llenos de vida que acostumbraba a dibujar el pintor valen­ciano. Sorolla escribe a Clotilde, su mujer: "Aquí el cuadro que produce más entu­siasmo es ¡Triste herencia!, es el amo se­gún me cuentan, pero a mí el que más me gusta es Comiendo en la barca...". Años antes, John Singer Sargent ya había con­quistado París con su cuadro Madame X, un elegante retrato de Madame Gautreau, la mujer de un hombre de negocios pari­siense. Sargent representó a la atractiva joven vestida con un provocativo traje ne­gro, pegado al cuerpo y con un escote de vértigo, a lo Rita Hayworth en la película Gilda. El exquisito perfil de la mujer y su delicada belleza causaron furor en el Sa­lón de París de 1884.

Siguiendo los pasos de su admirado Manet, también Sargent viajó a Madrid para visitar el Museo del Prado y estudiar a Velázquez -siempre se enorgulleció de su copia del Esopo del pintor sevillano-. Aprendió a pintar con grandes pinceladas envolviendo la figura por detrás con am­plias sombras, medios tonos y luces. Pero la influencia de Velázquez es también de­cisiva en la pintura de Sorolla. La luz y la composición dominan su pintura, y desde principios de 1890 ya empieza a destacar como retratista, algo que parece sorpren­der al propio pintor: "¡Yo pintor de retra­tos!". El caso es que hizo más de 400 y que los grandes personajes de la vida cultural, social y política posaron para él.

En 1908, Sorolla expone en Londres. Le presentan como "el más grande de los pin­tores vivos". Sargent le acompaña proba­blemente en su visita a la capital inglesa. Todos le agasajan. "Anoche", escribe a Clo­tilde, "estuve en la Royal Academy; fue un banquete magnífico y estuve atendido con gran esmero, presidió el príncipe de Gales, hablé con él y estuvo muy cariñoso". Fue en Londres donde conoció al millonario norteamericano el hispanista Archer Milton Huntington, quien le propone llevar su obra a la Hispanic Society of America, de Nueva York, una institución creada por el magnate para la difusión de la literatura y el arte español. Otro millonario, Thomas Fortune Ryan, le encarga pintar su retra­to y el de su amante, que el pintor tituló con cierta sorna Retrato de la amiga de Mr. Ryan (1913). En Washington pintó el re­trato del entonces presidente de Estados Unidos, William Howard Taft, y de su es­posa. En febrero de 1909 se inaugura en Nueva York su exposición Joaquín Sorolla at The Hispanic Society of America. Pre­sentó 356 obras, ante las que desfilaron 170.000 visitantes.

En París, los artistas discutían sobre las vanguardias. Experimentaban con el cubismo y el fauvismo y faltaban algunos años para que André Breton escribiera su Manifiesto surrealista. El ruido de sables de la Primera Guerra Mundial se escuchaba cada vez con mayor estruendo. Mientras, Sorolla trabajaba sin descanso para cumplir su acuerdo con Huntington de decorar con los murales de Visión de España la His­panic Society de Nueva York.

Sargent y Sorolla ofrecen con sus retra­tos un who is who de la sociedad de aque­llos años. Reyes, presidentes, ricos y famo­sos desfilan para sus pinceles, Unamuno, Ortega, Marañón, Ramón y Cajal, Alfonso XIII, en el caso del español; Theodore Roo­sevelt, Vaslav Nijinsky, John D. Rockefeller, Henry James, la señora Vanderbilt y una de sus protectoras, la bostoniana Isabella Stewart Gardner, para Sargent.

El dandismo del que hacía gala Sargent era la mejor tarjeta de visita para su pin­tura, algo que Roger Fry, el pintor del pos-impresionismo, miembro destacado del círculo de Bloomsbury, amigo de la escri­tora Virginia Woolf, definió como atrac­ción hacia la "aristocrática vulgaridad".

Su postura de no tomar partido por ningún movimiento pictórico fue en él una forma de significarse y, aunque no inventó nada, lo cambió todo. "Pinto lo que veo... Y no me gusta investigar lo que no aparece ante mis ojos. Hago crónica. No juzgo", solía de­cir. Su corrección externa se transformaba en un volcán interior. Era un bon vivant que disfrutaba con la comida y los place­res. Amaba la música, leer y jugar al aje­drez en su casa de Londres, en el elegante barrio de Chelsea. También el baile es­pañol que descubrió en sus viajes a Anda­lucía. Su sexualidad siempre oculta se re­vela a través de sus dibujos de desnudos masculinos, de magnífica sensualidad.

Mientras Sorolla pinta los murales de la Hispanic Society, Sargent hace lo mismo en las salas de la nueva Biblioteca Pública de Boston. Embarcado en una obra monu­mental, elige como tema pasajes del Anti­guo Testamento, obsesionado con emular a Miguel Ángel. Ambos se dejan las pesta­ñas en estos encargos por los que paradó­jicamente no pasarán a la historia de la pintura.

Cansados, agobiados por la finaliza­ción de estas obras, Sorolla y Sargent pier­den la salud. Sus vidas se separan defini­tivamente. Sorolla muere en 1923. Valencia le despide como a un general. Sargent lo hará dos años más tarde, en 1925, y se le rinden honores casi reales en la abadía de Westminster, en Londres. •

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La exposición Sargent / Sorolla' se inaugura el próximo martes en el Museo Thyssen de Madrid y puede verse hasta el 7 de enero de 2007.

El Pais Semanal Nº1566. Domingo 1 de Octubre de 2006

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