miércoles, 26 de enero de 2011

La Buena Estrella de TURNER por Julia Luzán

"Tormenta de nieve"(1842), es una de las obras cumbre de Turner. El pintor está cerca de la abstracción. En la superficie, grandes masas oscuras y claras semejantes a "Mar picada"(1670), del holandés Jacob van Ruisdael.


El maestro del color y la luz, JMW Turner, uno de los grandes paisajistas británicos, desembarca con sus mejores obras en el Museo del Prado. Una exposición irrepetible del pintor que avanzó el impresionismo y la abstracción. Por Julia Luzán



Los astros guiaron siempre sus pasos. El día en que bautizaron a Joseph Mailord William Turner (Londres, 1775-1851) pudo verse en el cielo del atardecer el fenómeno de los tres soles, ama­rillo, naranja y rojo, curiosa premonición para el hombre que confesó en su lecho de muerte "el sol es Dios". Hubo otros augurios. Turner nació un 23 de abril, como William Shakes­peare. Tenía la suerte de cara, sólo debía darle forma. Y lo hizo. El pintor de la luz y el color, "el más grande de su era, el padre del arte moderno", según John Ruskin, posiblemente su mejor biógrafo, fue el primero en apuntar hacia el impresionismo y la abstracción.

Javier Barón, jefe del departamento de pin­tura del siglo XIX y comisario de la muestra Turner y los maestros, la gran exposición del verano en el Museo del Prado, señala la opor­tunidad de poder ver por primera vez en Es­paña los grandes óleos del pintor británico

Turner conoció algunos cuadros de Rembrandt, como "Muchacha en la ventana"(1645). Los claroscuros, la transparencia de los blancos, fueron llevados al límite en su "Jessica"(1830).

PAISAJES MITOLÓGICOS. Arriba, 'El lago de Nemi', de Richard Wilson (1758), admirador también de las obras de Claudio de Lorena y Poussin, se estableció en la última etapa de su vida en Italia. Wilson está considera­do como el creador de la tradición inglesa de la pintura de paisajes. Su obra influyó en Turner, tal como se ve en el óleo 'Eneas y la Sibila, lago Averno' (1798).

> Prado exhibió sus acuarelas en 1983- confron­tados con obras de Rembrandt, Poussin, Cana­letto, Tiziano, Veronés, Rubens, Ruisdael, Van de Velde o Watteau. "Los británicos", afirma Barón, "han comprobado que, a diferencia de Goya, Turner no es un artista genial aislado, un precursor, sino que, por el contrario, tiene mucho contacto con su tiempo y con una gran tradición pictórica anterior a él, que se esfuer­za en considerar, validar y superar. Turner quiere partir, como había hecho antes Rey­nolds, de un conjunto de tradiciones que él recrea de un modo singular. Tal es su origina­lidad que a veces se han olvidado las influen­cias de los grandes maestros, que son los que analiza la exposición, o los paralelismos con sus contemporáneos".

Hijo de barbero -su padre tenía una barbe­ría cerca del mercado de Covent Garden- y de una carnicera, nunca destacó por su físico. De escasa estatura, en su rostro -de pequeños ojos azules heredados de su madre- destacaba su perfil de loro y su barbilla prominente. Hablaba, además, con un fuerte acento cock­ney, el lenguaje de las calles. Su infancia estuvo marcada por los feroces ataques de locura de su madre, Mary, que acabó en un manicomio.

Turner debió aprender pronto a buscarse la vida. "Mi padre", escribió, "nunca me elo­giaba, excepto si ahorraba un chelín". A los 14 años comenzó a hacer trabajos como topó­grafo. Aquello le gustó: "Si volviera a nacer, sería arquitecto antes que pintor". Thomas Hardwick, al observar su buena mano con el lápiz, lo recomendó para entrar en la selecta Royal Academy School. En 1790 expuso allí sus primeras acuarelas. Poseía una gran imagina­ción para titularlas con palabras rimbomban­tes. Tenía afición a escribir reflexiones en sus cuadernos y, ya en la edad adulta, se atrevió con poemas, con un tono entre marcial y épico, fruto de las convulsiones guerreras de su época. Turner asistió como espectador a la in­dependencia de América, la Revolución Fran­cesa y las campañas bélicas de Napoleón.

FUE UN JOVEN RARO Y CALLADO, absorto siem­pre en la pintura -a su muerte se hallaron en su casa más de 19.000 dibujos y bocetos-, con escasas dotes para hacer amigos. A diferencia de otros pintores, como Reynolds, muy cotiza­do en los círculos sociales de su época, él, en contrapartida, según el historiador y crítico de arte David Solkin, se esforzó por realzar su per­sonalidad por medio de su arte.

Su ansia por trasladar al papel lo que veía fue compulsiva. Andaba cada día 40 kilóme­tros para llenar sus cuadernos de bocetos y acuarelas. Pintaba criptas, monumentos, ruinas, iglesias. Thomas Monro, un coleccionista y pintor, lo contrató en 1796 para que copiara algunas de las obras de su colección. La casa de Monro funcionaba entonces como una aca­demia en la sombra y Turner adquirió gran formación como copista de obras maestras.

En 1802, mientras de España llegaban ecos de la guerra contra Napoleón, Turner fue ele­gido, a los 24 años, miembro de la Royal Aca­demy, uno de sus más fervientes deseos. Poco antes experimentó una de sus emociones más


AL MODO DE CANALETTO. Canaletto en su obra 'II molo dal bacino di San Marco' (1733-1734), arriba, pintó una Venecia que idealizó. Turner, el más veneciano de los pintores ingleses, hizo 'El puente de los Suspiros, el palacio Ducal y la Aduana de Venecia' (1833), a la manera de Canaletto, un artista que lo deslumbró por su dominio del color.

> intensas al ver los paisajes del francés Claudio de Lorena (1600-1682) en la colección del comerciante Angerstein. Dicen que se le salta­ron las lágrimas al contemplar aquellas pintu­ras. La influencia de Lorena fue tal que cuando Turner donó a la National Gallery Dido cons­truye Cartago y El declive del imperio cartagi­nés puso la condición de que fueran expuestos permanentemente entre dos obras de su admi­rado Claudio de Lorena, algo que para el his­toriador de arte Ernst H. Gombrich fue un dis­late: "Turner no se hizo justicia a sí mismo incitando a esta comparación".

En las biografías de Turner, su vida íntima tiene poco interés. Parecía un personaje de Dickens, bajito, rudo, un míster Pickwick siem­pre con las manos manchadas porque usaba sus dedos para difuminar la pintura de sus óleos. Nunca tuvo aspecto de gentleman, pero tampoco lo intentó. Sentía atracción por las viudas y las mujeres maduras, y aunque no se casó, convivió con alguna y tuvo dos hijas, a las que nunca reconoció.

Cuando su padre dejó la barbería, se mudó a casa de su hijo. Se convirtió en su mayordomo y asistente. Tuvo sobre él un gran ascendiente, como ilustra la anécdota que circuló por Lon­dres. En una ocasión en que Turner se mostra­ba remiso a acudir a una cena a la que había sido invitado, su padre lo empujó al grito de "Ve, Billy, ve. No hay nada para cocinar esta noche".

A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX viajó a París. Peregrinó al recién inaugurado Museo del Louvre. En su cuaderno anotó al contemplar El entie­rro de Cristo de Tiziano: "María está pintada en azul y participa del tono carmesí que se une con el azul del cielo". Visitó también Italia, la meca de la pintura, y conoció los museos más importantes de Europa. Llegó hasta Suiza y Alemania. En el camino a Bruselas hizo un alto en un desolado Waterloo y anotó: "1.500 asesi­nados aquí, 4.000 allí". Venecia y Canaletto lo deslumbraron. Nunca, en cambio, sintió atrac­ción por España.

Ilustró libros de viajes y los de los escritores románticos Byron y Walter Scott. Lord Elgin quiso que formara parte de su expedición a Grecia -donde arrambló con los mármoles del Partenón que hoy se exponen en el Museo Bri­tánico-. No llegaron a un acuerdo porque Tur­ner no quiso ceder los derechos de sus obras, y además exigía un alto precio. Compitió en la pintura de paisajes con su colega de academia Constable, al que detestaba, y en la de interio­res, con otro contemporáneo, David Wilki. Fue un magnífico escenógrafo, a veces criticado por "la cruda teatralidad de sus pinturas". En 1840, un anciano Turner conoció a John Ruskin, el mejor propagandista de su obra: "Él ve más en mi pintura de lo que yo jamás he visto", decía el artista.

Turner murió el 19 de diciembre de 1851. Una hora antes, el sol, su estrella, apareció fugazmente entre las negras nubes. Fue su último paisaje. •

'Turner y los maestros: Museo del Prado. Del 22 de junio al 19 de septiembre.


El Pais Semanal nº1760 Domingo 20 de junio de 2010

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