viernes, 20 de enero de 2017

Una cicatriz en la espalda

JAVIER FERNÁNDEZ

18 Enero, 2017



'Kei, crónica de una juventud'. Kazuo Koike y Goseki Kojima.ECC. 360 páginas. 13,95 euros.

El octavo volumen de Kei, crónica de una juventud, manga histórico de los maestros Kazuo Koike y Goseki Kojima (El lobo solitario y su cachorro, Hanzô, el camino del asesino y El hombre sediento, entre otras series inolvidables), contiene los episodios décimo cuarto a vigésimo de la secuencia titulada Acumulando pasos, esto es, los capítulos 49 a 55 de esta obra inédita en castellano que será reunida por ECC en diez tomos. Se trata de la emocionante historia de un joven rônin que lleva en su espalda la cicatriz de una herida de espada (que lo señala como cobarde) y busca incansablemente a su amada en el Japón del final del periodo Edo. Francamente, tratándose de un trabajo de Koike y Kojima, el argumento es casi lo de menos, pues el trabajo de ambos es siempre fascinante y merece figurar entre las obras maestras del manga y del cómic en general.


Malaga Hoy


Zidrou, narrador

La biblioteca pública Infanta Elena de Sevilla acoge una exposición que visitará otras ciudades sobre el guionista belga afincado en Ronda.

Dibujo de Jordi Lafebre.

JAVIER FERNÁNDEZ
18 Enero, 2017

El pasado 17 de diciembre se inauguró en la biblioteca pública Infanta Elena de Sevilla la exposición Zidrou. Déjame que te cuente once historias de amor, vida y esperanza. La muestra recoge ejemplos de los 11 títulos que el guionista belga afincado en Ronda ha realizado con diversos dibujantes españoles (Lydie, los dos tomos de La Mondaine y Los buenos veranos 1: ¡Rumbo al sur!, con Jordi Lafebre; ¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra?, con Roger; El Folies Bergère y Bufón, con Francis Porcel; La piel del oso y Los 3 frutos, con Oriol; El paseo de los sueños, con Mai Egurza; El cliente, con Man; y La anciana que nunca jugó al tenis y otros relatos que sientan bien, tomo colectivo que incluye páginas de Homs), todos publicados por Norma Editorial, y ha sido posible gracias a la colaboración entre el Institut français de Sevilla, Norma Editorial y el Centro Andaluz de las Letras. Se trata además de una exposición itinerante: cerrará en Sevilla el próximo 14 de febrero e irá viajando por las ocho bibliotecas públicas provinciales de Andalucía, de modo que, tarde o temprano, la tendremos cerca de casa.

Sabiendo de la exposición, he tenido ocasión de asomarme al fin a la obra de Zidrou (tarea que tenía pendiente desde hace años) y me he leído de una sentada cuatro de los álbumes antes citados: Lydie (2010), La piel del oso (2012), El Folies Bergère (2012) y ¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra? (2013). Digo de una sentada porque me puse a ojear el primero y no pude parar hasta haberlos leído los cuatro. Están todos interpretados en un estilo gráfico muy diferenciado (el trabajo de Lafebre, Oriol, Porcel y Roger, respectivamente, es magnífico y bien merecería un artículo aparte cada uno de ellos), pero los cose la poética personalísima de Zidrou, al que las historias le brotan con una naturalidad pasmosa. En estos cuatro álbumes, el escritor se maneja con solvencia en toda clase de situaciones: la intimidad familiar, la crudeza de la guerra, el amor adolescente, el amor maduro, las obsesiones psicológicas, el género negro… Y en el conjunto subyace un sincero apego por las relaciones humanas, por la amistad y el cariño mutuo, incluso en las más terribles circunstancias.

Zidrou nació en Anderlecht en 1962, comenzó su carrera a comienzos de la década de 1990 en la revista Spirou y su incontinencia narrativa se concreta en una bibliografía (insultantemente) extensa, cuyo éxito más reconocido es la serie humorística L'Élève Ducobu (comenzada en 1992), que se ramifica en novelas y películas. Dice Abel Ippólito en el texto que acompaña a la exposición: "Zidrou es uno de los guionistas más atractivos y sensibles del actual panorama del cómic. Sus historias nos describen a héroes anónimos que buscan su rincón en el mundo para alcanzar la felicidad (…), nos recuerdan nuestra condición humana y nos animan a convertirnos, al menos por un rato, en los héroes de nuestras propias vidas". Los animo a que se asomen a su universo. Quedarán atrapados.

Malaga Hoy

jueves, 19 de enero de 2017

¡A pitufar!

JAVIER FERNÁNDEZ
18 Enero, 2017


'Los Pitufos'. Peyo. Norma Editorial. 320 páginas. 32 euros.

¿Quién no conoce a los Pitufos? Estos duendecillos azules, de pantalón y gorro blanco, que viven alegremente en el bosque junto al impagable Papá Pitufo (el único que luce indumentaria roja) son todo un icono de la cultura popular y unos de los personajes más entrañables de la historia del cómic. La genial creación de Peyo (Schaerbeek, Bélgica, 1928-Bruselas, 1992) vio la luz en la ya famosísima historieta La flauta de los Pitufos, duodécima aventura de otro par de ilustres personajes del dibujante, Johan y Pirluit, allá por 1958, serializada, como señala Antoni Guiral en su introducción, en los números 1047 a 1086 de la legendaria revista Spirou. En palabras de Guiral: "los duendes azules volverían en varias ocasiones a la serie de Johan y Pirluit, pero en 1959 se independizarían. (…) Así, entre 1959 y 1962 se publicaron seis entregas de Los Pitufos, que posteriormente serían reescritas y dibujadas por Peyo para su adaptación al formato de álbum. Estas primeras historias fueron escritas por Delporte, quien también participó como guionista en las siguientes cuatro aventuras". Guiral nos recuerda que "la traducción al español de los Pitufos [Les Schtroumpfs en el original] procede de Miguel Agustí, redactor jefe de la revista Strong (una edición española de Spirou, 1969-1971), donde la serie fue publicada por primera vez en castellano".

El Integral 1 publicado por Norma Editorial reúne en un solo volumen los primeros pasos de Los Pitufos, para gozo de los lectores. Van aquí recopiladas un puñado de historietas clásicas, todas agraciadas por el magistral estilo de Peyo: Los Pitufos negros, El Pitufo volador, El ladrón de Pitufos, El rey Pitufo, Pitufonía en Do, La Pitufina, Los Pitufos tienen hambre, Los Pitufos y el huevo, El Pitufo número 100 y El falso Pitufo, más, claro está, la seminal La flauta de los Pitufos. En total, son casi 320 páginas de sana diversión, publicadas a gran formato y estupendas traducción y rotulación. Un auténtico regalo para cualquier aficionado al cómic.


Malaga Hoy

¿De dónde llegáis a mí? Del país de Pitufín

Los Pitufos debutaron en España en 1969 en la revista 'Strong' y alcanzaron la popularidad en 1977. Sus cómics se tildaron como producto infantil obviando el mensaje adulto de algunos.


La célebre aldea pitufa.

GERARDO MACÍAS
18 Enero, 2017

'El Rey Pitufo'. Guión: Yvan Delporte y Peyo. Dibujos: Peyo. Edición original: 'Le Schtroumpfissime', (Dupuis, 1965). Edición española: 'El Rey Pitufo' (Norma Editorial, 2013).


En 1977 debutó en TVE un rabino barbudo con unas marionetas cantando: ¿De dónde llegáis a mí? Del País de Pitufín. ¿Por qué sois de tono azul? Porque no hay viento del sur…

El holandés Pierre Kartner ni era rabino ni barbudo, sino que iba disfrazado y se hacía llamar Padre Abraham. Interpretaba canciones de Los Pitufos en español, alemán, francés y japonés. El Padre Abraham formó parte del marketing del largo de dibujos animados La flauta de los pitufos.

Les Schtroumpfs debutaron en España en 1969 en la revista Strong, donde se les bautizó como Los Pitufos, pero alcanzaron la popularidad en 1977, con el Padre Abraham y la película. A causa del Padre Abraham y del largo de animación, se tildó a Los Pitufos de producto infantil, obviando el mensaje adulto que se lanza en algunos cómics como El Rey Pitufo.

La revista Strong no tuvo problemas con la censura hasta que publicó esta historieta (Le Schtroumpfissime en el original belga) traducida como El Pitufísimo, que sonaba a Generalísimo. Los censores exigieron cambiar la portada, pero el nombre de Pitufísimo se conservó en sus páginas para el protagonista.

Debido a lo anterior, Editorial Bruguera durante la Transición lo bautizó Su Pitufísima, para todo el álbum. En 1979, Bruguera retituló por fin como El Pitufísimo. Planeta DeAgostini (2006) y Norma Editorial (2013) lo titularon El Rey Pitufo por influencia del doblaje al castellano neutro de la teleserie de animación de Hanna-Barbera (1981-1989).

Papá Pitufo es el líder pitufo. Era más acertada la traducción de Bruguera de Gran Pitufo, lo de Papá viene de la teleserie de animación. No es el padre de los pitufos, pero sí el más sabio y el más viejo. Se rigen por principios judeocristianos, pero a las órdenes de Papá Pitufo: es un dictador, benévolo, pero dictador.

Papá Pitufo deja la aldea para buscar ingredientes de sus fórmulas mágicas. Los pitufos deciden elegir sustituto. El Pitufo Filósofo -realmente Pitufo Gafitas, ay, la tele-, apela al derecho de sucesión. Otro, a la edad. Ambos se descartan. La primera reacción es liarse a palos, hasta que se propone el sufragio universal y un pitufo hace promesas de campaña que no va a cumplir.

El discurso final del futuro vencedor es una cháchara en la que, jugando con el idioma pitufo, no dice nada, pero obtiene la aclamación de las masas. El Pitufo Filósofo también se presenta a las elecciones pero nadie le vota. Intenta hacer trampa votando varias veces, pero lo pillan. Al ganador se le sube la victoria a la cabeza y se autoproclama Rey Pitufo. Inevitable comparación con Alemania: Hitler tomó el poder legalmente antes de imponer la dictadura.

Ante el descontento, surge el Pitufo Fortachón: el héroe del pueblo, representante de todos los pitufos para enfrentarse a la autoridad y restablecer la justicia. El Rey Pitufo le ofrece el puesto de Gran Capitán, lo que acepta de inmediato, y olvida sus reivindicaciones. El Pitufo Filósofo vuelve a su rol de pelota y ronda alrededor del rey como antes hacía con Papá Pitufo.

El detonante de la revolución es el encarcelamiento del Pitufo Bromista por gastar una de sus típicas bromas con regalo explosivo al rey. Ante esto, los pitufos se dirigen a palacio con propósitos antipitufísimos. Otro problema de traducción, porque esto no se entiende si en el cómic no sale ningún pitufísimo.

Un grupo de pitufos conspiradores se reúne, y entre ellos está el Pitufo Filósofo, que se arrima al sol que más calienta. Los conspiradores liberan al Pitufo Bromista y huyen al bosque, aunque el Pitufo Filósofo es capturado.

Los pitufos comienzan unirse a los rebeldes, y el Rey Pitufo construye una muralla. La excusa, proteger a la población; la causa, impedir las deserciones. Este álbum se publicó originalmente en 1965: tres años antes se construyó el Muro de Berlín.

Regresa Papá Pitufo y con una bronca, todos se arrepienten. El Pitufo Filósofo, como la cárcel ha sido destruida, consigue escapar, cantando la Pitufesa, es decir, la Marsellesa: el símbolo de la libertad y de la lucha contra el fascismo, cantado por quien ha estado cambiando de bando durante toda la historia.

El atuendo del Rey Pitufo, que se había puesto capa roja, gorro y leotardos dorados, y corona, termina vistiendo a un espantapájaros.


Malaga Hoy



miércoles, 18 de enero de 2017

‘Thriller’ de sangre y viñetas en el Museo del Prado

'El perdón y la furia', de Keko y Altarriba sobre la figura de Ribera, es el segundo álbum de cómic editado por el museo

BORJA HERMOSO

Madrid 18 ENE 2017





Viñeta del cómic sobre el artista José de Ribera, editado por el Museo del Prado. MUSEO DEL PRADO

Ahora que hasta los jerarcas de los primeros museos del mundo editan cómics con satisfacción y hasta orgullo, es de suponer que a quienes durante tanto tiempo —y aún hoy— se burlaron del arte secuencial de la historieta y le negaron cualquier rango de creación seria, les deben de estar doliendo las tripas. Que si los tebeos no eran arte. Que si no podían salir en las páginas de Cultura de los diarios como salen el arte, la literatura, el ensayo, el cine, la música o el teatro. Que si cómo se puede comparar a Hergé y Winsor McCay con Zygmunt Bauman y John Berger.


Por si hacían falta más ejemplos de la potencia narrativa y estética de los cómics para callar a tanto profesional de la alta cultura y de la ceja alta, la edición por parte del Museo del Prado de El perdón y la furia, espléndido álbum de 60 páginas a cargo de Keko y Antonio Altarriba en torno a José de Ribera, viene, una vez más, a hacer justicia poética con el género de la historieta. Se trata de un thriller en blanco y negro (y rojo sangre…) en el que un atormentado profesor de la Universidad de Salamanca, Osvaldo González Sanmartín, investiga el misterio de la desaparición del Sísifo y el Tántalo pintados por Ribera.

El reto es de altura tanto en lo narrativo como en lo técnico, incluyendo la incrustación de las pinturas reales de Ribera en las viñetas del álbum. “Este encargo me dio mucho miedo, y Antonio y yo hemos discutido mucho, mucho. Pero en tiempos de corrección política como los que vivimos, tratar a alguien tan poco correcto como José de Ribera es una suerte”, explica el dibujante madrileño.


Portada del cómic.

Es la segunda vez que los responsables del museo encargan un cómic relacionado con un artista o una exposición. El primer encargo se lo hicieron a Max, que compendió en el extraordinario El tríptico de los encantados (una pantomima bosquiana) sus visiones de El Bosco. “Nos gustaría que El Prado fuera la casa del cómic”. Esa frase, pronunciada por Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del museo, retumbará felizmente insólita para los amantes del cómic. Pero resulta que tanto Falomir –uno de los candidatos a suceder a Miguel Zugaza en la dirección del Prado- como el propio Zugaza, como en general la cúpula directiva de la pinacoteca, se dieron cuenta hace ya algún tiempo de una cosa: que el ensamblaje de viñetas y textos, bien pensado, escogido y producido, podía revelarse como un eficaz vehículo de transmisión de contenidos.

“La obligación de un museo que trabaja con artistas muertos hace mucho tiempo es proponer al público nuevas aproximaciones a sus obras”, explica Miguel Falomir, consciente de que la suma El Prado + los comics puede penetrar en públicos tradicionalmente poco relacionados con la vida del museo. Y consciente también, y así lo ha reconocido todo un director adjunto del Prado, y esto queda para la historia, de que “los comics tienen el mismo rango que la pintura, la arquitectura o la escultura”.

El punto de partida del encargo realizado por los directivos del Prado a Keko (Madrid, 1963) y Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) para llevar al cómic las carnes, las texturas, el desgarro y el misticismo de El Españoleto se remonta a 2014. En aquel año coincidieron dos noticias: la celebración en El Prado de la exposición Las Furias. De Tiziano a Ribera, comisariada por el propio Miguel Falomir, y la publicación en Norma Editorial del álbum de cómic Yo, asesino, con guion de Altarriba y dibujos de Keko. “En aquel momento vimos claro que algo teníamos que hacer con estos dos señores, y acabamos haciéndolo”, explica José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Prado. Jesús Moreno, antiguo propietario de la editorial de comics SinSentido y responsable de algunas de las más brillantes puestas en escena de las exposiciones del Prado, fue el intermediario perfecto entre el mundo de la historieta y los responsables del museo.

“No quiero parecer arrogante pero yo sabía que esto iba a pasar: que el cómic iba a entrar en el museo… lo que no sabía es que lo iba a ver y mucho menos que iba a ser en este espacio mágico”, explica Antonio Altarriba en alusión a la Rotonda Alta de Goya, donde se ha presentado El perdón y la furia, y el lugar de la pinacoteca en el que viven en sus enormes lienzos Tizio e Ixión, dos de las Furias de Ribera. Altarriba, catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco y autor junto a Kim del celebradísimo álbum El arte de volar, lo tiene claro: “Un cuadro tiene también alma de viñeta, y viceversa”, explica, y se muestra feliz de que “por fin las jerarquías estancas entre arte con mayúsculas y arte menor se han difuminado”.



El Pais


domingo, 15 de enero de 2017

Tank Girl en la Masacre del Monte Champiñon









Publicado en la revista El Vibora nº184, Editorial La Cupula, Barcelona, año 1995

Tintín: Nuestro hombre en la Luna



POR JORDI JOSÉ / MANUEL MORENO

"¡YA ESTÁ!... Acabo de dar algunos pasos... ¡Por primera vez en la historia de la humanidad, un ser humano acaba de hollar la Luna!...". Como todo el mundo sabe, no fueron los astronautas Neil Armstrong ni Edwin Aldrin los primeros humanos que pusieron pie en la superficie de nuestro satélite natural: la Luna, un 20 de julio de l969.

15 años antes, el intrépido reportero Tintín había estado ya allí por obra y gracia del dibujante belga Hergé. Una aventura descrita con todo detalle en los álbumes Objetivo: la Luna (1953) y Aterrizaje en la Luna (1954). Si indagamos un poco más, descubriremos que antes de Tintín también estuvieron en la Luna exploradores y campeones de la ficción de la talla de Cyrano de Bergerac y el barón de Munchausen (Ciberp@ís, 15-3-2001). ¿A qué viene, entonces, ese empeño, mostrado por algunos, en negar la presencia del hombre en la Luna, siendo como se ve uno de los lugares más visitados de nuestro entorno?

Volvamos al simpar Tintín. Aunque Hergé cuidaba mucho la veracidad y precisión científica de sus historias, en esta aventura se deslizaron algunos errores como se ha encargado de señalar el astrónomo francés Robert Mochkovitch. Justo después de pisar la Luna y mientras descargan el material del cohete, una pesada caja se precipita sobre el profesor Tornasol.

Es en estos lances donde uno se curte como superhéroe. Sin pensárselo dos veces, Tintín propina un empujón al profesor, que cae al suelo mientras la caja se estrella en la posición que instantes antes ocupaba. Por los pelos. Sin embargo, nuestro héroe podía haberse tomado su tiempo de haber recordado que, en la Luna, debido a su menor gravedad (1/6 de la terrestre), el tiempo que emplea un objeto en llegar hasta el suelo, igual a la raíz cuadrada del cociente entre el doble de la altura desde donde cae y la gravedad, es seis veces mayor que en la Tierra.

La caja que se desploma desde la parte superior del cohete a unos 25 metros de altura tardaría 5,5 segundos en llegar al suelo en lugar de los 2,3 que necesitaría en la Tierra. Poco más de tres segundos de diferencia. Suficiente como para poner a salvo al profesor en una acción más pausada e indudablemente, menos arriesgada.

En otra viñeta, Tintín y el capitán Hadock pasean tranquilamente por un paisaje desértico. De repente, notan una especie de temblor de tierra ("de luna", corrige Tintín). Al darse la vuelta comprueban asombrados un cráter de varios metros de diámetro producido por el impacto de un meteorito que ha caído justo en el mismo sitio por donde acababan de pasar instantes antes. ¿Suerte? Más bien todo lo contrario.

Los fragmentos producidos en el choque, lanzados en todas direcciones a velocidades típicas de 1 kilómetro por segundo (más rápidos que una bala de fusil), son temibles proyectiles. A no ser que los trajes espaciales ideados por Hergé (estética Michelín, aunque no demasiado diferentes a los que emplearían los astronautas de las misiones Apolo) sean muy resistentes, el paseo lunar de nuestros amigos debería haber finalizado aquí, incluida la carrera de Tintín como reportero.

Precisamente, la constante erosión a la que se ve sometida la superficie lunar debida al continuo bombardeo de meteoritos, de mucho menor tamaño que el citado, es la causa de que las montañas selenitas sean más redondeadas y menos escarpadas de lo que el anguloso relieve dibujado por Hergé sugiere. Acierta plenamente, en cambio, al imaginar un cielo bien negro, en razón de la ausencia de atmósfera.

Finalmente, la imagen de la Tierra que contemplan nuestros aventureros desde la Luna no es exacta. La Tierra, con un radio cuatro veces mayor, se ve cuatro veces más grande a como se nos aparece la Luna desde la Tierra (¡Bravo Hadock!), pero en todas las viñetas se muestra limpia de nubes, cuando, habitualmente, está cubierta en parte. Además, debe presentar, como la Luna, fases.








Portada de la llegada de Tintín a la Luna.

Sin embargo, se muestra siempre plena, mientras Luna está en cuarto creciente como indican las imágenes de aproximación de la nave. Desde la zona central de la cara visible, el cráter Hiparco donde aluniza la nave, debería verse media Tierra y situada mucho más alta sobre el horizonte, cerca del cénit del lugar. ¿Cuánto tiempo permanecieron Tintín y sus acompañantes en la Luna? A pesar de que Hergé no lo indica claramente, basta considerar que a su llegada la Luna estaba en cuarto menguante y cuando parten, está a punto de caer la noche lunar: "El sol ha desaparecido completamente; sólo algunas cumbres restan todavía iluminadas", señala Tintín. Por tanto, ha pasado un tiempo próximo a media lunación o día lunar, es decir, unos 14 días. Hasta la vista, Tintín.


Ciberp@is, El Pais, 19 diciembre 2002