viernes, 23 de noviembre de 2007

Libro de sueños


En un ensayo del "Espectador" (septiembre de 1712), Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos de Petronio y de don Luis de Góngora.
Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras. Este misceláneo volumen, compilado para esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.

Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.

El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dado los materiales escogidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños se anticipan al porvenir son menos preciosos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.

Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nightmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit, pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre en alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una supestición análoga.

Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigila inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Que sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubla Khan, que fué don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad. Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles de eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.

El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raiz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches. No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo.

Jorge Luis Borges




Unas pinceladas de negro







Esta tarde he manchado algunos dibujos, con la esperanza de ir cogiendo algo de pulso. Parece que el invierno trae nuevos ánimos a nuestro grupo. Ah, casi lo olvido, tenemos un miembro honorario en el grupo de El Ojo de Melkart. Alguien que espera ganarse la vida dibujando comics.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Material de trabajo: Julio Cesar




Buscando referencias gráficas para El Ojo de Melkart, me encontré por casualidad con un trabajo cuando menos curioso. Un comic sobre Julio Cesar del dibujante Eduardo Risso y el guionista Ricardo Ferrari. Publicado en Argentina allá por 1983. A Risso lo conocí a traves de la serie "100 balas" y me pareció impresionante, pero por lo visto el muchacho, que nació en 1959 tiene una carrera bastante larga. De estas páginas en concreto me gustaria resaltar que con un trabajo a todas luces rápido (apenas sin fondos, casi todo primeros planos) muestra algunos planteamientos de diseño de página bastante buenos, y me gusta mucho su sencillez de lineas.

PROYECTO "M" DE "MELKART"



Un pequeño experimento. Una prueba de vida.
He manchado un poco de negro unos bocetos previos de una de las páginas. Y después he probado a insertarle textos. El tipo de letra me gusta, CC Pulp Fiction y como tipo intermedio va bien, tambien hay que tener en cuenta que la rotulación se hará a mano. Pero aún no había tenido ocasión de ver una página del comic con todas sus "directivas ", por llamarlo de alguna manera. Y es muy curioso como cambia la forma de verlo. Antes y después.
Tenia pensado hacerlo con el resto de las páginas que tenemos abocetadas pero va ser que no, al menos de momento.
Otra prueba que quería hacer y por ahora se queda fuera, eran muestras de color, muy basicos, y grandes trazos, pero (siempre hay un pero) no me llegan las fuerzas.
Seguimos en la brecha.

lunes, 19 de noviembre de 2007

UNA APROXIMACIÓN

Intento ver al pájaro cuya imagen los griegos tallaron en sus monedas, sentado paciente junto a los oidos de Palas Atenea, compartiendo en silencio su sabiduria inmortal.


Quizás cuando nos fijemos en cómo sus garras se aferran a la rama, con los dos pulgares por delante y el espolón trasero agarrandola por detrás, debamos pararnos a pensar un momento y reconocer que esas mismas garras debieron hacer sangrar antaño los hombros de Palas.

A-2