lunes, 18 de agosto de 2025

Como perro y gato en Formentera

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Llegué a Formentera, tras la larga travesía de costumbre y la lectura ritual de amplios pasajes del Lord Jim de Conrad a bordo del ferry Ciudad de Barcelona de Transmed, cargado de propósitos y anhelo de aventuras (“multiplicábanse en su mente las ideas de grandes hazañas: sentíase enamorado de ellas y le encantaba el feliz éxito que acompañaba a sus imaginarias proezas; eran lo mejor de su vida, su verdad secreta, su escondida realidad”). Me pareció un buen presagio encontrarme ya en el barco una sirena: una pequeña figura mecánica de una ondina rubia de ojos azules y escamas doradas que al darle cuerda movía arriba y abajo la cola y que me miraba tentadora desde el parador de la tienda de regalos del ferry.


Nada más arribar a mi cuartel general en la playa de Migjorn me puse a releer, bajo las palmas de la techumbre del Pelayo, La isla misteriosa, de Julio Verne, pues me había propuesto trazar las semejanzas entre la novela y mi experiencia de Formentera. Estaba yo tan ricamente en mi lectura, con el globo de los protagonistas desinflándose en medio de una tormenta, cuando los acontecimientos de la realidad empezaron a imponerse a los de la literatura.


J.A.

De entrada la tempestad de la novela parecía trasladarse a Formentera. Estábamos en alerta por la llegada de un frente que traería, se advertía, vientos huracanados, lluvias copiosas y olas de dos metros. Cuando aún hay barcos varados de la dana del pasado agosto, la advertencia no podía tomarse a la ligera. Todo el jueves había sido un prepararnos para el temporal. Se suspendieron las fiestas de Sant Jaume y gente deambulaba por la isla mirando el cielo y esperando lo peor. Desde el Pelayo, un puñado de personas observábamos fascinados y sobrecogidos cómo las olas crecían y en todo lo que abarcaba la vista el mundo se convertía en un gran tapiz oscuro y amenazador. Y entonces se produjo una de esas imágenes que se te graban en el alma con la fuerza de una leyenda: una chica salida de no se sabe dónde se zambulló desnuda en el mar alborotado.


Pero si la tempestad, que acabó resolviéndose en gatillazo celeste, se cernía sobre nosotros, el verdadero desasosiego me ha llegado en la isla en forma de perro

Se trata de un Jack Russell terrier blanco y tostado que responde al tan luctuoso actualmente nombre de Ozzy y que el destino aciago ha convertido en mi vecino en las casitas de Es Pinars. Fue justo llegar con nuestro gato Charly y encontrarnos que el chucho se había enseñoreado de todo el territorio. Sus dueños, gente por lo demás muy agradable, nos informaron enseguida del carácter cazador del can y su predisposición natural -animalito- a perseguir a los gatos. Nos dieron como cosa hecha que teníamos un problema (evidentemente con todas las de perder Charly, de temperamento tan soñador y pusilánime como su dueño), aunque accedieron a debatir qué se podría hacer para mitigarlo. Es dificil llevar con educación un conflicto en el que la otra parte se puede comer a la tuya, pero sacamos adelante unas negociaciones tipo Ucrania-Rusia en las que Charly y yo cedimos mucho.

Se estableció una línea divisoria que Ozzy no debía cruzar y que yo bauticé con hondo sentido de la historia como Checkpoint Charlie. Pero al cabo de un rato ya teníamos al avispado terrier en nuestro porche, calentando como un púgil. Total que Charlie solo sale en las escasas horas pactadas de reclusión o ausencia del perro hiperactivo (“ahora nos vamos, podéis sacar a vuestro gato”), mayormente de noche y siempre bajo estricta vigilancia (mía), de forma que estoy adoptando una vida vampírica y así no hay quien se ponga moreno. Como suelo hacer, he tratado de encontrar consejo, y si no consuelo, en los libros. En The interpretation of cats, and their owners (Penguin, 2024), el veterinario francés Claude Béata explica cómo funciona la mente de un gato. Leemos el libro juntos Charly y yo en nuestras horas de confinamiento, a menudo los dos debajo de la cama, y descubrimos las patologías a las que nos puede llevar esta situación. Nos ha interesado el caso de un gato abisinio que sufría un caso disociativo que lo convirtió en un verdadero Mister Hyde capaz de sembrar el pánico, incluso entre los perros. Dejaremos el libro a mano de los vecinos y de Ozzy. Mientras tanto, como dijo Colette, el tiempo pasado con un gato nunca es tiempo perdido. Ni siquiera en Formentera.


El Pais. Cultura. Sábado 26 de julio de 2025


jueves, 14 de agosto de 2025

Los combates cotidianos / Manu Larcenet



Hay una insistencia tan constante en la felicidad que dan las pequeñas cosas que toda una «industria» de la autoayuda se basa en su mención constante. Mágicas recetas, pensamiento positivo para permanecer contento las veinticuatro horas y sin demasiada medicación. Las pequeñas cosas. Las pequeñas cosas. Las pequeñas cosas. Los mimbres de esta factoría dedicada a la sonrisa bobalicona son tan fuertes que la única razón para que la persona de su lado no sea un «coach» es que lo sea usted mismo. Las pequeñas cosas. Ni tan siquiera la ironía de Groucho Marx ha podido hacer mella en este campo, «hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...». Las pequeñas cosas. Ah, las pequeñas cosas... En lugar de quedarse en un aforismo, el autor francés Manu Larcenet ofrece en Los combates cotidianos toda una guerra a la concepción superficial de la vida ordinaria, el transcurrir del tiempo y, precisamente, la búsqueda de la felicidad. Ese punto de vista inofensivo que fomenta la mansedumbre y que se encuentra institucionalizado por los organismos oficiales de todo pelaje y los medios convencionales de comunicación, encuentra aquí un sobresaliente contrapunto. Su lectura le produciría un ictus inmediato a cualquier gurú de la alegría que cobre por horas para asesorar al personal de una oficina o a un político oportunista, valga la redundancia. Larcenet opone la inteligencia de las pequeñas cosas contra su uso como elemento narcótico, vulgar y adocenante.

Los ataques de ansiedad, el sexo, el amor, la paternidad, la relación con los familiares, la pérdida de seres queridos, la relación con las mascotas y la naturaleza, las frustraciones laborales, el desengaño derivado de conocer a ciertas personas a las que admirábamos, la dignidad del trabajo bien hecho, el aburrimiento, el no saber muy bien qué hacer... son algunos de esos combates cotidianos con los que tiene que lidiar el protagonista, una persona normal y corriente sometida al azar, los miedos y, en definitiva, todo aquello que compone realmente la vida mientras los sueños y las esperanzas van por otro lado.

Esta historieta fue premiada como mejor álbum en el Festival de Angulema de 2004. Llama la atención en sus primeras páginas por la elección de un tipo de dibujos que en principio parecen más propicios para un tebeo de humor de otro tipo. Sin embargo, poco a poco, entendemos las razones de lo que no es sino un acierto. Este tipo de trazos consiguen no solo trasladar multitud de emociones corrientes, también gracias a los cambios de color —por ejemplo, sepia para lo que equivaldría a la «cámara subjetiva» del protagonista, rojo para la angustia— puede alterar el tono de los sentimientos sin romper la continuidad del estilo, que solo varia en un puñado de ocasiones cuando Larcenet opta por dibujar retratos realistas o bien monólogos interiores donde muestra diversas escenas (de nuevo en sepia, para señalar su visión). Este contraste refleja perfectamente la madurez derivada de diversas experiencias y justifica que el autor escogiese para la mayor parte del tebeo una apariencia engañosamente simpática.

Otro de los grandes aciertos del cómic es tomar como hilo conductor a un personaje que, siguiendo el título, es muy normal. Eso no solo refuerza la perspectiva del lector acerca de los acontecimientos frecuentes y habituales que le suceden a cualquiera en el transcurso de su vida en una sociedad desarrollada (y por tanto, salvo desgracia mayúscula, carente de grandes altibajos o experiencias extremas), sino que consigue plasmar, mediante la aparición de personajes secundarios, desde familiares a compañeros de profesión, desde el propio gato del protagonista a vecinos mal- encarados, cómo las relaciones de cualquier especie son las que van modificando nuestra vida tanto interior como exteriormente. Este modo de representación logra que dichos secundarios sean especialmente atractivos, lo que se relaciona con la profesión de fotógrafo del personaje principal. Es en cierto modo su mirada común pero precisa la que realza, y volvemos al principio, esas pequeñas cosas que siendo igualmente comunes también pueden ser decisivas, maravillosas, anodinas, terribles y que, en definitiva, son las que componen el destino de cualquiera, un destino sin mayúsculas, de andar por casa. Pero, al fin y al cabo, nuestro.

El humor, la ternura, la angustia o la tristeza se ven complementados con la pasmosa habilidad que tienen muchos artistas de Francia para analizar y criticar a su propio país sin romper con la trama, todo lo contrario, complementándola y demostrando en este caso que los grandes hechos de la economía y la política están fabricados con la misma sustancia que las anécdotas, y que nos movemos en la red resultante un poco a la deriva y otro poco por voluntad propia. La agudeza de Larcenet consigue ligar con más que meritoria sencillez la guerra de Argelia con las transformaciones industriales de la actualidad en el caso de unos astilleros. Precisamente el tratamiento del tiempo en general es otro de los talentos del autor, que con una excelente utilización de la elipsis logra trasladar al lector informaciones básicas sobre lo que está sucediendo, sin añadir absolutamente nada más.

Los amantes de la naturaleza tienen aquí sus bosques. Los amantes de los niños tienen aquí a una maravillosa niña. Los amantes de los gatos tienen aquí a un travieso gato. Los amantes de las historias de amor cuentan con su historia de amor. Los amantes de los malos tienen a unos cuantos malos complejos. Los amantes de los buenos tienen también su repertorio. Lo que no hay son héroes ni villanos. Solo el pasar de los días. Solo el ver qué ocurre. Solo una vida como tantas otras.


Jot Down : Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


lunes, 11 de agosto de 2025

BLANKETS / Craig Thompson



«De niño, creía que la vida era el mundo más horrible en el que uno podía vivir».

Wisconsin, Estados Unidos, principios de los ochenta. Craig Thompson es pobre, su padre es una bestia; su madre, una pusilánime; sus compañeros le marginan, sus profesores le maltratan, vive en una sociedad devota y profundamente temerosa de Dios y tiene un hermano pequeño que se mea en la cama. No habría problema, si no fuera porque duermen juntos.

Dibujar y correr hasta la extenuación, pasarse el día pintando, dormir para intentar soñar. Eran las únicas formas de huir. Contarlo, y contarlo duramente, y con cariño, es lo que se hace cuando ya has crecido. Cuando consigues entender qué sucesos exactos lograron conformarte, cuando quieres disculparte por lo que eres, cuando ya has dejado de buscar cualquier elemento mínimamente sagrado en tus días y cuando sabes que, lo que te ocurrió a ti, posiblemente le ocurrió también a alguien más.

Blankets, dicen, es una historia sobre el primer amor adolescente. Ese amor en el que hay cartas escritas a mano, interminables llamadas de teléfono, cintas de casete grabadas con mimo, regalos que cuestan mucho trabajo y mucho esfuerzo y despedidas. Yo creo que cuenta una búsqueda: que no solo habla sobre el hecho mismo de crecer, sobre la propia historia adolescente, sino de cómo uno elige, con desesperación, compartirse con la única persona que no le ha rechazado hasta la fecha sin darse cuenta de que hay veces que las historias de amor no son más que un puñado de novelas cortas. De cómo uno quiere encajar, encajar con alguien, encajar en alguna parte y, al mismo tiempo, no ser parte de un rebaño. Cuenta cómo uno va cambiando y cómo uno consigue aceptar lo que es.

En la casa de su infancia, en la que no se usaba el ventilador porque era muy caro, Craig Thompson leía la Biblia al menos una hora al día. De hecho, lo narra también aquí, se planteó escribir tiras cristianas, para evangelizar: el problema (van a encontrar mucho texto sagrado aquí) es que estudió tanto las Escrituras que se dio de bruces contra los exégetas. Fue a la escuela de arte, pero los cómics no estaban bien vistos y él quería dibujar. Y quería contar historias: así que usó su tiempo libre, abandonó la educación reglada (no acumulaba más que deudas) y comenzó a mostrar su trabajo. Así publicó Adiós, Chunky Rice (Astiberri, 2007). Y así editó también Blankets.

Blanket, en inglés, significa manta. Ese primer amor de adolescencia, que se llamaba Raina, le regala una de patchwork, un trabajo ímprobo que consiste en unir telas de distinta procedencia (una que fue suya cuando ella era pequeña), coserlas y volverlas a coser. «Leídos en secuencia, como en un cómic, contaban una historia». Thompson todavía la conserva. Y está la manta que comparte con su hermano, la manta por la que discuten, la manta por la que su padre les castiga cuando la discusión hace mucho ruido, la manta que se transforma, también, en un refugio. Pero blanket también significa manto: una capa continua que oculta lo que hay debajo, como ocurre con la nieve, como ocurre con la pintura cuando uno quiere deshacerse de los recuerdos. Y es también una norma que afecta a un grupo en particular y no permite excepciones: los jóvenes no duermen juntos, hay que ir a la Iglesia, hay que ir al campamento eclesiástico («menos solitario porque aprendí a localizar a los otros marginados»; Raina lo era: por eso se acerca a ella, por eso se enamora), uno no se masturba, hay que leer la Biblia, hay que dedicar la vida a Dios, el sexo es malo. El sexo es malo aunque lo disfraces de pureza. Hay un planteamiento infantil en todo este libro que aún no sé si es una especie de reconciliación o que, simplemente, cuando comenzó a dibujarlo no había pasado tanto tiempo de todo aquello: de la época en la que dejó de ser aquel chaval de pelo largo que oscilaba entre las erecciones que le producía su novia adolescente y su deseo de ser un buen pastor.

Lo dibujó a mano. Tinta sobre papel. Blanco y negro, a veces caricaturesco, a veces casi abstracto, a veces realista. Casi seiscientas páginas, compuestas de distinta manera: con recuadros en las viñetas, sin recuadros, cada una de un tamaño, el texto como dibujo (en un cómic, el texto es también dibujo) mientras hacía otras cosas, mientras trabajaba para pagar las deudas, en Nickleodeon, en Dark Horse, en DC, en Marvel, en la revista para niños del National Geographic. Lo dibujó como una forma de explicarles a sus padres por qué abandonó la fe. Qué fue lo que ocurrió. Quizá es una de las cosas más difíciles de la literatura, o el cómic, confesional: la historia de uno no es solo la de uno. Hay más personas allí: están los padres, los hermanos, los amigos, las parejas, los primeros amores y el hijo de puta que te traicionó. Y esa dificultad, cuando la gente está viva y va a leerte, es lo que hace que a veces uno pase de puntillas. Que no quiera juzgar a nadie, salvo a sí mismo.

Este libro fue un reto. No se había publicado uno tan extenso, no se había publicado uno así, autobiográfico, en un solo tomo, contando la vida de nadie, concebido como una historia completa y cerrada y en el que no hay épica, ni grandes hechos dramáticos y que sirve, además, para explorar el propio medio. Craig Thompson ha dicho que Blankets le sirvió para aprender a hacer cómics, para reflexionar sobre lo que este medio podía conseguir. Entre otras cosas, porque hay más, construir una narración donde todo parezca evidente, pero no lo sea en absoluto.



Jot Down : Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


sábado, 9 de agosto de 2025

EL TRUENO EN LAS VENAS Mikel Bao



Thor, Diosa del Trueno

Jason Aaron (guion), Russell Dauterman

(dibujo) y Matthew Wilson (Color)

Panini Cómics

Estados Unidos

Grapa

24-48 págs. (varían según vol.)

Color

Obra relacionada

Thor de Walter Simonson, vols. 1-2

Walter Simonson

(Panini Cómics)

Thor: El carnicero de dioses

Jason Aaron y Esad Ribic

(Panini Cómics)

El poderoso Thor: En mis manos, este martillo

Stan Lee y Jack Kirby

(Panini Cómics)

A la hora de escribir estas líneas, Jason Aaron (Jasper, Alabama, 1973) lleva ya más de seis años decidiendo los destinos de Thor, una de las creaciones más clásicas de Stan Lee y Jack Kirby, y eso le convierte en una excepción, porque las estancias de los guionistas y dibujantes en los títulos Marvel suelen ser cortas y erráticas en los últimos años, sometidas a los vaivenes editoriales y a los estrenos cinematográficos de turno.

Creador de grandes tebeos de serie negra como Scalped y Paletos cabrones, y tras escribir una gran cantidad de series Marvel (Ghost Rider, Doctor Extraño, Veneno, Lobezno y la Patrulla-X, Star Wars, y en la actualidad Los Vengadores), Aaron ha hecho suyo a Thor, recogiendo toda la tradición de las dos grandes épocas del personaje, las primeras historias de sus creadores originales y la estupenda revisión que Walter Simonson hizo del héroe en los ochenta, y al mismo tiempo ha aportado grandes novedades. Toda una alquimia al alcance de pocos. Ha explorado la juventud de un bravucón dios guerrero, sin martillo en sus manos porque aún no se había ganado el derecho a alzarlo; ha dibujado el lejano porvenir del último asgardiano, millones de años en el futuro, donde un Thor anciano, tuerto, manco y acompañado de sus tres nietas es el último bastión de esperanza en el momento final del universo; y le ha sometido a una de las peores pruebas de todas sus andanzas: ser indigno de portar su arma mágica y perder su propio nombre, pasando a llamarse Odinson… y con esto último ha añadido una página brillantísima a la saga del Dios del Trueno: la protagonizada por Jane Foster.

Tras El carnicero de dioses, la primera historia de Aaron, los hechos sucedidos en el crossover titulado Pecado original hacían que, de pronto, tanto Thor como su padre, Odín, fueran incapaces de alzar el mítico Mjolnir, abandonado en la Luna. Ese honor quedaba reservado para una mujer. «Siempre habrá un Thor», eran sus enigmáticas palabras… y de pronto, ella era Thor.

Aaron, manteniendo su historia en el ambiente cósmico, el escenario que siempre ha sido el ideal para el personaje, exploraba primero el misterio hasta revelar la identidad de la nueva portadora del martillo: la doctora Jane Foster, y antiguo gran amor de Thor, que padece un cáncer terminal contra el cual lucha con valor. Aaron recuperó así una de las grandes esencias del concepto clásico de Thor: su conexión con la humanidad a través de una identidad mortal.

El guionista de Alabama también ha renovado muchas de las características del martillo Mjolnir, que como dice su antiguo propietario a su nueva dueña, «hace cosas contigo que nunca hizo conmigo», y se revela como un ser con vida y voz propias. Además, en su identidad mortal, Jane es la embajadora de la Tierra, o Midgard, en un parlamento cósmico (otra brillante idea de Aaron) que reúne a representantes de los diversos mundos mitológicos y en el cual las tensiones están siempre presentes.

Pese a las objeciones desatadas por cierto sector carcamal de la crítica y de los aficionados, obsesionados con «las esencias» de los personajes en una época en la que Marvel jugaba la baza comercial de atraer a las lectoras a sus tebeos, Aaron redondea con Diosa del Trueno una excelente muestra de lo mejor que Marvel puede ofrecer, a base de imaginación, ritmo y sorpresas, con el tono exacto que requiere la saga: épica heavy metal.

Aaron cuenta en la serie con la ayuda del excelente artista Russell Dauterman, un brillante dibujante que dota de una personalidad diferente a las historias: con composiciones de página detalladas sin ser abigarradas, un estilo preciosista que refuerza en todo momento el elemento de fantasía de las andanzas de Jane como Thor, un imaginativo uso de las onomatopeyas y un brillante diseño de personajes, antiguos y nuevos, Dauterman está secundado por el estupendo colorista Matthew Wilson. Un equipo de lujo para una historia colosal.

En los episodios incluidos entre los números 46 y 88 del actual volumen español de la serie Thor, Jason Aaron explora el drama de una heroína con los pies de barro, algo que es la esencia de los personajes Marvel. Una diosa indómita que se enfrenta sin parpadear con amenazas descomunales y que inspira a que otros sean mejores a su alrededor. Generosa, valiente, incansable y tenaz, Jane Foster, como Jane y como Thor, se gana nuestro corazón desde el principio y es una de las grandes aportaciones de la Marvel del siglo XXI, a la misma altura que otros personajes más mediáticos e igualmente brillantes, como Miles Morales, Ms. Marvel o Spider-Gwen.


Anuario Comics Jot Down 2018

Las aventuras del Capitán Torrezno / Santiago Valenzuela


Una buena aventura no te puede pillar preparado. Nunca. Te pilla descalzo en tu casa, leyendo un libro y fumando en pipa y toma la forma de un barbudo mago con un anillo que hay que destruir en el quinto pino y más allá. Te abduce de tu casa en un platillo volante y te deja en un planeta desconocido gobernado por un tirano malvado que te lanza a sus blindadas tropas mientras te las apañas para sobrevivir a criaturas con morfologías de pesadilla. Te saca de tu cama en pijama y te lleva a un mundo donde las leyes de la física han sido derogadas y la única carta de navegación es el uso de tu imaginación e inventiva. El héroe por accidente es probablemente el mejor arquetipo de personaje para una historia de aventuras: un tipo bastante corriente —que nos recuerda a nosotros mismos— que quizás tiene algún talento escondido y al que en cuanto el destino entra por la puerta pidiendo guerra más le vale espabilar o perecer en el intento. Toca salvar el día.

Las aventuras del Capitán Torrezno empezaban exactamente así, con su protagonista, un individuo achaparrado y cara larga — despertando de lo que pudiera haber sido una cogorza monumental— en un paraje desolado y totalmente extraño. Nadie se había molestado en prestarle un cuerpo musculoso en el que encarnarse como en el Den de Corben, a pesar de que iba tan perdido como este en sus inicios. El caso es que el Capitán Torrezno no solo resultaba ser un ser extraño en tierra extraña, sino que lo habían colocado fuera del tipo de historietas en las que había nacido, se había convertido en un héroe transgenérico. Coincidencia o no, la silueta de la cabeza del Capitán Torrezno se asemeja precisamente al bufón que aparece en los comodines de algunas barajas: la carta que sirve de lo que sea en cualquier jugada.

Pero ¿de donde sale este pintoresco personaje? El Torrezno —también conocido entre los suyos como «el superhéroe de los bares»— nació hace ya dos décadas en el seno de varios fanzines madrileños de inspiración underground. Era uno más —destacado, eso sí— de una bizarra troupe de personajes inspirados en los parroquianos de cualquier antro de barriada donde sirvieran algo con chispa. Vivían aventuras, sí, pero todas de corte satírico, con un punto grotesco y algo surrealista dentro de un universo con una geografía compuesta de nocturnas callejuelas, rancios bares y desolados páramos de la periferia urbana. Cuando aquellas historias terminaron, Valenzuela decidió que un personaje tan expansivo e inquieto como el Torrezno tenía aún mucha guerra que dar, por lo que acabo viviendo sus propias aventuras, esta vez en una ambiciosa serie que hasta la actualidad, en diez años, lleva publicados ocho libros —alrededor de unas mil doscientas páginas dibujadas— y que acabaría recibiendo un Premio Nacional en el 2011 por el primer libro del segundo ciclo, Plaza Elíptica.

Decía Borges en Los cuatro ciclos (El oro de los tigres, 1972) que hay cuatro grandes historias que se van repitiendo a lo largo del tiempo. «Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes». Y así es que el ciclo primero de Las aventuras del Capitán Torrezno cuenta muchas cosas, pero

todas giran alrededor de un gran asedio. El primer tomo, Horizontes Lejanos, sirve de introducción al lector de la llegada del Torrezno a este mundo y de su accidentada carrera hasta llegar a Deeneim, la ciudad más grande y mejor fortificada de este mundo —una suerte de cruce entre Roma y Jerusalén— que aglutinará el enfrentamiento que define todo el ciclo y que representará la lucha entre los mayores centros geopolíticos, los creyentes monoteístas del Sur contra los iconoclastas del Norte. En este mismo primer tomo, Valenzuela también revelará el origen del mundo al que ha ido a parar el Torrezno y que el lector ya puede adivinar —fácilmente, no sin extrañeza— en las primeras páginas de la obra: el Torrezno se halla en un micromundo alojado en un viejo sótano, donde se inició el extraño fenómeno de una humanidad en miniatura que estaba desarrollando su propia Historia, entre enseres viejos —sofás, mesas y otros muebles— que constituyen la geografía del mundo. Para más inri, el Torrezno no capta la realidad de dónde se encuentra, de su miniaturización, si bien Valenzuela hace al lector—para su diversión—, cómplice de este gran secreto.

Así, buena parte de la acción está entregada por un lado a la épica refriega de Deeneim con los ejércitos del norte a las puertas y por otro al conflicto interno entre las facciones políticas y religiosas de la capital, puertas adentro. Pero Valenzuela también nos va enseñando aspectos del mundo superior, el nuestro, creando un símil con las épicas clásicas donde se narran las gestas de los héroes, pero también aparecen los dioses. Aquí, la épica de la guerra que puede decidir el destino de un mundo, se combina con la aparición ocasional de un «Olimpo» que no es más que la calle que hay sobre el sótano, el bar que reside a sus pies y de las gentes que por allí transitan, con una crudeza mundana que dista mucho de la idea que podamos tener de lo divino y que sin embargo afecta al devenir del micromundo sin saberlo.

El primer ciclo cierra con un genial golpe de efecto que enmarca su estructura —y que este breve artículo no puede analizar en todo su detalle— con la recuperación de las historietas primige- nias y fanzineras del torrezno desde el relato retrospectivo. Más allá de eso, se inicia el segundo ciclo, del que actualmente hay publicados dos tomos y que continua con la bizarra odisea del Torrezno. Si hubiera que seguir la cíclica apuntada por Borges, ahora nos hallaríamos ante una búsqueda, la que llevaría al Torrezno hasta Escalonia, con varias etapas en su camino, visiones mediante. En estos tebeos hay amagos —quizás pistas— de la aparición futura de los otros dos ciclos restantes —si es que Valenzuela toma la referencia borgiana como estructura de su obra— pero para confirmar esto, queda mucho por ver todavía. Dicho todo esto, me queda señalar lo atónito que me deja esta obra por su existencia en sí misma: una serie de un autor español, editada en España, que lleva semejante cantidad de libros publicados. Y aun con el reconocimiento del Premio Nacional y su fiel público de lectores aun me da la impresión que esta «novela gráfica río» no tiene toda la difusión y el conocimiento por parte del público que se merece. Solo me queda una cosa que añadir: menos Martin y más Valenzuela.



Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)