lunes, 3 de marzo de 2025
domingo, 2 de marzo de 2025
Exposición Masamune Shirow en Japón (en abril)
Una exposición dedicada al dibujante de manga Masamune Shirow se inaugurará el 12 de abril en Japón, en el Museo Literario Setagaya (con motivo del 30º aniversario del museo).
Titulada El mundo de Shirow Masamune - "El fantasma en la concha" y El camino de la creación , la exposición ofrecerá, en particular, originales (láminas e ilustraciones) de los mangas Ghost in the Shell, Black Magic, Appleseed, Dominion, Orion...
Oh la la, c’est la BD!
Todo lo que nunca te atreviste a preguntar sobre la bande dessinée, y siempre quisiste conocer
José Luis Vidal
23 de febrero 2025
En nuestro país, todos aquellos que amamos el noveno arte, el cómic, somos muy afortunados al poder disfrutar de los diferentes trabajos que surgen de ese grupo de teóricos del medio que, como los resistentes habitantes de la mítica aldea gala, siguen al pie del cañón y nos regalan cada cierto tiempo textos que son auténticos tesoros, trabajos que ahondan con profesionalidad y criterio en la historia de este medio narrativo.
Autor: Jordi Canyssà
Tapa blanda
404 págs.
22 euros
Asociación Tebeosfera
Ellos forman parte de la Asociación Tebeosfera, y un nuevo libro llega para que conozcamos los orígenes y particularidades del tebeo franco-belga, la bande dessinée, la BD.
Pero antes de comentar su interesante contenido, me gustaría detenerme un momento, ya que la portada, ilustrada por ese pionero con una larga y exitosa trayectoria en ese mercado, José Luis Munuera, retrata a la perfección la idea de este trabajo de investigación.
En ella Munuera retrata a su autor, Jordi Canyissá, con los ropajes del erudito, del catedrático que nos señala la imagen de un reconocible y famosísimo personaje de la BD, uno de sus iconos, Spirou, imitando al no menos famoso Hombre de Vitrubio, de Da Vinci.
Es obvio que vamos a sumergirnos en la historia de esta formato tan propio que, como vamos a conocer a lo largo de esta apasionante lectura, posee un canon que lo distingue de otros como la novela gráfica, el comic-book, el manga o el fumetto italiano.
Su tamaño, el número de páginas y la distribución de sus viñetas, el color, e incluso muchos de sus protagonistas componen un todo que lo identifica a la perfección.
Pero ese es tan solo el principio, ya que de la mano de su autor, y de una manera muy amena, viajamos en el tiempo para conocer los orígenes de la BD, los nombres de aquellos autores, pioneros, que dieron los primeros pasos en un formato que nacía de sus talentos y artísticas manos, con las que poco a poco fueron acercándose a lo que hoy conocemos como cómic franco-belga y todos esos personajes, nacidos de sus fértiles imaginaciones, que a muchos de nosotros nos han acompañado, y siguen haciéndolo, a lo largo de nuestras vidas como lectores.
Desde Töpffer, Doré, saltando a Pinchon, y de ahí a Hergé, Goscinni, Uderzo, y los revolucionarios Franquin, Tardi, Moebius, y un largo etcétera de talentos que fueron avanzando en el camino, conformando ese canon, con el tiempo y la libertad creativa modernizándolo y transformando a su industria en lo que hoy es, una de la principales productoras de ficción del mundo.
Y junto a ellos, de la mano, esa auténtica legión de personajes de nacidos de sus fértiles imaginaciones, que han vivido, y muchos de ellos siguen haciéndolo en el universo de las viñetas. Desde la inocente Becassine, hasta el aventurero Tintin, los aguerridos Asterix y Obelix, el despistado Gastón Lagaffe, el intrépido Spirou, los pitufísimos Pitufos, los entrañables Bill y Bolita, Adele Blanc-Sec , Natacha y muchos, muchísimos más…
Además, en este exhaustivo recorrido seremos testigos de silenciosas y ‘pacíficas’ batallas entre diferentes escuelas artísticas, el nacimiento de la línea clara, la creación de editoriales señeras, y otras que vinieron a revolucionar el mercado, junto a autores y autoras que rompieron con los límites establecidos y han conseguido que la bande dessinée evolucione hasta lo que es hoy en día, donde jóvenes e interesantes creadores han renovado con sus ideas y propuestas estéticas el formato.
Y todo ello prologado por uno de los grandes del cómic español, Antonio Altarriba, que nos lleva hasta los límites del pasado para que demostrar y descubrirnos que la imagen fue antes, mucho antes que la palabra.
Todo esto que os comento es la solo la punta de iceberg de una lectura extensa, tremendamente amena y necesaria para todos aquellos que queráis conocer los entresijos de este mundo tan apasionante, el de la bande dessinée franco-belga.
Así que tan solo me queda deciros, Alons y!!
Diario de Cadiz
sábado, 1 de marzo de 2025
viernes, 28 de febrero de 2025
Portadas: The New Yorker
El pasado 21 de febrero la revista The New Yorker cumplió cien años de publicación. Convertida en un auténtico hito y referente, no solo por sus artículos y autores, sino también por la vertiente gráfica de sus chistes y portadas. Las portadas son ilustraciones, cuadros de bella factura y normalmente con un, digamos, mensaje, chiste, idea o concepto. No todas las portadas son perfectas o icónicas, pero el porcentaje es muy alto. Hace años que muchas ciudades, mejor dicho, ilustradores, han querido emular la idea de The New Yorker y con el título similar podemos encontrar The Milaneser, The Barcelonian, The Sevillaner, the Tokioter, The Malagueñer, El Montevideano de Uruguay, The Boulevardier (1927 a 1932) de París y ahora The Parisianer. En los años treinta en Estados Unidos hubo otros símiles como The Brooklynite (1926 a 1930), The Chicagoan (1926 a 1935). Sería un trabajo arduo seguirle la pista a 100 años y a sus adoradores. El original está disponible, con muchas obras y libros dedicados a su arte.
Dentro del amplio, por no decir inmenso elenco de autores que han trabajado/influido/participado en las portadas del The New Yorker hay algunos que me gustan más que otros, lo típico, para gustos, colores: Adrian Tomine, Lorenzo Mattoti, Peter de Seve (este hombre tiene premio, me impresionan sus chistes con animales), Ana Juan, Sergio García, Chris Ware. Pero la lista sería muy, muy larga, son 100 años de una selección de autores.
Desde luego es una revista de éxito, no solo se publica semanalmente, sino que hay semanas que se publica dos veces.
He descargado unas pocas de portadas:
Llámenlo cultura popular
El semanario ‘The New Yorker’ celebra estos días su centenario como catalizador decisivo de la cultura estadounidense y con una influencia que defiende frente a los tiempos más oscuros
Pablo Bujalance
15 de febrero 2025
Harold Ross nació en Aspen, Colorado, en 1892. Hijo de un minero y una maestra, pasó su infancia entre las lecturas de Mark Twain y su vocación de contar historias. A los 14 años colaboraba ya en distintos periódicos y durante la Primera Guerra Mundial sirvió a los EEUU como editor en Europa de la publicación militar Barras y Estrellas. En los años 20 llegó al Nueva York del jazz y el esplendor previo al crack y no tardó en admitir que su vida estaría ligada para siempre a la gran manzana. Conoció a la periodista Jane Grant, con la que se casó y con la se estableció en un humilde apartamento en Hell’s Kitchen, cerca de la Novena Avenida, entonces uno de los enclaves más peligrosos de Manhattan. Ross y Grant pasaron por distintas publicaciones antes de tomar la decisión de fundar la suya propia. El proyecto estuvo a punto de no salir adelante: la noche antes de ingresar en el banco el dinero ahorrado para la puesta en marcha de su revista, Ross se lo jugó todo en una partida de póker. Afortunadamente, no perdió.
The New Yorker nació como un semanario humorístico, sustentado principalmente en las viñetas del ilustrador Rea Irvin, autor de la portada del primer número. En la misma aparecía la figura del popular dandi Eustace Tilley, que quedó inmortalizada al convertirse en el logo representativo de la marca. Aquella primera edición llegó a los quioscos el 17 de febrero de 1925 con una recepción discreta. La acogida, de hecho, no mejoró demasiado con las siguientes entregas: la publicación prometía a sus anunciantes “diversión, ingenio y sátira”, pero en realidad sus páginas contenían misceláneas de difícil conjunción, deslavazadas, sin articular, carentes de una línea editorial firme. La entrada en juego del cronista R. H. Fleischmann como colaborador tampoco hizo mejorar la situación, hasta el punto de que, con una deuda de dos mil dólares (una fortuna en aquella época), Ross y Grant barajaron cerrar la revista el verano del mismo 1925. Todo cambió cuando, dado ya todo por perdido, Ross envió al periodista Marquin James a Tennessee para cubrir el juicio a John Scopes, un profesor de educación física que había explicado a sus alumnos la evolución de las especies a través de textos de Charles Darwin, un delito penado por la Ley Butler (Scope fue finalmente condenado a pagar una multa de cien dólares). Desde entonces, The New Yorker encontró su identidad en la crónica periodística más valiente, capaz de generar corrientes de opinión más críticas y formadas. La jugada obtuvo, ahora sí, la entusiasta respuesta de lectores que encontraron en la revista un signo de distinción. Al mismo tiempo, sin embargo (Ross desconfiaba de las presuntas publicaciones influyentes a las que llamaba de forma peyorativa “importantes”), The New Yorker se mantuvo fiel a una cierta idea de cultura popular a través del humor gráfico y un ingrediente que, especialmente a partir de los años 50, ya tras la muerte de Harold Ross, terminaría por hacer reconocible la revista por encima, tal vez, de cualquier otro: los relatos de ficción.
Mary McCarthy, Vladimir Nabokov, John Cheever y John Updike figuraron entre los primeros autores que publicaron sus relatos en The New Yorker. A partir de aquí, el escaparate de autores sirvió de catalizador a la cultura estadounidense y consolidó de paso la narrativa breve como género predilecto entre cientos de miles de lectores: Susan Sontag, E. L. Doctorow, Norman Mailer, Julian Barnes, Joan Didion, Ernest Hemingway, Kurt Vonnegut, Shirley Jackson, Woody Allen, Anne Sexton, Elizabeth Bishop, Raymond Carver, J. D. Salinger y tantos otros firmaron sus historias en The New Yorker, mientras Truman Capote y Tom Wolfe inventaban en sus páginas el nuevo periodismo. La crítica literaria y los artículos sobre los estilos de vida neoyorquinos completaban una fórmula maestra que insistía en el equilibrio entre la distinción y lo popular ya desde sus portadas. Ilustradores como Art Spiegelman, Robert Crumb, Saul Steinberg, Jean-Jaques Sempé y Malika Favre pusieron su arte al servicio de portadas icónicas, menester al que también han contribuido en los últimos años artistas españoles como Javier Mariscal (quien firma precisamente una de las distintas portadas con las que ha salido estos días a la calle el número especial por el centenario de The New Yorker), Ana Juan y el granadino Sergio García Sánchez.
Entre los hitos periodísticos de la revista, imposibles de enumerar, cabría destacar crónicas históricas como las de la liberación de Francia en la Segunda Guerra Mundial de A. J. Liebling, las de las consecuencias terribles del bombardeo de Hiroshima a cargo de John Hersey (una cima del género publicada en 1946 e impactante todavía hoy), las del juicio celebrado en Jerusalén en 1963 contra el nazi Adolf Eichmann que publicó la filósofa Hannah Arendt y las que en los últimos meses han arrojado luz sobre la masacre en Gaza y el nombramiento presidencial de Donald Trump tras su procesamiento judicial. La polémica ha sido otra compañera de baile habitual de The New Yorker, como la que suscitó en 2008 la ilustración creada por Barry Blitt para la portada en la que comparecían Barack Obama caracterizado con turbante y chilaba y Michelle Obama con el pelo afro y un rifle de asalto frente a un retrato de Osama Bin Laden. Eso sí, The New Yorker se anticipó casi un siglo a la lucha contra las fake news: después de una primera amenaza de denuncia por una información irregular publicada en 1927, la revista contrató a sus primeros verificadores de hechos. En la actualidad cuenta con dieciséis en su redacción.
En el siglo XXI, la edición digital de The New Yorker ha facilitado su consumo para millones de lectores en todo el mundo, aunque sus ejemplares de papel siguen llegando a los quioscos neoyorquinos cada semana. Llámenlo cultura popular. También en los tiempos más oscuros.
Diario de Cadiz
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