domingo, 17 de noviembre de 2024
Grecia marina y montañosa (El mediterráneo 03)
viernes, 15 de noviembre de 2024
Shibuya Pilot Film Festival
miércoles, 13 de noviembre de 2024
MAUS / Art Spiegelman
Supongo que llegar a Maus es un resultado natural si adoras el cómic y todo aquello que tenga que ver con la Segunda Guerra Mundial. Pero dejemos claras un par de cosas. Maus es un tebeo, sí. Pero no se parece en nada a lo que (sí, todavía) la mayoría identifica con un tebeo al uso. Hubo un tiempo, por fortuna pasado, en que los cómics eran conocidos como «el cine para pobres», lo cual, como todo reduccionismo es una somera estupidez. En cualquier caso el mensaje era claro: están bien para pasar el rato, nada más. La publicación de Maus fue accidentada y espaciada en el tiempo. Una primera versión apareció en 1980 en las páginas de RAW, la revista (post) underground que Art Spiegelman dirigía junto a su mujer Françoise Mouly. Esto tiene importancia porque tal y como señalaría el Maus propio autor, el underground «cambió de manera irrevocable el medio permitiendo, en principio, la existencia de una vanguardia autoconsciente que se comprometió en la destrucción de tabúes formales y estilísticos, culturales y políticos». Sin el cómic desarrollado a finales de los años sesenta en Estados Unidos al margen de la industria de superhéroes no habría sido posible Maus, pues aquel demostró, aunque en un reducido círculo, que los tebeos eran un medio tan bueno como cualquier otro para tratar cualquier temática. La primera parte de Maus —«Mi padre sangra historia»— vio la luz en 1986. En su alumbramiento coincidió con Watchmen y El regreso del caballero oscuro. Que tres de los títulos más importantes de la historia del cómic aparecieran al mismo tiempo no fue casualidad. El libro no estaría completo hasta 1991 con la publicación de la segunda parte bajo el título de «Y aquí comenzaron mis problemas». Uno puede imaginarse lo que supuso la aparición de Maus: un libro en el que había viñetas, narración gráfica y una metáfora mediante la animalización de los personajes de la historia. Resultó que Art Spiegelman «no dibujaba cómics» según el crítico que realizó la reseña en 1991 en el prestigioso suplemento literario de The New York Times, con motivo de la edición completa de la obra. Para muchos comentaristas y lectores Maus era una anomalía absoluta y Spiegelman el creador de una forma completamente nueva, sin pasado, sin tradición, sin relación alguna con ese medio que solo parecía servir para contar las aventuras de los superhéroes clásicos. Mentira, pero sí era cierto que lo que había hecho Spiegelman no era cómico (que muchos tenían por sinónimo de cómic), tampoco un simple entretenimiento para niños, de ahí la gran sorpresa que se vería multiplicada exponencialmente al año siguiente cuando Maus recibió el Pulitzer convirtiéndose en el único cómic que lo ha recibido hasta la fecha. La segunda impresión estaba relacionada con la naturaleza de la obra. Maus no es una ficción, sino la memoria (auto) biográfica de un superviviente del Holocausto. Pero lo realmente rompedor era la complejidad de la obra a la hora de presentar su material; hasta el punto de hacer referencia al debate sobre cómo representar el horror al que no habían sido ajenas ni la literatura ni la filosofía contemporánea.
Porque eso es Maus, un cómic que habla de la realidad del ser humano de carne y hueso aunque Spiegelman hubiera escogido ratones, gatos, cerdos, ranas o perros (dependiendo de la nacionalidad) para representarlo. Pese a su apariencia, el cómic de Spiegelman es de una dificultad asombrosa tanto desde un punto de vista narrativo como formal hasta convertirse en un documento, quizá uno de los mejores para entender nuestro pasado siglo XX. En Maus hay tres historias: la de Vladek Spiegelman, superviviente del Holocausto y emigrante en Estados Unidos contada por su hijo, el autor, Art. También es la historia de este, el descubrimiento de un padre, los fantasmas que azotan a su familia y a su propia identidad. Y está, finalmente la historia de la gestación de Maus, una suerte de compendio teórico-práctico acerca de cómo trasladar temáticas completamente ajenas a la ficción a un cómic y las consecuencias que ello conlleva para un arte que ńespecialmente entoncesń lucha por su reconocimiento. Y es aquí donde Spiegelman introduce la cuestión ética, la misma que persiguió a los supervivientes que a partir de los años sesenta trataron de contar lo que fue el infierno de los campos de exterminio. ¿Es posible, es moral, es suficiente el lenguaje para contar aquello? ¿Puede hacerse un cómic sobre el Holocausto? Spiegelman da por supuesto que muchas cosas se han de quedar en el tintero ńcualquier narración supone una selección; y lucha con su propia culpabilidad frente a la desgracia vivida por otros. El mal del superviviente. Todo esto es Maus.
El Holocausto ha sido objeto de apropiación por parte de la cultura de masas como pocas otras materias. Todos nos hacemos una idea de lo que fue sin haber estado allí. Si Hayden White (1992) teorizó sobre la infalibilidad de la Historia (subjetiva como relato humano), Maurice Halbwachs (1993) insistió en que la memoria no puede surgir ni guardarse en un espacio puramente individual, sino que depende del contexto social. Hay una memoria colectiva compuesta de millones individuales y todas ellas, según reconoció el propio Primo Levi al hablar de la suya en relación de las de otros supervivientes es «distante» y «fuente de sospechas». En este campo se mete Spiegelman y por ello su relato anclado en la memoria individual, un traba- jo de arqueología humana, pronto deviene en un esfuerzo por la documentación histórica. Esto se ve en lo detallado de los informes sobre el funcionamiento de los campos y las cámaras de gas. Una última advertencia: no es Maus un cómic victimista en cuanto a su posicionamiento. Spiegelman no elude siquiera el tema tabú con dos preguntas todavía hoy fundamentales: ¿por qué los judíos? Y, ¿por qué se dejaron hacer? Ahí radica la grandeza de Maus, situar al lector frente a la contradicción de la naturaleza humana.
Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)
martes, 12 de noviembre de 2024
lunes, 11 de noviembre de 2024
Los innombrables / Yann y Conrad
Si preguntáramos espontáneamente por un título de bande desinée —un tebeo franco-belga— probablemente los nombres más cita- dos serían Las aventuras de Tintin y Astérix. Si pidiéramos alguno más, asumiendo que el cuestionado haya progresado algo más allá de esas obras universales, probablemente oiríamos títulos como Spirou y Fantasio, Lucky Luke, Los pitufos o Gil Pupila, entre otros. La gran mayoría contienen una fórmula esencial bastante sencilla: personajes icónicos situados en un género mixto entre aventuras y humor. Algún lector estará ya arrugando la nariz al obviar de salida toda la rama de la historieta gala producida ya para un público adulto. Nada más lejos de mi intención olvidar las obras de autores como Moebius, Tardi, Forest o Bilal entre otros, que también son de producción franco belga y que también han conquistado a una cantidad de público nada desdeñable.
Patentes ya estos dos grupos, tomando en cuenta el público al que idealmente van dirigidos, preguntemos cuál sería la principal diferencia reseñable. Muy posiblemente se señalaría el estilo gráfico. En la bande desinée infantil-juvenil el tipo de dibujo habitual sería uno limpio y distinguido, yendo desde la recta línea clara de Hergé al trazo curvo y caricaturesco de dibujantes como Franquin o Uderzo. Por el contrario, en los géneros «para adultos» seguramente se constataría la presencia de un mayor realismo en el dibujo, desde estilos más clásicos y naturalistas a desarrollos de la línea, del color y de las sombras más revolucionarios (véanse, de nuevo, maestros, como Moebius o Tardi). Así, hasta hace apenas un par o tres de décadas, las temáticas y los estilos parecían ir emparejadas férreamente, como si cruzar unos y otros no fuera posible. O más concretamente, como si un grafismo «de revista juvenil» no pudiera usarse para temas y aventuras para adultos.
Evidentemente, se podía. El underground lo hizo numerosas veces. Sin salir de Europa, Joost Swarte usaba la línea clara hergiana con un estilo perfecto y pulcro en ácidas sátiras. Pero la pregunta que queda por hacer es si podía haber un cruce entre ambos mundos, sin pasar por la voluntad de «contra». Esto es, si se podía intentar hacer un tebeo comercial con el grafismo de la clásica bande desinée infantil y juvenil y con ellas narrar historias, ficciones no necesariamente satíricas, para adultos.
Con esa intención, a principios de los ochenta, Yann y Conrad estrenaron la serie Los innombrables. Su herencia gráfica podría emparentarse fácilmente con lo que se conoce como la Escuela de Marcinelle —paradigma de historieta humorística desarrollado a finales de los treinta entre los autores de la revista Le journal de Spirou— por su estilo dinámico y por la frescura de sus historias. Gráficamente, estaban distanciados de la escuela de la estirada línea clara de Hergé, pero sí que mantenían algunas de sus claves esenciales en tanto al diseño de los personajes (iconicidad), la ambientación (parajes exóticos) y las temáticas (aventuras y humor). La primera historia de Los innombrables se recogió en el álbum titulado Shukumeï y se situaba cronológicamente en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aunque en cuanto al tono queda lejos de lo que realmente llegaría a ser la serie, sí fue una especie de precalentamiento que ya apuntaba maneras. Los protagonistas eran un grupo de tres soldados americanos bastante atípicos —entre otras cosas porque ninguno de los tres pasaría a simple vista por un soldado— enviados a una misión en la jungla. Eran la vuelta de tuerca adulta de los arquetipos aventureros infantiles: Mac era los músculos del equipo, encarnados estos en una especie de Sancho Panza fumador de puros particularmente manso; Tony se podría decir que era el cerebro del grupo con unas cotas de amargura y sarcasmo que se adelantaba en décadas al Dr. House; y Tim... bueno, Tim era algo así como la mascota del grupo, un comodín, a la vez que un factor azaroso. Por si fuera poco, su presentación en viñetas —en la segunda página del citado álbum— era también un canto a su gamberrismo: aparecían los tres orinando juntos de cara al lector, jugando a cruzar los chorros en el aire. Al margen de sus personajes, otro de los detalles que diferenciaban a esta bd de otras eran sus páginas de fondo negro sobre las que descansaban las viñetas. Y también algunos momentos de la acción peculiarmente tenebrosos. Pero más allá de eso, Shukumeï, aventura y humor con un punto canalla, no se distanciaba de los patrones genéricos clásicos: lanzarse a una aventura, trasladarse a una localización exótica, resolver el caso, volver a casa. Lo habitual.
El verdadero choque para el lector llegó con la segunda historia, Aventura en amarillo. Entre otras cosas por su principal revelación: Los innombrables no era oscura en su grafismo porque sí, con intención de romper visualmente y rocanrolear. Los innombrables era oscura porque su mundo era oscuro. La acción, trasladada a Hong Kong —con un contexto histórico más afinado que en Shukumeï— presentaba a los personajes ya desvinculados del ejército americano, como contrabandistas-mercenarios, unos adorables fuera de la ley. Hong Kong, con sus puertos, callejuelas y garitos era nocturna a perpetuidad. Los protagonistas eran conocidos tanto en burdeles como en casas de juego. No existía ningún personaje impoluto moralmente. Había desnudez, sexo, violencia... La parte de «aventuras» del tebeo había virado importantemente hacia la serie negra... ¿y el humor? ¿Podía salvarse de la fórmula alquímica de la bande desinée clásica el componente humorístico al entrar como un intruso, el género negro, con toda la violencia, el cinismo y el pesimismo que son su firma? Los autores lo tenían claro. El humor podía salvarse si se este se pintaba del mismo color que el género intruso. Es decir, si se usaba un humor negro. O humor noir, si se permite el juego de palabras.
Por poner un ejemplo, Aventura en amarillo prácticamente abría el álbum con la escena de una tortura. Yann y Conrad jugaban con las escenas fuera de plano y la actitud de los torturadores para sacarle humor a un hecho de bastante difícil comicidad. A efectos prácticos se adelantaban diez años al Sr. Rubio de Tarantino en Reservoir Dogs.
Los autores empezaron así el auténtico periplo por el tipo de historieta que querían contar, algo que casi se iban inventando por el camino. Desgraciadamente, esta se vio tempranamente truncada. Publicada en Le Journal de Spirou tuvo que enfrentarse constantemente a la censura del editor, que no veía que esas salidas de humor bestia, sexo y violencia tuvieran cabida en una revista juvenil. El episodio Cloacas fue rechazado al completo y la serie quedó en suspenso. No sería hasta principios de los noventa, casi diez años después, cuando Dargaud se interesó por el título y se continuaron las andanzas de aquel extravagante grupo en el álbum El cráneo del Padre Zé. Curiosamente, a principios de los ochenta, cuando empezaron las historias de Los innombrables hubo otros repuntes importantes de humor negro en la historieta europea. En particular, las Ideas negras de Franquin y el Torpedo, 1936 de Abulí y Bernet. Ambas obras tuvieron también su cuarto y mitad de polémica y/o censura; Alex Toth no pudo con los duros guiones de Abulí, lo que supuso la llegada de Bernet a Torpedo; y el dominical Le Trombone Illustré donde se publicaban las Ideas negras de Franquin se vio clausurado. Será en parte cierto el dicho de que la miseria adora la compañía.
Quizás el tiempo de espera sirvió para espolear a los lectores a los que el planteamiento les pareció interesante. Quizás los casos que sí consiguieron superar la censura permitían preguntarse por qué no continuar Los Innombrables. Quizás los lectores de bande desinée que habían crecido leyendo Le Journal de Spirou ya tenían una edad y podían encajar el estilo de dibujo con la temática adulta sin problemas. El caso es que Los innombrables volvió a la carga una década después. En Francia llegaron a publicarse un total de doce álbumes estructurados en tres ciclos (Hong Kong, Corea y USA). El dibujo de Conrad se volvió más pulcro y preciso, también, valiéndole para convertirse en el nuevo dibujante de Astérix. Más allá, el personaje femenino principal —presentado en Aventura en amarillo— Alix Yin Fu, recibía su propia serie, La tigresa blanca también de serie negra, con algo menos de humor y más drama e intriga.
Aunque bastante más tarde del momento en que se publicaron en Francia, aquí estos álbumes nos llegaron gracias a Dibbuks que publicó los tres primeros tanto de Los innombrables como de La tigresa blanca. Costaba entender qué tenía de malo todo aquello. Porque seguía siendo bande desinée, en el fondo. Había sentido de la justicia; aunque a veces los protagonistas buscaran alguna parte de lucro por el camino. Habían fuertes lazos de amistad; aunque los protagonistas se hicieran la puya constantemente. Y había espacio para el amor; pero eso no impedía que también se pudiera echar un casquete que otro.
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