martes, 29 de octubre de 2024

Una sirena en un vaso, el autor de Godot y la mortal migración por Alvaro Pons


1 Una mujer de espaldas

Yamada Murasaki

Traducción de Daruma Serveis Lingüístics

Salamandra Graphic

En la primera obra que se publica en España de esta autora, casi siempre vemos a Chiharu de espaldas, dedicada a sus hijas, a las tareas de la casa, a cuidar de su marido. Murasaki nos relata casi con discreción pequeñas situaciones cotidianas, esos momentos de cada día alrededor de la mesa, haciendo la cena, preparando la ropa... Y, con ellos, asistimos a los pensamientos de una mujer que va siendo consciente de sí misma, de sus necesidades, de la opresión de una sociedad que invisibiliza a la mujer hasta anularla. Descubrimos su voluntad de luchar por su libertad, por su independencia, por su propia vida, construyendo con su elegante y minimalista trazo elegante y minimalista trazo un mensaje contundente de empoderamiento e igualdad.



2 El beso de la sirena

Uxía Larrosa y Luis Yang

Ediciones La Cúpula

Un día, la pequeña Zeltia descubre una sirena en su vaso de agua. Comienzan así muchas fábulas, pero Larrosa y Yang optan por ir un paso más allá y crear un cuento de cuentos, una hermosísima reflexión sobre el valor de las ficciones en nuestra vida, sobre cómo nuestro presente se construye sobre esos relatos imaginados que hunden sus raíces en vivencias y hechos que existieron de verdad. El trazo azul del dibujante, tan sencillo como atractivo, va conformando esas fronteras que se diluyen poco a poco en el mundo del sueño para conectar pasado y presente, para tejer las relaciones el hoy, a nosotros mismos. Una fábula moderna para creer en el poder de las ficciones de tejer realidades.



3 Samuel & Beckett

Jorge Carrión y Javier Olivares

Salamandra Graphic

Carrión y Olivares vuelven a colaborar optando de nuevo por el género biográfico tras la extraordinaria Walburg & Beach y, como en aquella ocasión, retando al lector llevando las posibilidades del lenguaje del cómic al límite. En manos de estos autores, vida y obra se recrean desde una dualidad que recurre a lo formal para enfrentar los mecanismos que llevan a la creación y los hechos biográficos,  componiendo un teatro de marionetas donde los autores se convierten en demiurgos de la biografía del dramaturgo irlandés, descomponiendo y buscando esos elementos que trazan lazos comunes entre Godot (¿ha llegado ya?) y Joyce, entre el absurdo y Molloy con brillantez. Una obra fascinante que crea la necesidad de releer al escritor desde nuevas miradas.



4 Parque Ciudad

Carlos G. Boy

Apa Apa Cómic

Entrar en Parque Ciudad es recuperar el olor de la tinta de los rotuladores impregnando toda la página de colores chillones. Es volver a esos tiempos de juegos en el Spectrum con personajes imposibles de estridentes y luminosos cromatismos, pero desde la mirada de una sociedad de IA y realidades virtuales. Boy crea un mundo diferente, personal y divertido donde las reglas se reconstruyen en cada página, como cuando pasamos los niveles de un juego, pero que evoco extrañas remembranzas de nuestra propia realidad, haciéndonos dudar finalmente si no seremos parte también de la pantalla de algún jugador travieso. Original y rompedora un perfecto ejemplo ejemplo de que otras narrativas son posibles.



5 ¿A quién benefician las migraciones?

Jeff Pourquié y Taina Tervonen

Traducción de Pau ros Caisina

Garbuix Books

Un ensayo gráfico que investiga la ruta del Sahel a Europa desde los testimonios de los propios migrantes y de las personas que los atienden en las diferentes paradas de su viaje. Pourquié y Tervonen son exhaustivos y rigurosos en revelar cómo es aprovechada la desesperación de unas personas que arriesgan su vida por una esperanza que se antoja casi utópica: poder vivir. La explotación sistemática, la humillación, la violencia y un dolor con el que parece difícil empatizar desde la comodidad de un sofá, pero que en la narración de los autores va creando un incómodo nudo en el estómago al saber que no podemos refugiarnos en la ignorancia, que el discurso del odio no se aguanta ente la mirada de los que buscan un futuro lejos del hambre y la guerra, solo eso, una vida. Una lectura necesaria.


El Pais. Babelia. Núm. 1.718. Sábado 26 de octubre de 2024


Corto Maltés / Hugo Pratt




Aquel anciano ciego sentaba los días frente al mar maldiciendo a las gaviotas (aseguraba que una de ellas casi le costó la memoria y la vida), y encendiendo cigarrillos de aspecto delgado de los que solo se fuman en Brasil o Nueva Orleans. Decía ser hijo de la extraña pareja formada por un marinero británico y una prostituta sevillana conocida como La niña de Gibraltar, y también se jactaba de ser esposo de la buena suerte por decisión propia: al visitar a una gitana siendo niño descubrió que la palma de su mano carecía de la línea de la fortuna y decidió dibujarse una a su medida con la navaja de afeitar de su padre.

Contaba que por culpa de unas faldas y mucha avaricia una vez amaneció atado a una balsa a la deriva en el océano Pacífico. Y que aquellos mares poseían un alma de carácter tan soberbio como para desatar rabietas capaces de barrer islas de los mapas y devorar embarcaciones mientras en sus dominios las mareas emparejaban a extraños aliados («...todos peligrosos, escorpiones y tarántulas»). Piratas encapuchados, rusos locos, señoritas con los ases de la baraja tatuados en la mejilla, oficiales en guerra, mujeres que escupen veneno o caníbales leídos se cruzaron en algún momento en el itinerario del viejo marinero con la misma delicadeza que unos escollos imprevistos. Pero también tropezarían con su figura un selecto grupo de ilustres: Ernest Hemingway, Gabriele D’Annunzio, Hermann Hesse, Joseph Conrad, Sukhbaatar, Jack London, Butch Cassidy o James Joyce encontraron tiempo para sentarse a tomar una copa con aquel hijo del mar que tenía como libro favorito una obra que nunca acababa de leer (Utopía de Thomas More). Tantas malas y buenas compañías al parecer acabaron afilándole el sarcasmo en la lengua hasta forjar el punto exacto del pirata bohemio: cuando alguien le amenazaba con un sangrante «Algún día te mataré» contestaba indiferente «Yo a ti te mataré de noche», eran los modales que se esperaban de quien ya se había hecho matar mil veces en mil playas distintas. Decía que perdió la vista en algún momento de la guerra civil española mientras luchaba en las filas de las Brigadas Internacionales, pero que antes decidió perderse en los regazos de las mujeres equivocadas («las mujeres serían maravillosas si todo pudiera caer en sus brazos sin caer en sus manos») y en las embarcaciones de amigos desencaminados. Aquel hombre no renegaba de lo vivido pero dejaba bien claro que prefería no encallarse en el ayer: «quedarse en el pasado» —sentenciaba— «es igual que custodiar un cementerio».



En un universo paralelo un italiano llamado Hugo Pratt habría podido narrar todas las hazañas de aquel marinero y quizá lo hubiese dibujado como el héroe que todos los hombres quieren ser y todas las mujeres quieren que las corteje para después atormentarlas y desaparecer entre el oleaje. Luciendo el aspecto de un galán atractivo de patillas espesas, pelo desgreñado, oreja perforada, seductor corazón noble («tan honrado que las mujeres ya deberían de haber sido mi ruina»), outfit de gorro y chaqueta de quien vive las aguas saladas y el ingenio de un zorro que ha curado espantos por su envidiable capacidad para encontrarse siempre en el lugar equivocado con la gente más equivocada. Quizá al- guien hubiese insinuado que aquel Pratt era un escritor que prefería dibujar sus mundos antes que perder a los lectores (y la paciencia) describiendo con las letras sus vivencias y sus escenarios. Quizá hasta Umberto Eco en algún momento hubiese dicho de aquellas aventuras que su autor había sido un «Salgari del siglo XX pero, al contrario que Salgari, escribiendo bien». Quizá una obra así se hubiese podido convertir en una de las leyendas más grandes del cómic de aventuras, como si Indiana Jones viviese dentro de una novela de Robert Louis Stevenson.

Y muy probablemente aquella creación de nombre veneciano y espíritu lacónico hubiese vivido una existencia sentenciada a una ruta de peripecias inevitables, navegando en busca de riquezas y artefactos místicos alrededor de todo el mundo desde Egipto hasta Panamá pasando por la India, China, Italia, Francia, Irlanda y cualquier rincón que ofreciera cobijo al romanticismo de las aventuras. Y desembocando invariablemente en escenarios donde las valiosas fortunas de oro resultaban volatilizadas en el último momento al ser utilizadas como munición en los cañones que protegían una isla vetusta. Esa era la condena eterna del héroe inmortal, la de no amarrar nunca y otear en el horizonte siempre una aventura futura.

Cuando los que escuchaban a aquel anciano le sugerían recoger sus memorias en un libro siempre daba una calada profunda a uno de esos delgados cigarrillos y respondía amablemente «Si escribiese, suponiendo que lo supiera hacer, acabaría por falsear los hechos y los caracteres, para mi es mejor vivir así, sin hacer historia».

Muy a su pesar, y por culpa de un italiano que quería ser escritor y prefirió dibujar, las desventuras de aquel anciano no solo harían historia, sino que forjaría la más grande de todos los mares, y de todas las páginas: la de Corto Maltés.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


lunes, 28 de octubre de 2024

Lázaro: avance (Shinichiro Watanabe / MAPPA)




Nuevo avance de la futura serie animada “ Lazarus ” dirigida por Shinichiro Watanabe (Cowboy Bebop) y el estudio MAPPA para la emisora ​​estadounidense Adult Swim , en coproducción con Sola Entertainment .

Recordando también que el staff incluye a Chad Stahelski (John Wick) quien diseña/coreografía las secuencias de acción.

Lanzamiento previsto para 2025.


Via Catsuka

domingo, 27 de octubre de 2024

Blueberry / Jean-Michel Charlier y Jean Giraud




Lo que primero me llamó la atención de las aventuras del teniente Blueberry fue lo sucio que parecía todo en aquellos dibujos. Las series de televisión sobre el «salvaje» oeste americano de las que disfrutamos los niños de los años setenta —Rin-tin-tin, El hombre del rifle, Bonanza, El llanero Solitario o El virginiano— se caracterizaban por lo guapos que eran sus protagonistas, lo bien afeitados que aparecían siempre en la pantalla y lo perfectamente planchados que lucían sus uniformes. Cuando vi por primera vez las viñetas de Giraud, me di cuenta de que un francés con sus ilustraciones me estaba contando cómo era la vida en aquellos tiempos y en aquellas tierras de una forma más fiel a la realidad que lo que los propios americanos hacían con sus cámaras de televisión y sus atractivos actores.

Las viñetas del teniente Mike Blueberry aparecieron en 1963, en la revista francesa de cómics Pilote. Su guion estaba escrito por el belga Jean-Michel Charlier (1924-1989) y el dibujo realizado por el francés Jean Giraud (1938-2012). La serie ha tenido otros dibujantes y guionistas, incluso aparecieron otras colecciones paralelas (Marshall Blueberry y La juventud de Blueberry), pero la esencia del personaje y los argumentos más conseguidos nos llegaron de la mano de la pareja Charlier-Giraud. Este último, utilizando el seudónimo de Moebius, consiguió aun mayor fama en el mundo del tebeo con sus historias de ciencia ficción.

La serie completa (incluyendo las colecciones paralelas antes citadas) está compuesta por cincuenta y tres volúmenes de los cuales treinta y dos fueron realizados por Charlier y Giraud. El resto no están mal, pero la calidad del dibujo y del guion es mucho más alta —en mi opinión— cuando la pareja original está al mando y trabaja unida. Entre los años 1973 y 1975 se publicaron cinco tomos de la colección que juntos forman una historia única. Se trata de los números del siete al once y tienen como títulos: Chihuahua Pearl, El hombre que valía 500.000 $, Balada por un ataúd, Fuera de la ley y Angel Face.




La aventura comienza cuando el teniente de la caballería de los Estados Unidos Mike Blueberry —que está destinado en Fort Navajo— patrulla en solitario la frontera con México. Observa como un grupo de militares mejicanos persiguen a un hombre a caballo y cruzan ilegalmente la frontera. Blueberry detiene a los mexicanos y los obliga a volver a su territorio. Persigue luego al fugitivo que termina cayendo por un precipicio y falleciendo. El muerto lleva bajo su camisa una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos que el teniente entrega a su superior. A partir de aquí el insubordinado, borracho, mujeriego, y pendenciero Mike Blueberry se verá envuelto en una trama que lo llevará a ser expulsado del ejército, caer preso en México y ser acusado de robar un cargamento de oro. Chihuahua Pearl, una sexy corista que juega a dos bandas, lo enredará en sus intrigas y oscuras fuerzas que procuran un cambio de régimen político en los Estados Unidos intentarán aprovecharse de su mala estrella.

La habilidad de Charlier para crear convincentes personajes secundarios nos permitirá conocer por ejemplo a Duke O ́Shaughnessy, alias Angel Face («Joven truhán de buena familia que tiene que cruzar la frontera para huir de la horca») que va siempre acompañado de un Stradivarius —en su caja— del que no se separa pero que nunca toca, o al comandante Vigo, un corrupto oficial del ejército mexicano que aparecerá en otras aventuras de la serie y que sabe mucho más de lo que parece.

Respecto a Giraud —que vivió en México siendo joven— y su estilo, influyó mucho en él la lectura de los libros de Carlos Castaneda, y el nuevo misticismo en ellos enunciado. Compartió temas y trabajos en la relación con el chileno Alejandro Jodorowsky, con quien elaboró la obra maestra de ciencia ficción El Incal o la divertida ficción místico-cómica (con puntos biográficos), El corazón coronado. Todo lo que tuviera relación con el espíritu New Age era interesante para Giraud. Hollywood también apreció su personalísimo estilo solicitando su colaboración en el diseño de películas como Abyss, Tron y Alien, el octavo pasajero.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


Coincidencias peligrosas ¿la madre o la hija? por Maitena

 

El Pais Semanal Número 1.508

Domingo 21 de agosto de 2005

Los Cuatro Fantásticos / Stan Lee y Jack Kirby




Seré sincero. Difícilmente puedo ser objetivo con los tebeos de Stan Lee y Jack Kirby. Forman parte tanto de la historia de los tebeos como de mi propia historia de lector de cómics. Para dejar un espacio a la sombra —y para qué negarlo, acentuar las luces— me permitiré invocar aquí a Warren Ellis y a esa bala cargada y precisamente apuntada que fue Planetary.

Planetary fue un excelente metacómic que giraba alrededor de una misteriosa fundación y su búsqueda de la historia extinta de lo sobrenatural; en ella se hacían numerosas referencias y homenajes al cómic de acción y aventuras, a los pulps de antes de los sesenta. Por allí aparecían numerosos sosías de personajes y grupos populares que le permitían a Ellis rememorar la «historia antigua» olvidada de esos géneros. Y en el sexto número de la serie se presentaría a la némesis de los protagonistas que resultaba ser una poco velada versión maligna de Los cuatro fantásticos: cuatro individuos que se habían dedicado a apropiarse, explotar y/o eliminar todo fenómeno sobrenatural que había en el mundo.

La elección referencial no fue baladí y la confrontación resultaba idónea: tanto Planetary como Los cuatro fantásticos son la puerta a un mundo de maravillas por descubrir. Cada uno en su momento, son una reinvención del concepto de superhéroe, tanto a nivel individual como grupal. El rasgo de oposición es que así como en Planetary descubrían esas maravillas a través de la arqueología de lo sobrenatural, echando una mirada un poco melancólica hacia atrás —con la intencionalidad metaliteraria ya comentada— Los cuatro fantásticos, los originales, se habían caracterizado por ser aventureros con la mirada puesta en el futuro, con un carácter optimista y humanista. Ellis solo tenía que mantener esa idea y a la vez corromperla —algo que se le da bastante bien— para convertirlos en villanos, en el opuesto de sus «héroes».

Pero resulta que en esta ocasión no tuvo que hacerlo demasiado. Usarlos ya era una metáfora que encerraba en sí misma una reflexión sociológica sobre la evolución y el cambio de los géneros: Los cuatro fantásticos supuso un antes y un después espectacular en la historia de los cómics de superhéroes. Aglutinaba acción, drama y ciencia ficción. Fue la piedra angular de Marvel, y el origen del superhéroe como especie dominante en el mundo del cómic occidental. Su grandeza provocó una sombra tal que desterró a los viejos pulps al olvido, rechazándose como viejos y anticuados. Y eso era precisamente lo que hacían «Los cuatro» en el tebeo de Ellis: ocultar, explotar y eliminar a los héroes anteriores a ellos. Con semejante mensaje Los Cuatro Fantásticos empequeñecían a Galactus como «devorador de mundos».

Pero ¿cómo empezó todo? ¿Había un plan de dominación mundial tras aquellos cuatro personajes?



Realmente el origen mismo de Los cuatro fantásticos tiene muy poco que ver con una voluntad comercial. Bueno, quizás algo sí, dado que Atlas (la editorial antecesora de Marvel) estaba en las últimas y prácticamente su única opción era vender o morir. En aquella hora oscura, Stan Lee se decidió a escribir un nuevo tipo de historia, algo que le rondaba la mente desde hacía tiempo. Tenía poco que perder y quizás competir con un material distinto era más factible que competir con lo mismo que hacía el resto. Aquello coincidió con la llegada de un Jack Kirby que necesitaba trabajo y que fue a aterrizar en una editorial que estaba vendiendo los muebles. Pero aceptó el reto que suponía aquel extraño cuarteto y ambos autores pusieron en el proyecto toda su experiencia en los muchos géneros de cómic en los que habían trabajado.

Resultó ser algo nunca visto que rompía a varios niveles todos los cánones del anquilosado superheroismo de la edad dorada. Para empezar, el grupo era realmente un grupo —no una reunión de superhéroes de colecciones independientes— con lazos familiares y afectivos. No solo inician su andadura juntos sino que también comparten el origen que les otorgó sus poderes. Estos poderes eran extraños y en algunos casos, como el de la adorable Cosa de ojos azules, tuvieron que sufrirlos como una maldición.

No tenían identidades secretas, estas eran conocidas públicamente y los miembros del grupo tenían que lidiar con la opinión de la gente en el día a día. A diferencia de los superhéroes de máscara y capa anteriores, no eran adorados incondicionalmente como salvadores, sino que tenían que enfrentarse a las críticas de aquellos a los que trataban de ayudar, un tema que se haría recurrente en las historias del subsiguiente universo Marvel. Tampoco tenían coloridos disfraces: llevaban uniformes sobrios y prácticos que prácticamente parecían monos de trabajo, algo más ajustados de lo normal; ellos inventaron las célebres moléculas inestables que explicaban por qué los trajes no solo no se veían afectados por los poderes, sino que se adaptaban a sus atributos. Y no vivían en exóticos o misteriosos refugios secretos o en ciudades ficticias prácticamente creadas a imagen del superhéroe, sino que vivían en Nueva York, en Manhattan, algo que el lector reconocía rápidamente: «En mi ciudad viven los cuatro fantásticos».

Pero, a pesar de toda esta imaginería visual completamente rompedora, el atributo renovador definitivo estaba en el desarrollo psicológico. Los cuatro fantásticos quedaban tan definidos por sus virtudes como por sus defectos, inseguridades y conflictos, acabando con el estigma de la perfección sin tacha en el superhéroe. Los cuatro tenían discusiones entre ellos, alguno amenazaba con dejar el grupo de tanto en cuanto y constantemente había dilemas internos con los que lidiar, al margen del atundamiento del villano de turno.

Los villanos, por su parte, también fueron objeto de replanteamiento. El tebeo continuaba la tradicional y cosmogónica lucha del bien contra el mal, pero aquí, «los malos» exponían sus razones, se les dedicaban momentos propios de desarrollo. Podían aludir a la venganza contra la sociedad, la creencia ciega en una ideología autoritaria o el rencor por motivos pasados: los villanos ya no eran malvados «porque sí».

Y esto era solo el arranque. Los cuatro fantásticos fue el campo de pruebas sobre el que poner en práctica los nuevos principios para el renovado cómic de superhéroes. Por un lado, estaba la continuidad, que establecía que los eventos sucedidos no quedaban olvidados, sino que cambiaban el universo y la realidad de los personajes. Así llegamos a ver como el romance entre Sue y Reed evolucionaba hasta el matrimonio y la paternidad. Por otro, estaban la creación de un universo compartido: por allí circulaban también los personajes de otras colecciones (Hulk fue el primero de ellos) que también vivían en ese «mundo real» y con los que cruzaban aventuras. Finalmente, existía el principio de actualidad: muchas de las historias que sucedían en el universo Marvel estaban inspiradas en los sucesos que veía la gente día a día en las noticias, que se dejaban sentir en la cultura popular y se oían a pie de calle.

Con esto, lo difícil era que lo que iniciaron Los cuatro fantásticos no se convirtiera en tendencia. Precisamente, los años míticos de la serie son los llevados a cabo por Lee y Kirby y se corresponden con casi toda la década de los sesenta, batiendo los records de longevidad de un equipo creativo al cargo de una serie de cómics. Y cierto es que la nueva onda terminó también por estancarse y generar sus propios vicios. Pero en aquel momento, en aquel lugar, lo que supusieron Los cuatro fantásticos no queda tan lejos de lo que trató de hacer Ellis con series como Stormwatch y The Authority o de sus intentos por retomar y modernizar los géneros pulp tradicionales. De hecho, el británico, después de Planetary, tuvo otra toma de contacto con los personajes, más conciliadora. Fue para la versión del universo Ultimate —un universo algo más realista, contemporáneo y duro que el de la línea principal— y paradójicamente resultó ser una versión positiva, llena de aventura científica y sentido de la maravilla, en un paralelismo que permitía estrechar las manos a través del tiempo con las de los padres de la edad de plata del género.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


viernes, 25 de octubre de 2024

El Capitán Trueno / Victor Mora y Ambrós




«Sírvanos vuestra espada, señor Capitán, que también es atributo de justicia».

Jacinto Benavente


Cuando algunos tebeos de posguerra empiezan a decaer, arranca con fuerza una nueva colección de aventuras: El Capitán Trueno, creada por Víctor Mora en 1956 a partir de las novelas de aventuras como Ivanhoe, de Walter Scott, y de clásicos de la historieta como Terry y los piratas (1934), de Milton Caniff, o El Príncipe Valiente (1937), de Harold Foster, con las que empezó a tomar contacto en Francia, durante su infancia en el exilio, antes de la ocupación nazi que condujo a su familia de vuelta a Barcelona. Mora se dio cuenta de que era bastante mejor guionista que ilustrador. No le sucedió lo mismo a Ambrós, curtido en dibujar cómics de aventuras desde 1946. Este dibujante, que imprimió la personalidad gráfica de la serie y de los personajes, como ese rostro sonriente del Capitán que contrasta con la circunspección de otros héroes, dejó la colección en el número 175 por el ritmo de trabajo y las condiciones laborales: «En Bruguera —dijo— consiguieron que aborreciera el dibujo, tenían mentalidad de negreros». Bruguera tenía, sin embargo, luces y sombras: contrataba a represaliados del régimen y guardó su puesto a Víctor Mora, miembro del PSUC, cuando en 1957, fue encarcelado por «masonería y comunismo».



La edición original de El Capitán Trueno consta de seiscientos dieciocho cuadernillos apaisados publicados entre 1956 y 1968, de los cuales solo son de Ambrós la mayor parte de los 175 primeros (de l1 al 35 ; el 37 y del 173 al 175 ;y, en colaboración con Beaumont, el 36, del 38 al 45 y del 47 al 168). Después se encargaron otros dibujantes (Buylla, Fuentes Man, José Grau, Martínez Osete, Pardo, Tomás Marco), presionados por la editorial para modificar su estilo con el fin de mantener el de Ambrós, hasta el punto de obligarles a recortar y pegar las cabezas de este. Luego llegó la censura de los años sesenta que borró hasta las armas de los guerreros. Al parecer, el guion fue siempre de Víctor Mora (firmaba Víctor Alcázar), excepto del 26 al 45, que los escribió Ricardo Acedo.

Lo cierto es que fue la combinación de Ambrós y Mora lo que creó una serie única de gran éxito (con tiradas de hasta trescientos cincuenta mil ejemplares semanales). El primero fue un maestro de la expresión del movimiento y de la narración gráfica; y las historias del segundo gustaron tanto que Bruguera quiso rentabilizarlo al máximo encargando al propio Mora otras series similares, como El Jabato, El Cosaco Verde o El Corsario de Hierro.

Se trata de una segunda etapa del cómic español de posguerra, en la que la historieta continuaba siendo un negocio en expansión dentro y fuera de nuestras fronteras. Si Roberto Alcázar y Pedrín (1940-1976) y El Guerrero del Antifaz (1943-1966) fueron las series por antonomasia de la España de las décadas de 1940 y 1950, El Capitán Trueno fue la de la década de 1960. A medida que el negocio se ampliaba, también se diversificaba: en 1971, revistas como Mortadelo o Pulgarcito tiraban unos doscientos cuarenta mil ejemplares y, hacia 1976, se vendían en España unos siete millones de tebeos al mes entre más de doscientas publicaciones distribuidas en los quioscos.

Las aventuras del Capitán Trueno, Goliath y Crispín mantienen el trasfondo histórico medieval de otras series de éxito, aunque más cargadas de fantasía, con viajes por todo el mundo y luchas contra monstruos terribles. Se supone que el Capitán Trueno es un caballero medieval de finales del siglo XII (en tiempos de la Tercera Cruzada), nacido en el Condado de Barcelona, ya de la Corona de Aragón. Este cómic no perseguía una coherencia cronoespacial, por lo que los cuadernillos están plagados de historias acrónicas o ucrónicas. A pesar de que aparecen personajes reales, como Gengis Kan, Saladino o Ricardo Corazón de León, el realismo no importa. Tanto los guiones como los dibujos de la primera época componen una obra coherente, espectacular y muy particular.

Una de las cuestiones más controvertidas es la de la supuesta crítica sociopolítica de los contenidos de esta historieta frente a otras de la época. Al respecto se han escrito simplezas y disparates repetidos demasiadas veces. Independientemente de la ideología de este autor y de otros, incluso de sus verdaderas intenciones de hacer crítica social, histórica o política, cuesta encontrarla, al menos en la primera serie. Pero es que era difícil luchar contra la educación recibida, contra la coyuntura y contra la censura.

En general, si se compara, por ejemplo, con un tebeo supuestamente más anclado en la ideología del régimen, las diferencias ideológicas son pocas. El Guerrero del Antifaz ya llamaba «caudillos» a los cabecillas musulmanes en los cuarenta y no se considera crítica política (como se dice de El Capitán Trueno). En ambos cómics se hacen comentarios despectivos hacia el enemigo, como «moritos»; en ambos existe superioridad de lo masculino sobre lo femenino, aunque muestren ejemplos de mujeres fuertes: como Zoraida o Sigrid. Ambos defienden el cristianismo y marcan las distancias entre la nobleza de los protagonistas y el pueblo llano: el Capitán lucha al grito de «Santiago y cierra España»; el Guerrero no se siente «ni noble ni plebeyo» cuando actúa como servidor de la cruz. Y ambos encuentran amigos entre los musulmanes y enemigos entre los cristianos, a pesar de que el contexto geográfico del Guerrero lo hace más maniqueo. Ambos defienden la justicia, el honor y al débil. Los autores de ambos se ven sometidos a un ritmo de trabajo frenético y a la obligación de tramas cortas que continúen a la semana siguiente. Ambos renacen en los ochenta con una nueva pátina progresista, que introduce nuevos temas antes prohibidos por la censura, guiños políticos, violencia explícita, escenas sexuales...

Aunque quizá El Capitán Trueno fuera menos maniquea que otras de la época, seguía constreñida por los presupuestos sociopolíticos del contexto y sufrió, como el resto, los ataques furibundos de la censura de los sesenta. Se ha querido ver en El Capitán Trueno un referente de la lucha antifranquista y contra la opresión que representa los ideales del autor, pero es difícil apreciar la carga política y social, al menos en las series originales, dejando a un lado todos los refritos posteriores.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)