viernes, 3 de enero de 2020

Una nueva vigilancia


JAVIER FERNÁNDEZ
01 Enero, 2020

'Décadas. Marvel en los años 10'. VV. AA. Panini. 248 pág. 25 euros.

Leyendas y legado es el título del último volumen de la serie Décadas, y, en esta ocasión, se incluyen ejemplos seleccionados de la producción de Marvel durante la década de 2010. Nuevos héroes como el joven hispano Miles Morales (que tomó el manto de Spiderman en el universo Ultimate), una reivindicativa Capitana Marvel (inspirada por el gran Mar-Vell), la adolescente paquistaní Ms. Marvel (inspirada precisamente por la Capitana Marvel), un Thor femenino (la mismísima Jane Foster), los actuales Guardianes de la Galaxia, Pantera Negra o la Chica Ardilla dan aquí un paso al frente y convierten el universo Marvel en un territorio que representa la diversidad. En lo creativo, el tomo cuenta con autores de la talla de Brian Michael Bendis, Kieron Gillen, Kelly Sue Deconnick, G. Willow Wilson, Jason Aaron, Chris Samnee, Russell Dauterman o Jason Latour.


Malaga Hoy


Pieza de coleccionista


JAVIER FERNÁNDEZ
01 Enero, 2020

'La espada salvaje de Conan: Marvel Original, 2'. Roy Thomas y otros. Panini. 408 págs. 40,95 euros.

El segundo volumen de La Espada Salvaje de Conan: La etapa Marvel original recupera el contenido de los números 10 a 15 de la mítica cabecera The Savage Sword of Conan, publicados por primera vez en 1976. Se trata de la mejor adaptación a viñetas del universo creado para los pulps por Robert E. Howard, y uno de los mejores ejemplos de fantasía heroica de toda la historia del cómic, merced al trabajo de Roy Thomas, John Buscema, Alfredo Alcalá y otros ilustradores del calibre de Boris Vallejo, Ken Barr o Earl Norem. Esta edición de Panini, basada en los Omnibus estadounidenses, presenta el material en el orden de las revistas originales, con una alta calidad de reproducción y una enorme cantidad de extras. Vamos, una maravilla.


Malaga Hoy


A las puertas del infierno



JAVIER FERNÁNDEZ
01 Enero, 2020

'Marvel Gold. El poderoso Thor, 6'. VV. AA. Panini. 680 páginas. 44,95 euros.

El sexto tomo en cartoné de El poderoso Thor en la colección Marvel Gold contiene los números 210 a 241 de la serie The Mighty Thor, y enlaza con los volúmenes en rústica publicados hace unos años (¡Si Asgard pereciera...! era el título del primero de ellos). De este modo, Panini ha reeditado casi la totalidad de los episodios del dios del trueno hasta el número 300, a falta solo de sus primerísimos tebeos, que verán la luz el próximo enero, en el postergado primer tomo con el comienzo de la saga. De este largo periodo inaugural, destaca sobremanera la maravillosa etapa de Stan Lee y Jack Kirby (esto es, los tomos 2 a 4: En mis manos... ¡Este martillo!, Campo de batalla: la Tierra, Y ahora... ¡Galactus!), uno de los hitos de la creación del universo Marvel, tan rica conceptualmente como poderosa en lo visual, con un Kirby en verdadero estado de gracia.

Menos sublime, pero también digno de mención, es el trabajo de guionistas como Len Wein y Roy Thomas, embellecido por los lápices de John Buscema o Keith Pollard y las tintas de Joe Sinnott, Tony de Zúñiga o Chic Stone, que le dieron a algunas fases del conjunto una solidez notable.

¡La batalla a las puertas del infierno!, que es como se llama el presente volumen, cubre los años 1973 a 1975 y cuenta con la excelencia artística del mayor de los hermanos Buscema, acompañado por otros habituales del periodo como su hermano Sal o el inevitable Rich Buckler, en tanto los guiones son, en su mayoría, obra de Gerry Conway, el jovencito que sustituyó a Stan Lee en The Amazing Spider-Man y tuvo la ocurrencia de matar a Gwen Stacy. En las distintas aventuras del presente volumen, Thor se une a Hércules para combatir la amenaza de Plutón y Ares, asoman seres cósmicos como Ego, el Planeta Viviente, y Galactus (que toma al Señor del Fuego como nuevo heraldo) y regresa un personaje tan emblemático como Jane Foster. Como curiosidad, se incluye también el número 26 de Marvel Premiere, protagonizado por Hércules, más los extras de rigor.



Malaga Hoy



Cómo hemos cambiado

Volver, regresar a los orígenes, al esperado encuentro con los personajes de '¿Así es como me ves?', nacidos de la genial mente de Jaime Hernandez


JOSÉ LUIS VIDAL
24 Diciembre, 2019


¿Así es cómo me ves? Jaime Hernández. Rústica. 100 págs. 14,90 euros. Ediciones La Cúpula.

Aunque el título de la canción del grupo Presuntos Implicados no casa demasiado bien con el estilo de música preferido por las protagonistas de esta historia, sí que define bien el tono de este nuevo relato que reúne, una vez más, a este par de Locas, Maggie y Hopey.

¿El objeto de este reencuentro? Pues volver a Hoppers, a Huerta, ese lugar donde tantas y tantas situaciones han vivido juntas y por separado. El objetivo es reencontrarse con las viejas amistades y disfrutar de un buen bullicio de música punki.

Pero claro, las protagonistas ya comienzan a peinar canas, la agilidad ya no es la de antaño y, obviamente, el tiempo no pasa en balde… Ambas tienen sus respectivas parejas, y Hopey es hasta madre de un chaval, así que, pese al cariño que se profesan, el paso del tiempo es cruel y refrena los sentimientos, los impulsos, creando incómodos silencios entre estas amigas que lo compartieron todo y fueron locas protagonistas de mil y una peripecias, como seremos testigos a lo largo del relato, que viene trufado por varios flashblacks que remarcan aún más si cabe que las hojas del calendario no han ido cayendo en vano.

Pese al tono algo agridulce del relato, no van a faltar las situaciones divertidas, muchas de ellas surrealistas, e incluso habrá algo de suspense y tensión, como cuando Maggie y Hopey se vean metidas en una situación que parece sacada de un thriller.

Para nosotros, los lectores, también supone un agradable reencuentro con estos personajes a los que uno ve como a viejos amigos, personas con las que te vuelves a ver pasado el tiempo y te cuentan cómo les ha ido la vida, con sus cosas buenas y las malas. Son muchos años ya, las hemos visto crecer, cambiar de peinado y estilo de vestir una y mil veces, siempre rodeadas por esa fauna de amigos y conocidos, parte de la cual vuelve a asomar su rostro por estas viñetas.

Viñetas, por cierto, en las que el autor, excelso miembro del clan Hernández, vuelve a dejar muy claro que no solo posee un talento innato para contar historias, sino que es un excepcional dibujante, con un estilo reconocible a la legua y al que considero uno de los grandes maestros de la narración gráfica, el cómic, ya que sin grandes alardes visuales, tiene el control absoluto de la acción, que fluye a la perfección a lo largo de toda la historia que, por supuesto, nos mantiene hipnotizados en la página que estamos leyendo, obligándonos a continuar, embebidos en una trama apasionante, en la que, a veces, podemos encontrarnos con situaciones que no nos son para nada ajenas. ¿No os ha pasado nunca eso de que te has vuelto a reunir con los colegas de la infancia-juventud y la cosa ya no funcionaba, recurriendo una y otra vez al manido recurso de contar una y otra vez las viejas y trilladas anécdotas?

Pues no esperes más, si quieres saber cómo les va a Maggie y Hopey en esta esperadísima reunión, no tardes en leer ¿Así es cómo me ves? Una historia de Locas.


Malaga Hoy


Una telaraña no es suficiente

En la colección Marvel Team-Up, Spiderman compartiría multitud de aventuras con aliados de lo más variado

JOSÉ LUIS VIDAL
23 Diciembre, 2019

En este sello de La Casa de las Ideas se dio un momento único, la reunión de dos talentosos jóvenes que, por aquel entonces, los ya lejanos años setenta, comenzaban a despuntar por su talento.

Un inglés y un canadiense, juntos para llevar a Spiderman, uno de los grandes iconos de la editorial, a través de variadas peripecias que siempre lo pondrían en peligro, enfrentándose a multitud de villanos. Chris Claremont y John Byrne no eran desconocidos, ya cada uno sabía sacar lo mejor de su compañero de fatigas y, curiosamente, dentro de su etapa a lo largo de esta colección, incluso iban a rematar arcos argumentales que, por culpa de la tijera de la cancelación, habían quedado en el aire, como por ejemplo la colección protagonizada por Danny Rand, alias Puño de Hierro.

100% Marvel HC. Spiderman: Marvel Team-Up de Chris Claremont y John Byrne
Chris Claremont, John Byrne, VV.AA.
Cartoné
264 págs.
26 euros
Panini Cómics

Pero no adelantemos acontecimientos, sino más bien pongamos el acento en lo variado de estas aventuras, la mayoría eran resueltas en un par de entregas, por lo que no obligaba al lector a estar al tanto de la colección todos los meses si no quería. Aunque en este caso particular, tanto el acierto como guionista, aportando en muchas ocasiones ese talento para el drama que sería uno de los rasgos de identidad en las futuras historias surgidas de su máquina de escribir, como el papel de Byrne, al que considero como el dibujante perfecto de superhéroes. Pensadlo bien, ya a estas alturas se podía considerar que poseía un estilo gráfico identificable y sobre todo, era capaz de transportarnos a cualquier lugar de este, u otros, mundos con una facilidad pasmosa (en apariencia, claro).

Pues bien, con este tándem de genios a los controles poco podía ir mal, y como comprobaréis, los relatos contenidos en este volumen que recoge su etapa juntos al frente de esta colección, es una lectura de lo más distraída, que va a llevar al Cabeza de Red a enfrentarse con peligrosas amenazas como Equinoccio, un tipo que contiene en su interior el frío del hielo mezclado con el fuego más ardiente, o con un villano que reúne en su cuerpo los poderes de cierta familia de superhéroes… Se trata, cómo habréis imaginado, del imparable Super Skrull, un tipo con el que conviene no cruzarse.

Y antes os hablaba de sagas interrumpidas, como este encuentro con un peligroso as de las artes marciales, Serpiente de Acero, que ha escapado de la mítica ciudad de K´un Lun para ajustar cuentas con el poseedor del poder del dragón Shou-Lao…

¿Os gustan los parques temáticos? Bueno, al pobre Spidey no le va a dejar muy buen recuerdo el ideado por el letal Arcade, un lugar construido para su absoluta diversión y del que se entra pero no se suele salir.

Poco descanso va a tener el pobre Peter Parker, que se verá las caras con una interminable galería de villanos, cada uno con su propio y maléfico plan: Kraven el Cazador, D´Spayre, El Faraón Viviente, El Monolito Viviente y Kulan Gath (brujo con el que, en un futuro, volverá a cruzar su camino, en una de las escenas más impactantes jamás vistas).

Pero claro, os preguntaréis, ¿Solo villanos, y los otros héroes? Pues bien, ajustados los cinturones, porque aquí van, y son una auténtica legión: Chaqueta Amarilla, La Avispa, La Antorcha Humana, Ms. Marvel, Puño de Hierro, Misty Knight, Colleen Wing, Capitán Britania, Tigra, El Hombre-Cosa, Kaos, Thor, Power Man y, sí, aunque parezca imposible, la pelirroja y bárbara Red Sonja.

¿Qué, os habéis quedado con ganas de leer todas estas apasionantes aventuras? ¡Pues corred, insensatos, que os esperan en la librería más cercana!


Malaga Hoy


Rao Pingru, el dibujante que narró en cómic un siglo de vida en China


Anatxu Zabalbeascoa

El ilustrador y escritor Rao Pingru, en la casa de su hijo pequeño. YOLANDA VOM HAGEN

26 ABR 2018

Rao Pingru formó parte de la aristocracia imperial china, combatió a los japoneses y fue ‘reeducado’ por el comunismo. En 2008 decidió narrar en un cómic su vida, que es también un siglo de la historia de su país. A sus 96 años, lúcido y ágil, nos recibe en su casa de Shanghái.

AHORA QUE lo pueden tener todo no quieren perder la memoria”. Rao Pingru (Nanchang, 1922) interpreta así el éxito de su autobiografía: La historia de Pingru y Meitang (Salamandra). Jamás soñó con el reconocimiento internacional porque ni siquiera se imaginó publicándola: “Cuando mi mujer murió, quise contar nuestra vida a mis hijos y nietos. Nada más”.

Pingru y Meitang, su esposa, llegaron a Shanghái a finales de 1950. Primero se instalaron en una habitación alquilada y en verano de 1952 se mudaron al piso de 36 metros cuadrados y dos habitaciones donde el matrimonio y sus cinco hijos vivirían durante 51 años. En aquel momento, en la ciudad solo había un rascacielos, el Park Hotel. Hoy convive con cientos. Con cerca de 24 millones de habitantes, Shanghái es la urbe más poblada de China. Por eso cuesta hacerse una idea de cómo era cuando se mudaron para que él trabajara como contable y corrector en la editorial de su tío. “Fue la época más feliz de mi vida: ganaba dinero y no pasaba escasez”, recuerda tomando un té en el piso de su hijo pequeño, Shunzeng.



Una ilustración de 'La historia de Pingru y Meitang', que recorre la historia de China.

Aquella felicidad duró poco. En 1956, siete años después de que se proclamara la República Popular, la editorial fue nacionalizada y, en 1958, él enviado a un campo de reeducación, denominación utilizada durante la Revolución Cultural para aludir a los campos de concentración concebidos por Mao Zedong para sus purgas políticas. En la guerra civil que enfrentó a los partidos nacionalista y comunista, Pingru había luchado en el bando perdedor, así que fue enviado, sin juicio previo, a la provincia de Anhui. La primera década la pasó en la brigada de excavaciones, después trabajaría en una fábrica de piezas de transmisión para coches. Durante los 22 años que duró la separación, Pingru y Meitang tan solo se veían dos semanas al año, cuando él volvía a Shanghái para celebrar con su mujer y sus hijos el Año Nuevo. En 1979, meses antes de que naciera su primer nieto, regresó a casa para quedarse. La familia lo festejó en el estudio de un fotógrafo. Un dibujo del libro recrea ese momento. Los dos ya tenían el pelo cano.

Pingru y su mujer, Meitang, fotografiados en 1948.

A sus 96 años, Rao Pingru muestra una agilidad, mental y física, sobresaliente. Cocina, toca el piano, dibuja y ha escrito otro libro. “Pero mis hijos ya no me dejan ir en bicicleta”, se lamenta. Su hijo pequeño explica que se lo prohibieron cuando pedaleó 20 kilómetros para comprar pastelitos de arroz rellenos de carne. “Perdió la llave del candado y apareció cargando la bicicleta sobre los hombros”. Shunzeng tiene 64 años y es psiquiatra. También fue enviado al campo para su reeducación cuando tenía 15. El Partido Comunista exigía que los estudiantes trabajaran la tierra. La mayoría de sus pacientes son jóvenes: “O están deprimidos porque no les gusta lo que ven, o sufren ansiedad porque no llegan donde quisieran”.

Pingru asegura que nunca se deprimió. “Cambiamos nuestra identidad”. Y aclara que aprendió inglés en aquella época. “Cada día memorizaba una frase. Cuando recordé 408, fui capaz de hablar”. La dureza de los trabajos forzados variaba según la provincia: “En Anhui no abusaban de ti. Te dejaban decidir si podías cargar 30, 40 o 50 kilos. Cuando descubrieron que sabía escribir me pusieron a redactar artículos”.

El ilustrador muestra sus pinceles en su casa de Shanghái, donde vive con uno de sus hijos. YOLANDA VOM HAGEN

—¿Y qué escribía?

—Historias de gente que trabajaba mucho.

—¿Propaganda? [risas].

—Sí, sí, propaganda.

Su carácter fue su salvación. “En el campo muchos se suicidaron. No soportaban la perspectiva. No se nos permitía estudiar, pero yo tenía un libro en inglés. Estoy más cerca del lado luminoso que del oscuro. Siempre creo que todo mejorará”.

¿Cómo lograba ser tan optimista? “Cuando me alisté con 18 años pensé que estaba salvando a mi país de los invasores japoneses; luego, de los comunistas insurrectos de Mao Zedong. No sabía diferenciar entre los nacionalistas del Kuomintang y los comunistas. No supimos que estábamos en uno de los bandos hasta que se enfrentaron. Quise luchar por China, no contra los chinos. No me sacrifiqué por mantener mis privilegios, creía que luchaba por mi país. Saqué fuerza de saber que no había hecho mal a nadie. No poseo una gran casa ni coches, pero he tenido una mujer que me comprendió. Y puedo escribir y dibujar. No soy un inútil. Sabía que, si lograba sobrevivir, vería la luz. La única libertad que necesito es la mental”.


Una viñeta de su cómic 'La historia de Pingru y Meitang'. CONTACTO

Hace un año, Rao Pingru salió por primera vez de China. Viajó a Francia para presentar su libro en el festival de Angulema, el salón del cómic más importante del mundo. Fue el invitado de honor. “La comida y las costumbres son distintas, pero el sentido común es el mismo: nos gusta la paz y la amistad”. De repente, se le iluminan los ojos y pregunta:

—¿Franco fue bueno o malo?

—Fue un dictador.

—¿Qué quiere decir?

—Dio un golpe de Estado. No fue elegido.

—La democracia es una ilusión, algo relativo.

—¿Ha tenido problemas por publicar el libro?

—No. Es la verdad. El antiguo Gobierno comunista hizo cosas duras, pero también cosas buenas. Mi hijo se perdió cuando tenía cinco años y la policía lo encontró.

—¿Todo está bien entonces?

—No todo. Tenemos ladrones. Incluso asesinos. Pero no aquí, en el campo. En Shanghái no porque es una ciudad internacional. Progresamos.

—El Gobierno comunista quiso convencer a su mujer de que se divorciara de usted.

—Pero ella dijo que yo no era ni ladrón, ni asesino, ni traidor, ni mal marido. Cuando la conocí era rica y luego trabajó hasta que el cuerpo le aguantó. Creíamos el uno en el otro. Eso nos salvó. Mi madre era budista y nos enseñó que debíamos ayudar a la gente pobre. Eso también nos salvó. Siempre supimos convivir.

Pingru, retratado en su casa de Shanghái. YOLANDA VOM HAGEN

Estos días Rao Pingru convive con su hijo y su nuera en un piso de unos 100 metros cuadrados. También viven allí su nieta y su marido. Lo conoció gracias al abuelo: “Es cámara de televisión y vino a filmarme. Mi nieta de 32 años, que nunca había tenido novio, se enamoró”. Los tiempos han cambiado, a Pingru le buscó esposa su padre. “Meitang era la hija de su íntimo amigo”.

De niño, Rao Pingru vivía en Nanchang, capital de la provincia de Jiangxi, en una casa con seis patios y una habitación para el culto budista. Tenía criados, un salón para recepciones, un despacho para su padre, abogado, y un jardín del que su abuela cogía flores para freírlas. En el libro revela su recuerdo más antiguo: la ceremonia del despertar. Los sirvientes lo hacían a las tres de la madrugada. Sus padres y su preceptor aguardaban ante un retrato de Confucio. Sobre la mesa: un pincel, papel, una barra de tinta y una piedra de entintar. El preceptor guio su mano para trazar unos caracteres sencillos. Cuenta también que, a pesar de que tenían criados, desde los ocho años era él quien servía el arroz a sus padres. ¿Se han perdido esas tradiciones? “Sí. Éramos ricos, pero la riqueza no puede atontarte. Ahora los padres sirven a sus hijos eternamente”. ¿Sucede porque solo tienen un hijo? “Ahora se puede tener dos, pero están mimados. De pequeños aprendíamos de Confucio y Mencio que la tolerancia es la principal virtud. También que la felicidad está en el interior. El comunismo trataba igual a hombres y mujeres. Su ideario es la igualdad. Pero ha habido también miseria generalizada”.


Ilustración de su biografía. El año pasado, el autor chino fue el invitado de honor del festival de Angulema, el salón del cómic más importante del mundo.

—¿Cuándo cambió todo eso?

—Cuando China se abrió al mundo, en 1978. Den Xiaoping trajo la libertad.

—¿Qué pasó entonces en la plaza de Tiananmen 10 años después?

—No recuerdo ese incidente.

—Fue portada en los periódicos.

—No sé de qué me habla. Nuestra vida mejoró. No solo la mía. Se revisaron casos de miles de personas. Los viejos oficiales del Partido Comunista fueron sustituidos.

Así es Pingru. Cuando se le pregunta si es libre responde: “Soy feliz”. Y añade: “La tradición china hace que cuando uno muere se escriba un epitafio en dos columnas. Tengo el mío preparado”. Lo canta y luego lo traduce: “Cuando nuestra nación estaba en peligro abandoné la academia. Fui a la escuela militar de ­Huangpu y me convertí en soldado. Fui a la batalla y luché contra los japoneses. No temí dar la vida por mi país”. Luego hace una pausa y canta la segunda columna: “Ahora soy viejo y feliz. La nación china está en una época próspera con un Gobierno cercano a la gente. Por eso sonreiré cuando abandone este mundo”.

Caracteres chinos dibujados por Pingru. Tenía tres años cuando comenzó a aprender YOLANDA VOM HAGEN

“Soy bastante libre”, insiste. “Podemos hablar con los extranjeros como usted. Hasta los ochenta no pudimos. Aquí puedes decir lo que piensas mientras sigas los principios del Partido Comunista”. Pingru observa con desconcierto la nueva sociedadad china. “Los jóvenes han tenido demasiada suerte. No conocen la guerra. Solo quieren divertirse. Antes no teníamos información. Si sabes lo que tienen los demás, quieres tenerlo. Eso genera frustración y ansiedad. Cuando éramos jóvenes, éramos todos iguales. Por eso creíamos en el comunismo. Ahora hemos perdido ideales. Nuestra vida física es mejor. Pero la mente es más débil, y la vida espiritual, más pobre. Confucio dijo que todo el mundo quiere ser rico y poderoso, pero que, si ese objetivo se alcanza de manera deshonesta, arruina a las personas”.

Según Pingru, cada generación pierde y gana algo. “Nosotros nos movíamos en bicicleta o en autobús. Hoy mis hijos y nietos conducen”. Al escuchar que en Europa estamos dejando el coche y regresando a la bici, asiente: “Vamos 20 años por detrás. Esta es una etapa de transición y la gente quiere conseguir cambios inmediatos. Pero los cambios reales no son así. Aunque llegan novedades como el teléfono inteligente”. Él no tiene. “Por miedo a que me genere adicción. La gente no lo suelta”.


Ilustración de su biografía.

Cuando me despido y me calzo junto a la puerta, pregunto si es habitual que cuando uno entra en una casa china se quite los zapatos, como en Japón. “¿Sabe por qué Japón es un país tan fuerte?”, pregunta retóricamente, “porque ­primero aprendieron de nosotros, y luego, del mundo occidental. Y prosperaron. Así es la vida”.

—Antes de que la dibujara, ¿sus nietos sabían cómo había sido la suya?

—En absoluto. Por eso hice el libro. Empecé siendo rico. Luego me llegó una vida dura. Ahora soy una persona corriente con una existencia plena. El secreto no ha sido la resignación, sino la curiosidad. No he dejado de aprender. Uno educa con lo que hace, no con lo que dice. Pero hoy todo el mundo tiene prisa y todo parece tener la misma importancia, pero lo más importante es la memoria. Si pierdes dinero, puedes volver a conseguirlo. La memoria es otra cosa. Si se pierde, desapareces como persona.


El Pais Semanal Nº 2.169 22/04/2018


Zúñiga, el misterio de un fotógrafo olvidado

Una vieja lata de película, sellada por el óxido, llegó en 2010 a la Asociación Española de Cine Científico. Era una donación de la familia de Guillermo Fernández Zúñiga, fundador de la asociación. Dentro había miles de negativos con escenas inéditas de la Guerra Civil española. Entre ellas, la imagen original de un icónico retrato de Gerda Taro, poco antes de morir, cuya autoría llegó a ser atribuida a Robert Capa. Es solo uno de los hallazgos en este acervo que ahora se expone al público.
Aitor Bengoa

10 DIC 2016


 Retrato de la célebre Gerda Taro empuñando su cámara. La autoría de esta imagen con un encuadre distinto llegó a estar asociada a Robert Capa, leyenda del fotoperiodismo y pareja sentimental de Taro. El negativo original apareció entre el acervo de Zúñiga. GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

Una vieja lata de película, sellada por el óxido, llegó en 2010 a la Asociación Española de Cine Científico. Era una donación de la familia de Guillermo Fernández Zúñiga, fundador de la asociación. Dentro había miles de negativos con escenas inéditas de la Guerra Civil española. Entre ellas, la imagen original de un icónico retrato de Gerda Taro, poco antes de morir, cuya autoría llegó a ser atribuida a Robert Capa. Es solo uno de los hallazgos en este acervo que ahora se expone al público.

LEICA EN RISTRE, a la caza del encuadre y el instante perfecto. Ella siempre está buscándolos. Solo la muerte con la que se dará de bruces tres semanas después impedirá que siga haciéndolo. Se acerca la cámara al ojo derecho mientras la luz a su espalda baña su rubio cabello corto. A pocos metros, con idéntico ademán y en total sincronía, otro fotógrafo dispara y toma uno de los retratos más emblemáticos de Gerda Taro, la joven que enamoró a Robert Capa y con quien formó la legendaria pareja de fotorreporteros que inmortalizaron la guerra civil española. La imagen, cuyo negativo original puede verse ahora reproducido a la derecha de estas líneas, es mundialmente conocida. Pero no quién la hizo.

“No conocemos al autor y no hay ninguna información adjunta a la foto”. El correo electrónico enviado desde el International Center of Photography (ICP) ocupa apenas dos líneas. Esta institución guarda en su sede de Nueva York la única copia conocida de la imagen. “Era parte del Archivo Robert Capa que perteneció a su hermano, Cornell Capa”, señalan. La fechan en julio de 1937, “en el frente de Guadalajara”. La copia, recortada y reencuadrada, ha sido el origen de numerosas reproducciones. Resulta fácil encontrarla en Internet. Y, a pesar de que no se conocía al verdadero autor, llegó a ser publicada con el crédito atribuido a Robert Capa. El negativo ha estado perdido durante casi 80 años.

Rogelio Sánchez, de 57 años, forma parte de la Asociación Española de Cine Científico (Asecic) y recuerda que le resultó difícil abrir aquella lata oxidada de película fílmica de 70 milímetros, que había llegado a sus manos “por casualidad”, en 2010, donada por la familia del fundador de la asociación. Lo que Sánchez no imaginaba entonces es que, cuando lograse destaparla, encontraría cerca de 3.500 negativos con escenas de la Guerra Civil. Un documento histórico de gran magnitud, ordenado en pequeños sobres de papel. Sánchez enseñó el acervo a un compañero aficionado a la fotografía, Alfredo Moreno, quien detectó entre ellos una imagen que llamó su atención: Gerda Taro a punto de tomar una foto. Estaban ante el verdadero retrato de la reportera y un indicio de que el autor sin nombre era un desconocido español: Guillermo Fernández López Zúñiga.



Parte del contenido de la lata donde aparecieron miles de aquellos negativos de Zúñiga, algunos de los cuales ilustran este reportaje. / GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

Biólogo y cineasta nacido en Cuenca en 1909, Zúñiga se pasó la guerra con una cámara en la mano. “Siempre llevaba una encima”, recuerda su hija Teresa Fernández frente a una taza de café en su casa de Madrid. Mientras habla, Fernández despliega sobre la mesa media docena de vetustas máquinas compactas y réflex que pertenecieron a su padre, a quien le fascinaba retratar la naturaleza. Esta pasión arraigó en él desde niño y le acompañó toda su vida. Fue profesor de ciencias naturales y pionero en el rodaje de filmes de contenido científico, entre los que destaca su ópera prima: La vida de las abejas. Décadas más tarde, llegaría a ser considerado padre del cine científico español. Sus fotos, sin embargo, apenas se conocían.

Ahora, una exposición las rescata del olvido. La muestra se abrirá el próximo 14 de diciembre en el madrileño cine Doré; ha sido organizada por la Filmoteca Española y la ­ASECIC, que además celebra su 50º aniversario. Allí podrán contemplarse más de un centenar de imágenes que saldrán a la luz por primera vez, algunas de las cuales se reproducen en estas páginas. Cada una cuenta un relato. El de los soldados ateridos fumando en la nieve. Las trincheras de Madrid. Los adolescentes catalanes que sonríen tímidos antes de partir al frente. Los puentes de la batalla del Ebro. El cortejo fúnebre de Largo Caballero en París. Lugares, momentos y rostros que ya no existen. Pero sobreviven en estas fotos.

Retrato de Zúñiga, padre del cine científico español, que desarrolló una labor como fotorreportero durante la contienda siguiendo los pasos del Ejército republicano.

El impulsor principal de esta labor de recuperación ha sido Rogelio Sánchez, convertido en albacea del legado fotográfico de Zúñiga. Sánchez ha logrado trasladar todos los negativos a la Filmoteca Nacional para que sean debidamente conservados y difundidos. Tan solo esta colección serviría para ilustrar decenas de volúmenes sobre la Guerra Civil con imágenes inéditas. Trinidad del Río, trabajadora del archivo gráfico de la Filmoteca, se encarga de reproducir el último centenar de placas no clasificadas. Proceden de una pequeña caja de metal que se encontraba dentro de la misteriosa lata. No son pocos los negativos ajados y descompuestos. Algunos han empezado a convertirse en polvo. Su destino final es un búnker de hormigón subterráneo, junto a miles de películas que preserva esta institución. Al ser negativos de nitrato, un material delicado y altamente inflamable, precisan de condiciones especiales de conservación.

Pero este no es el único acervo atribuido a Zúñiga. El Centro Documental de la Memoria Histórica conserva en Salamanca unos 300 negativos que saltaron a los medios cuando su existencia se conoció en 2011. Este conjunto fue vendido al Ministerio de Cultura por Tino Calabuig, fundador de la madrileña galería Redor. Durante una conversación en su casa, Calabuig sostiene que Zúñiga se los regaló y desvela haber descubierto en su archivo 200 fotografías más. Asimismo, el Archivo Histórico del Partido Comunista de España (PCE) conserva varios cientos de negativos donados, al parecer, por Zúñiga.

Rogelio Sánchez guarda en su memoria el día en el que, hace muchos años, siendo empleado del Museo de Ciencias Naturales, perteneciente al CSIC, recibió la visita de un hombre que preguntaba por algunas viejas películas de cine científico. Aquel desconocido le explicó que las había rodado antes de la guerra, pero que deberían estar ahí. Le dijo su nombre y algunos títulos, entre ellos La vida de las abejas. Sánchez consultó el archivo, pero el nombre que le daba había sido borrado durante la dictadura y los filmes habían desaparecido. No recuerda con claridad la reacción de aquel señor del que acabaría siendo amigo, pero a su mente viene una sonrisa serena.

“Mi padre era serio, pero no triste, cariñoso sin ser besucón”, leyó Teresa Fernández en el acto con motivo del homenaje dado a su padre en la Filmoteca Española el 23 de septiembre de 2009, cuatro años después del fallecimiento de Zúñiga. “Hablaba muy poco, despacito, siempre con un punto de ironía; no era un gran conversador a no ser que se tratara de cine, y sobre todo de cine científico”. Apenas contaba nada sobre la guerra.

Cuando la contienda estalló en 1936, Zúñiga aprovechó sus conocimientos audiovisuales para rodar noticieros que emitía el servicio de propaganda del PCE. Una actividad que le permitió acompañar a periodistas que llegaban a cubrir la tragedia. “Esta participación en los trabajos cinematográficos determinó que frecuentemente fuese designado para acompañar, por ciudades y frentes de batalla, a reporteros y directores de películas que venían a la zona republicana”, explica el propio Zúñiga en una de sus cartas recogida en el libro Guillermo Zúñiga. La vocación por el cine y la ciencia, editado por la UNED. Entre los cineastas con los que coincidió están Roman Karmen, una de las figuras más influyentes en la historia del cine documental, o Joris Ivens, director del filme The Spanish Earth, cuyo guion escribieron Ernest Hemingway y John Dos Passos, y que fue narrado por Orson Welles.

chicos con trompeta y tambor. Numerosas fotos similares, de probable contenido propagandístico, se conservan en el archivo del PCE.GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

Si en algún momento Zúñiga acompañó a Robert Capa o Gerda Taro, quienes viajaron a España siendo novios para cubrir la Guerra Civil, es un misterio. Pero las fotos que guardaba evidencian que coincidió con ellos en varios lugares y momentos. Algunas de las imágenes atribuidas a Zúñiga encajan en series de célebres fotógrafos extranjeros. Entre los negativos que el galerista Calabuig vendió al Ministerio, por ejemplo, hay uno de unos granaderos republicanos idéntico a una imagen de la agencia Magnum firmada por David Seymour, Chim.

En el caso de la fotografía tomada a Gerda Taro, los negativos de Zúñiga revelan que la escena no tuvo lugar en Guadalajara, sino en Valencia, en julio de 1937. Por aquellos días, la ciudad levantina era un hervidero de intelectuales de todo el mundo comprometidos con la causa de la República: Antonio Machado, André Malraux, Miguel Hernández, Alexéi Tolstói, Pablo Neruda, Octavio Paz… Ellos y muchos más participaban en el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que se celebró en el consistorio valenciano y que la joven fotógrafa estaba cubriendo. De algún modo, la copia del retrato de Taro acabó en Nueva York, en manos del hermano de Capa, fundador del ICP, fallecido en 2008.

“La Guerra Civil era un contexto muy confuso en el que los fotógrafos colaboraban entre sí y en el que el concepto de autoría no era como el de ahora”, explica el fotohistoriador Publio López Mondéjar. “Era frecuente que se intercambiaran fotos puntualmente, cuando tenían que cubrir algo y no llegaban a tiempo. De hecho, en el grupo de Gerda Taro, David Seymour y Robert Capa hay muchos casos en los que las autorías no están claras y la opinión mayoritaria entre los expertos es que son dudosas”. Este respetado especialista recuerda que muchos fotógrafos extranjeros se movían en la órbita del PCE, con el que entablaban contacto para viajar a España y que les facilitase moverse por los frentes y conocer a los mandos militares. Enviaban las fotos ya reveladas a los medios y en muchos casos no llevaban encima su material. “Era peligroso ir con según qué negativos”, dice López Mondéjar. “Se los dejaban a algún camarada para que los guardase”.



Nave de un campo de concentración y escena sin identificar en un hospital de campaña. / GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGAGUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

López Mondéjar no descarta que en la lata de Zúñiga pueda haber imágenes de otros fotógrafos. Y recuerda que cuando estudió el archivo de Agustí Centelles concluyó que entre sus imágenes había algunas de otros autores, como Gonzanhi o Torrents. “Igual que en la maleta de Centelles había fotos de él y de otros, puede que en la lata de Zúñiga haya fotos suyas y de otros. Solo me atrevo a especular”.

Tras la guerra, Zúñiga tuvo que dejar atrás a su familia, su país y sus queridas películas de cine científico. Marchó al exilio y formó parte de los miles de refugiados españoles que acabaron varados en las playas de Argelès-sur-Mer, al sur de Francia. Allí se las ingenió para hacer fotos de la vida de los refugiados a la intemperie y para fabricar un pequeño laboratorio de revelado con latas y los materiales que pudo reunir, según relata su hija. “Era muy manitas”, recuerda. Lograba salir del cercado gracias a su buena relación con algunos gendarmes, a los que retrataba con su cámara. Escribía mucho a su mujer y a su hija, y junto a sus misivas enviaba cuentos y dibujos. Su paso por aquellos campos erosionó su salud y contrajo una bronquitis crónica. Cuando por fin pudo salir, se ganó la vida en Francia esculpiendo figuras en muebles de madera.

Enrique Líster, uno de los principales jefes comunistas del Ejército republicano.GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

Pocos meses después estalló la II Guerra Mundial y la ocupación nazi. “Durante toda la segunda gran guerra europea, yo permanecí en Francia trabajando y luchando al lado de la Francia Libre. Por esta actividad fui encarcelado y encerrado en el campo de concentración de Gurs, de donde me evadí cuando me iban a trasladar a los campos de concentración y de exterminio de Alemania. Me vi obligado a vivir en la clandestinidad con el nombre de Guillermo Zúñiga López”, narra en primera persona en su correspondencia. De su vínculo con el Gobierno republicano en el exilio dan fe las instantáneas que conservaba del funeral de Francisco Largo Caballero en París en 1946 e imágenes de la cúpula del PCE tras la guerra.

“Yo conocí físicamente a mi padre en 1954”, relata Teresa Fernández. “Nos esperaba en el puerto de Buenos Aires”. La familia decidió trasladarse a Argentina, adonde Zúñiga viajó al salir de Europa. Era la primera vez que se veían. “Nuestra vida en Argentina transcurrió desde el principio como si siempre hubiésemos estado juntos”, rememora. Allí su padre pudo labrarse una carrera en la industria del cine, mantuvo contacto con españoles exiliados como el escritor Rafael Alberti o el cineasta Carlos Velo y volvió a rodar documentales de cine científico. Siempre quiso volver a su Cuenca natal.

Tropas republicanas en el frente de Buitrago.GUILLERMO FERNÁNDEZ ZÚÑIGA

En 1957 regresaron a España. La salud de Zúñiga mejoró y comenzó a trabajar en la UNINCI, productora conocida por películas como ¡Bienvenido, Míster ­Marshall! Ejerció como jefe de producción y conoció a Luis García-Berlanga, Juan Antonio Bardem y Francisco Rabal. Con el tiempo, creó su propia productora y se dedicó a su gran pasión, el cine científico. Rodó documentales y fundó la ASECIC. Nunca reivindicó sus miles de imágenes de la Guerra Civil. Sus allegados creen que no quiso comprometer a quienes aparecían en ellas. Y que toda su atención estaba centrada en la ciencia. En un rincón de aquella casa de Cuenca guardó la lata llena de imágenes, entre las que se encuentra el misterioso negativo del retrato de Taro.

Tres semanas después de que la fotógrafa fuera retratada en Valencia, el Ejército republicano embestía las líneas franquistas en Brunete. El ataque acabó en una desbandada en la que se vio inmersa Taro tras fotografiar la ofensiva. Un tanque republicano la arrolló y la hirió de muerte. No llegó a cumplir los 27. Pero sus fotos ya eran leyenda. El legado de Zúñiga ha esperado, en cambio, 80 años hasta arrojar nueva luz sobre el pasado reciente de España.


1Vista de la Ribera del Manzanares desde las azoteas del Palacio Real. Guillermo Fernández Zúñiga

2 Manuel Azaña, presidente de la II República Española, a la salida de un edificio madrileño. Guillermo Fernández Zúñiga

3 Pontoneros junto a uno de los puentes sobre el Ebro utilizados por el Ejército republicano para lanzar la ofensiva de la batalla del Ebro. Guillermo Fernández Zúñiga

4 Soldados republicanos, probablemente durante la batalla del Ebro. Guillermo Fernández Zúñiga

5 Cortejo fúnebre en París de Francisco Largo Caballero, dirigente del Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores. Guillermo Fernández Zúñiga

6 Dolores Ibarruri, Pasionaria, histórica líder del Partido Comunista de España, firma las condolencias por la muerte de Largo Caballero. Guillermo Fernández Zúñiga

7 Escena sin identificar. Guillermo Fernández Zúñiga

8 Gendarme francés de un campo de concentración del sur de Francia, donde Guillermo Fernández Zúñiga estuvo tras su exilio. Guillermo Fernández Zúñiga

9 Muchacho sin identificar, en una de las muchas escenas que se usaron como propaganda de la causa republicana. Guillermo Fernández Zúñiga

10 Escena sin identificar. Guillermo Fernández Zúñiga

11 Soldado de la Brigada Motorizada. Guillermo Fernández Zúñiga

12 Frente de Buitrago en los inicios de la Guerra Civil. El altavoz del Frente del Comisariado General de Guerra se empleaba en labores de propaganda en el frente. Guillermo Fernández Zúñiga

13 Niños refugiados españoles en las playas francesas de Argelès-sur-Mer. Guillermo Fernández Zúñiga

14 Nido de ametralladora republicano. Guillermo Fernández Zúñiga

15 El poeta Miguel Hernández, retratado a la salida del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en el verano de 1937. Guillermo Fernández Zúñiga



El Pais Semanal Nº2.098 11/12/2016