martes, 12 de noviembre de 2019

ALAN DAVIS y EXCALIBUR


Alan Davis, británico, dibujante, y posiblemente uno de los autores más interesantes del panorama mundial. Busco todos sus trabajos con ahínco y devoción. Su larga estancia en la serie de Marvel “Excalibur”, logra que, posiblemente, sea una de las mejores sagas de los últimos veinte años, y ocupa un lugar especial en mis estanterías.

Serie de historietas publicada entre 1987 y 1994. Comics Forum hizo un trabajo digno con la edición de este comic de superheroes. Incluyó en la contraportadas los personajes de la serie. Tan solo me hice con los comics del dibujante Alan Davis, que en un primer momento trabajaba con el guionista Chris Claremont y un tiempo después volvió como dibujante y guionista.

Una rara avis, con un buen dibujo y un guión interesante.
















































El dibujo contemporáneo, en seis líneas

El CAB de Burgos acoge una exposición que recorre las principales tendencias actuales del arte sobre papel a través de la obra de media docena de creadores

'Sin título' (2019), de Raúl Artiles.

SILVIA HERNANDO

Burgos 11 NOV 2019 -

A lo largo de la historia, el dibujo no siempre ha sido entendido como una obra de arte en sí misma: las palabras boceto, esquema, estudio o preparación han precedido innumerables veces la presentación de piezas sobre papel. No es el caso de la creación a día de hoy, según explica Mónica Álvarez Careaga, directora de Drawing Room –la única feria de dibujo contemporáneo de España– y comisaria de la muestra Drawing Positions, abierta en el CAB de Burgos hasta el 26 de enero de 2020. “El dibujo siempre ha formado parte del trabajo de los artistas, pero ahora se presenta como obra final: ha perdido la condición de obra preparatoria, porque el arte contemporáneo no tiene prejuicios hacia las disciplinas”, explica, para abundar que, en su evolución más reciente, esta forma de arte tiende a mezclarse con otros medios de expresión: “Se hace dibujo performativo, dibujo animado, fotos intervenidas…”.

Seis de esas propuestas actuales copan tres salas del museo burgalés, cada una de ellas representativa de las tendencias que definen el momento. “Se trata de una panorámica de aproximación al dibujo contemporáneo inspirada en una exposición que se celebró en el MoMa de Nueva York en 2002, en el que la comisaria Laura Hoptman, directora del Drawing Center de Nueva York, planteó ocho propuestas en relación con el tema que trataban los artistas: dibujo científico, arquitectónico, cómic, moda…”, abunda Álvarez Careaga. “En mi caso, más que los temas, he querido centrarme en cómo se conjuga la práctica del dibujo con lo que se quiere contar”.



1. Bel Fullana (Mallorca, 1985). Fullana practica un dibujo que remite a la idea del cartel. “Tiene que ver con la comunicación rápida e impactante, e incluye textos explicativos”, apunta la comisaria. Desentendidas del virtuosismo técnico, las obras que se exponen en el CAB –y que la artista creó casi recién salida de la universidad– materializan una expresividad al mismo tiempo “desaliñada” y directa.


'Alitas de pollo' (2017), de Bel Fullana.

2. Diogo Pimentao (Lisboa, 1973). El planteamiento de expandir el dibujo más allá de sus propios límites se hace patente en las piezas de Pimentao expuestas en Burgos: papeles rayados con grafito que, al plegarse, adoptan formas y volúmenes escultóricos. El portugués también explora los aspectos performativos de esta disciplina: en su última acción, realizada en la galería Cristina Guerra de Lisboa, usó su cuerpo, y el de los espectadores, para dibujar sobre una superficie y sobre el propio espacio expositivo.


'Engels', de Gonzalo Elvira.

3. Gonzalo Elvira (Neuquén, 1971). Los trabajos del argentino representan el papel del testigo. En las piezas que se exhiben en el CAB, esta idea se hace realidad en dibujos que recrean las portadas de libros considerados como peligrosos por la dictadura argentina, con los que se formaron los intelectuales de aquel país en los años setenta y ochenta del siglo XX: Allende, el fin de una aventura, de Lautaro Silva; El capital, de Karl Marx; Antropología estructural, de Claude Lévi-Strauss… “Su labor se asemeja a la de los dibujantes que tienen la función de documentar los juicios”, ilustra Álvarez Careaga,

4. Ignacio Uriarte (Krefeld, 1972). Del mismo modo en que uno garabatea rayas sobre un papel en los momentos de aburrimiento o despreocupación, este artista alemán de origen español ha ido creando un corpus de obras que de algún modo recogen y representan el paso del tiempo a través de sus trazos. Conceptos como el tedio, la repetición, la perseverancia o la dedicación se concentran en los dibujos de Uriarte, realizados con bolígrafos o rotuladores.

5. Raúl Artiles (Las Palmas de Gran Canaria, 1985). A base de grandes trazos de grafito, casi sin fijar sobre la superficie, Artiles crea “un dibujo neorromántico”, como lo define la comisaria, de carácter expresivo y monumental, centrado en temas como el turismo excesivo y la degradación medioambiental.



Vista de la exposición en el CAB, con una obra de Raúl Artiles, a la derecha.

6. Sabine Finkenauer (Rockenhausen, 1961). Combinando dibujos y collage, la artista alemana practica un arte cercano al de “los primeros experimentos de los niños”. Sus trazos, que forman siempre un número limitado de figuras, adquieren sentidos y significados a través de la percepción del espectador.


 'Las mantas' (2013), de Sabine Finkenauer.


El  Pais

¿Podría Rubens enseñar dibujo a los alumnos de Bellas Artes de 2019?


‘El maestro de papel’ en el Museo del Prado muestra las cartillas con las que los aprendices se introducían en los fundamentos de las artes. EL PAÍS lleva copias de algunas de estas láminas a la Facultad de Bellas Artes de la UCM y comprueba que hay formas de aprender que apenas han cambiado en 400 años




Izquierda, 'La práctica de las artes' (1573), de Cornelis Cort y Joannes Stradanus. Derecha, alumnos de 1º de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid en clase de Fundamentos de Dibujo. MUSEO DEL PRADO / VÍCTOR SAINZ

RUT DE LAS HERAS BRETÍN

Madrid 17 OCT 2019
El taller está lleno de alumnos. Colocan sus papeles y sus caballetes. Sacan el material de dibujo, primero el lápiz para hacer un boceto, luego el carboncillo para el definitivo. Borran las equivocaciones con un trapo con el que sacuden el papel. Observan la escultura que tienen que copiar: el Discóbolo en reposo. Está rodeado de otras tantas copias de clásicos griegos: Hermes Landsdowne, Ganímedes, una Venus… además, se ha colado una madonna de Miguel Ángel, cuyo original está en la iglesia de Nuestra Señora de Brujas (Bélgica). El artista y maestro del taller da indicaciones a los aprendices, les recuerda que midan, que encajen la figura en el espacio, que se fijen en los huecos.

Esto, ¿es una escena del siglo XVII, del XVIII quizá o puede que del XIX?

Podría ser la escena del taller que representa en 1608 Odoardo Fialetti en Il vero modo et ordine per dissegnar tutte le parti et membra del corpo humano (“La verdadera forma y el orden de dibujar todas las partes y miembros del cuerpo humano”) y que se puede ver en la exposición El maestro de papel. Cartillas para aprender a dibujar de los siglos XVII al XIX, inaugurada este lunes en el Museo del Prado. Pero es la clase de Fundamentos de Dibujo que reciben los alumnos de 1º de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Hay dos factores que marcan la diferencia y que evidencian que es un momento actual: el maestro del taller es profesora –Raquel Monje, también artista como lo eran antaño– y que una mujer esté al mando no era lo habitual en siglos anteriores. El otro es que el móvil parece una extensión más del cuerpo de los alumnos. Lo sueltan menos que el lápiz. Muchos lo usan para escuchar música mientras miden la escultura que les ocupa y llevan al papel lo que ven. En silencio, con sus cascos, a algunos se les nota en el rostro la concentración y las dificultades que encuentran. Acaban de empezar, son aprendices de taller, ¿quién sabe si obtendrán la maestría?



Arriba, 'Il vero modo et ordine per dissegnartutte le parti et membra del corpo humano (primera edición de 1608) de Odoardo Fialetti y abajo la imagen de los alumnos de Bellas Artes tomando apuntes. Museo del Prado / Víctor Sainz

Medir y llevar al papel, esto es lo que John Berger dice en las primeras frases de su libro Sobre el dibujo: “Para el artista dibujar es descubrir (…) Es el acto mismo de dibujar lo que fuerza al artista a mirar el objeto que tiene delante, a diseccionarlo (…) En la enseñanza del dibujo, es un lugar común decir que lo fundamental reside en el proceso específico de mirar”. Similar al nulla dies sine línea (“ni un día sin línea”), que según Plinio era el lema de Apeles, uno de los pintores más afamados de la Antigüedad, y que aparecía en las primeras páginas o en las portadas de muchas cartillas de dibujo.

Pero, ¿qué son las cartillas de dibujo? Material didáctico para aprender a dibujar. ¿Quién las hace o utiliza? Los maestros reúnen láminas de grabados que los alumnos han de copiar. ¿Desde cuándo? Desde el siglo XVII hasta el XIX. Y, ¿dónde? Se extienden por toda Europa aunque su inicio fue en Italia. De ellas se ocupa El maestro de papel, que muestra unas 110 piezas. El Prado guarda bajo el techo de su biblioteca unas 182 cartillas, la mayoría de reciente adquisición, ya que este número creció considerablemente tras la compra en 2012 de las 160 de la colección Bordes. Forman parte del fondo documental antiguo de la biblioteca y tienen la misma consideración que cualquier pieza del museo. Son, como el nombre de exposición indica, una especie de maestros de papel portátiles con los que los aprendices copiaban y ensayaban los grabados aunque el profesor estuviera ausente.


A la izquierda, modelos de ojos de la cartilla de José García Hidalgo (entre 1691 y 1702). A la derecha, una alumna toma proporciones de una escultura. MUSEO DEL PRADO / VÍCTOR SAINZ


Otro parecido: Monje utiliza el aula virtual para subir material que sus alumnos puedan consultar desde cualquier lugar y así aprovechar el tiempo de taller para lo fundamental: la práctica, aprender a mirar. Son muchos siglos con esta idea invariable: el dibujo es la base de todo. En ella coinciden hasta la generación Z, los postmillennials que están empezando ahora. Una de las cartillas que se muestra lo plasma en su portada con una alegoría: una matrona lleva a un niño de la mano que está empezando a dibujar, ella porta un compás en la cabeza, lo que simboliza que el dibujo no está en la mano, está en el cerebro

Maestros de papel hace un recorrido por los tres siglos en los que más uso se ha dado a estas cartillas, elementos funcionales de taller. “Más visuales que textuales”, dice María Luisa Cuenca, comisaria de la muestra junto a José Manuel Matilla. Comenzaban con detalles del rostro: ojos, narices, bocas, orejas… de lo particular iban a lo general para acabar formando un rostro o un cuerpo. Esta metodología sí ha cambiado: Monje prefiere que los alumnos empiecen por lo general, que sepan dar las proporciones correctas a una figura completa, que la encajen en el espacio para luego ir al detalle.



Arriba, modelos de narices y bocas de José de Ribera (hacia 1622) y, abajo, boceto de un torso realizado por un alumno. Museo del Prado / Víctor Sainz

En el recorrido de la pequeña muestra tienen un lugar fundamental las tres cartillas primigenias que surgieron en los primeros años del siglo XVII. Odoardo Fialetti apostó por un sistema basado en la línea en el que, mediante la sucesión de los trazos, el aprendiz lograba memorizar cada uno. Los Carracci introdujeron una práctica según la cual el discípulo comenzaba dibujando solo las líneas de los contornos para que, una vez dominados los perfiles, aplicaran el sombreado para lograr volumen. La tercera, la de Giacomo Franco y Jacopo Palma, el Joven, propusieron otro método más abigarrado, de brazos y piernas en distintas posiciones que se solapan. Además de la función didáctica, las cartillas también tenían una misión difusora, gracias a ellas se perpetuaba la imagen y el estilo de sus creadores.

La cartilla española más amplia data de principios del siglo XVIII, su autor fue José García Hidalgo, quien grabó 152 planchas. Una de sus principales características es la representación de los dos ojos (normalmente se dibujaba cada uno por separado) para enfatizar la expresión de la mirada. Charles Le Brun también crea una cartilla reseñable con atención especial a mostrar los sentimientos a través de las líneas del rostro. Silvana Pacheco, una de las alumnas de Bellas Artes, se atreve a reproducir uno de los dibujos, su compañera, Ana Sánchez, todavía no quiere oír hablar de “dibujar caras”.


Fernando Villaamil Abati sonríe tímido cuando se le pregunta si cree que su clase tiene algo que ver con un taller del XVII o con los aprendices de artistas de entonces: “Me suena anticuado”. Es de los pocos de la clase que tiene claro a qué se quiere dedicar: “A la animación”. Como referente, nombra a Pixar, al mencionarlo parece que ve más clara la importancia de la proporción, de saber medir y mirar para llegar a su objetivo. Pixar es ya un clásico, no tanto como Nina Simone que es la dueña de la voz que sale de los cascos de este joven. Villaamil sigue peleando con su boceto. En otro caballete cercano, Raúl González Sosa escucha K-pop. No sabe a qué se dedicará –“Me llama todo”, asegura– pero eligió Bellas Artes porque "te abre la mente y te da cantidad de opciones". Cuando ve una copia del grabado del taller que representa Fialetti, no duda: “Estamos igual”.


Una de las láminas en las que Charles Le Brun muestra el efecto de las pasiones en el rostro (hacia 1740), sobre la imagen de una alumna copiando a Le Brun. Museo del Prado / Víctor Sainz

Esta es una de esas exposiciones que deberían ser asignatura obligatoria en museos como el Prado, con diversos y numerosos fondos, incluso con objetos con funciones poco conocidas como las cartillas. Estas, en su momento, tenían un valor meramente práctico, de ahí su mala conservación por su uso, pero hoy han ganado en valor artístico e histórico. Acaso no llamaría la atención, si existieran, las cartillas Rubio con las que García Márquez mejorara su caligrafía o las cartillas Micho con las que Lorca podría haber aprendido a leer.




Arriba, 'Dos cuerpos sin piel (écorchés) en Petrvs Pavlvs Rvbbens delineavit', cartilla basada en dibujos de Rubens del grabador Paulus Pontius (entre 1640 y 1652), abajo copias de 'Discóbolo en reposo' y 'Hermes de Landsdowne', que sirven de modelo para los alumnos de Bellas Artes. Museo del Prado / Víctor Sainz

'Cabezas de las obras del Rafael de Urbino', lámina de la cartilla de María del Carmen Saiz. REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO

María del Carmen Saiz es, hasta que se demuestre lo contrario, la única española que realizó una cartilla de dibujo en el siglo XIX. Aunque procedía de una familia de grabadores, el mérito por poder dedicarse a la enseñanza de esta técnica siendo mujer es incuestionable, aunque no tuviera un buen final, o precisamente por eso, ya que murió en la más absoluta pobreza.

La cartilla que realizó está compuesta por 12 cabezas copiadas en 1722, que se basaban en las estampas dibujadas por Nicolas Dorigny en 1719 reproduciendo los tablones para tapices de Rafael. Se podría resumir en que es una copia lejana de Rafael o un Rafael que ha pasado por el juego del teléfono escacharrado.


El maestro de papel
Cartillas para aprender a dibujar
de los siglos XVII al XIX

Del 15 de octubre de 2019 al 2 de febrero de 2020

Horarios
De lunes a sábado de 10.00 a 20.00 h
Domingos y festivos de 10.00 a 19.00 h


Entradas
General: 15 euros
Reducida: 7,50 euros
Compra en www.museodelprado.es

miércoles, 6 de noviembre de 2019

El inmortal

'Mort Cinder' (1962), de Hector Germán Oesterhel y Alberto Breccia, es una verdadera obra maestra de la Historieta argentina

Trata sobre un hombre inmortal viajero del tiempo


GERARDO MACÍAS
06 Noviembre, 2019


'Mort Cinder'. Guion: Héctor Germán Oesterhel. Dibujos: Alberto Breccia. Astiberri, 2018.

El escritor argentino Jorge Luis Borges publicó por primera vez el cuento El inmortal en 1947, en la revista Anales de Buenos Aires. El relato reflexiona en torno a las paradojas que tendría que afrontar la persona si algún día alcanzara la inmortalidad.

Quince años después, entre 1962 y 1964, sus compatriotas Héctor Germán Oesterhel y Alberto Breccia crearon el cómic Mort Cinder. Debutó en el nº 718 de la revista argentina Misterix, de la editorial Yago. Mort Cinder terminó en Misterix nº 798, en 1964. La obra fue escrita y dibujada durante la caída de la industria de la historieta argentina tras su edad de oro.

El prólogo presenta a Ezra Winston, anticuario londinense, que vive rodeado de objetos del pasado. Un día examina antigüedades de Egipto y un gas que surge de una figura de escarabajo lo lleva de viaje astral a la era de los faraones. Luego, un proveedor le da un amuleto que le deja una huella indeleble en la mano.

Enseguida aparece Mort Cinder, personaje que muere y resucita y que, a través de las antigüedades de Ezra, rememora sus vidas pasadas: un ladrillo de la torre de Babel; un jarrón griego de la Batalla de las Termópilas...

En la primera mitad de la serie, Oesterheld desarrolla una historia de misterio, relacionada con la inmortalidad de Cinder y la persecución a la que le someten el científico profesor Angus y sus sicarios, los Ojos de Plomo, letales pero sin voluntad propia. De lo que querrá apropiarse el profesor Angus no será de la memoria del inmortal, sino de la posibilidad de dominar esa memoria y de reconstruirla desde su propia visión de mundo. El profesor Angus es una metáfora de la ideología capitalista, que sabe que para dominar el mundo no ha de apropiarse de los bienes materiales de sus víctimas, sino de sus ideas.

La segunda mitad narra cómo, a través de las antigüedades que hay en la tienda de Winston, Cinder va recordando sus vidas pasadas. Como el Ave Fénix, renace de sus cenizas, y puede recorrer sus vidas pasadas: únicamente la carne muere, el espíritu perdura y continúa construyéndose sobre sí mismo a través de encarnaciones infinitas y sucesivas.

El dibujo claroscuro es expresionista, implicando al lector en la reconstrucción volumétrica de las figuras, táctica después copiada por Frank Miller. Ese expresionismo se ve frenado un poco en la última historia, para dibujar algunas de las mejores escenas de acción. En Mort Cinder se despliega un verdadero catálogo de técnicas gráficas: salpicaduras, tramas mecánicas, témpera blanca, punzón, cepillo, manchas de agua y cuchilla de afeitar, usada como espátula y pincel de tinta a la vez.

El nivel intelectual del guion, nacido de Oesterheld y sus conocimientos de Historia y de Geografía, hacen que la obra sea muy madura. Los guiones de Oesterheld tienen varias lecturas y se mueven bien por todos los géneros. Se deja llevar por la oscuridad del dibujante en esos momentos, ya que la esposa de Breccia estaba enferma. Es un maestro del ritmo narrativo que le impone la publicación por entregas, con finales en continuará.

Mort Cinder, aunque da título a la obra, no es verdaderamente el protagonista, sino que en algunas historias hace el papel de un simple observador y en otras es un secundario que, aunque participa de los sucesos, es totalmente incapaz de cambiarlos.

Como curiosidad, hay que señalar que Breccia dibujó al anticuario con su propio rostro y Mort Cinder es su asistente, Horacio Lalia.

Héctor Germán Oesterheld (Buenos Aires, 1919) publica sus primeros guiones de historieta en los 50. Colaboró con Hugo Pratt; Solano López; y Alberto Breccia. Creó Editorial Frontera. En 1977, desapareció, secuestrado por las Fuerzas Armadas del dictador Videla.

Alberto Breccia (Montevideo, 1919-Buenos Aires, 1993), inició su carrera a los 19 años. En 1946, comienza a dibujar Vito Nervio. En 1958, comenzó a colaborar con H. G. Oesterheld en Sherlock Time, a la que siguieron Mort Cinder, Vida del Che, Richard Long y una nueva versión de El Eternauta. En 1973, junto a Norberto Buscaglia, adaptó Los mitos de Cthulhu, de Lovecraft. También adaptó a Borges, García Márquez, Allan Poe y Ernesto Sábato. Con Carlos Trillo, en 1974, creó Un tal Daneri, Viajero de gris, Nadie y Buscavidas.



Malaga Hoy



Paseando por el infierno y saltando a través del tiempo

Un 'thriller' terrorífico y las peripecias de unas jóvenes repartidoras de periódicos, novedades de Planeta Cómic


Portada de 'A Walk Through Hell'.

JOSÉ LUIS VIDAL
06 Noviembre, 2019

Cuando hablamos del guionista irlandés Garth Ennis siempre lo relacionamos con lo excesivo, las salidas de tono, saltándose las invisibles barreras de lo políticamente correcto: Sexo explícito, violencia gráfica… A lo largo de su ya dilatada carrera tenemos mil y un ejemplos de su trabajo, que le ha convertido en uno de los guionistas de cómic más seguidos del mercado norteamericano, habiendo dejado magníficas muestras de su imaginación tanto en Marvel como en DC Comics y en un buen puñado de editoriales independientes.

Pues precisamente vamos a hablar de una de sus últimas series, producida junto al dibujante Goran Sudzûka (Wonder Woman) para Aftershock, un sello que ha venido a ocupar el vacío de nos dejó en nuestros corazones la desaparición del sello Vertigo. En fin, la serie se titula A Walk Through Hell (un paseo por el infierno) y me olvidaba deciros que sí, que Ennis escandaliza y/o hace que nos partamos de risa con sus bestiales propuestas pero, cuando se pone serio, se pone MUY serio. Y aquí nos ofrece esa faceta creativa.

Los agentes del FBI Shawn y McGregor son una pareja la mar de bien avenida, en el ámbito de su trabajo comparten muchas conversaciones entre ellos y con otros compañeros de labor, entre ellos los agentes Goss y Hunzikker.

Serán estos dos últimos los que den principio a este aterrador relato, ya que han desaparecido al acceder a una nave industrial-almacén. Los policías que se encuentran apostados fuera no saben qué ha podido ser de ellos y un grupo de agentes que se internó también en el lugar permanece encerrado en un furgón policial, sudando y con rostros que son la pura imagen del terror más absoluto...

Lo que ha ocurrido, y ocurrirá, tiene mucha relación con un caso del que conoceremos retazos a lo largo de varios flashbacks, dentro de una narración no lineal. Piezas de un oscurísimo puzle que tiene relación con un caso de pederastia que trae de cabeza a los agentes.

Pero algo más grave, y extraño, ocurrirá a partir de que la expeditiva Shawn y su compañero pongan un pie dentro del almacén. Ya nada será igual y comienza un periplo por lo desconocido…

Este primer volumen, publicado por Planeta Cómic, te lo bebes de una tacada, cinco primeros números que te dejan con ganas de saber más sobre lo que ocurre, pero atemorizado por lo que surgirá al pasar la página.

Otra de las novedades de este mes de noviembre es la esperadísima Paper Girls, que nos llega en su cuarta entrega en tomo de tapa dura. Ya seguro que todos conocéis a las protagonistas de este absorbente relato: K. J., Tiffany, Mac y Erin son las jóvenes repartidoras de periódicos, que en plenos años 80 comenzaron un extraño y alucinante viaje a través de tiempo, encontrándose por el camino con múltiples amenazas, constantes misterios y alguna que otra versión adulta de una de ellas, así como terribles visiones del futuro.

Tras la aventura prehistórica protagonizada por el cuarteto en el anterior volumen, un nuevo salto temporal las separa, dejando a Tiff sola y arrestada por un policía, mientras que el resto del grupo se encuentra en un lugar que les es muy conocido. Ha regresado a casa, a Stony Stream, pero algunos años más tarde, concretamente la noche del cambio de siglo, justo en el momento en el que la población mundial vivía atemorizada por lo que ocurriría con el nefasto Efecto 2000.

Y por si todo esto no fuera ya muy, muy desconcertante, Tiff mira hacia arriba y, boquiabierta, contempla como unos gigantescos robots que parecen salidos de un episodio de Mazinger Z se dan de tortas en una espectacular pelea. ¿Qué es lo que está pasando?

Tranquilos, impacientes lectores, porque resulta que justo en esta cuarta entrega vamos a conocer la verdad tras todos los inusuales hechos que vienen sucediendo desde el principio de esta historia. Y la respuesta va a venir de la mano de una señora llamada Charlotte que, lo creáis o no, tiene mucha relación con las chicas y, sobre todo, se ha convertido en una auténtica experta en el tema que las acosa y persigue.

Por supuesto, os voy a dejar con la miel en los labios, ya que las revelaciones de esta mujer van a darle una vuelta completa al argumento, abriendo nuevas puertas y, sobre todo, ofreciéndonos nuevas incógnitas y la aparición de personajes que no son tan desconocidos como podríamos pensar. Tan solo hay que hacer memoria…

Esta laureada colección viene firmada por el tándem compuesto por el brillante guionista Brian K. Vaughan, al que todos conoceréis por firmar auténticas obras maestras del cómic: Saga, We Stand on Guard, The Private Eye, Barrier, Y: El último hombre, etc…

Y junto a él, dando cara a este joven cuarteto y a todo lo que las rodea, Cliff Chiang (Creeper, Wonder Woman), que realiza un auténtico tour de force creativo, dibujando diferentes parajes, naves espaciales, monstruos de diferente pelaje…

Si hay dos novedades que recomendar este mes, no me lo pienso dos veces. Aquí las tenéis.



Malaga Hoy


Dos mejor que uno

Panini recupera 'Marvel Team-Up', serie cancaleda en 1985 en la que Spiderman comparte protagonismo con otro personaje invitado en cada capítulo


JAVIER FERNÁNDEZ
06 Noviembre, 2019

'Marvel Team-Up, 1: ¡La guerra del mañana!'. VV.AA. Panini. 504 páginas. 39,95 euros.


A comienzos de la década de 1970, el sobresaliente trabajo de Stan Lee y Steve Ditko, primero, y el propio Lee con John Romita, después, había convertido a Spiderman en el personaje estrella de Marvel. La trayectoria ascendente del trepamuros era imparable, y aún se dispararía a mayor altura con la llegada del jovencísimo guionista Gerry Conway, el asesino de Gwen Stacy y el hombre que firmó el combate del siglo entre Superman y Spiderman (una especie de simbólico traspaso de poderes del primero al segundo), pero eso es otra historia. Antes, a comienzos de 1972, Marvel quiso capitalizar la fama del Hombre Araña concediéndole una segunda cabecera, Marvel Team-Up, en la que compartiría protagonismo con la Antorcha Humana. (Digo segunda y en realidad fue la tercera, después de la revista The Spectacular Spider-Man, que solo dispuso de dos números en 1968). Tres tebeos duró el invento, y al cuarto se decidió que, en adelante, el acompañante de Spiderman en la serie cambiaría con cada número, al estilo de lo que DC venía planteando con Batman, desde 1966, en The Brave and the Bold.

De este modo, se consolidó una cabecera que acabó alcanzando la friolera de 150 números y siete anuales (todos menos once protagonizados por Spiderman), hasta su cancelación en 1985, a tiempo de ser sustituida por otra serie arácnida, Web of Spider-Man. En este tiempo, Marvel Team-Up gozó de algunas etapas notables, como la de Conway con Ross Andru y Gil Kane, la de Bill Mantlo y Sal Buscema, la de Chris Claremont y John Byrne o la de J. M. DeMatteis y Kerry Gammill, aunque también ofreció, todo hay que decirlo, historietas francamente anodinas, y es que, salvo contadas excepciones, la fórmula no permitía un auténtico desarrollo del anfitrión, ni de los personajes invitados. Con todo, el balance de la serie fue positivo, y se recuerda con mucho cariño entre los aficionados (prueba de ello es que el concepto no ha dejado de ser resucitado a lo largo de los años, y hasta tuvo su versión en el universo Ultimate).

Panini ya editó hace unos años una reedición en cuadernillos de este Marvel Team-Up, y ahora lo vuelve a recuperar en el formato Marvel Gold, esto es, en gruesos tomos de cerca de quinientas páginas, encuadernados en tapa dura. El primero se titula ¡La guerra del mañana! y contiene los números 1 a 22 originales, publicados por primera vez con fechas de cubierta de marzo de 1972 a junio de 1974. Además de nuestro amistoso vecino Spiderman y la Antorcha Humana (que repite en varios episodios), por estas páginas asoman la Patrulla-X, la Visión, la Cosa, Thor, la Gata, Iron Man, los Inhumanos, el Hombre Lobo, el Capitán América, Namor, el Motorista Fantasma, el Capitán Marvel, Míster Fantástico, Hulk (en uno de los pocos números en los que no aparece Spiderman, pero sí la Antorcha), Ka-Zar, Pantera Negra, el Doctor Extraño y Ojo de Halcón. Y la nómina artística incluye nombres esenciales del periodo como Roy Thomas, Gerry Conway, Len Wein, Ross Andru, Gil Kane, Jim Mooney y Sal Buscema. Una mezcla estupenda.


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