martes, 14 de mayo de 2019

Un pionero que trascendió la viñeta

ANTONI GUIRAL
11 MAR 2012


Ilustración del cómic 'Inside Moebius', en la que el dibujante francés Moebius (Jean Giraud) se autorretrata.

Habría que retrotraerse a los años treinta del siglo XX para encontrar otro referente vital para la historieta de grafismo realista. Entonces, las tiras de prensa de Alex Raymond, Hal Foster y Milton Caniff, con su impronta entre naturalista y expresionista, marcaron la estética del cómic a varias generaciones de historietistas de todo el mundo. Jean Giraud, dual en su apuesta gráfica, genera junto a Hugo Pratt y Alberto Breccia una senda que, a partir de cierto momento, se bifurca para abrir nuevas tendencias. En su trayectoria como Gir, aprende el oficio con Jijé (Joseph Gillain), partiendo de un concepto naturalista del trazo para, acreedor de una sólida base de dibujo, desarrollar en Blueberry (junto al guionista Jean-Michel Charlier) un realismo detallista que transmite verosimilitud a sus personajes y escenarios. Gir no sólo concibe una brillante técnica de texturas evocadoras; elabora un proceso narrativo inteligente en su sencillez ayudado por una muy bien delimitada puesta en escena. Pero Giraud es un creador inquieto que, en su interior, lleva agazapado a su otro “yo” artístico. Si con Blueberry rompe moldes en cuanto a la historieta de género juvenil se refiere, reconvirtiéndola en la esencia del antihéroe para adultos, la conciencia de que el cómic es, también, un medio expresivo para la experimentación y la génesis de menajes más elaborados, abre el camino a Moebius.


Tras firmar algunas historietas como Moebius desde 1963, en 1975 aprovecha la coyuntura que le ofrece la aparición de una revista de la que es cofundador, Métal Hurlant, para con la fantasía y la ciencia ficción como referentes abrir nuevos caminos a la ética y la estética de los cómics. Con su consolidada base realista sintetiza, por un lado, el trazo y reelabora su grafismo en una compleja y detallista técnica que sorprende por sublime, espectacular y evocadora. Rompe con la apuesta de planteamiento, nudo y desenlace en obras como El garaje hermético de Jerry Cornelius, que desarrolla durante tres años en Métal Hurlant sin guion previo, abriendo su mente a la experimentación y aplicando la escritura y el dibujo automático, generando así la que será obra referencial de una parte de las nuevas generaciones de profesionales del cómic. Al mismo tiempo, abre la caja de Pandora para una historieta existencial, en la que el tiempo y el espacio se conjugan para generar realidades alternativas. Este camino iniciático continúa en una parte de la obra que realizará junto al cineasta, escritor y psicomago Alejandro Jodorowsky como guionista. En El Incal, la simbología del tarot se une al descubrimiento por parte de Moebius de las enseñanzas de Carlos Castañeda, lo que le lleva a una condensación de la línea hasta su efecto más puro y diáfano, al tiempo que crea imágenes simbólicas que se convertirán en uno de sus registros preferentes.


Su alegórica y enriquecedora apuesta visual sobrepasará las viñetas para llegar al cine, donde revolucionará el diseño de producción en películas de Ridley Scott, Luc Besson o George Lucas, facilitando que su impronta estética llegue también al terreno de la publicidad y de los videojuegos. Moebius continuará evolucionando, respondiendo a las inquietudes del autor en su constante búsqueda personal, aplicando en su trabajo sus preguntas y respuestas vitales, al tiempo que seguirá ilustrando los álbumes de Blueberry, que tras el fallecimiento de Jean-Michel Charlier continuará en solitario o con otros dibujantes. En su última obra, Inside Moebius, publicada en seis tomos entre 2004 y 2010, aplicará una especie de psicoanálisis, partiendo del cambio que supuso en su concepción artística el abandono del consumo de marihuana. Heterónimo de sí mismo, Moebius interactuará aquí con sus personajes, estableciendo un diálogo dramático en ocasiones, surrealista en otros, que cierra uno de los legados más brillantes de la historieta mundial.

De hecho, el cómic ha contraído una deuda perenne con Moebius, que descubrió a este medio de comunicación senderos originales que han permitido a muchos profesionales la exploración de nuevas vías de expresión.

Antoni Guiral es periodista y divulgador de cómics


El Pais

Un cómic con más preguntas que respuestas

El dibujante argentino Tute publica su primera novela gráfica apadrinado por Quino

L. C. LIÉBANA
Madrid 9 ABR 2019

El humorista gráfico argentino Juan Matías Loiseau, más conocido como Tute, en Madrid. JULIÁN ROJAS

"Tute es el mejor dibujante de humor gráfico argentino surgido en los últimos años". Para quienes pudieran necesitar referencias acerca del autor de Dios, el Hombre, el amor y dos o tres cosas más (Lumen), ya las aporta –sobradamente– Joaquín Salvador Lavado, alias Quino. Hace unos meses, el autor de Mafalda aceptó prologar la primera novela gráfica de Juan Matías Tute Loiseau (Buenos Aires, 1974), aunque el llamado a sucesión prefiere referirse a su obra como una "antinovela" en la que se han asesinado elementos como el relato. En ella, los personajes aparecen y se pasan el relevo unos a otros a conveniencia del dibujante, entran y salen guiados únicamente por su pertinencia en la situación humorística. No hay un títere que descuelle sobre los otros: no hay Mafaldas ni Felipes ni Miguelitos, u otros amigos demócratas y antifascistas; únicamente un desfile de peleles sin nombre propio. Ya en el título se advierte: simbolizan al ser humano universal.

"La originalidad de sus ideas, el lenguaje de sus personajes que va, con natural fluidez, de lo culto a lo popular según haga falta –prosigue Quino, en las primeras páginas–, su refinado sentido del humor, los atrapantes silencios que sabe crear entre cuadro y cuadro, hacen que, a mi entender, merezca el título de Maestro ya, a su temprana edad". El dibujante argentino, hijo de republicanos españoles, no teme en deshacerse en halagos con su compatriota, aunque este último devuelve la pelota con habilidad: "Quino fue siempre mi gran Maestro con mayúscula. Incluso fue el maestro de mi viejo (Caloi quien, junto con Quino y Roberto Fontanarrosa, completa el trío de los humoristas gráficos más reconocidos de Argentina). Yo aprendí a leer con Mafalda". En aquel tiempo "estaba en la primaria" y ya había pasado de llamarse Juan Matías a Matías, de Matías a Matute y de Matute a Tute. Pero tuvieron que transcurrir años para que ambos viñetistas estrecharan lazos.

Ocurrió cuando tenía 17 o 18 años. Acababa de comenzar a dibujar, y aun así agarró sus trabajos más primerizos, los colocó bajo su brazo y se plantó en una feria de libros. Allí buscó a Sendra, a Maicas, a Tabaré, a Crist y a Quino. "Me acuerdo que se los mostré, que los miró, los pasó a uno… ni siquiera sonreía. Quino es un tipo que no regala nada, no va a decir nada que no piense", asegura. Cuando le devolvió los dibujos, le miró y le dijo: "Tenés que meter más el dedo en la llaga", y nada más. "Pasé días dándole vueltas: para meter el dedo primero tenía que encontrar esa llaga. Y creo que ese es el asunto, la herida desde la que uno habla o dibuja lo que le interesa y le duele". En su caso, la erosión proviene de incógnitas típicamente humanas. "Son preguntas que me interpelan, que me inquietan, que tienen que ver con una cuestión existencial". Dios, el Hombre, el amor y dos o tres cosas más es un intento por "descorrer esos velos" y responder a preguntas como qué somos, por qué somos como somos o por qué actuamos de determinadas maneras. A estas, Tute da "respuestas provisorias", a veces pinceladas con ironía; otras, con poesía, pero siempre con "el humor como el análisis ideal de la conducta humana".


Viñeta de 'Dios, el Hombre, el amor'.

El segundo encuentro tuvo lugar "con mi estilo ya pulido". Tute se encontraba haciendo la compra semanal en el supermercado del barrio, cuando el tono de su teléfono móvil interrumpió la compra. Descolgó y se quedó "helado". "Casi me muero. Era Quino, que me llamaba para hacerme un comentario sobre mi página del domingo en la revista de La Nación". Le felicitó. "Me dijo que le había gustado mucho mientras me hacía correcciones muy puntuales, con ese ojo tan detallista". Aquello comenzó a convertirse en rutina. Quino le llamaba a todas horas para hacerle algún comentario sobre sus viñetas. "Entonces me invitó a cenar a su casa y nos conocimos. Bueno, yo lo conocía porque era del ambiente, porque mi viejo lo conocía y demás, aunque nunca fueron amigos. No era un tipo que venía a mi casa a comer y nunca me regaló nada". Aun así, el prólogo "extralimita con exceso cualquier sueño volado que yo pudiera haber tenido cuando empecé". Ahora, confiesa "somos amigos, nos queremos y nos vemos cada tanto. Me siento honrado por él".

UN HUESO DURO DE ROER
Quino ya había negado al hijo pródigo con anterioridad a la llamada telefónica. Sucedió que en el año 1995, Tute y otros humoristas gráficos trabajaban en un compendio de viñetas llamado Nuevos humoristas argentinos. La editorial pidió un prólogo pujante y a Tute se le ocurrió telefonear a Quino. Se negó. "Entonces yo le dije que, en realidad, no era un prólogo sino tres líneas y él me contestó: 'menos". Años después, fue el propio autor de Mafalda quien contactó con él. "Comencé a advertir que Quino sentía cierta admiración por mí y esto me alentó a pedirle un prólogo para mi novela".


El Pais


domingo, 12 de mayo de 2019

La autora del último fenómeno del cómic estadounidense presenta en España ‘Lo que más me gustan son los monstruos’

Emil Ferris: “Lo que más me aterraba de niña era convertirme en una mujer”

JORGE MORLA
Madrid 8 MAY 2019



Emil Ferris, en Madrid. FOTO: K. PARA / VÍDEO: P. CASADO / C. MARTÍNEZ

Algún día alguien hará una película con esto. En el año 2001 una diseñadora que se ganaba la vida trabajado como camarera y fregando escaleras recibió la picadura de un mosquito que, virus del Nilo Occidental mediante, la postró en una cama. Inmóvil de cintura para abajo y con el brazo derecho —el de dibujar— paralizado, los médicos le dijeron que quizá no pudiera volver a moverse. Pero durante la —larga— rehabilitación, Emil Ferris (Chicago, 1962), por aquel entonces madre soltera de una niña de siete años, no se dio por rendida, y con un monstruoso esfuerzo comenzó a concebir el que unánimemente es considerado uno de los mejores cómics de lo que va de siglo.


La primera mitad de Lo que más me gusta son los monstruos salió al mercado estadounidense en 2017 —en España lo editó el año pasado Reservoir Books— para demostrar que, ajeno a los cañonazos de empresas como Marvel o DC, el cómic como arte sigue buscando sus propias profundidades. Personalidades como Art Spiegelman (Maus) y Alison Bechdel (Fun Home) se rindieron ante esta obra que sigue los pasos de una niña, Karen Reyes, que no encaja más que en su imaginación; obsesionada con los monstruos de las películas y revistas de serie B, se ve a sí misma como una niña-lobo que comienza —mientras descubre su propia homosexualidad— a investigar el asesinato de su vecina de bloque en el Chicago de los años sesenta. Miles de ejemplares y decenas de premios después, Ferris se encuentra en España promocionando su obra. Camina apoyada en un bastón nudoso, toma café con leche, se emociona hasta el llanto discreto al recordar su enfermedad y no duda en reírse como una bruja si la fotógrafa se lo pide.


Pregunta. ¿Tras tanto avatar, cómo se siente ahora, viajando con su obra?

Respuesta. Pues es increíble estar aquí en Madrid. Me ha encantado el Museo del Prado.



'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

P. Lo cierto es que hay mucha influencia clásica en su obra. De Goya a Füssli, pasando por Bernat Martorell.

R. Sí, es muy importante. El arte es importante para mí, y lo que buscaba era crear algo que ayudara a la gente a recordar cuán importante es el arte. En especial a la gente joven. Recordarles lo importante que es ponerse delante de un cuadro real, no solo mirar algo en el teléfono.

P. Cuando hagan una película sobre cómo hizo Lo que más me gustan…, ¿Tiene alguna preferencia sobre quién quiere que la interprete?

R. (Ríe) Bueno… me gustaría que lo hiciera una mujer transgénero. Durante mucho tiempo gente que no era transgénero ha interpretado esos papeles. Ahora las nuevas generaciones están cambiando las cosas. Para bien.

P. Ya en serio, la historia de la concepción de la obra, el mosquito, la enfermedad… ¿siente que estar aquí presentando la obra es un final feliz?

R. Bueno, todos necesitamos historias. La gente necesita historias como la mía. Necesitan saber que en su vida van a pasar cosas malas, cosas realmente trágicas. Y que eso no significa que se haya acabado. Que tienen que seguir. Esa es la clave. Esto [pone la mano sobre un ejemplar del cómic] representa a una persona que siguió adelante.

P. ¿Cuál diría que es el secreto de la obra, de la conexión con el público?


R. Mmm creo que es el amor y la gratitud. Mira, yo perdí la habilidad de dibujar. De repente se había ido. Y era todo lo que tenía. Así que perderlo, y luego recuperarlo… me siento tan agradecida de cada dibujo que he podido hacer, de cada trazo de bolígrafo… [se le escapa una lágrima]. Quiero hacer algo que signifique algo para la gente, darles toda la cantidad de magia que pueda, porque es un tiempo difícil. El planeta está enfermo, y necesitamos este tipo de magia.

P. En el plano técnico, su cómic imita un cuaderno, pero al contrario que otros trabajos que hacen a sus personajes con trazo digital, usted dibuja con un bolígrafo. Eso hace un estilo único que a la vez es muy familiar para el lector. ¿Lo buscaba o es algo que se encontró?

R. Bueno, cuando yo tenía la edad de la protagonista es lo que tenía. Y es lo que el personaje tendría en un ambiente pobre como el suyo: un puñado de cuadernos y unos cuantos pilots. O dicho de otro modo: su imaginación.

P. En su cómic hay proporciones exageradas pero expresivas. Hay viñetas que se parecen al cómic clásico, pero a la vez hay páginas enteras que funcionan como murales de un solo dibujo, páginas dobles… eso le da un ritmo muy particular a la obra. ¿Cómo definiría su estilo?


'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

R. Puedo mostrarlo, mejor que decirlo. [En ese momento saca una página con un hombre dibujado]. No dibujo en un cuaderno con tamaña de cuaderno, porque no tendría espacio para escribir. Quizá uso este tipo como base de la página, o quizá le añado viñetas en el espacio en blanco que hay… o quizá esto sea toda la página. Mira, en realidad doy una pista en el libro de cómo dibujo [y señala una página, bastante al principio, en la que el hermano de Karen, dibujante, le explica cómo usar la “geometría secreta”]. Todo parece que está al azar, pero es geometría secreta. Uso formas geométricas para llenar la composición del plano. Eso me lleva a decidir qué va donde. El lector no lo ve, porque procuro que no sea evidente, pero es así. Además, me gusta esconder cosas. [Y muestra varias viñetas: un cuerpo desnudo de mujer en medio de unos setos, varias caras diabólicas formadas por los nudos en una pared de madera]. Quiero que veas cosas que no termines de entender, que lleguen a tu subconsciente. El libro está lleno de detalles así, y el segundo también.

P. ¿Qué podemos esperar de ese segundo libro?

R. Espero que cosas buenas (ríe). Bueno, el tema de la tristeza de crecer será algo presente. Yo lo he experimentado con mi propia hija. Estás feliz por ver que sobrevive, pero a la vez triste porque ya no sea una niña.

P. Entrevistando a varios guionistas y dibujantes de cómics, muchos critican la desproporción entre el crédito que se lleva el guionista y el que se lleva el dibujante.


R. Es cierto, y me alegra que se hable esa injusticia.

P. El caso es que en un cómic como el suyo es distinto, porque escribe y dibuja. ¿Cómo pondera cada parte? ¿Le da más importancia a una sobre la otra?

R. Yo que estoy a ambos lados sé que hay que elogiar la parte plástica. Bueno, en mi caso hay una unión entre el texto y la imagen: muchas de las páginas no empiezan con texto, y es el dibujo el que te lleva a él. Mi cerebro debe ir cambiando entre ambas concepciones sobre cómo contar la historia. La escritora dice: Karen va a una tienda. Bien. La artista dice: ¿qué tipo de tienda es? Es la dibujante la que toma esas decisiones que deben ser respetadas. A veces un dibujo cambia el texto de una página.

P. Por fin sale el nombre de su protagonista, la niña-lobo. Karen. ¿Qué tiene de usted?

R. Todo. Ella es yo. Yo no quería ser una chica, yo quería ser un monstruo. Lo peor que podía imaginar ser de mayor era una mujer. Me aterrorizaba. Y aunque fue algo inevitable… aún hoy prefiero pensar en mí como un monstruo, una bruja, más que en términos de género. El género es algo bastante reduccionista. Por eso la generación joven, la de mi hija, está reexaminando conceptos como el de género.

P. Es otro de los temas del cómic. Y algo muy presente hoy en día.

R. Es algo que me emociona. Quiero ver dónde lleva toda esta ola, este movimiento feminista y de género. Quiero ver dónde lleva todo este poder.


'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

P. Donde hay poder hay resistencia. En el terreno del cómic en Estados Unidos aún colea el comicgate [a grandes rasgos, un movimiento en contra de la diversidad en los cómics de superhéroes norteamericanos]. ¿Se vive una guerra cultural allí?

R. Me encanta que la gente a la que asusta la libertad de los demás sean los que aman al Capitán América y su idea de libertad. A esa gente les diría una cosa: no engordes un sistema que en realidad te está constriñendo. Lo que más me gusta son los monstruos, para mí, es eso: hay una prisión, pero no tenemos que aceptar nada de esto como una prisión. Las cosas están cambiando. Hay que fortalecer nuestra imaginación. Si no podemos imaginar un futuro, no podremos alcanzarlo. Somos débiles si no podemos imaginarnos distintos de como somos.

P. Dicho esto, dentro del propio mundo del cómic, ha recibido elogios de los mejores autores de vivos. ¿Cómo se siente?

R. Es increíble. Nunca lo hubiera pensado, no creía que la gente pudiera ser tan generosa. Han sido increíblemente amables. Es como si fuera el niño más mayor del orfanato, y de repente surgiera una familia y me adoptara. es como una familia. Hay gente que no se quiere, pero en el fondo, hay algo muy especial sobre la gente del mundo del cómic, algo que la gente debe entender, y es que la magia es real, la magia es lo que nos mantiene con vida. La vida puede ser mágica, y la gente del mundo del cómic lo entiende mejor que nadie, porque están abiertos a la combinación de imágenes y palabras. Cuando las palabras se combinan con las imágenes, se crea un conjuro.



El Pais


Sacando brillo a la armadura

El trabajo sobre el héroe de la armadura roja y dorada, fechado a comienzos de 2005, se enmarca en la renovación total de Los Vengadores


JAVIER FERNÁNDEZ
08 Mayo, 2019


'Marvel integral. Iron Man: Extremis'. Warren Ellis, Adi Granov y otros. Panini. 392 páginas. 35,95 euros.

El británico Warren Ellis ha firmado algunos de los tebeos de superhéroes más influyentes de los últimos veinte años, comenzando con Stormwatch y su continuación, The Authority, en donde se plantaron las bases de lo ha sido el género en la primera década del nuevo siglo. Suyos son también esa maravilla llamada Planetary, carta de amor a la imaginación y la cultura popular y ácida diatriba contra los superhéroes, y un tebeo tan despreocupado y divertido como Nextwave, simiente del estilo que impera en el género en esta segunda década. Hay más cosas, claro, y casi siempre interesantes, como los Thunderbolts o la trilogía Black Summer, No Hero y Supergod, aunque a nivel de popularidad, quizá lo más destacable sea Extremis, el arco argumental donde el genio de Essex se propuso actualizar a Iron Man y, lo que es más importante, lo logró.

Este trabajo sobre el héroe de la armadura roja y dorada, fechado a comienzos de 2005, se enmarca en la renovación total de Los Vengadores que los ha convertido en la espina dorsal del universo Marvel, con la demolición y reconstrucción de la franquicia emprendida por Brian Michael Bendis (siempre con el aroma cinematográfico de The Ultimates, de Mark Millar y Brian Hitch, en el retrovisor) y la sofisticada revisión del Capitán América realizada por Ed Brubaker y Steve Epting. Acompañado por un dibujante cargado de recursos digitales como Adi Granov, Ellis sentó las bases del éxito del personaje, catapultado luego a las nubes por las películas de Robert Downey Jr., y abrió la puerta a mejores etapas en los cómics, si cabe, como la magnífica temporada de Matt Fraction y Salvador Larroca en Invincible Iron Man. Antes de Ellis, la trayectoria de Iron Man había tenido altibajos, con más bajos que altos, y no muchos autores habían sido capaces de entender el potencial del personaje. Los que sí lo hicieron fueron David Michelinie y Bob Layton, quienes, asistidos por un extraordinario John Romita Jr., nos ofrecieron, a finales de la década de 1970, los que siguen siendo los mejores tebeos de la historia del vengador, su etapa definitoria, en la que se ahondaba en las debilidades del héroe, al tiempo que se fascinaba a los lectores con el mundo tecnológico que lo rodea.

Extremis no explota el tópico del alcoholismo de Tony Stark, pero pone el dedo en la llaga de sus contradicciones, pues se pregunta, desde el inicio, cómo se reconcilian dos extremos tan irreconciliables como el altruismo y la venta de armas. También hace buen uso, especialmente en lo visual, de la tecnología, con una armadura nuevamente remozada, más brillante que nunca, y una amenaza creada en el laboratorio de una experta en bioelectricidad, microcirugía y robótica.

El presente volumen de la colección Marvel Integral reúne los seis números de Extremis, junto con abundante material extra, sacado del Director's Cut de la serie, y un segundo arco argumental que nos conduce de lleno a Civil War, firmado por los guionistas Charles y Daniel Knauf y el dibujante Patrick Zircher.


Malaga Hoy

¡Vengadores, reuníos!

JAVIER FERNÁNDEZ
08 Mayo, 2019



'Marvel Gold. Los Vengadores: ¡Vengadores, reuníos!'. VV. AA. Panini. 592 páginas. 44,95 euros.

La nostalgia vende. Vean si no cómo ha crecido la línea de reediciones de Panini en los últimos años. Aquellos cómics destrozados, que atesorábamos como oro en paño, los tenemos hoy disponibles en múltiples formatos, y no dejan de aparecer una y otra vez en librerías. Aquí tienen, por ejemplo las historietas de Los Vengadores de la década de 1970, los de las Grandes Sagas, recuperados no hace tanto en tomos de la colección Marvel Gold y vueltos a publicar en libros aún más gruesos, ahora encuadernados en pasta dura, como este ¡Vengadores, reuníos! que cubre el final de la etapa de Steve Englehart y el comienzo de la de Jim Shooter, y que, no por casualidad, ostenta la misma portada del primer tebeo de la vieja serie de Cómics Forum.

En el apartado creativo, el volumen presenta la llegada de uno de los dibujantes más importantes de la historia de la franquicia, George Pérez, que crece exponencialmente a lo largo de estas páginas, especialmente porque encuentra en Pablo Marcos un entintador mucho más adecuado que Vince Colleta.

Terminado el largo culebrón de Mantis, Englehart nos depara aún historietas tan recordadas como la saga de la Corona Serpiente, con sus distintas líneas temporales y su amplio elenco de personajes, y Gerry Conway es el guionista más destacado de los que preceden la llegada de Shooter. Lo mejor de este último está por llegar, pero ya se ven destellos de su genio en los episodios de Gravitón, el Segador y Ultrón.

En otro orden de cosas, personajes tan queridos como la Bestia, el Hombre Maravilla o Yocasta se suman en estas páginas, y la formación del supergrupo sufre una remodelación en el emocionante número 150, que da título a la recopilación. En resumen, van aquí los números 137 a 163 de The Avengers (1975-1977), más el Annual 6 (1976) y el Super-Villain Team-Up 9 (1976), con numerosos extras, y, además de los artistas citados, encontramos otros como Don Heck, George Tuska, John y Sal Buscema o un estupendo Jack Kirby, que firmó portadas en su regreso a Marvel.



Malaga Hoy