domingo, 6 de enero de 2019

Una familia no tan grande

'La familia Cebolleta' (1951), del historietista madrileño Manuel Vázquez, se burla del concepto tradicional pregonado por el régimen franquista en la España de la posguerra


GERARDO MACÍAS
02 Enero, 2019




'Magos del humor nº 142: La familia Cebolleta'. Guión y dibujos: Manuel Vázquez. Ediciones B, 2011.

La película española La gran familia (Fernando Palacios, 1962) interpretada en sus principales papeles por Alberto Closas, Pepe Isbert y José Luis López Vázquez, entre otros, obtuvo un gran éxito de taquilla e incluso fue reconocida en el Festival de Cannes, a pesar de ser de los principales exponentes de la ideología franquista.

Solamente nueve años antes, en 1951, y con ideología totalmente opuesta a La gran familia, Manuel Vázquez publica su primera historieta de La familia Cebolleta en la revista semanal de humor El DDT contra las penas, de Editorial Bruguera. Se trataba de una publicación para adultos, aunque con el tiempo se infantilizó.

La serie era una burla al concepto tradicional de la familia, en un hogar que distaba mucho del que el franquismo pregonaba como ideal de la España de la posguerra.

El ingenio de Manuel Vázquez navega entre el costumbrismo (que en este caso implica crítica social) y el absurdo (mucho más demoledor, si cabe, a causa del anarquismo del autor). La familia Cebolleta es una de las cumbres del humor del siglo XX.

Este núcleo familiar está formado por Rosendo, el cabeza de familia, calvo, con bigote y pajarita; Leonor, madre y ama de casa; el hijo Diógenes, que cambió de sabiondo con gafas a un gamberro a lo Zipi y Zape; la hija Pocholita; el loro Jeremías; y Argimiro de la Fosa (en referencia a las fosas comunes), más conocido como el abuelo Cebolleta.

El protagonista es Rosendo, un desgraciado que siempre tiene problemas con su jefe en la oficina, donde trabaja de administrativo. También destaca el abuelo Cebolleta, el padre de Leonor, con barba, bufanda, bastón y un pie vendado, cuyo único afán es relatar hasta el infinito sus supuestas batallas en diversas guerras.

Uno de los mecanismos humorísticos de esta serie es el intento de salir de golpe de los agobios económicos. Vázquez se centra en la figura de Rosendo, el cabeza de familia, que se mata a trabajar y hacerle la pelota al jefe.



En 1951, cuando la serie salió a la calle, en España no había ninguna legislación sobre lo que se podía publicar o no en los tebeos. A partir de 1955, La familia Cebolleta debía pasar por las oficinas de la Dirección General de Prensa. Desde entonces, puesta en solfa de una de las sacrosantas instituciones del franquismo (familia, municipio, sindicato) llegaba hasta donde la censura permitía, pero lo que Vázquez perdió en crítica mordaz lo ganó en ritmo, maestría y dominio del gag. A pesar de todo, los guiones hilaban tan fino que la censura no captaba todos los detalles...

Fue también la censura la que acabó con su hija Pocholita y sus continuas alusiones a sus novios. La guapa joven desapareció a causa de sus voluptuosas curvas y por ser demasiado casquivana para cumplir con la figura de la mujer impuesta por el franquismo.

En estas circunstancias, el loro Jeremías, de plumas verdes y un espíritu muy socarrón, resultó ser un recurso muy interesante, porque tenía pensamiento propio y podía decir las cosas que la censura le tenía vetadas a los humanos. Era la voz crítica de la familia.

La familia Cebolleta fue también víctima de la indisciplina del propio autor, ya que Manuel Vázquez era muy irregular en las fechas de entrega de sus trabajos. Por eso, muchas de las historietas de esta serie publicadas entre 1962 y 1965 en El DDT fueron escritas y dibujadas por autores que no firmaban, desapareciendo finalmente La familia Cebolleta de la cabecera en 1965. Vázquez realizó nuevas entregas, publicadas en Pulgarcito, pero la serie no reapareció totalmente hasta el año 1967, con el nacimiento de la tercera etapa de DDT (ahora ya sin el artículo). La familia Cebolleta continuó publicándose en los años setenta en Tío Vivo, y se convirtió en una presencia habitual en casi todas las cabeceras, pero la mayoría de las páginas eran reediciones.

La impronta de La familia Cebolleta ha permanecido hasta nuestros días en el lenguaje popular: cuando alguien habla mucho, se dice que cuenta más batallitas que el abuelo Cebolleta. Esto mismo ha ocurrido con muchos personajes de Editorial Bruguera: una finca destartalada es un 13, rúe del Percebe, una señora vieja y agria es doña Urraca, unos chavales revoltosos son unos Zipi y Zape...



Malaga Hoy


domingo, 30 de diciembre de 2018

Las zonas grises

El sello Evolution de Panini ha encontrado un filón con Ed Brubaker y Sean Phillips. A las ediciones integrales de Criminal, Fatale y The Fade Out, se unen ahora el comienzo del nuevo éxito de la pareja artística, Kill Or Be Killed y la reedición, también en formato integral, de otra de sus series emblemáticas, Incógnito.

25 Diciembre, 2018



Empezando por este último, Incógnito fue una miniserie de seis números publicados desde finales de 2008 por el sello Icon de Marvel. Se trata de la historia de un supervillano, Zack Aniquilante, que ha dejado de ejercer como tal y lleva una nueva vida como testigo protegido, con sus poderes bloqueados mediante pastillas por los federales. Hastiado de su situación, empieza a experimentar con drogas y estas anulan los efectos de las pastillas, de modo que resurgen sus poderes aunque ahora decide canalizar el deseo de violencia actuando como vigilante para evitar problemas con la justicia.



Como en otras obras de Brubaker y Phillips, Incógnito desdibuja la visión de una sociedad en blanco y negro y se mete de lleno en las zonas grises, allí donde el bien y el mal son conceptos relativos. En esta ocasión, los autores basan su mundo en los pulps, con referencias a personajes como Doc Savage o La Sombra, siempre con esta forma tan característica de entender el género de superhéroes. El integral incluye también la perturbadora secuela Incógnito: Malas influencias, cinco números publicados entre 2010 y 2011, y el conjunto se completa con una jugosa sección de extras.




Kill Or Be Killed, por su parte, fue publicada entre 2016 y 2018 por Image, y narra la historia de un suicida arrepentido que, antes de morir, hace un pacto con un demonio: debe matar a una persona por cada mes que quiera seguir viviendo, una idea que sirve para explorar los lados más oscuros del vigilantismo, pues se dice a sí mismo que buscará víctimas que realmente merezcan morir. El volumen uno recoge los cuatro primeros números de esta nueva maravilla de uno de los equipos más apreciables del tebeo estadounidense.


Malaga Hoy

Vampiros y karatecas

La colección incluye numerosos artículos sobre películas de artes marciales, así como la reproducción a color de las portadas de la revista

POR JAVIER FERNÁNDEZ

25 Diciembre, 2018


'MARVEL LIMITED EDITION. LOS HIJOS DEL TIGRE' VVAA.Panini. 616 páginas. 47,95 euros.

La proverbial moda de las artes marciales de la década de 1970 dejó en Marvel personajes tan señeros como Shang-Chi o Puño de Hierro, que han gozado de una sólida trayectoria desde entonces, pero también otros de menor calado como los Hijos del Tigre, el Tigre Blanco o la Sota de Corazones (la verdad es que no sé muy bien qué pintaba este último al lado de los demás, pero lo cierto es que ahí estaba). Estos héroes, y otros tantos segundones de aquellos años, tienen un cierto halo que les ha granjeado la consideración de personajes de culto.

Los Hijos del Tigre, en concreto, surgieron en la cabecera Deadly Hands of Kung Fu, uno de aquellos magazines en blanco y negro publicados por el sello Curtis, con el que Marvel trataba de competir con las revistas para adultos de editoriales como la famosa Warren. De primeras, el reclamo principal de Deadly Hands of Kung Fu era, cómo no, Shang-Chi, del que se reeditó el origen para enganchar nuevos lectores, pero pronto la revista comenzó a producir otros seriales. En palabras del (aquí) prologuista Carlos Pacheco: "Para acompañar a las entregas sin color de aquel origen de Shang-Chi, Marvel encargó a Gerry Conway y a Dick Giordano poner en marchar las aventuras de un grupo de artistas marciales clonados de aquella película de [Bruce] Lee, Operación Dragón, tres protagonistas que respondían a los nombres de Lin Sun, Abe Brown y Bob Diamond (asiático, afroamericano y blanco), quienes, poseedores de unos amuletos (una cabeza de tigre, y dos zarpas, una para cada protagonista), les triplican las habilidades marciales cuando eran portados por cada uno de ellos. Al trío masculino protagonista se le unió una mujer, la asiática Lotus Shinchuko". Los creadores del asunto abandonaron pronto la serie, que recayó en el guionista Bill Mantlo y el dibujante George Pérez, hoy de sobra conocidos, y el crecimiento de este último a lo largo de las páginas es uno de los principales alicientes de este bonito tomo de la colección Marvel Limited Edition, que incluye numerosísimos artículos sobre películas de artes marciales, extraídos también de Deadly Hands of Kung Fu, así como la reproducción a color de las impactantes portadas de la revista.




Otra moda que arrasaba esos días era el terror, y Marvel supo sacarle buen partido con personajes como Drácula, el Hombre Lobo, el Hijo de Satán o el Hombre-Cosa. De Drácula se recuerda sobre todo la espectacular cabecera La tumba de Drácula (reeditada al completo en la misma Marvel Limited Editon), aunque el señor de los vampiros sirvió también de reclamo en otra revista de Curtis, Dracula Lives! El grueso tomo editado por Panini recupera los trece números de la serie, en su glorioso blanco y negro (eso sí, con las reproducidas a color) y sus artículos sobre el género de terror. Entre los autores implicados, nombres tan conocidos como Roy Thomas, Gene Colan, Steve Gerber, John Buscema, Tony DeZúñiga o Pablo Marcos, y portadistas como Boris Vallejo, Neal Adams, Earl Norem, Luis Domínguez o Steve Fabian.


Malaga Hoy

lunes, 24 de diciembre de 2018

Max y los hilos (narrativos) de Marcel Duchamp

El dibujante se inspira en el genio de vanguardia para dar forma a su obra más experimental, la metagráfica 'Rey Carbón'

LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona 14 DIC 2018


El dibujante Max, en Barcelona. JOAN SÁNCHEZ

El año 1913, Marcel Duchamp cortó tres hilos de un metro de longitud y los dejó caer, desde una altura de un metro, sobre tres lienzos. Los fijó después con barniz, respetando la forma en que cada uno de ellos había caído. La idea era explorar hasta qué punto el azar condiciona el mundo del arte, y sobre todo, hasta qué punto el azar de cada uno es, en cierto sentido, una expresión de su subconsciente. Un siglo y cinco años después, Max, el artista que se alzó con el primer Premio Nacional de Cómic (allá por 2007), sigue sus pasos en una obra, Rey Carbón (La Cúpula), en la que no pretendía explicar una historia, sino jugar a superponer sus propios “hilos”, estos, narrativos, sin más intención que la de superponerlos para ver qué ocurre: un personaje pintado de negro, solitario; uno completamente blanco, aburrido y sin sentido, algunos cuervos condenados a ser devorados, y una pared sobre la que dibujar desde una más que posible prehistoria de casi todo, el momento (y el espacio) en el que aún no se ha hecho nada. Y en el que no se dice nada. “Sí, era un reto para mí contar una historia sin palabras, en la que prescindía también del guión convencional”, admite Max.


Una de las páginas de 'Rey Carbón'. LA CÚPULA

El dibujante cita a Duchamp pero también a Tom McCarthy, escritor amante de la deconstrucción (es el autor de la novela, informe y fluir de tiempo impreso Satin Island), para insistir en el carácter experimental de la obra, que parte de la fábula de Plinio que explica cómo debió surgir el dibujo. “Cuenta Plinio en su fábula que la primera pintura fue el dibujo del contorno de la sombra que proyectaba en la pared una persona”, relata Max, nacido como Francesc Capdevila en Barcelona hace 62 años. Para él, un libro no deja de ser una pared portátil. Lo mismo un cuaderno. ¿El resto? Se lo dejó a la música free, y no necesariamente al free jazz, sino a toda aquella que se rige por la más absoluta libertad. ¿Es tan sencillo como en la música improvisar en el cómic? No, no lo es, admite Max, quizá por eso ha tardado tanto en que la sola idea se le pase por la cabeza. ¿Por qué? “El dibujo en el cómic es casi matemático: tienes un guión y debes seguirlo. A veces comparo la creación de un cómic con la construcción de una casa. Primero debes asegurar los cimientos, luego puedes empezar a edificar, y finalmente, le das color y decides dónde pones cada cosa”, contesta.

El cómic, dice, tiene tendencia a ser convencional. Hay poca experimentación. Y cuando la hay, “es algo muy minoritario”. ¿Podría considerarse que está ejerciendo de David Lynch del cómic patrio al tratar de experimentar desde una posición de poder dentro del arte gráfico en viñetas? ¿Son figuras como la suya lo que necesita el cómic para avanzar en todas direcciones? Sonríe. Se mesa su barba gris. “Me gusta mucho David Lynch”, contesta. “Y sí, tenía ganas de liberarme, y no hacerlo a través de una instalación artística. Envidio el arte contemporáneo porque puede ser todo lo libre que quiera, pero quería romper esquemas sin abandonar el cómic para que llegue a tanta gente como sea posible. En ese sentido sí que podría tener que ver con lo que hace David Lynch, claro, salvando todas las distancias. Intentar desmontar la propia narrativa desde un medio accesible”, añade. Y de paso, rellenar la casilla que le faltaba en su carrera. Una carrera en la que, dice, “he ido haciendo zig-zags”.

Pero ¿de qué va Rey Carbón? Se diría que no pasa nada y pasa todo. Podría ser una historia sobre el descubrimiento del dibujo, y, por extensión, el arte, como herramienta de comunicación. El arma definitiva. Hay un personaje, el tal Rey Carbón, que vive solo en una especie de cueva, y que un buen día se encuentra con otro personaje – nariz larga, fondo blanco – que parece perdido – y que esta simplemente ahí, como la Realidad, con mayúsculas –. Comparten un cuervo a la brasa – que cocina el propio Rey Carbón – y éste acaba, como el personaje de la fábula de Plinio, dibujando el contorno de la sombra de su invitado en la pared. A partir de ahí, todo es pasión por esa suerte de poder recién descubierto. Y así, dejando caer sus hilos (narrativos) al azar, Max parece estar dibujándose a sí mismo. De hecho, eso es lo que ocurre. Al dejar las cosas al azar, lo que pasa es que Max se comunica consigo mismo. “El dibujo es comunicación. Yo seguiría dibujando aunque no hubiese nadie ahí fuera. Me seguiría comunicando conmigo mismo”, confiesa el artista. Y lanza una crítica a la manera en que se “enseña” el dibujo. “A los niños se les hace creer que deben dibujar bien. El acento está puesto en la belleza. Y se equivocan. El dibujo no debe ser bonito, no debe estar bien hecho, debe decirte algo”, sentencia.


El Pais

domingo, 23 de diciembre de 2018

Otro año de azul y negro

Tampoco es que pase los días y las noches enfrascado entre papel, lápiz y tinta, que sería lo suyo, pero algo hago de vez en cuando. Tal vez engañar al subconsciente. Ahí sigo, fiel al Faber Castel Janus 2160, lápiz azul y rojo, y estrenando  unos rotuladores Sakura Pigma en tres tamaños. 

Vamos lentos, pero seguros. Yo creo que para cuando cumpla los 65 años podré empezar a pensar en dedicarle más tiempo.










El futuro es cómic


Un regalo es un regalo es un regalo. FNAC obsequiaba a sus clientes con un cómic (pase por caja primero, por favor), y bueno, un amigo recibió el regalo y él me lo regaló a su vez a mí.




Tan solo un par de consideraciones, de entrada y por el título de la portada, bien. Ya lo de los mejores autores, pues eso, la verdad, son muy buenos, y un regalo es un regalo. El Futuro es Cómic, rezo por ello.

Los comics, las historietas que componen el libro, enlazan un año tras otro hasta sumar veinticinco años hacia adelante. Empieza Daniel Torres con un pequeño resumen desde 1993 (año de la llegada de FNAC a España, publicidad obligada ) hasta 2018. Del 2019 hasta el 2042 el resto de autores encadenan unas páginas en clara sintonia con sus trabajos habituales, un regalo es un regalo. Pero el conjunto no esta nada mal, aunque si digo la verdad, noto una ausencia, no lo puedo evitar. Yo hubiera hecho hueco para Albert Monteys, y mejor si apareciese su personaje, Carlitos Fax, pero como decíamos, un regalo es un regalo.

Felices Fiestas a todos.

sábado, 22 de diciembre de 2018

Tebeorama Cronistas, poetas y revolucionarios: Un año en viñetas

En 2018, el tebeo español ha dado títulos que suman a su gran calidad la búsqueda de nuevos espacios formales y narrativos



 El método Gemini, de Magius

POR ALVARO PONS
No es tarea fácil lo de hacer listas del año, nunca lo es, pero me atrevo a apuntar que este año la cosa es especialmente arriesgada porque, aunque exista un amplio y lógico consenso en señalar la magistral Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris (Reservoir Books), como la mejor obra del año, completar la lista se hace imposible en el limitado espacio de este artículo. Y, en ingenua decisión, se puede pensar que restringir la lista a los tebeos patrios puede ayudar, pero se tarda poco en comprobar que apenas resuelve el problema: la producción nacional ha sido este año espectacular, con una afortunada coincidencia de veteranía y juventud que claramente se retroalimenta para bien de los lectores. Ejemplos de la primera tenemos muchos, pero nada mejor que comenzar con la brillante reflexión sobre el lenguaje de la historieta que plantea Impertérrito, de Silvestre (Reino de Cordelia). El alias más vanguardista de Federico del Barrio (formado en las páginas de la revista Madriz con recordadas historias que la misma editorial ha recuperado en la indispensable Tiempo que dura esta claridad) vuelve para recuperar el discurso que inició con la ya avanzada Simple (Edicions de Ponent) y proseguir ese camino que analiza los límites de la narración gráfica para encontrar apasionantes lugares ignotos que explorar. Otro compañero suyo de aquellas páginas, Raúl, regresa también gracias a la editorial Dibbuks con La tierra sin mal, una apasionante inmersión por las imágenes que recorre los trazos estáticos para encontrar historias ocultas que cobran vida propia y se independizan. Experimentación formal que una generación de jóvenes autoras ha sabido prolongar hoy hacia nuevos espacios donde la narratividad tradicional del cómic se deja de lado para adentrarse en un nuevo paradigma, que se arremolina alrededor del concepto de "poesía gráfica". María Medem lo explora en Cénit (Apa Apa Cómics), jugando con el cromatismo y él trazo para generar ritmos visuales, transformando la página en un mándala hipnótico que, paradójicamente, no renuncia a esconder un thriller casi canónico.

Begoña García-Alén y Juan Fernández Navazas certifican las posibilidades de este nuevo discurso con Nueva Mística de Vigo (autoedición), enfrentando la poesía de la palabra con la del dibujo en un diálogo que seduce la vista del lector provocando extrañas pero sugestivas sensaciones. Un concepto que ha atraído la atención de Max, que con Rey Carbón (La Cúpula) se traslada a los tiempos de Plinio para encontrar el origen del dibujo y, de paso, experimentar y reflexionar sobre el sentido de la narración dibujada con esa ironía discreta que ha caracterizado siempre al autor.

Pero la lista de cómics de calidad es amplia: Albert Monteys ha demostrado que puede saltar desde su dominio del género humorístico a la ciencia-ficción más canónica con ¡Universo! (Astiberri), pero sin renunciar a sorprendentes requiebros que arropan un arriesgado discurso que deja sugerentes posos de reflexión; Kim se ha lanzado al relato en solitario contando una historia sorprendentemente inédita: el relato de la emigración española'a Alemania durante los años sesenta, descubriendo en Nieve en los bolsillos (Norma Editorial) unos testimonios que derrumban un argumentarlo comúnmente aceptado y vendido como justificación de políticas actuales. El relato periodístico en cómic sigue pujando con El día 3, de Miguel Á. Giner y Cristina Duran (Astiberri), que recoge con precisión milimétrica los hechos del terrible accidente de metro de Valencia, destapando actitudes vergonzantes, pero también dolorosos olvidos. Y aunque parte del periodismo, El tesoro del Cisne Negro (Astiberri) aprovecha la magistralidad narrativa de Paco Roca para transformar el itinerario por despachos y juicios de la reivindicación del tesoro descubierto por el Odyssey en una aventura apasionante, donde la realidad contada por Guillermo del Corral y la ficción se entrecruzan y empapan entre sí. Ficcionalización de la realidad que alcanza su máxima expresión en Picasso en la Guerra Civil (Norma Editorial), donde Daniel Torres parte de la pasión del pintor por el noveno arte para imaginar una historia alternativa donde la pirueta narrativa busca el más difícil todavía con éxito, creando una invención de atractiva verosimilitud.







Viñetas de Picasso en la Guerra Civil, de Daniel Torres, y cubiertas de los libros Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier, y Nieve en los bolsillos, de Kim.



Ha sido también el año del descubrimiento de la frescura y desparpajo de Camille Vannier, que ha conseguido con Poulou y el resto de mi familia (Sapristi) una obra chispeante y delirante que invita a la relectura; o el de la insólita El método Gemini, de Magius (Autsaider), que se adentra en la Mafia con planteamientos que beben de los clásicos del cine para desarrollar una narrativa propia de violentos cromatismos que atrapan lo escabroso con igual efectividad que las películas de Scorsese. Pero también el de nuevas entregas de series de obligado seguimiento, como el cuarto volumen de Orlando y el juego, de Luis Duran (Diábolo), maravillosa zambullida por la magia de la cultura popular; La Última Curda (Panini), nueva incursión en ese paradójico universo diminuto del Capitán Torrezno de Santiago Valenzuela; o Yo, loco (Norma Editorial), con la que Antonio Altarriba y Keko prosiguen su exploración del ego dando de paso un buen capón al apetito feroz de las farmacéuticas.
Y todo esto es tan solo una ínfima muestra de lo que ha sido el año...



El Pais Babelia Nº 1.413 Sábado 22 de Diciembre de 2018