sábado, 17 de noviembre de 2018
jueves, 15 de noviembre de 2018
Balada en el Oeste
El nuevo volumen dedicado a Blueberry recoge tres títulos de plena madurez del mejor wéstern de la historia del cómic, que comenzó su andadura en 1963 en 'Pilote'
JAVIER FERNÁNDEZ
14 Noviembre, 2018
Norma Editorial nos tiene acostumbrados a publicar auténticos regalos, pero pocos se pueden comparar a la edición integral de Blueberry, el mejor wéstern de la historia del cómic. Los gruesos tomos de Norma no solo ofrecen los álbumes escritos por Jean-Michel Charlier y dibujados por Jean Giraud (nombre propio de Moebius), con los colores originales, rotulación, traducciones y calidad de reproducción a la altura de la obra, sino que están cargados de material extra, de modo que se convierten en compra obligada tanto para los que desconocen la serie como para los que la atesoramos en anteriores ediciones.
Este quinto integral contiene tres títulos de plena madurez de El teniente Blueberry: Chihuahua Pearl (1973), El hombre que valía 500.000 $ (1973) y Balada por un ataúd (1974), situados en la mitad del serial que comenzó andadura en 1963 en la cabecera Pilote. Tal como se explica en el prólogo que abre el tomo: "Tras el increíble díptico formado por La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro, Jean-Michel Charlier le ofrece a Jean Giraud una sinopsis de la historia del tesoro de los confederados. Tras un primer momento de duda (dos historias seguidas sobre un tesoro quizá resultaran excesivas), el ilustrador acepta y los dos compadres se lanzan a la aventura que se convertirá en una de las cumbres narrativas y gráficas de la serie y del cómic...".
Todo en El teniente Blueberry es sobresaliente, los argumentos, los personajes, la ambientación, los diálogos de Charlier, la línea orgánica de Giraud, pero si hay algo realmente excepcional y que sostiene el inagotable interés de los lectores por la serie es la hondura del propio protagonista. El cómic, como la literatura popular o el cine, está lleno de personajes emblemáticos, y pocas cosas resultan tan difíciles como aportar un nuevo icono al imaginario común, en este caso hablamos de "un personaje inconformista, militar indisciplinado, peleón y cabezota. Se aleja mucho del ideal del wéstern riguroso y limpio. Y su faceta de chico malo se ha acentuado a lo largo de los volúmenes". Hay en el presente arco argumental otro personaje de una pieza, Chihuahua Pearl, "una mujer, que es además una mujer de armas tomar. (...) Es la tercera que tiene un papel importante en la serie", después de Miss Muriel y Miss Marsh, "pero es la única que aparece en igualdad con los hombres. No solamente se enfrenta a ellos sino que lleva los pantalones, literalmente. Cierto es que se trata de alguien manipulador y egoísta, una mujer fatal para Blueberry. Pero los dos autores la idean como una mujer fuerte y le otorgan una personalidad cuya psicología se explica con razones más complejas que el simple gusto por el triunfo". Una y otro son dos de los muchos atractivos que encontrarán en esta trilogía de álbumes, pero es que hay tantos que no caben en unas pocas líneas. Recomendar El teniente Blueberry es tarea fácil, les aseguro que no encontrarán nada mejor en las librerías, en todo caso igual de bueno. Y este quinto integral es canela fina.
Malaga Hoy
JAVIER FERNÁNDEZ
14 Noviembre, 2018
'Blueberry. Integral, 5'. Jean-Michel Charlier, Jean Giraud. Norma. 216 páginas. 34 euros.
Norma Editorial nos tiene acostumbrados a publicar auténticos regalos, pero pocos se pueden comparar a la edición integral de Blueberry, el mejor wéstern de la historia del cómic. Los gruesos tomos de Norma no solo ofrecen los álbumes escritos por Jean-Michel Charlier y dibujados por Jean Giraud (nombre propio de Moebius), con los colores originales, rotulación, traducciones y calidad de reproducción a la altura de la obra, sino que están cargados de material extra, de modo que se convierten en compra obligada tanto para los que desconocen la serie como para los que la atesoramos en anteriores ediciones.
Este quinto integral contiene tres títulos de plena madurez de El teniente Blueberry: Chihuahua Pearl (1973), El hombre que valía 500.000 $ (1973) y Balada por un ataúd (1974), situados en la mitad del serial que comenzó andadura en 1963 en la cabecera Pilote. Tal como se explica en el prólogo que abre el tomo: "Tras el increíble díptico formado por La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro, Jean-Michel Charlier le ofrece a Jean Giraud una sinopsis de la historia del tesoro de los confederados. Tras un primer momento de duda (dos historias seguidas sobre un tesoro quizá resultaran excesivas), el ilustrador acepta y los dos compadres se lanzan a la aventura que se convertirá en una de las cumbres narrativas y gráficas de la serie y del cómic...".
Todo en El teniente Blueberry es sobresaliente, los argumentos, los personajes, la ambientación, los diálogos de Charlier, la línea orgánica de Giraud, pero si hay algo realmente excepcional y que sostiene el inagotable interés de los lectores por la serie es la hondura del propio protagonista. El cómic, como la literatura popular o el cine, está lleno de personajes emblemáticos, y pocas cosas resultan tan difíciles como aportar un nuevo icono al imaginario común, en este caso hablamos de "un personaje inconformista, militar indisciplinado, peleón y cabezota. Se aleja mucho del ideal del wéstern riguroso y limpio. Y su faceta de chico malo se ha acentuado a lo largo de los volúmenes". Hay en el presente arco argumental otro personaje de una pieza, Chihuahua Pearl, "una mujer, que es además una mujer de armas tomar. (...) Es la tercera que tiene un papel importante en la serie", después de Miss Muriel y Miss Marsh, "pero es la única que aparece en igualdad con los hombres. No solamente se enfrenta a ellos sino que lleva los pantalones, literalmente. Cierto es que se trata de alguien manipulador y egoísta, una mujer fatal para Blueberry. Pero los dos autores la idean como una mujer fuerte y le otorgan una personalidad cuya psicología se explica con razones más complejas que el simple gusto por el triunfo". Una y otro son dos de los muchos atractivos que encontrarán en esta trilogía de álbumes, pero es que hay tantos que no caben en unas pocas líneas. Recomendar El teniente Blueberry es tarea fácil, les aseguro que no encontrarán nada mejor en las librerías, en todo caso igual de bueno. Y este quinto integral es canela fina.
Malaga Hoy
Bichos y virus
JAVIER FERNÁNDEZ
14 Noviembre, 2018
Para los lectores que crecimos leyendo historietas en la década de 1980, Enki Bilal es algo así como un nombre mítico. El dibujante, guionista y director de cine yugoeslavo afincado en Francia nos tenía fascinado con su particular forma de abordar la ciencia ficción y la fantasía en obras como El crucero de los olvidados (1975), El navío de piedra (1976) o La ciudad que nunca existió (1977), o más orientadas a lo social como Las falanges del orden negro (1979) o Partida de caza (1983), todas con guion de Pierre Christin. Entre estos extremos, Bilal había colaborado también con figuras como Jean-Pierre Dionnet y hasta se había atrevido a firmar títulos en solitario, como el sobresaliente La feria de los inmortales (1980). Pero fue en 1986 cuando nos dejó boquiabiertos con uno de los mejores álbumes de la década, La mujer trampa, que, en su día, fue algo así como el sumun del tebeo de autor de ciencia ficción. Con aquella historieta distópica, oblicua, de densa atmósfera, complejos personajes y extraños giros argumentales (especie de continuación de La feria de los inmortales y eslabón central de lo que se conoce como la Trilogía Nikopol), Bilal se convirtió en la avanzadilla del cómic franco belga, y, en cierto sentido, significó una cumbre que rara vez se ha vuelto a superar. (A un nivel puramente estético, me permito recomendar aquí, a los que no lo conozcan, el libro ilustrado Fuera de juego, con textos de Patrick Cauvin, en el que Bilal llega a ser más Bilal que nunca.)
Desde entonces, se han publicado otras muchas obras del dibujante, aunque cada vez más espaciadas y un poco menos firmes, seguramente por sus pinitos en el cine entre 1989 y 2004. Y así, tras una larga ausencia, llega ahora a librerías Bug, la nueva serie de Bilal, con un argumento realmente idiosincrático (la doble amenaza en el futuro de bichos y virus informáticos) y la estética siempre envolvente del mejor Bilal. La oportunidad perfecta para renovar los votos con uno de los artistas más apreciados que ha dado el medio.
Malaga Hoy
14 Noviembre, 2018
'Bug, 1'. Enki Bilal. Norma. 88 páginas. 21 euros.
Para los lectores que crecimos leyendo historietas en la década de 1980, Enki Bilal es algo así como un nombre mítico. El dibujante, guionista y director de cine yugoeslavo afincado en Francia nos tenía fascinado con su particular forma de abordar la ciencia ficción y la fantasía en obras como El crucero de los olvidados (1975), El navío de piedra (1976) o La ciudad que nunca existió (1977), o más orientadas a lo social como Las falanges del orden negro (1979) o Partida de caza (1983), todas con guion de Pierre Christin. Entre estos extremos, Bilal había colaborado también con figuras como Jean-Pierre Dionnet y hasta se había atrevido a firmar títulos en solitario, como el sobresaliente La feria de los inmortales (1980). Pero fue en 1986 cuando nos dejó boquiabiertos con uno de los mejores álbumes de la década, La mujer trampa, que, en su día, fue algo así como el sumun del tebeo de autor de ciencia ficción. Con aquella historieta distópica, oblicua, de densa atmósfera, complejos personajes y extraños giros argumentales (especie de continuación de La feria de los inmortales y eslabón central de lo que se conoce como la Trilogía Nikopol), Bilal se convirtió en la avanzadilla del cómic franco belga, y, en cierto sentido, significó una cumbre que rara vez se ha vuelto a superar. (A un nivel puramente estético, me permito recomendar aquí, a los que no lo conozcan, el libro ilustrado Fuera de juego, con textos de Patrick Cauvin, en el que Bilal llega a ser más Bilal que nunca.)
Desde entonces, se han publicado otras muchas obras del dibujante, aunque cada vez más espaciadas y un poco menos firmes, seguramente por sus pinitos en el cine entre 1989 y 2004. Y así, tras una larga ausencia, llega ahora a librerías Bug, la nueva serie de Bilal, con un argumento realmente idiosincrático (la doble amenaza en el futuro de bichos y virus informáticos) y la estética siempre envolvente del mejor Bilal. La oportunidad perfecta para renovar los votos con uno de los artistas más apreciados que ha dado el medio.
Malaga Hoy
Relevo en la producción
JAVIER FERNÁNDEZ
14 Noviembre, 2018
La reedición integral de Los pitufos alcanza su cuarto volumen, que recopila los álbumes El extraño despertar del pitufo perezoso, El pitufo financiero, El pitufador de joyas, Doctor pitufo y El pitufo salvaje, el primero de ellos publicado allá por 1991. Como explica Antoni Guiral en el completísimo prólogo que acompaña a las historietas (no me canso de alabar la capacidad de Guiral para informar a los lectores de todos los detalles que rodean a la edición de cada una de estas historietas), asistimos aquí al inevitable relevo en la producción de Los pitufos: Peyo, que ya había dado el paso a la esfera empresarial (como se explica en el anterior integral), firma sus últimas páginas y deja la serie en manos de otros colaboradores que mantendrán alto el nivel de calidad. Se trata del guionista Thierry Culliford (hijo de Peyo) y el dibujante Alain Maury.
Malaga Hoy
14 Noviembre, 2018
'Los Pitufos. Integral 4'. Peyo y otros. Norma. 240 págs. 32 euros.
La reedición integral de Los pitufos alcanza su cuarto volumen, que recopila los álbumes El extraño despertar del pitufo perezoso, El pitufo financiero, El pitufador de joyas, Doctor pitufo y El pitufo salvaje, el primero de ellos publicado allá por 1991. Como explica Antoni Guiral en el completísimo prólogo que acompaña a las historietas (no me canso de alabar la capacidad de Guiral para informar a los lectores de todos los detalles que rodean a la edición de cada una de estas historietas), asistimos aquí al inevitable relevo en la producción de Los pitufos: Peyo, que ya había dado el paso a la esfera empresarial (como se explica en el anterior integral), firma sus últimas páginas y deja la serie en manos de otros colaboradores que mantendrán alto el nivel de calidad. Se trata del guionista Thierry Culliford (hijo de Peyo) y el dibujante Alain Maury.
Malaga Hoy
Un álbum revisado
JAVIER FERNÁNDEZ
14 Noviembre, 2018
La sombra de un hombre es uno de los álbumes más importantes de Las ciudades oscuras, esa maravillosa serie escrita por Benoit Peeters y dibujada por François Schuiten que se cuenta entre las mejores historietas de todos los tiempos, con su desbordada imaginación y la elegancia infinita de sus imágenes. En esta ocasión, la reedición sirve para que los autores revisen el contenido y realicen una serie de modificaciones que se explican en detalle en el apartado final, de modo que, en palabras de Peeters, "el álbum que se publica hoy difiere de manera evidente del de 1999". Se modifican viñetas, desaparecen cinco páginas, que se incluyen en el epílogo y "el final, sobre todo, es completamente nuevo y del todo diferente".
Malaga Hoy
14 Noviembre, 2018
'La sombra de un hombre'. Benoit Peeters, François Schuiten. Norma. 104 págs. 26 euros.
La sombra de un hombre es uno de los álbumes más importantes de Las ciudades oscuras, esa maravillosa serie escrita por Benoit Peeters y dibujada por François Schuiten que se cuenta entre las mejores historietas de todos los tiempos, con su desbordada imaginación y la elegancia infinita de sus imágenes. En esta ocasión, la reedición sirve para que los autores revisen el contenido y realicen una serie de modificaciones que se explican en detalle en el apartado final, de modo que, en palabras de Peeters, "el álbum que se publica hoy difiere de manera evidente del de 1999". Se modifican viñetas, desaparecen cinco páginas, que se incluyen en el epílogo y "el final, sobre todo, es completamente nuevo y del todo diferente".
Malaga Hoy
domingo, 11 de noviembre de 2018
sábado, 10 de noviembre de 2018
El cómic de Lorca: vida, muerte y homosexualidad, sin tapujos
Ian Gibson y Quique Palomo llevan a viñetas la vida del poeta sin dejar de lado sus aspectos más ocultos ni su asesinato
JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid 8 NOV 2018
La pistola de una mano anónima apunta a su cabeza, cara a la muerte. El resplandor como tímido fondo de un cauto amanecer no borra la negrura de la noche. Olivos, pedruscos y la sombra del poeta rodean la fosa en los alrededores de Alfacar (Granada). Por la contraportada desfilan el resto de víctimas que acompañaron a Federico García Lorca en la hora final. A paso lento, le sigue Dióscoro Galindo, el maestro republicano y cojo de Pulianas. Al fondo, un guardia de asalto sujeta en lo alto del vehículo a uno de los banderilleros anarquistas —Francisco Galadí o Joaquín Arcollas— que cayeron también en aquella jornada de odio, sangre y hiel…
Es el dibujo elegido en la portada de Vida y muerte de Federico García Lorca (Ediciones B), el cómic que Ian Gibson y el dibujante Quique Palomo han creado conjuntamente. Muestra a Lorca sin tabúes ni tapujos. Su infancia en la Vega de Granada y su juventud en Madrid como inquilino de la Residencia de Estudiantes. Familia y amores clandestinos; triunfos globales —España y América— y los fracasos de sus intimidades. La proteína de su obra y el desperdicio que supuso su caída a manos de un escuadrón asesino. Una inmolación, con señales de escarmiento, a manos, dice Gibson, “de la que el poeta había llamado poco antes la peor burguesía de España: la granadina”.
No es fácil dibujar a un mito. Todo el mundo guarda en la memoria cualquier gesto, una fotografía, el sintagma de una sonrisa. “Existe una iconografía lorquiana”, comenta Palomo. “Dentro de esas circunstancias hay cosas que resultan fáciles y otras no tanto. La primera es que lo puedes caricaturizar. Existe en él una relación entre las cejas y la frente muy característica. Algo pasa con su barbilla, también”.
“Su obsesión por la injusticia social era visible desde sus escritos iniciales, como su público y notorio antifascismo", asegura Gibson
Pero debe dar juego para 600 imágenes. “Con variaciones sobre esos elementos, se puede intentar”, asegura el dibujante. Y entre diversos escenarios que te conducen por una vida intensa. “Trazándole y estudiándole te das cuenta de que fue alguien que aprovechó su vida y sus circunstancias para ir a por todas”. Y eso que en ciertos aspectos no lo tuvo fácil. “Ser homosexual en las primeras décadas del siglo XX conllevaba demasiadas restricciones. Pero, por otra parte, eso produce en él unas revelaciones y cuestionamientos que enriquecen su obra”.
Su identidad sexual fue uno de los motores principales a exprimir en su afán creativo. “Todo un eje para el trabajo”, comenta Quique Palomo. Su crimen, también: “Aquella situación de caos y represión debía ser reflejada en nuestro cómic”. También el escarnio, enjaulado en una gélida coreografía de sombras, al mismo nivel que la alegría de vivir.
Como la que nos transmite desde su infancia, donde alternaba los juegos callejeros con su afición a representar misas. Su fascinación por los cómicos de la legua, los títeres y la música popular junto a un apego a la mística de la tierra y los arados, contagiada por su padre. O su juventud en Madrid, con sus inseparables Dalí y Buñuel. Anduvo enamorado del primero, con quien compartió escarceos y verdadera pasión, pero mosqueado a menudo con el otro, debido a ese empeño que tenía el aragonés en pasearle por burdeles para ahuyentar —o confirmar— sus sospechas de que fuera homosexual.
Junto a ellos también desfilan por las páginas otros grandes cómplices del autor: Manuel de Falla, Andrés Segovia, Margarita Xirgu, sus poetas más o menos coetáneos… También amantes cruciales, caso de Emilio Aladrén. O los lugares donde se transformó y triunfó: Nueva York, Cuba, Buenos Aires. Un completo recorrido por la luz de su imán antes de que lo despeñaran en el martirio.
La complicidad entre Palomo y Gibson no ha fallado desde el primer momento: “Empatizamos enseguida”, afirma el hispanista experto en la figura del poeta. “Quique ya admiraba a Lorca, de modo que nada de empezar desde cero. Le pasé una sinopsis de su vida y obra y leyó mi biografía. En nuestras primeras sesiones decidimos poner mucho énfasis sobre la larga infancia del futuro autor en la Vega de Granada, raíz de su mundo. Y sobre la extraordinaria vitalidad creativa que le permitió elaborar en solo veinte años (1916-1936) un muy variado corpus literario hoy admirado y estudiado universalmente”.
Aparte de los temas ya mencionados, Gibson hace hincapié en otros: “Su obsesión por la injusticia social, visible desde sus escritos iniciales y su público y notorio antifascismo. La identificación con la Granada mestiza perdida desde 1492 y sobre la que Lorca creía que le había empujado a sentirse cerca de los perseguidos. Su compromiso con el programa cultural de la República y una incomparable combinación de dones, entre ellos, el de la música. La extraordinaria mezcla de lo popular y lo más contemporáneo característica en su producción…”, apunta el autor. Con ese deseo perpetuo de acercarse continuamente a lectores de todos los ámbitos y su afición al dibujo, a Lorca, sin duda, le hubiera encantado este guiño a la cultura popular en forma de cómic.
El Pais
Portada del cómic de Ian Gibson y Quique Palomo sobre Lorca.
Madrid 8 NOV 2018
La pistola de una mano anónima apunta a su cabeza, cara a la muerte. El resplandor como tímido fondo de un cauto amanecer no borra la negrura de la noche. Olivos, pedruscos y la sombra del poeta rodean la fosa en los alrededores de Alfacar (Granada). Por la contraportada desfilan el resto de víctimas que acompañaron a Federico García Lorca en la hora final. A paso lento, le sigue Dióscoro Galindo, el maestro republicano y cojo de Pulianas. Al fondo, un guardia de asalto sujeta en lo alto del vehículo a uno de los banderilleros anarquistas —Francisco Galadí o Joaquín Arcollas— que cayeron también en aquella jornada de odio, sangre y hiel…
Es el dibujo elegido en la portada de Vida y muerte de Federico García Lorca (Ediciones B), el cómic que Ian Gibson y el dibujante Quique Palomo han creado conjuntamente. Muestra a Lorca sin tabúes ni tapujos. Su infancia en la Vega de Granada y su juventud en Madrid como inquilino de la Residencia de Estudiantes. Familia y amores clandestinos; triunfos globales —España y América— y los fracasos de sus intimidades. La proteína de su obra y el desperdicio que supuso su caída a manos de un escuadrón asesino. Una inmolación, con señales de escarmiento, a manos, dice Gibson, “de la que el poeta había llamado poco antes la peor burguesía de España: la granadina”.
No es fácil dibujar a un mito. Todo el mundo guarda en la memoria cualquier gesto, una fotografía, el sintagma de una sonrisa. “Existe una iconografía lorquiana”, comenta Palomo. “Dentro de esas circunstancias hay cosas que resultan fáciles y otras no tanto. La primera es que lo puedes caricaturizar. Existe en él una relación entre las cejas y la frente muy característica. Algo pasa con su barbilla, también”.
“Su obsesión por la injusticia social era visible desde sus escritos iniciales, como su público y notorio antifascismo", asegura Gibson
Pero debe dar juego para 600 imágenes. “Con variaciones sobre esos elementos, se puede intentar”, asegura el dibujante. Y entre diversos escenarios que te conducen por una vida intensa. “Trazándole y estudiándole te das cuenta de que fue alguien que aprovechó su vida y sus circunstancias para ir a por todas”. Y eso que en ciertos aspectos no lo tuvo fácil. “Ser homosexual en las primeras décadas del siglo XX conllevaba demasiadas restricciones. Pero, por otra parte, eso produce en él unas revelaciones y cuestionamientos que enriquecen su obra”.
Su identidad sexual fue uno de los motores principales a exprimir en su afán creativo. “Todo un eje para el trabajo”, comenta Quique Palomo. Su crimen, también: “Aquella situación de caos y represión debía ser reflejada en nuestro cómic”. También el escarnio, enjaulado en una gélida coreografía de sombras, al mismo nivel que la alegría de vivir.
Como la que nos transmite desde su infancia, donde alternaba los juegos callejeros con su afición a representar misas. Su fascinación por los cómicos de la legua, los títeres y la música popular junto a un apego a la mística de la tierra y los arados, contagiada por su padre. O su juventud en Madrid, con sus inseparables Dalí y Buñuel. Anduvo enamorado del primero, con quien compartió escarceos y verdadera pasión, pero mosqueado a menudo con el otro, debido a ese empeño que tenía el aragonés en pasearle por burdeles para ahuyentar —o confirmar— sus sospechas de que fuera homosexual.
Junto a ellos también desfilan por las páginas otros grandes cómplices del autor: Manuel de Falla, Andrés Segovia, Margarita Xirgu, sus poetas más o menos coetáneos… También amantes cruciales, caso de Emilio Aladrén. O los lugares donde se transformó y triunfó: Nueva York, Cuba, Buenos Aires. Un completo recorrido por la luz de su imán antes de que lo despeñaran en el martirio.
La complicidad entre Palomo y Gibson no ha fallado desde el primer momento: “Empatizamos enseguida”, afirma el hispanista experto en la figura del poeta. “Quique ya admiraba a Lorca, de modo que nada de empezar desde cero. Le pasé una sinopsis de su vida y obra y leyó mi biografía. En nuestras primeras sesiones decidimos poner mucho énfasis sobre la larga infancia del futuro autor en la Vega de Granada, raíz de su mundo. Y sobre la extraordinaria vitalidad creativa que le permitió elaborar en solo veinte años (1916-1936) un muy variado corpus literario hoy admirado y estudiado universalmente”.
Aparte de los temas ya mencionados, Gibson hace hincapié en otros: “Su obsesión por la injusticia social, visible desde sus escritos iniciales y su público y notorio antifascismo. La identificación con la Granada mestiza perdida desde 1492 y sobre la que Lorca creía que le había empujado a sentirse cerca de los perseguidos. Su compromiso con el programa cultural de la República y una incomparable combinación de dones, entre ellos, el de la música. La extraordinaria mezcla de lo popular y lo más contemporáneo característica en su producción…”, apunta el autor. Con ese deseo perpetuo de acercarse continuamente a lectores de todos los ámbitos y su afición al dibujo, a Lorca, sin duda, le hubiera encantado este guiño a la cultura popular en forma de cómic.
El Pais
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