viernes, 29 de junio de 2018

El Hollywood más sórdido

JAVIER FERNÁNDEZ
27 Junio, 2018

'The Fade Out'. Ed Brubaker, Sean Phillips. Panini. 400 pág. 40 euros.

Dentro del reciente cómic de género negro, pocos equipos creativos resuenan con tanta fuerza como el formado por el escritor Ed Brubaker (Batman: El hombre que ríe, Capitán América) y el dibujante Sean Phillips (Hellblazer, Wildcats). Juntos han firmado una ristra de títulos imprescindibles como Sleeper, Criminal, Fatale, Incógnito y este The Fade Out, que nos transporta al sórdido mundo de Hollywood a finales de la década de 1940. El grueso volumen integral de Panini recoge la serie al completo, publicada originalmente por Image Comics entre 2012 y 2014, junto con más de cincuenta páginas de material extra, en el que se incluyen portadas, ilustraciones, bocetos, material de documentación y textos explicativos. Una delicia.

Malaga Hoy

El Thor de Buscema

JAVIER FERNÁNDEZ
27 Junio, 2018





'Marvel Gold. El poderoso Thor: ¡El fin del mundo!'. Stan Lee, Gerry Conway, John Buscema. Panini. 592 páginas. 44,95euros.

La recuperación de los episodios clásicos de The Mighty Thor alcanza el volumen cinco con ¡El fin del mundo! Atrás queda la excelsa etapa de Stan Lee y Jack Kirby (de la que aún queda por reeditar el inicio), cubierta por los tomos En mis manos... ¡Este martillo!, Campo de batalla: La Tierra y Y ahora... ¡Galactus! Es tiempo al fin de revisitar los últimos episodios escritos por el co-creador del personaje Stan Lee y los primeros debidos al (por entonces) jovencísimo guionista Gerry Conway. Todos ellos tienen como factor común el dibujo portentoso de John Buscema, embellecido por una miríada de entintadores como Joe Sinnott, Sam Grainger, Jim Mooney o Vince Colletta. Como dice Lee en su introducción: "si quieres espectáculo vertiginoso y majestuosidad alucinante, no hay nada mejor que las impresionantes ilustraciones del Gran John", y también Conway, en otra de las introducciones incluidas en el presente volumen, sentencia: "Allí donde mis diálogos eran a veces (...) excesivamente deshilvanados y floridos, John sugería diálogos (en los márgenes de las páginas) que eran normalmente directos y al grano. y por mucho que yo intentase engrandecer la historia en términos de alcance o drama, John siempre se las apañaba para hacer que todo fuese todavía más grande y dramático. (...) Sus figuras eran soberbias; sus bocetos y narración eran eficientes y generosos, y el modo en que construía los mundos era tan sólido como el suelo bajo nuestros pies".

El poderoso Thor: ¡El fin del mundo! reúne (por primera vez a color y en su tamaño original en nuestro idioma) los números 184 a 209 de The Mighty Thor, lo que abarca el material alumbrado entre comienzos de 1971 y 1973, a lo que se suman textos e ilustraciones complementarias, con especial atención a las cubiertas realizadas en su día por Rafael López Espí para la extinta editorial Vértice. Mangog, Hela, Mefisto, Infinito y Estela Plateada, entre otros, asoman por estas páginas en las que también asistiremos al enésimo Ragnarök de los dioses nórdicos de Marvel.

Malaga Hoy

Una aventura en Japón

JAVIER FERNÁNDEZ
27 Junio, 2018




'James Bond: Felix Letter'. Jamen Robinson, Aaron Campbell. Panini. 160 pág. 16,95 euros.

El siempre estupendo guionista británico James Robinson (Starman, La edad de oro) y el dibujante Aaron Campbell (The Green Hornet, The Shadow) colaboran para ofrecernos las aventuras en solitario del ex-agente de la CIA Felix Leiter, compañero de correrías de James Bond desde su lejana presentación en el libro Casino Royale. Leiter viaja hasta Japón en busca de una espía rusa a la que conoció en otro tiempo, y una vez allí acabará ayudando a los servicios de inteligencia japoneses en la investigación de uno de los peores atentados que se recuerdan en el país nipón. James Bond: Felix Leiter recopila los seis números de la miniserie homónima (2017) y es el cuarto título de la colección de historietas relacionadas con el universo creado por Ian Fleming y publicado por Panini (tras James Bond: Black Box, James Bond: Eidolon y James Bond: Vargr).

Malaga Hoy




Atrapado por su telaraña

El origen del Trepamuros es modernizado por el dúo de artistas Brian Michael Bendis y Mark Bagley

Spiderman, en acción.

JOSÉ LUIS VIDAL
27 Junio, 2018

¿Cuál es vuestro personaje de cómic favorito? Seguro que los más talluditos, rendidos ante la herencia de Bruguera, levantan la mano para decir que Mortadelo y Filemón, los inefables agentes de la TIA ocupan el primer puesto. Otros, con una tendencia más francófila, disfrutaron de sus primeras viñetas con las aventuras de cierto periodista de cabello rubio, Tintín, la genial creación de Hergé, aunque muchos señalarán que como las divertidas peripecias de los galos Asterix y Obelix no hay nada. Claro está, que los más jóvenes de la sala seguro que se decantan por el mundo del manga, en concreto por Son Goku o Naruto, por nombrar solo a dos héroes venidos del País del Sol Naciente…

Pues yo, si os soy sincero, he de confesar que, pese a haber leído cuando era chaval los tebeos que os acabo de nombrar, me quedo con un héroe, un superhéroe que vestido de rojo y azul saltaba con agilidad de tejado a pared en la gran ciudad que nunca duerme, New York: Spiderman.

Aquellos vetustos tomitos de Ediciones Vértice que me dejaba leer mi primo (que poseía una envidiable y envidiada colección) me mostraron al Peter Parker creado por Stan Lee y Steve Ditko (con la intervención de Jack Kirby, aunque de esto me enteré muchos años después…). Aquel chaval canijo y con gafas (con el que me sentí rápidamente identificado, ya que yo también las llevaba desde la más tierna infancia), que era el objetivo de las chanzas de sus compañeros de clase, cuando aún la palabra bulliyng no se había inventado, de pronto, era picado por una ¡araña radiactiva! y adoptaba las características del insecto, convirtiéndose en Spiderman, el Hombre Araña, tal como se le conocía por estos lares.

Muchas, muchísimas aventuras siguieron después… Se enfrentó a toda una colorida galería de villanos que cada vez se lo ponían más difícil al muchacho que, mientras tanto, trataba de tener una vida, aunque el caos era su principal ingrediente. La pérdida de su tío Ben, la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros desde que adquirió los poderes arácnidos, la frágil salud de su pobre tía May, los amoríos…

Seguí a su lado durante mucho tiempo, buscando sus aventuras en papelerías, mercadillos… Cosa harto complicada en aquellos tiempos. Y así pasó el tiempo y como nos suele ocurrir a los que amamos al medio, otras lecturas me subyugaron y me apartaron de Peter Parker, dejándolo en el olvido.

Pero hete aquí que en el año 2000, a la todopoderosa editorial norteamericana Marvel se le ocurre crear, o más bien diría recrear, un nuevo universo llamado Ultimate, donde se darían versiones frescas, no sujetas a la continuidad, de sus principales personajes: Los Ultimates (rebautizados Vengadores), X-Men, Los 4 Fantásticos y, claro está, Spiderman.

Al principio, cuando conocí la noticia, recelé imaginando que aquello sería una nueva vuelta de tuerca en unos personajes que, debido a su periodicidad mensual, mostraban claros signos de agotamiento. Pero nunca me alegré tanto de estar equivocado. Las riendas de la cabecera protagonizada por el Trepamuros iba a estar conducida por un dúo de lujo, el guionista Brian Michael Bendis, que ya había dejado huella y prueba de su talento en multitud de colecciones. Junto a él, un dibujante en el que confiar y que estaría en la colección por mucho tiempo, marcando su estilo gráfico, Mark Bagley.

¿Y qué nos contaba este dúo que ya no supiéramos? Pues, en este primer volumen que reedita Panini Comics, seremos testigos de que el origen de Spiderman no se debe a la casualidad, sino a las maquinaciones del multimillonario Norman Osborn, que inyecta una nueva droga sintética llamada Oz en la araña que después picará al escuálido Peter.

El chico que vive con sus tíos, a los que considera sus verdaderos padres, sufrirán los insultos de Flash Thompson y el gigantesco King Kong en el instituto, pero que se consolará gracias a la amistad de su vecina, la guapa Mary Jane Watson.

Y, sobre todo, el espectacular giro que dará su existencia cuando descubra que puede pegarse a las paredes y posee una fuerza descomunal, aunque todos estos poderes se verán ensombrecidos cuando la tragedia llegue a su vida, producida por su propia actitud…

Pero no esperéis que la labor de Bendis aquí se limita a copiar y actualizar las aventuras de aquel Spiderman creado por Lee y Ditko. Para nada, ya que las cosas se pondrán especialmente peligrosas cuando Osborn se convierta en el conejillo de indias de sus propios experimentos y una inesperada y letal visita aparezca en el instituto donde estudian los protagonistas.

Por su parte, Mark Bagley se suelta el cabello y nos regala unas páginas espectaculares, que resaltan aún más, si cabe, en esta nueva edición con un formato más grande del habitual.

Una lectura ésta de lo más fresca, con giros inesperados, que se consume a una velocidad endiablada y que hizo que muchos lectores, entre ellos un servidor, nos volviéramos a enganchar a las aventuras del Hombre Araña, ¡Spiderman!



Malaga Hoy

El efecto 2000

'Neogénesis Evangelion', creado en los albores del nuevo milenio por Yoshiyuki Sadamoto y Hideaki Anno, anuncia un apocalipsis que no es sólo un cataclismo mundial, es una crisis existencial


GERARDO MACÍAS
27 Junio, 2018


'Neogénesis Evangelion nº 1'. Guion: Gainax. Dibujos: Yoshiyuki Sadamoto. Norma Editorial, 2003.

El género de los mecha consiste en manga y anime de robots, y fue popularizado en 1972, con Mazinger Z, de Go Nagai. En 1995, cuando Neogénesis Evangelion se estrenó, el éxito fue mayor que el de Mazinger Z, porque la cercanía del año 2000 creaba un ambiente propicio para una historia futurista de tintes apocalípticos. En Japón, el clima era de inquietud y no era difícil imaginar una catástrofe en los albores del milenio. El apocalipsis que Neogénesis Evangelion anuncia no es sólo un cataclismo mundial; es una crisis existencial.

En 1974, el protagonista de Gran Mazinger se enfrentaba a robots, dando a entender que eran vidas humanas. En Neogénesis Evangelion, con la sociedad japonesa sensible a la llegada del año 2000, los robots Evangelion están en contacto directo con los protagonistas. Si el prototipo comandado por Shinji pierde un brazo, el piloto no se va a desmembrar, pero sí sufre. Esto le da a Neogénesis Evangelion mayor carga dramática que la de Gran Mazinger.

Según este manga, en el año 2000, una gran explosión habría causado el derretimiento de una gran parte de la Antártida, ocasionando numerosos trastornos que derivarían en la pérdida de la mitad de la población mundial. Estamos en Tokio-3 en el año 2015, la humanidad ha logrado reconstruir lo perdido. Tras sobrevivir al deshielo de los polos, los humanos deben enfrentarse a unos seres llamados Ángeles, que llevan la destrucción por donde pasan. Para frenar esta amenaza, el científico Gendo Ikari ha desarrollado los Evangelion, robots que se convierten en última línea de defensa. Uno de los primeros pilotos escogidos es Shinji Ikari, hijo que Gendo abandonó. Pese a resistirse, accede a subir a la extraordinaria máquina. Shinji consigue derrotar al primer Ángel y a partir de ahí, se enfrentará a su padre y a sucesivos Ángeles, crecerá y madurará. El científico Gendo Ikari construye los robots Evangelion para Nerv, una agencia paramilitar japonesa, dependiente de la Organización de las Naciones Unidas.

Los Ángeles son robots que atacan la ciudad para recuperar a Adán, el primer Ángel que atacó a la población, que está recluso en las instalaciones de Nerv. Este Ángel fue capturado muy poco después del derretimiento de la Antártida.

Neogénesis Evangelion apareció por primera vez en 1995, en la revista Shonen Ace. El mercado japonés suele publicar primero un cómic para luego pasarlo a teleserie de animación. En cambio, Studio Gainax, fundado a mediados de los 80 por Hideaki Anno y Yoshiyuki Sadamoto, empieza sus proyectos por una producción animada, aunque en este caso el manga comienza diez meses antes del estreno del anime, debido a retrasos del mismo.

Rei Ayanami es una chica que está al servicio de Nerv, pilotando el primer robot en solitario hasta la llegada de Shinji. No tiene vida social excepto con Gendo, padre de Shinji. Éste es extremadamente amable con ella, lo que provoca celos en Shinji, que ve que las atenciones de su padre no son para él. Rei va evolucionando a lo largo de la trama, y consigue alejarse del control de Gendo, cuando su mundo se amplía al de Shinji.

Asuka Langley Soryu, de origen alemán, japonés, y norteamericano, es la encargada de pilotar el robot Evangelion 02. Es muy exigente con los demás, pero también consigo misma. Los padres de Asuka son científicos. Asuka es concebida para llenar el vacío de su madre, que no puede tener hijos. Su madre, abandonada por su marido, enloqueció poco después, y Asuka fue adoptada por el propio padre que la había abandonado.

Misato Katsuragi está al mando de las operaciones de Nerv. En el trabajo es metódica, con una responsabilidad muy grande. En cambio, en su vertiente personal es alcohólica, poco ordenada, envidiosa... Ella es la líder de la defensa de Japón, solamente a las órdenes de Gendo y Fuyutsuki. También socializa a Shinji, ya que lo tiene en su casa viviendo con ella. Misato es moderna, símbolo de la integración de la mujer en el trabajo, etc... Misato usa el sexo como medio de relacionarse con los hombres. Dado su complejo de Electra, busca al padre que nunca tuvo por la poca atención que le prestaba. En el anime, se ve cómo se insinúa a Shinji. En el manga, se puede interpretar que quiere mostrarle cómo es ella, pero poco más.


Malaga Hoy


lunes, 25 de junio de 2018

DE LA CUATRICOMÍA A PHOTOSHOP: HACIA EL RECONOCIMIENTO DEL COLOR Bamf!



En una entrevista al colorista Dave Stewart (JLA: La Nueva Frontera, The Umbrella Academy) para Comics Alliance en 2010, el entonces blogger y escritor David Brothers planteaba la siguiente pregunta: «¿qué es lo primero que ves cuando abres un cómic?». Brothers argumentaba que no se trataba de los elementos textuales, ya que requieren un mayor periodo de tiempo para ser procesados. Tampoco el dibujo: para fijarse en los detalles y ver qué representan las líneas impresas sobre la página hay que prestar cierta atención. Lo primero que vemos al abrir un cómic es el color, o la ausencia de él. El color nos permite intuir, con tan sólo un vistazo, el tono de la historia, la ubicación temporal, o el entorno.

Igual que ocurre con otros procesos artísticos de la elaboración de un cómic, como el entintado o la rotulación, el color se da por hecho. Los nombres de guionistas y dibujantes han gozado de un lugar propio en la portada desde hace ya décadas, y, sin embargo, son solo una parte del total de profesionales que construye cualquier cómic moderno producido mediante el modelo norteamericano de cadena de montaje. Relegar el proceso de coloreado a un segundo plano cuando hablamos de épocas pasadas podría ser admisible hasta cierto punto, pero la evolución de la técnica desde los años 80 hasta la actualidad obliga a crítica y público a pararse a valorar el tremendo impacto del
color en el resultado final de una obra de cómic y a conceder a los profesionales del gremio la atención que llevan décadas mereciendo.

El ojo inexperto encuentra grandes dificultades para distinguir entre dibujantes de la edad de plata superheroica. O entre dos autoras de shōjo tradicional. De la tinta, mejor ni hablamos. Pero con el tiempo y la costumbre, la capacidad para diferenciar llega. Por increíble que parezca, lo mismo ocurre con el trabajo de distintos coloristas, y, con la actual especialización del gremio, esta capacidad de distinción se está convirtiendo en una tarea más sencilla para el lector o lectora habitual.

Colorear no es llenar el espacio entre líneas negras. El coloreado es una rama artística compleja, personal, y con distintas formas de acercarse a ella. La paleta de Jordie Bellaire (Caballero Luna, Inyección, Bella Muerte) es versatilidad pura. Es variedad. La artista irlandesa imprime textura y relieve, como de arenisca: sus colores nunca son planos. Matt Wilson (Thor: Diosa del Trueno, The Wicked + The Divine, Paper Girls) es el relámpago. La electricidad, la fluorescencia, el neón. Las viñetas coloreadas por Tamra Bonvillain (Moon Girl y Dinosaurio Diabólico, La Patrulla Condenada, La Increíble Masacre- Gwen) parecen encontrarse frente a una cálida chimenea hogareña, siempre con un resplandor naranja en las mejillas.



Todas las imágenes de esta página: TM & © DC COMICS. All Rights Reserved.

Por supuesto, este tipo de valoraciones son posibles en la era del Photoshop, pero habrían sido impensables en los tiempos de la cuatricromía.

Cuatricromía y fotolitos

El color del comic-book mainstream norteamericano, en consonancia con su limitada variedad temática durante las primeras décadas de vida –humor, romance, superhéroes, misterio y leves variaciones de estos temas–, no buscaba el realismo, sino atraer la atención del ojo humano. Los trajes de los personajes eran básicos, pero de colores vibrantes. Sus combinaciones eran difíciles de encontrar en el mundo real, algo que alcanzaba su máximo ex- ponente en los trajes superheroicos. Los fondos de la viñeta eran monocromos y planos, habitual- mente anodinos —y ocasionalmente absurdos—, para no desviar la atención de la acción principal que el héroe o heroína estaba llevando a cabo. Hay que tener en cuenta la falta de tiempo por parte de los equipos creativos para desarrollar el color en el cómic como arte profesional, debido a la multitud de tareas que habitualmente llevaba a cabo una misma persona. Para muestra, la titánica labor de Marie Severin como colorista de todos los títulos de EC Comics durante los años cincuenta. No era algo fuera de lo común, además, que un miembro del equipo administrativo de una editorial echara una mano en algún apartado artístico de manera puntual.

Otro factor esencial para entender el color clásico son las limitaciones técnicas de la época. Hoy, la cuatricromía es pura nostalgia pop, y el coloreado actual, un proceso futurista que poco tiene que ver con la época anterior a los ordenadores. Entre los años treinta y ochenta apenas hubo evolución en este campo, y es difícil encontrar variaciones en el proceso de coloreado entre las décadas de los años treinta a sesenta. Durante este periodo, coloristas como Severin realizaban guías de color sobre la página entintada, señalando a mano, en notas al margen, un código alfanumérico para indicar la tinta de color y el porcentaje de intensidad utilizado. Por ejemplo: Y2R2 —una mezcla de amarillo y rojo, ambos al 25 % de intensidad— indicaría el color para la piel de un personaje caucásico; mientras que Y2R3 —igual que el anterior, pero con el tinte rojo al 50% de intensidad— se utilizaría, en aquel entonces, para la piel de un personaje nativo-americano.

El problema era que el color que aplicaban a la página no se correspondía con el aspecto final que la página tendría al salir de la imprenta, y los profesionales debían trabajar teniendo esto en cuenta. Por una parte, había colores que las imprentas de la época sencillamente no podían reproducir, o no podían reproducir de manera correcta. Por otra parte estaba el factor humano, ya que las guías de color debían ser interpretadas a posteriori por operarios de imprenta: una especie de antecesores de los actuales separadores de color o flatters. Las guías de color iniciales estaban basadas en el modelo tradicional RYB (red, yellow, blue), mientras que los separadores de color debían traducir esas guías al modelo de cuatricromía fotomecánica CMYK (cyan, magenta, amarillo, negro) usando fotolitos, unas películas fotográficas que recogían las variaciones de intensidad mediante tramas. Los eslabones que podían fallar en esta cadena eran muchos, y de ahí la cantidad de casos de coloreado extravagante durante las épocas clásicas del cómic. Tampoco debe olvidarse, sobre todo en las primeras décadas, el escaso nivel de exigencia del público lector, siendo el cómic un producto todavía considerado para niños y adolescentes. Recordemos que no fue hasta la década de los sesenta, tiempo después de la eclosión del Universo Marvel, cuando el sector comenzó a darse cuenta de que el cómic había llegado a la universidad, como si hubiera crecido junto a Peter Parker.

A principios de los ochenta el cambio llegaba de la mano de la empresa Olyoptics, de Steve Oliffe. Olyoptics fue pionera en el uso de separaciones de color por ordenador, y Oliffe cosecharía premios por su coloreado del Akira de Katsuhiro Otomo (1989). Los títulos independientes de calidad flore- cían en blanco y negro, pero las grandes editoriales no podían dar ese paso atrás, así que intentaron evolucionar reforzando el lado técnico del colorea- do, consiguiendo variaciones de color más sutiles. Nombres como los de Lynn Varley (Elektra Lives Again, 300) comenzaron a despuntar. En 1992 se inauguraba la categoría de Mejor Colorista en los premios Eisner, galardón que recibiría Steve Oliffe sin mucha competencia durante los tres primeros años. Y también en 1992 se fundaba Image Comics.

Cuando se habla de Image Comics suele tratarse de forma frívola. Se habla de economía, de ban- carrotas, de fuga de cerebros, de revoluciones, de cambio de statu quo estético, de modas, de hot ar- tists... pero no se habla del impacto que supuso sobre las costumbres de coloreado en la industria. Si en los años ochenta Olyoptics había sido pionera en el uso de separaciones de color por ordenador, en los años noventa Image Comics fue pionera en el uso de empresas externas como Olyoptics para colorear íntegramente toda su producción. Sus cómics, además, se imprimirían en papel satinado, permitiendo un color final mucho mejor que el que obtenían las grandes como Marvel o DC con su papel, todavía poroso. Por supuesto, no todos los integrantes de estudios de coloreado de los años noventa estaban formados por artistas o profesionales del color. Muchos de ellos todavía no habían llegado a comulgar con el ordenador hasta un punto en el que pudiera llamársele «arte» al oficio que desempeñaban, pero el salto tecnológico no tenía precedentes, y supuso el comienzo de un veloz proceso evolutivo que llega hasta el día de hoy.

La era Photoshop

«Una de las cosas curiosas de los cómics», me explica Jamie McKelvie, dibujante de The Wicked + The Divine, «es que hay muchas técnicas que existen gracias a las limitaciones de la imprenta. Cosas como los entramados y los métodos que indican luces y sombras. Existen porque eran las técnicas de coloreado de entonces. Tenías cuatro colores, así que tenías que ingeniártelas. Ahora hemos pasado a una imprenta donde el color puede hacer mucho más. Hay cosas que puede hacer el coloreado que no podían hacerse hace 50 años». Cuando McKelvie dibuja un relámpago, Matt Wilson no tiene que colorear encima: simplemente selecciona la línea que el dibujante ha creado con el programa Manga Studio y cambia el color negro por otro. Esta simplificación de las partes tediosas del proceso, estas comodidades para los coloristas, permiten que se puedan realizar grandes avances en otros aspectos, como los efectos, las transiciones, o simplemente, un mayor nivel de detalle en el resultado final.




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Es curioso, porque el proceso de colorear un cómic de manera digital es en realidad muy similar a las veladuras en el dibujo coloreado de manera tradicional: son capas. En el coloreado manual, primero se hacen los colores base, y a partir de ahí se van añadiendo capas de sombras y de detalle. La gran diferencia es que en papel no se puede eliminar, tan solo añadir, con lo que se debe planificar la página y los espacios reservados para las luces, mientras se siguen añadiendo capas hasta completar todas las zonas más oscuras. Similar al coloreado manual en su concepción y muy variado en sus herramientas: «Las herramientas tangibles de un colorista son buenas aptitudes para el color, un ordenador aceptablemente resistente y una tablet», enumera Sarah Stern (Goldie Vance, Mighty Morphin Power Rangers: Pink, Star Wars-Forces of Destiny: Leia), «y las herramientas intangibles son la disciplina, la capacidad para resolver problemas y la comunicación». Stern dice esto último a sabiendas. Su gremio se encuentra al final de la cadena de montaje y no es de extrañar que sea la colorista la que tenga que dar el esprint final para compensar los retrasos en eslabones previos: «las aptitudes artísticas y nociones sólidas de diseño y teoría del color son importantes, pero también lo es la capacidad de comprender la página y tomar decisiones ágiles sobre el diseño y la paleta».


Arte y oficio: asistentes de color y flatters

Actualmente, Dee Cunniffe (Redneck, Sonitus, Gravetrancers) es el separador de color habitual
de Matt Wilson en Paper Girls y The Wicked + The Divine, con el que ha trabajado en más de 5.000 páginas. A su vez, Wilson (ganador del Eisner 2017 al mejor colorista), fue separador de colores para Lee Loughridge (Clase Letal, Fábulas, By Chance or Providence). Al igual que en los oficios de antaño, en el mundo del color podemos observar el progreso de aprendices a maestros. La profesionalización y perfeccionamiento del proceso de coloreado tiene como consecuencia que los grandes nombres requieran de cierta asistencia en forma de asistentes de color (colour assistants) y/o separadores de color (flatters). Estos términos son problemáticos. En muchas ocasiones, el gran público los desconoce. En otras, los confunde.

La separación de color es un proceso muy habitual en los comic books. Consiste en separar las líneas del dibujo base de la página en elementos planos de color, pero no es una tarea con intención artística: es un punto de comienzo. Es habitual pensar que la separación de color consiste simplemente en rellenar áreas, pero no es tan sencillo. Lo habitual en el flatting es colorear pasando de elementos más grandes a más pequeños; como cuando trabajábamos con el punzón en el parvulario, pero rellenando con un bloque sólido para que el colorista pueda seleccionar áreas rápidamente a posteriori. Estos bloques de color tienen que encajar entre sí perfectamente debajo de la línea del dibujo, sin rebasarla y sin dejar espacios en blanco. Es un proceso tedioso que el colorista suele delegar, y que no requiere que los colores sean realistas o que se parezcan a la paleta final.

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«Hacer la separación de colores de otra gente es un proceso de aprendizaje genial para mí», me cuenta Cunniffe, «puedo jugar con distintas paletas mientras lo hago, y después veo lo que el colorista hace en realidad, y lo utilizo para mejorar mi trabajo». Respecto a la diferencia entre separadores y asistentes, «un asistente de color está un escalón por encima del separador de color: ajusta los colores previamente seleccionados, separa los planos, etc. Luego, el colorista dedicará un montón de tiempo a elegir los colores y tonos finales, iluminación, texturas, efectos y acabado final».
¿Cómo se llega a colorista siendo un outsider? ¿Es fácil ser colorista siendo ajeno al mercado americano? Cuando en junio de 2017 compré el número 1 americano de Colossi (Vault Comics), sorprendido por ver a todo el equipo creativo compartiendo protagonismo en la portada, no sabía que estaba coloreado por una española, ni que acabaría haciéndole esta pregunta directamente a ella. Stelladia (colorista de Colossi, asistente de color de Tamra Bonvillain en Firebug, separadora de color de Jordan Gibson en Peter Parker: The Spectacular Spider-Man) llegó al mercado americano, como tantas otras artistas, gracias al hashtag #VisibleWomen que la compañía Milkfed Criminal Mastermids, Inc. —dirigida por el matrimonio de guionistas Kelly Sue DeConnick y Matt Fraction— promueve desde 2016: «gracias a #VisibleWomen conocí a Adrian Wassel, el editor de Vault Comics, que en aquel momento todavía se estaba forman- do. [...] Él me ofreció una prueba para colorear Colossi, ya que yo había coloreado alguna historia corta mía que él había visto y le había gustado, aunque yo no había llegado a trabajar coloreando un cómic ajeno nunca. Así fue como me introduje en el mundo del coloreado y el flatting, y yo no sabía que había un proceso tan metódico detrás.»


La visibilidad del color

Durante la última década, el gremio de coloristas ha pasado del ostracismo —presencia nula en portadas—, a un punto en el que la aparición del apellido de una determinada colorista en portada puede significar el aumento del interés por parte del público. El hecho de abrir un número de Paper Girls hace unos meses y ver a Cunniffe acreditado como flatter supuso una gran sorpresa para el que firma este artículo. Pero la visibilidad es un proceso colaborativo, y el propio Cunniffe lo tiene claro: «Creo que los lectores se están empezando a dar cuenta del gran esfuerzo de equipo que es la creación de un cómic, y son los medios los que están fallando a la hora de ver ese proceso colaborativo. [...] Es terrible ver en prensa e Internet reseñas de cómics que fracasan estrepitosamente a la hora de reconocer a los artistas, pero que alaban al guionista».

Es cierto que hay autores reputados que se esmeran en llamar la atención cuando un profesional del medio no reconoce la autoría artística de sus compañeros y compañeras de forma adecuada. Hay también movimientos centrados en generar visibilidad para los coloristas, como el Colorist Appreciation Day del 24 de enero, iniciado por Jordie Bellaire tras la exasperación generada por el escaso reconocimiento que recibía su gremio durante una convención en 2013. Dicho reconocimiento, por supuesto, es más fácil de obtener sobre el papel en las obras de carácter independiente, donde los artistas se preocupan unos por otros y la maquinaria empresarial y de marketing no es tan agresiva. Cunniffe sabe bien que tiene que pasar por muchos aros y rellenar muchos impresos para que, con suerte, se incluya su nombre en una sección de agradecimientos: «dar crédito a los creadores que trabajan en sus cómics no debería suponer una dificultad tan enorme para las Dos Grandes [Marvel y DC], pero creo que todavía hay mucho que pelear en lo que a reconocimiento de los coloristas se refiere... ¡No hablemos ya de los separadores de color!».

Agradecimientos

Gracias a Sarah Stern, Dee Cunniffe y Matt Wilson —que lo intentó, pero no llegó— por su tiempo y valiosos comentarios. Gracias a Prado Rivero por sus lecciones exprés sobre pintura. Gracias a Stelladia: sin ella no existiría este artículo. Y por encima de todo, gracias a la silenciosa legión de coloristas, colour assistants y flatters que iluminan nuestras páginas.

Lecturas recomendadas

Colorists on Color: the Introduction, Marissa Louise.
Disponible en:
http://womenwriteaboutcomics.com/2016/ 03/04/colorists-on-color-the-introduction/.

The Evolution of Colour in American Comic Book,
Robert Lupton. Disponible en:
http://www.people.vcu.edu/~djbromle/color- theory/color01/Four-Color-World-The-Evolution- Of-Colour-In-American-Comic-Books.html.

RGB or not to RGB, Nathan Fairbairn. Disponible en:
http://nathanfairbairn.tumblr.com/post/
110099391474/rgb-or-not-to-rgb.

The DC Comics Guide to Colouring and Lettering, Todd Klein y Mark Chiarello.


COMICS ESENCIALES 2017
Un anuario de ACDCOMIC & JOT DOWN


domingo, 24 de junio de 2018

El arte de hacer reír en serio

El heredero del dibujante Enrique Herreros deposita en el Reina Sofía una colección de ‘collages’ para ‘La Codorniz’ y aguafuertes

TEREIXA CONSTENLA

Madrid 24 JUN 2018

Portada de Enrique Herreros para 'La Codorniz'.

El hombre que habla con voz cavernosa tiene una tumba con su nombre tallado esperando en Potes (Cantabria): Enrique Herreros. “La compré hace años, está al lado de la de mi padre”. Un día escuchó un comentario:

—Mira aquí está enterrado el dibujante Herreros y al lado está su hijo.

El hijo no habló entonces, pero sí lo hace ahora, sentado en una habitación repleta de fotos en blanco y negro de glorias del cine de otro tiempo: “La tumba está lista. Solo falta poner la fecha del viaje”.



Antes de ejecutar “ese viaje”, Enrique Herreros hijo (Madrid, 1927) quiere dejarlo todo ordenado: “Me queda poca vida, y no quiero que la obra de mi padre acabe entre la Cuesta de Moyano y los puestos del Retiro”. Así que mañana firmará con el Museo Reina Sofía la entrega en un “depósito con promesa de legado” de 15 aguafuertes de Tauromaquia de la muerte y 30 collages para la portada de La Codorniz creados por su padre entre 1945 y 1951. Una cesión justificada por el museo para apuntalar su línea de investigación sobre el humorismo gráfico en la posguerra y también ante “la práctica inexistencia en el mercado de los materiales originales de las portadas de la revista”.

Son buena parte de las creaciones que hace unos meses recuperó Herreros después de una larga pelea con el Ayuntamiento de Madrid, al que había donado en 1993 medio centenar de obras de su padre para que estuvieran expuestas en el Museo Municipal. El cierre del espacio por reformas y su transformación en el Museo de Historia de Madrid dejaron sin acomodo los aguafuertes goyescos y los montajes para La Codorniz. Herreros lamenta que las obras hayan permanecido en un almacén durante 16 años, hasta que la actual alcaldesa, Manuela Carmena, autorizó la devolución.


Enrique Herreros padre (Madrid, 1903-Santander, 1977) fue ilustrador, cineasta, dibujante y humorista, un creador total capaz de producir grabados goyescos como su serie taurina, Quijotes cubistas —hizo también una versión expresionista y otra codornicesca— y portadas surrealistas. Un vanguardista que siguió haciendo vanguardia incluso en tiempos en los que la experimentación y la aventura artística estaba en caída libre. Pero Herreros, al igual que sus compañeros de semanario, poseía un demoledor cóctel de talento, finura y coraje. Solo así se explica que una portada inspirada en la estatua de la Libertad de Nueva York y flanqueada por la frase “¡La libertad, en reparación!” saliese impoluta de la censura en pleno 1948, aún en lo crudo de la posguerra.

Aunque Herreros había estado al lado de los vencedores, no encajaba en aquella moralidad estrecha que se impuso a partir del 39. Durante la guerra contribuyó a la propaganda del ejército sublevado desde la revista La Ametralladora, donde se habían parapetado varios integrantes de la conocida como la otra Generación del 27: Miguel Mihura, Tono, López Rubio o Edgar Neville.



Después navegó felizmente entre la incipiente industria del cine de la dictadura y el humor gráfico tolerado. “En mi opinión se ha exagerado mucho el papel de la crítica antifranquista de La Codorniz, tuvieron tres o cuatro problemillas con la censura pero el primero que hacía la siega, que se autocensuraba, era Álvaro de Laiglesia [director desde 1944 hasta su cierre en 1978]”, sostiene Herreros hijo para poner las cosas en su sitio.

Uno de esos problemillas llevó a Antonio Mingote ante el juez para responder de un delito de “ultraje a la nación” por haber añadido una coletilla a una de las expresiones favoritas de la dictadura: la reserva espiritual de Occidente “con tapón y rellenable”. Otra se dio en 1952: tras parodiar al periódico Arriba, recibieron la visita en la redacción de unos cuantos falangistas que no buscaban precisamente discutir sobre los límites del humor gráfico.

Así como se magnificó la militancia contra el régimen de “la revista más audaz para el lector más inteligente”, puede que en democracia se ninguneara su relevancia creativa. Pero el Reina Sofía ya le abrió sus puertas en 2010, tras reacomodar su colección e integrar a La Codorniz en la planta dedicada al arte de la posguerra, aunque hasta ahora con poca representación de Herreros, a pesar de su trascendencia en la historia del semanario. Fue el autor de 807 portadas, 45 contraportadas y 2.303 dibujos desde 1941 hasta que falleció en 1977, un año antes del cierre de la revista, tras un accidente en los Picos de Europa.



Junto a humoristas como Rafael Azcona, Chumy Chúmez, Xaquín Marín, Sir Cámara o Miguel Gila, entre otros, idearon un estilo que practicaba la irreverencia desde lo absurdo, el disparate o la alegoría, que llegó a conectar con 200.000 lectores en su mejor momento (1968). Disidencia bajo control, humor para iniciados. En sus páginas estaban prohibidos por una ley no escrita “lo vulgar, lo chabacano, lo pornográfico, lo escatológico y los lugares comunes”, recordaba hace años el crítico taurino Joaquín Vidal, que tenía una sección propia en la revista titulada “Las vacas mueren a las cinco”.

Ejemplo de humor codornicesco: cuando el marqués de Villaverde acompañó al shah de Irán durante su visita a Madrid, se publicó un extraño anuncio. “Cambio marquesina vieja por persiana de segunda mano”.

LA PUGNA DE DIONISIO RIDRUEJO Y MIGUEL MIHURA POR LA SÁTIRA
T. C.

En el último número de la revista Litoral, dedicado al humor, el periodista Luis Conde Martín revive una curiosa carrera de aves galliformes protagonizada por Dionisio Ridruejo —abrazado aún al mesianismo falangista— y Miguel Mihura, afiliado también a la Falange desde 1938. El proyecto de revista satírica que Ridruejo defendía de despacho en despacho se titulaba La Perdiz. Triunfó, como ya se sabe, La Codorniz, que apareció en el verano de 1941. “En esta competición cinegética ganó quien consiguió más influencias y además había colaborado en la beligerante La Ametralladora, algo que le aportaba currículo”, cuenta Luis Conde. Mihura permaneció al frente del semanario hasta 1946, cuando le sustituyó Álvaro de Laiglesia. El dramaturgo murió siendo fiel al estilo codornicesco. Sobre su tumba habría escrito: “Ya decía yo que ese médico no valía mucho”.

El Pais