La letra con sangre entra. Esta escena era corriente en los colegios religiosos en principios del siglo XX, como refleja una fotografía anónima, tomada en Reus (Tarragona) en 1910.
De la miseria al desarrollo. De los felices años veinte a la tragedia de la guerra. Cuatrocientas fotografías recogidas en el libro 'Un siglo en la vida de España' documentan los cambios experimentados en el país hasta llegar a la democracia y la modernidad. Por Juan José Millas.
EL OFICIO MÁS ANTIGUO. El fotógrafo Luis Escobar retrató a las mujeres de mala vida del barrio del Alto de la Villa, en Albacete, en su tiempo de espera entre cliente y cliente.
Hace tiempo, las fotografías se guardaban en cajas de zapatos, y se miraban una vez al año, generalmente en Navidad, para llenar las tardes de las vacaciones escolares. Metíamos la mano en la caja, como para sacar el número de un sorteo, y salían al azar el tío Julio o la tía Begoña o un niño con tisis que nadie sabía cómo había llegado a nuestra caja, pues no era primo ni sobrino ni hijo de nadie. A mí se me ha quedado grabado en la memoria aquel niño con tisis que no dejaba de mirarte a los ojos, aunque desplazaras la fotografía de un lado a otro. No comprendía por qué no lo tirábamos a la basura si no era nadie.
-¿Por qué no nos deshacemos de él? -preguntaba a mi madre.
-Porque a lo mejor es alguien.
Con el tiempo fue, efectivamente, convirtiéndose en alguien de la familia sin necesidad de ser hermano o primo o yerno. Vivía instalado entre nosotros y cuando alguien preguntaba quién era decíamos al unísono:
-El tísico.
El término tísico no está asociado en mi cabeza a ninguna enfermedad, sino a una forma de parentesco. En todas las familias hay un tísico como en todas las familias hay un cuñado.
Las fotos no tenían ninguna clase de orden en el interior de la caja. Detrás de una imagen de los años cuarenta podía aparecer una de los sesenta. Y al lado de un vivo podía aparecer un muerto. Y la oveja negra de la familia (un hermano de mi abuela que se fugó a Turquía con una habilitada de clases pasivas a la que indujo a hacer un desfalco) podía estar junto a una tía monja y en proceso de beatificación. Las fotos, en las cajas de zapatos, eran destellos o fragmentos de una novela familiar disparatada, pues no era raro que se aparecieran los hijos antes que los padres o los pies antes que la cabeza.
Pero como la historia de la humanidad es una búsqueda desesperada del sentido, apareció el álbum. Al principio, el álbum parecía un capricho de nuevos ricos, pero en seguida comprendimos que se trataba de un instrumento de la razón. En el álbum no había más remedio que colocar las
LA VIDA EN LA CALLE. Control callejero en el Madrid de la guerra (José Díaz Casariego, 1936). Organilleros pasando el platillo en Pamplona (W. Wolgensinger, 1956). Y una instantánea del piropo en la Vía Layetana de Barcelona (Xavier Miserachs, 1962).
fotografías de forma sucesiva, una a continuación de la otra, y para ello era preciso utilizar algún criterio. Se impuso el cronológico porque a todo el mundo le resulta muy tranquilizador que las cosas sucedan unas después de otras y que las primeras sean causa de las segundas. En el álbum, el abuelo estaba delante de los hijos y los hijos delante de los nietos. El fragmento se pone así al servicio del sentido y la novela familiar adquiere la forma de un relato que imita los recursos de la narrativa tradicional. La fotografía ha hecho, en cierto modo, un camino inverso al de la literatura, pues si ésta ha evolucionado desde la linealidad al fragmento, aquélla, que apareció como fragmento, ha conquistado la linealidad, la sucesión.
El álbum familiar tiene un funcionamiento semejante al de la memoria, que resalta lo que nos gratifica y esconde lo que nos humilla. Por eso es también una escritura de lo correcto, de lo previsible. Tras el bautizo, viene la primera comunión y tras la primera comunión la boda, donde el ciclo comienza con el bautizo del primer hijo. De ahí que lo más interesante del álbum sean con frecuencia los vacíos, las fallas, las lagunas: esa foto que se arrancó y que ha dejado un espacio negro, como el de una dentadura mellada; esa imagen que alguien ha colocado boca abajo en un rasgo de humor o de odio; esa fotografía partida por la mitad; ese rostro anulado con un borrón de tinta china.
LA TRANSICIÓN. Cuando murió Franco, ante las puertas del Palacio Real se produjeron escenas de dolor como ésta (Aurora Fierro, 1975). Una imagen emblemática de la transición: jóvenes en la estatua de la plaza del Dos de Mayo (Félix Lorrio, 1976).
El álbum es a la caja de zapatos lo que el salón al desván. La sintaxis con la que los muebles están dispuestos en el salón evoca un orden moral o económico al que aspiramos. En el desván, en cambio, no hay otra sintaxis que la del azar. Allí aparece la pistola con la que se suicidó el primo de papá junto al hábito con el que hizo los votos la hermana del abuelo. Y el vestido de novia de la tía Edu (que se quedó plantada ante el altar) convive sin esfuerzo con un traje sin estrenar que quizá un día se convierta en tu mortaja. Y la lavativa de Filomena reposa sobre una sartén que trajo de Alemania Federico. Y los juguetes de tu infancia están envueltos en un papel de electroencefalograma, cuyos rollos hurtaba Ricardo en el hospital en el que trabajaba de enfermero. No hay, en el desván, un orden cronológico, ni temático, ni espiritual. No hay ningún orden. O quizá sí, pero se trataría de un orden inconsciente. ¿Dónde se lee mejor la historia familiar? ¿En salón? ¿En el desván? ¿En la caja de zapatos? ¿En el álbum?
LA LIBERACIÓN. La playa de Benidorm en 1996 (Ricky Dávila). Despedida de soltera, Valladolid, 2000 (Rafael Trobat).
La caja de zapatos era privada; el álbum, público. Cuando las fotografías de la caja de zapatos se trasladaron al álbum, el niño tísico despareció, por el álbum era caro y había que rentabilizar cada centímetro cuadrado. El álbum es un intento de representación, mientras que la caja de zapatos es una presentación. Por eso, en el álbum tampoco aparecerá jamás el novio que tuvo mamá antes de casarse con papá. El orden del álbum, en fin, constituye una convención narrativa de la que desconfiamos tanto que con frecuencia, junto a las fotografías, colocamos objetos que demuestran que estábamos allí: la llave del hotel, las entradas del museo, la factura del restaurante... ¡Qué difícil es la construcción del sentido!
De lo dicho hasta aquí podría parecer que uno está en contra del álbum y a favor de la caja de zapatos. No es verdad: la caja de zapatos puede ser también una forma de alzheimer y uno prefiere la memoria convencional al alzheimer. El problema es de qué manera relacionarse con esa memoria para obtener significados. De hecho, la función de la memoria, como insinuábamos más arriba, no es desvelar, sino ocultar. Para que revele, tenemos que dinamitarla y buscar entre los fragmentos resultantes esquirlas de sentido. También el álbum se puede y se debe dinamitar para que muestre lo que permanece escondido en su trama. Y bien, el libro de fotografías, que en principio no es más que un álbum colectivo, tiene sin embargo algo de caja de zapatos, sobre todo cuando se pone al servicio de la verdad histórica, pues entonces conviven en él lo correcto y lo incorrecto, el niño tísico con el sano, lo previsible con lo aleatorio. No sólo no han desaparecido de sus páginas, como en el álbum familiar, las imágenes incómodas, sino que se ha creado una sintaxis para ellas. De este modo, el libro de fotografías nos cuenta, a la vez que la historia de la fotografía, la historia de un país. Si está bien hecho, es al mismo tiempo el desván y el salón; la memoria convencional y el alzheimer; el revés y el derecho; el ser y el deber ser. El libro de fotografías es, en definitiva, un espejo simultáneamente público y privado. Cuando me asomo a él, me veo, pero también os veo. •
'Un siglo en la vida de España. Ocio y vida cotidiana en el siglo XX, de Lorenzo Díaz y Publio López Mondejar, está publicado por Lunwerg Editores.
El Pais Semanal Nº 1.315. Domingo 9 de Diciembre de 2001