viernes, 27 de mayo de 2016

Héroes y monstruos

JAVIER FERNÁNDEZ


THE LEAGUE OF EXTRAORDINARY GENTLEMEN, 1. Alan Moore, Kevin O'Neill. Planeta Cómic. 192 páginas. 20 euros.

La colección Trazado de Planeta Cómic ha completado el milagro de publicar íntegramente el Fénix de Osamu Tezuka. Han sido 12 tomos de gran formato, encuadernados en cartoné, con el orden de lectura original y un buen número de páginas a color. Todo un sueño, largamente postergado, para los amantes de la obra del Dios del Manga. El último tomo, subtitulado Egipto, Grecia, Roma, pone al alcance de los lectores cuatro sagas anteriores al propio comienzo de la serie (las tres del subtítulo junto con una versión prototípica de Los albores de la historia), una especie de ensayo general de la obra publicado entre los años 1954 y 1957. He venido recomendado puntualmente todos y cada uno de los volúmenes de Fénix, y ahora que al fin disponemos de la obra en su totalidad, vuelvo a invitarles a que se acerquen a este título singular y maravilloso, el más querido por su autor.



Y como la vida sigue, Trazado se ocupa ahora de reeditar otra serie sobresaliente del tebeo internacional: The League of Extraordinary Gentlemen, conocidísimo título de Alan Moore y Kevin O'Neill. Este primer tomo contiene materiales del volumen 1 de la Absolute Edition, que aquí se presenta en un formato muy manejable, con su tamaño original. Van los seis números de la miniserie inaugural y algún material extra, con nueva traducción y nueva rotulación (en un tamaño de letra más bien minúsculo, todo sea dicho). Esta Liga de los Caballeros Extraordinarios fue uno de los varios títulos con los que Moore asombró a propios y extraños a finales del siglo pasado, cuando se sacó de la chistera la línea America's Best Comics de una sola tacada, una línea que incluye virguerías como Promethea, Tom Strong o Top Ten. De todas aquellas series, The League es la única que sigue hoy en marcha, siempre con O'Neill en el tablero de dibujo. Héroes y monstruos de la literatura popular (Allan Quatermain, el capitán Nemo, Mr. Hyde, el Hombre Invisible, etc.) conforman esta suerte de supergrupo victoriano, pleno de aventuras y cargado de referencias culturales.

Malaga Hoy


Un maestro de maestros

JAVIER FERNÁNDEZ



CREEPY PRESENTA: ALEX TOTH. Alex Toth y otros. Planeta Cómic. 168 páginas. 25 euros.


Creepy presenta continúa ofreciendo monográficos del trabajo de los mejores autores que colaboraron con la mítica revista de terror de la editorial Warren. En este caso, es el turno del mismísimo Alex Toth, maestro de maestros, un dibujante revolucionario que amplió los límites de la historieta con su dinamismo narrativo y su atrevimiento formal. El volumen recopila 16 cómics publicados en Creepy entre los años 1965 y 1981, más cinco que aparecieron en Eerie entre 1966 y 1975, todas ellas pruebas del talento gráfico infinito de Toth, que dibuja y entinta todas las piezas, menos cuatro, realizadas en colaboración con Leo Durañona, Leo Summers, Romeo Tanghal y Carmine Infantino. En el apartado literario figuran guionistas como Archie Goodwin, Doug Moench, Steve Skeates, Bill DuBay, Roger McKenzie o el propio Toth. Sencillamente imprescindible.

Malaga Hoy

Los 80 de Snoopy

JAVIER FERNÁNDEZ 

SNOOPY Y CARLITOS, 17. Charles Schulz. Planeta Cómic. 326 páginas. 18 euros.


El décimo séptimo recopilatorio de Peanuts contiene las tiras diarias y dominicales de los años 1983 y 1984, más de 300 páginas consagradas a uno de los mejores cómics de todos los tiempos. Como afirma Leonard Maltin en su introducción: "Uno no puede ni debería juzgar una tira por una entrada individual; algunos días son más divertidas o inspiradoras que otras. Es la consistencia de Snoopy y Carlitos en estas tiras de principios de los 80 lo que lo hace genial. (…) ¿Cuántos escritores, artistas o actores pueden presumir de este nivel de talento después de tres décadas de producción continua? Esta es solo una de las razones por las que Charles M. Schulz era tan respetado en su profesión, y amado por el gran público".


Malaga Hoy

sábado, 21 de mayo de 2016

Entrevista a Miguel Gallardo en ABC

«La equivocación es la única forma de encontrar el camino, no me gusta la ilustración que no arriesga»

Miguel Gallardo es uno de los autores españoles que mejor ha sabido aguantar los vaivenes de la industria del cómic. De la «línea chunga» ha sabido pasar al cómic autobiográfico, además de ilustrar publicaciones como «The New Yorker»

 Miguel Gallardo, en plena acción

PABLO DELGADO - @pa_dg - 17/05/2016

Todos tenemos una historia que contar. Una experiencia que nos ha ocurrido a lo largo de nuestra vida y que nos ha llegado a marcar un antes y un después en nuestro camino. Esta experiencia la podemos dar a conocer a través de un medio de expresión, en el que nos sintamos cómodos para compartirla con el mundo que nos rodea. Esto lo hace a la perfección el ilustrador y dibujante Miguel Gallardo (Lleida, 1955). Con una amplísima trayectoría en la ilustración, es conocido en el mundo del cómic español por ser el creador de «Makoki» en 1977, el que sería el personaje más popular y emblemático del cómic pertenceciente al movimiento contracultural surgido en la segunda mitad del siglo pasado y que promovía manifestaciones artísticas marginales y contestatarias en los 80. Además de crear a Makoki, Gallardo fue miembro fundador en 1979 de la histórica revista «El Víbora», y autor fijo desde sus inicios. En estos primeros años fue uno de los máximos exponentes de la tendencia que se dió en llamar «línea chunga» y que ejemplificaba dicha publicación.

En los años 90 su carrera despega como ilustrador, llegando a ser muy reputado en el sector. Así, ha colaborado y colabora regularmente para varios diarios de tirada nacional como para revistas en nuestro país. Pero el punto de inflexión en su carrera fue cuando dejó sus inicios atrás y se sumergió en el desarrollo biográfico a través del cómic, y con ello llegó «Un largo silencio» y el éxito «María y Yo» (2007) (dedicadas a su padre y su hija respectivamente). En 2010 Felix Fernández de Castro dirigió un documental basado en el libro,que quedó finalista en los Premios Goya y los Gaudí de aquel año.

Además, volviendo al año de la publicación de «María y Yo», se produjo otro momento cumbre en su carrera con la llamada de la revista estadounidense «The New Yorker», con la que realiza varios trabajos. Todo ello compaginado con su faceta educativa en la que imparte talleres de ilustración además de charlas para padres y profesionales de su experiencia y compromiso con las personas con discapacidad.


Con un estilo personal en el que predomina un trazo garabateado llevado a la más alta expresividad y con una paleta escueta de colores, pero muy efectiva, nos trae este año un «Turista accidental» (Astiberri) en el que se muestra como un incansable viajero.

Lleva varias décadas dibujando historias ¿siempre tuvo claro que se quería dedicar a dibujar?

–Si, yo respondía bastante al tópico de nacer con un lápiz, siempre estaba dibujando, en casa, en el colegio. En vez de atender las clases, dibujaba. Era una especie de reino secreto en el que refugiarme.

¿Qué es para usted el dibujo?

–Ha sido un montón de cosas, al principio el dibujo es un fin en si mismo, uno quiere ser el mejor en su clase, el mejor dibujante de cómics, el mejor ilustrador del mundo. Cuando empezé a dibujar para María, mi hija de 21 años que tiene autismo, descubrí que era una via de comunicación importante y ahí descubrí que el dibujo es un lenguaje, una herramienta de comunicación, algo que vá mas allá de su aspecto artístico y estético.

¿Cuáles son sus ilustradores de referencia? ¿Qué puede llegar a inspirarle?

–He tenido muchos ilustradores en mi vida de referencia, como mi formación artística fue escasa, mirar a los maestros me sirvió de aprendizaje. Los ilustradores de mis primeros libros de aventuras, los dibujantes de Bruguera, los ilustradores del «New Yorker», pintores, animadores, Ben Shahn, George Grosz…no hago mucha distinción a la hora de inspirarme entre pintores, ilustradores o dibujantes de tebeos, no hago distinciones entre la llamada gran cultura y la cultura popular.

¿Cómo definiría la secuencia de viñetas dibujadas en un desarrollo narrativo? ¿Es más acertado hablar de cómic o novela gráfica? ¿Por qué?

–Esa es la pregunta del millón que todo el mundo se hace en estos tiempos y a mi, quizás por la edad, me parece una pregunta sin importancia, lo importante es que esa secuencia de viñetas es un arma poderosa para narrar, comunicar, educar y crear, todavía sin explotar del todo y subvalorada por mucha gente como material de usar y tirar.

En las últimas décadas ha habido un renacimiento del cómic ¿a qué se ha debido este efecto?

–Los medios de producción han cambiado, la cultura de la gente también. En una época básicamente visual se ha vuelto a redescubrir el cómic como un medio interesante. A partir de Will Eisner y de la etiqueta de Novela gráfica (signifique lo que signifique) se ha descubierto que el cómic no solo sirve a la industria del entretenimiento sino que puede generar historias universales, como «Maus», «Persépolis», «El arte de Volar» o «Poline». El cómic hace años era un artesanado en el que uno aprendía el oficio y luego se independizaba, un medio muy lastrado además por el peso del dibujo según unos cánones establecidos. Poco a poco la historieta se ha ido despegando de su carga estética y asumiendo el de arte narrativo, mezcla perfecta de texto e imagen.

¿Mediante el dibujo se puede despertar cosas invisibles como emociones, sensaciones o sentimientos? ¿Qué es lo más importante, el dibujo o la historia que se va a contar?

–Mi opinión es que una cosa no puede separarse de la otra.¿Cómo veríamos las historias de Tintin dibujadas de forma realista? ¿Cómo serían las historietas del bueno de «Cuttlas» de Calpurnio dibujadas a lo Gir? No tendrían ninguna gracia y nadie las entendería. Forma y fondo son lo mismo y la historia determina la forma de ser expresada.

¿En dónde podemos encontrar la belleza de una ilustración?

–Para mi la ilustración no es algo meramente bello, para mi la ilustración debería ser util en cada aspecto de los que toca. Una ilustración de prensa es bella cuando me obliga a leer el artículo que ilustra, cuando me sorprende, cuando resume en una imagen lo que se tarda muchas palabras en explicar.

¿Ha tenido miedo a equivocarse alguna vez cuando ha publicado un dibujo? ¿Se arrepiente de alguna ilustración que se ha publicado?

–¡Nunca! Las ilustraciones, para mi, no son obras únicas como las de un pintor o escultor, cada una forma parte de una cadena que son todas las ilustraciones que uno hace en un año, o en diez. La equivocación sirve para aprender y uno va probando en cada ilustración, forzando la máquina, la equivocación es la única manera de encontrar el camino, no me gusta la ilustración que no arriesga.

¿Qué requisitos considera necesarios para ser un buen ilustrador?

–Los mismos que cualquier otra profesión, ser una persona curiosa, aprender de todas partes, no solo de los maestros de la profesión, creo en las formaciones que engloban todo, cine, música, relacionarse con la gente… Además como condiciones extras: ser paciente, tozudo, estar preparado para grandes distancias, ser un buen agente de uno mismo, ser bueno con el márketing, nunca dejar de sorprenderse ni de aprender.

¿Qué debe tener una buena historia para que pueda ser de interés para el lector?

–Una buena historia, como cualquiera en el cine o en la literatura, te tiene que separar del mundo real y te tiene que obligar a entrar en otro diferente, a veces se consigue en las primeras páginas, a veces tienes que excavar y tener paciencia para conectarte a la historia para descubrir que ha valido la pena. Tiene que partir de las experiencias individuales o de la imaginación y tiene que tocar una materia común entre autor y lector, algo que haga que esa pequeña historia se convierta en universal.

¿El diseño de una portada de un libro o un cómic es parte esencial de la obra?

–Hasta la última letra que sale en un libro es parte esencial de la obra, la forma como se ponen los créditos que hay en la última página, con qué papel se va a imprimir. Todo deberían ser preocupaciones del autor. Una obra no se acaba en la mesa, se acaba en las manos del lector. Todo es importante.

Cuando realiza portadas o realiza ilustraciones para prensa ¿Sigue al pie de la letra el encargo que le han hecho? ¿Tiene total libertad?

–Normalmente hay un marco estrecho en la prensa que es el texto, uno a duras penas puede despegarse de eso, pero se puede jugar mucho. Ese marco aparentemente pequeño es la genialidad del ilustrador de prensa, tienes que comunicar, hacerlo de una manera directa y original sinb perder la atención del lector. En las portadas es lo mismo, tu portada va a estar colocada entre otras cien en el expositor, sobre el componente estetico tiene que primar la visibilidad y la claridad, esas son las lineas rojas.


Portada de «María cumple 20 años» (Astiberri)

¿Ilustrar un texto, es buscar otra forma de comunicar o de complementar?

–Cuando uno ilustra un texto también debería ilustrar su punto de vista sobre el texto. La ilustración y el texto en su máxima aspiración, juegan el uno con la otra, redondean una idea, se complementan o añaden sal a una idea. Tampoco hago mucha distinción entre cómic e ilustración, la narración se reduce a una sola imagen en la que tienes que encontrar soluciones sencillas y directas. La imagen es un lenguaje con sus propias figuras: metáforas, redundancias, elipsis.

Al abrir un libro o un periódico, ¿qué no soporta ver en una ilustración?

–Que sea una ilustración decorativa, el texto habla de política y utiliza una metáfora con elefantes y hay un elefante en la ilustración.

¿Ilustrar es un arte?

–Naturalmente, está en mi ideario desde siempre, no hay distinción entre ninguna disciplina. Hay obras buenas que son consecuentes con el mensaje y el medio y hay obras malas que son inútiles y no añaden nada al mundo, esa es la única distinción que hago.

Su obra se caracteriza por mezclar un dramatismo enfocado desde el sentido del humor ¿Qué es para usted el humor?

–Es una manera de digerir el mundo, de convivir cada día con él, de resolver los grandes problemas de la vida pero también los pequeños. Un punto de vista diferente sobre las cosas hace que todo tenga una dimensión más humana y manejable. Para mi es el engrasante de la vida y sin él me sería imposible sobrevivir.

Tiene un estilo definido en que predomina lo simple en la forma ¿cómo llegó a el? ¿Y el color, que papel juega en sus composiciones?

–El estilo como decía mas arriba viene de las equivocaciones y de los caminos erróneos más que de los aciertos. Cuando uno empieza como ilustrador siempre quiere demostrar todo lo que sabe y tendemos a llenar hasta el último hueco de la ilustracion y a utilizar estilos rebuscados y difíciles. Lo que uno aprende en una carrera es básicamente a limpiar. El color forma parte del contenido, desde el principio aprendí que el color es un lenguaje y que puede cambiar lo que transmites con el dibujo, también de ahí sale que mi paleta se haya reducido al mínimo.

La mayor parte de sus trabajos han pertenecido al cómic «underground». ¿Por qué en los noventa cambió y se decantó por el género biográfico?

–En realidad no se puede denominar «underground» porque publicábamos en «El Víbora», una revista que se distribuia en los kioscos. Mis primeras historias con Mediavilla sí que bebían mucho del cómic «underground» americano (en cuanto al estilo), pero yo estaba haciendo experimentos gráficos y narrativos en el marco que me permitían las aventuras de la pandilla de Makoki, ahí ya había apariciones furtivas de los autores; con «Perro Nick» me entretuve en hacer homenajes a todos mis referentes; en «Pepito Magefesa», en «Cairo» (estilo en las antípodas de la «línea chunga») construí una comedia con la parodia de los ochenta. Durante toda esa época no había dejado de hacer apariciones autobiográficas en pequeño formato en «El Víbora» y en pequeñas revistas. «Un Largo Silencio» que cuenta la historia de mi padre en la Guerra Civil era una idea que daba vueltas en mi cabeza y también un desafío para cambiar de género narrativo y de estilo otra vez. Pero a la postre, el cómic no es para mi un fin sino un medio para contar mis obsesiones y puntos de vista. El genero autobiográfico también es un marco mas para hacerlo.

En 2007 publicó «María y yo», obra autobiográfica sobre su relación con su hija que tiene trastorno del espectro autista y en 2015 volvió a mostrarnos la mirada de su hija, ya veinteañera, y su relación con el mundo. ¿Qué supuso en su carrera el éxito de «María y yo»? Y ¿qué espera de «María cumple 20 años»?

–«María y yo» fue un libro facil de hacer, pero fue dificil llegar hasta él, siempre digo que me costó 14 años hacer «María y yo». Hablar sobre la propia vida nunca es fácil, hablar de la vida contando algo que todo el mundo percibe como una gran desgracia lo es todavía menos. Yo creo que en mi carrera supuso el paso a adulto, el poder echar la vista atrás y poder hablar de cosas que hacían daño al principio y que el humor y la distancia me ayudó a encarar. «María y yo» no es una novela que hable del autismo o la discapacidad, «María y yo» habla de las realciones, de las relaciones entre padres e hijos, eso la hace universal.

Espero de «María cumple 20 años» que ponga en primera fila a los adultos con autismo o cualquier discapacidad intelectual, un sector de la poblacion invisible. Espero que la gente que lo lea entienda la larga maratón a la que nos enfrentamos los padres de personas con dificultades, pero que también entiendan lo asombrosa que es la vida de las personas y lo únicos y extraordinarios que somos todos, mas allá de las discapacidades que tengamos.

Realizó junto a Paco Roca la obra «Emotional world tour» una especie de cuaderno de viaje sobre sus obras obras y el efecto que éstas provocan en sus lectores,. ¿Cómo fue esta experiencia?

–Primero fue muy divertido y luego fue mas divertido aún. Poder trabajar con un dibujante de otra generación, llegar a un punto común para que tuviera pies y cabeza y poder seguir viajando y riéndonos del mundo fue un lujo. «Emotional World Tour» es además un buen libro que se ha quedado un poco en los márgenes. Es una historia que rara vez suele contarse, la vida detrás del teatro. El mundo del cómic en nuestro país, que es un poco de risa, visto a través de dos observadores privilegiados.

Un fragmento de «Turista accidental» (Astiberri)

Háblenos del último proyecto que ha realizado, «Turista accidental», otro cuaderno de viaje en donde muestra su experiencia y anécdotas en los viajes. ¿Cómo surgió la idea? Cuéntenos el proceso de elaboración del trabajo.

–De hecho la idea aparecio hace años, la profesión de ilustrador y de dibujante es muy sedentaria y poco dada al movimiento, en mi caso fue solo a partir del libro y el documental de «Maria y yo» que pasé a ser El Dibujante Que Habla (cosa no habitual al parecer) y que viaja. Yo que no me había movido apenas de Barcelona empecé a viajar a todos lados. «Tres Viajes», un libro sobre mis primeras salidas me proporcionó el estilo que sería el habitual de mis cuadernos. A partir de ese libro siempre viajo con una libreta nueva para dibujar. Casi nunca dibujo en directo, siempre lo hago de memoria, lo que me permite montar los recuerdos en una secuencia interesante para el relato. Cada libreta empieza y acaba con el viaje, tengo una colección de libretas con las primeras veinte páginas y el resto en blanco. Las libretas nuevas han pasado a ser mi fetiche para los viajes.

¿Qué supone para usted viajar tanto, ha influido en su trabajo? ¿Es parte esencial de este?

–Ahora ya es parte de mi trabajo. Durante estos últimos 7 años ha sido un ritmo vertiginoso en el que he empalmado un país con el siguiente a veces. Este libro es un poco el resumen de esta etapa de mi vida que es diferente a las otras. Como también ha pasado a ser parte de mi vida dar charlas para otros padres desde mi experiencia de padre de Maria.

¿Es cierto aquello que comenta en el prólogo Enric González de su despiste crónico y que se crece ante los misterios y las adversidades?

–¡Totalmente! De hecho una de las historias del libro habla de ello (bueno, en realidad TODO el libro habla de eso). Una historia que pasa en Málaga y habla de la creación del club de los TDA (Trastorno del Despiste Absoluto) y de cómo nos movemos por el mundo evitando por poco las catástrofes gracias al humor y a una suerte irrompible.

¿Qué le diría al lector para que abra «Turista accidental» por la primera página y lo lea? ¿Qué busca transmitirle?

–Lo primero: que se va a reir y que se va a sentir identificado en muchas de las situaciones que explico, porque cuando viajamos todos dejamos en manos de la suerte parte de nuestro destino. Con un poco de suerte mi libro también puede servir como guia «off» del viajero con sus consejos sobre enchufes diferentes y comidas exóticas. Lo que quiero transmitir es que cuando uno viaja (y me refiero a viajar en un amplio sentido: ir a comprar a la tienda de la esquina, ir a buscar un vaso de agua a la cocina) tiene que tener los sentidos abiertos y dejarse contaminar por todo, que cada vez que nos perdemos en un sitio o en una situación, aprendemos. Que los mejores monumentos que nos vamos a encontrar en nuestros viajes son las personas.

¿Habrá más turista accidental?

–Claro, habrá uno nuevo cada vez que salga de viaje. Esta vez he dejado ver a la gente lo que hago cuando viajo, les he dejado ver mi diario personal, pero puede ser que la próxima vez me los guarde para mi. Nunca tengo un proyecto siguiente, la verdad es que me los voy encontrando por el camino y me guio mucho por la curiosidad y la pasión. La máxima que rige mi vida en el trabajo es intentar no aburrirme nunca con lo que hago y aprender algo nuevo en cada proyecto.

Realiza trabajos para medios impresos como la revista «The New Yorker» ¿cómo es este proceso y experiencia cuando ilustra estos textos? ¿Cuándo y cómo le apareció esta oportunidad?

El cómic no es para mí un fin, sino un medio para contar mis obsesiones y puntos de vista
–Normalmente se trabaja con un agente en el sitio, en mi caso es Kate Larkworthy desde Nueva York. Las revistas o los periódicos se ponen en contacto con ella y me contacta a mi, yo hablo con el editor de arte que me manda el texto (todo esto teniendo en cuenta la diferencia horaria de 4 horas que lo vuelve todo un poco loco a veces), hago tres o cuatro bocetos los envío, discuten, me piden más o realizar cambios de paleta de color, y al final envío la ilustración original en alta definición. A veces son textos complicados con referencias locales que tengo que leer con mucha atención, pero de momento mi sentido del humor ha funcionado en Estados Unidos.

La oportunidad surgió en 2007 cuando me llamaron del «New Yorker» para hacer una pequeña ilustración y allí contacté con Sally Hefflin, mi primer agente. Ese fue uno de los momentos cumbres de mi carrera: «The New Yorker» envía dos ejemplares a cada colaborador (cosa inusual en estas latitudes), el día que me llegaron en un sobre con el logo del «New Yorker», esa revista con la que había soñado siempre, decidí que enmarcaría el sobre y me sentaría en un sillón para mirarlo. Pero al final me levanté del sillón porque me aburría.

¿En España se valora la ilustración y a los ilustradores lo suficiente? ¿Qué papel juega la ilustración en la cultura visual actual?

–Pues no, no se valora la ilustración en su valor justo que es el económico, como siempre. Cómo no, la ilustración se ha puesto de moda estos tiempos, pero la valoración del ilustrador como profesional es muy baja. En una sociedad que se ha vuelto eminentemente visual, el papel de los creadores de imágenes tendría que ser mucho más relevante. Todo o casi todo en nuestra sociedad necesita de la imagen para visualizarse y posicionarse. Aqui tenemos un número y una calidad de ilustradores que otros paises se disputan, la cantidad de españoles en agencias americanas es enorme.

¿Qué opina del diseño editorial en España? ¿Ve que las editoriales cuidan el diseño a la hora de elaborar sus catálogos?

–Hay una gran tradición de diseño editorial en España, sobre todo en Cataluña donde ha estado la industria editorial siempre. Con el mercado voraz que tenemos eso ha cambiado y los diseñadores editoriales suelen ser los comerciales de las editoriales con la consiguiente bajada de calidad. Por otro lado, han nacido pequeñas editoriales con proyectos de calidad que miman sus productos e incluso, a veces, a los ilustradores. Nada que decir de las grandes editoriales con productos de consumo que han hecho descender el diseño editorial español a marcas por debajo del suelo.

Para terminar, ¿qué es para usted el libro? ¿Cree que el libro tal cómo lo conocemos actualmente desaparecerá?

–No creo, un libro es cualquier cosa que se lee, yo estoy dispuesto a leer en cualquier soporte sea físico o digital o neuronal. Un libro no es pasta de papel cosida y una portada, un libro es lo que hay dentro. Creo. Leería un libro escrito en un palillo si creyera que es interesante y que solo puedo leerlo ahí. Las historias que leemos y que nos contamos siempre han encontrado el camino para llegar a nosotros.


ABC

viernes, 20 de mayo de 2016

IDA Y VUELTA Estética de lo inacabado por Antonio Muñoz Molina


La exposición Unfinished trata de lo accidental en las obras de arte, lo que se queda abierto, lo que no llega a terminar

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

El desollamiento de Marsias, obra realizada por Tiziano entorno a 1570. © Archdiocesan Museum Kromèríž

Pietro Aretino se pasó años reclamando a su amigo Tiziano que terminara el retrato que le había hecho y que Aretino le había pagado. Ahora nosotros vemos ese cuadro y nos sobrecoge por su maestría, por la sensualidad de los rasgos físicos y los lujosos tejidos venecianos, por la presencia imponente que establece delante de nosotros ese hombre grande y sanguíneo, barbudo, de grandes manos, de fulminante mirada italiana. Si un retrato es la invocación de una presencia, el Aretino de Tiziano es uno de los retratos pintados o esculpidos mejores que existen. Estremece la cercanía física, el volumen rotundo, la carnalidad de ese hombre, la expresión de sus deseos en la mirada y en el gesto de la boca, en la satisfacción del lujo, en el vigor de las manos, un hombre de gran inteligencia y de enormes apetitos, un grandullón sanguíneo dotado de una tranquila arrogancia que no se inclina ante nadie.

A una cierta distancia el manto de terciopelo parece que puede tocarse; y casi sentimos en las manos el peso del medallón de oro que adorna a este hombre como un símbolo definitivo de jerarquía y riqueza. Pero nos vamos acercando y nos cuesta menos ponernos en el lugar del propio Aretino, anteponer a nuestra mirada ejercida en la modernidad la de alguien que viviera entonces, que viera por primera vez ese cuadro. De cerca, la veracidad táctil del manto se disuelve en manchas caprichosas de color y de blanco. A Pietro Aretino y a sus contemporáneos les resultaba chocante y hasta desagradable lo que para nosotros es gozosamente visible, el ajuste intelectual y sensorial de las percepciones sueltas que dan lugar a una imagen completa que solo existe en el cerebro.


Durante años me he familiarizado con ese retrato en una sala no muy grande de la Frick Collection, en la que todavía impone más, porque al verlo de pronto no parece un cuadro en un museo, sino un potentado de carne y hueso en su palacio, en el esplendor de su poder. Ahora lo miro de otra manera porque lo veo en un sitio distinto, en la antigua sede del Museo Whitney, adquirida y ocupada por el Metropolitan, que está a unas calles de distancia. El Whitney se trasladó a una zona de mucha moda, el Meatpacking District, y a un edificio de moda. Dejó atrás, en la esquina de Madison y la calle 75, una severa maravilla de la arquitectura moderna, la sede que diseñó Marcel Breuer, rotunda como un bloque de basalto, austera de hormigón y de losas oscuras. El antiguo Whitney era un barullo de tiendas, restaurantes, obras más o menos amontonadas, con exposiciones temporales en las que solía predominar la abundancia sobre el criterio. Ahora, cuando el espacio se ha despejado, el efecto sobre el visitante es el de estar viendo de verdad con los ojos abiertos algo en lo que uno solo se ha podido fijar distraídamente. El edificio de Breuer es más diáfano que nunca, con sus techos altos y su pavimento de losas oscuras, con sus ventanas de perspectiva expresionista. Pero esa belleza no interfiere en la contemplación de las obras de arte, sino que la facilita añadiéndole una extraordinaria nitidez espacial.

Es una sede especialmente adecuada para la primera exposición que el Metropolitan ha organizado en ella. El edificio de Breuer parece transformado y rejuvenecido al cabo de los años, una obra en marcha con su identidad definitiva que no deja de modificarse en el tiempo, como en los cambios que traen consigo las estaciones, la luz del sol en los días transparentes y la grisura en los nublados. Y la exposición, Unfinished, trata precisamente de lo accidental en las obras de arte, lo que se queda abierto, lo que no llega a terminar, bien por decisión o abandono del artista o rechazo del patrono o porque el uno o el otro han muerto antes de que el encargo se llegara a cumplir. Solo el Metropolitan tiene la capacidad para organizar una exposición así: un paseo por lo inacabado que empieza en Donatello y Leonardo y Van Eyck y termina más o menos en Louise Bourgeois y en Jean-Michel Basquiat. Uno piensa, con su vanidad de contemporáneo, que ha sido en el último siglo y medio, desde el advenimiento del impresionismo, cuando el arte se desprendió de la pulcritud académica y artesanal de lo acabado, lo perfeccionado y pulido. Vemos en la exposición un cuadro de Pollock y es como si la energía con la que fue pintado actuara todavía sobre el lienzo y las trazas de color, como una música que está sonando ahora mismo.



Pero en uno de los ensayos del catálogo nos enteramos de que Plinio el Joven, en el siglo I de nuestra era, ya celebró el talento de Apeles para dar una apariencia inacabada y como espontánea a algunas de sus obras, de modo que el espectador percibiera el proceso mismo de su creación. Los pintores y los escultores romanos firmaban muchas veces sus obras poniendo detrás del nombre la palabra latina Faciebat, no Fecit: pretérito perfecto, no indefinido. El cuadro o la escultura no se hicieron, se hacían, en una duración imprecisa, nunca cerrada. El descaro magnífico de Basquiat, su aprovechamiento de los materiales de derribo, los graffiti, la urgencia de su entrega a la pintura, a las aventuras eróticas y a las drogas, nos parece un atributo de su vida quebrada en la juventud. Pero el viejo Tiziano o el viejo Rembrandt no son menos irreverentes o audaces. Un san Bartolomé sin terminar de Rembrandt, con la cara pensativa y la navaja de su desuello en la mano, tiene la cruda veracidad masculina de un retrato de Lucien Freud. Y quizás el cuadro más agresivo y desazonante de toda la exposición no es de Freud ni de su amigo Francis Bacon, sino de Tiziano en su extrema vejez, El desollamiento de Marsias.

Dice George Steiner que en los mitos sobre el origen de la música siempre hay crueldad. El fauno Marsias, tocador de flauta de cañas, desafía al dios Apolo, señor de la música elevada. El castigo que le impone Apolo por su irreverencia es ser despellejado vivo. La Grecia clásica puede ser tan sanguinaria como el martirologio cristiano. A Marsias, colgado de los pies, le arrancan la piel dos personajes con gran aire de profesionalidad, como empleados en un matadero. Un perro diminuto lame la sangre. Apolo contempla la escena tocando su lira. Un viejo Sileno observa también, entre meditativo y complacido, un poco ausente, como lo están con frecuencia los testigos de hechos terribles en la pintura antigua.

Justo al salir del ascensor, en un vestíbulo del edificio Breuer, el cuadro de Tiziano lo asalta a uno con su furia sombría, con sus grumos abstractos como de brochazos o arañazos, como una escena nocturna en un sueño. Se imagina uno al viejo Tiziano, con la vista escasa, con pocas fuerzas, con la mano insegura, atreviéndose a todo, como Jack­son Pollock volcado sobre un lienzo en el suelo. No es seguro que Tiziano diera por terminada esa pintura. Quién puede saber si está terminado algo en lo que ha puesto su vida.

Unfinished. Thoughts left visible. The Met Breuer. Nueva York. Hasta el 4 de septiembre.


El Pais, Babelia nº 1.276. 7 de Mayo de 2016


miércoles, 18 de mayo de 2016

Fantasías sofisticadas

ECC publica, en su serie Vertigo, la miniserie 'Los hijos del crepúsculo', encuentro creativo entre Gilbert (Beto) Hernandez y Darwyn Cooke.

JAVIER FERNÁNDEZ




LOS HIJOS DEL CREPÚSCULO. Gilbert Hernandez, Darwyn Cooke. ECC. 128 páginas. 14,95 euros.

La nutrida línea de ECC dedicada al catálogo de Vertigo se ha enriquecido recientemente con la colección Grandes Autores de Vertigo, que cuenta ya entre sus títulos con monográficos dedicados a Dave McKean, Richard Corben, Brian Azzarello y Frank Quitely. El tomo de este último acerca a los lectores al universo gráfico de uno de los dibujantes más atractivos del panorama actual, un artista que ha logrado hacer propias las influencias de luminarias como Moebius, Katsuhiro Otomo o Geoff Darrow. Grandes autores de Vertigo: Frank Quitely recoge un puñado de historietas cortas del escocés, escritas por guionistas de la talla de Doug Moench, John Wagner, Grant Morrison, Bruce Jones y Neil Gaiman, entre otros. Son páginas en blanco y negro o color extraídas de las antologías de Paradox Press The Big Book of Weirdos, The Big Book of Death, The Big Book of Conspiracies, The Big Book of Freaks, The Big Book of Little Criminals, The Big Book of Hoaxes, The Big Book of Losers, The Big Book of Martyrs y de las cabeceras de Vertigo Weird War Tales, Gangland, Heartthrobs, Strange Adventures y Flinch, a los que se suma la deliciosa historia sobre Destino incluida en The Sandman: Endless Night. Un conjunto tan variado como espectacular.

También de Vertigo nos llega, en un solo volumen, la miniserie de cuatro números Los hijos del crepúsculo (2015), encuentro creativo entre Gilbert (Beto) Hernandez y Darwyn Cooke. Hernandez ha inscrito su nombre en la historia del cómic merced a su labor en la revista Love and Rockets, especialmente con el largo serial Palomar, y tiene además un extenso bagaje con proyectos de toda índole (véase Pereza, Grip o Yeah!) en editoriales como Dark Horse, Drawn and Quarterly, DC o Vertigo. Y la bibliografía de Cooke incluye trabajos tan valorados como Catwoman: El gran golpe de Selina, DC: The New Frontier, el crossover Batman/The Spirit o la serie de novelas gráficas protagonizadas por Parker, el personaje de género negro creado por Richard Stark. El primero escribe y el segundo dibuja, coloreado por Dave Stewart, una sugestiva historia con toques de ciencia ficción y realismo mágico ambientada en un pueblecito costero latinoamericano, cuya tranquila existencia se ve alterada por culpa de una misteriosa esfera de luz blanca que provoca una serie de fenómenos paranormales.

Finalmente, en este improvisado repaso de novedades del sello Vertigo, ECC ha rescatado la maxiserie de doce números Frecuencia global (2002-2004), obra del guionista británico Warren Ellis, más conocido por obras maestras como The Authority, Planetary o Transmetropolitan. La ciencia ficción se da cita con el suspense y la acción en este conjunto de historias sobre una organización mundial de inteligencia consagrada a defender al mundo de los proyectos secretos orquestados por los propios gobiernos. Cada episodio se debe a un dibujante distinto, y la nómina es realmente fantástica: Glenn Fabry, Jon J. Muth, David Lloyd, Simon Bisley, Chris Sprouse, Steve Dillon, etcétera, etcétera.



Malaga Hoy