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viernes, 12 de febrero de 2016
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domingo, 7 de febrero de 2016
Viaje al origen de la guerra
Nuevos hallazgos indican que los conflictos bélicos son anteriores a las sociedades organizadas
GUILLERMO ALTARES
Madrid 7 FEB 2016
Representación de los arqueros de la cueva del Civil (Castellón). EL PAÍS
La guerra forma parte de la cultura de la humanidad. Las sociedades veneran a sus guerreros, les dedican monumentos y nombres de calles (una nomenclatura no siempre libre de polémica, como se puede comprobar en Madrid). Los textos literarios más remotos, el Antiguo Testamento, el poema de Gilgamesh y, sobre todo, la Ilíada, hablan de combates y de hazañas bélicas. Tal vez por eso, los historiadores asociaban siempre la guerra a la cultura y sostenían que, en la larga época en la que los hombres subsistían como bandas dispersas de cazadores-recolectores, se podía hablar de violencia entre individuos, pero no de guerra. Eso ha cambiado.
El reciente descubrimiento de una matanza de hace 10.000 años, cerca del lago Turkana, en Kenia, puede confirmar las sospechas que cada vez más científicos barajaban, basadas también en la evidencia de que los chimpancés organizan batidas contra otros grupos: la guerra es tan antigua como nuestra especie, antes de que hubiese propiedades y territorios que defender, ya existían conflictos. "Los neolíticos no inventaron la guerra. Los cazadores recolectores del Paleolítico o del Mesolítico ya combatían", escribe el investigador Jean Guilaine, del College de France, en su último ensayo, Caïn, Abel, Ötzi: L'héritage néolithique.
Este profesor, uno de los máximos expertos en el Neolítico —el momento en que la humanidad domesticó las plantas y los animales y comenzó la agricultura y, por lo tanto, la cultura moderna, hace unos 12.000 o 10.000 años— cita otros casos de matanzas y brutalidades en la prehistoria. El más famoso es Jebel Sahaba, en Sudán, un enterramiento del 12.000 a.C., en el que una veintena de los 59 cuerpos encontrados mostraba signos de violencia. Sin embargo, al tratarse de un cementerio es posible que fuese una cultura con algún tipo de sedentarismo. El caso de Turkana, desvelado por Nature en enero, es diferente porque está claro que eran sociedades de cazadores nómadas con un grado de violencia organizada tremendo.
Juan M. Vicent, experto del CSIC y uno de los máximos investigadores del arte parietal, explica que la guerra en la Prehistoria es "uno de los debates fundamentales de la antropología". Se trata de una discusión que replica la diferencia crucial entre Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau, entre la idea de unos seres violentos por naturaleza —"El hombre es un lobo para el hombre", defendía el primero— y la del buen salvaje del filósofo suizo.
División radical
"La historia de la guerra se inicia con la escritura, pero no podemos olvidar la prehistoria", escribe el historiador militar John Keegan, fallecido en 2012, en su clásico Historia de la guerra. "Los prehistoriadores están tan radicalmente divididos como los antropólogos respecto a la cuestión de si el hombre era o no violento con su propia especie".
Turkana puede poner fin a esta polémica y darle la razón a Hobbes. "Este hallazgo demuestra que la violencia letal entre grupos es anterior a la agricultura", explica Luke Glowacki, investigador en Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard. "Muchos antropólogos creen que las primeras sociedades humanas tenían algún tipo de enfrentamiento bélico, pero hasta ahora no existían datos que apoyasen este presentimiento", prosigue.
Vicent, en cambio, es menos rotundo: "La primera cuestión que hay que tener en cuenta es que las sociedades de cazadores-recolectores no son un tipo específico de sociedad, distinta en su organización y en sus prácticas culturales de otras organizaciones primitivas (un término también debatido) de agricultores sedentarios o móviles, ganaderos, horticultores...", asegura. "También depende de qué signifique el término. Si entendemos guerra en el sentido de violencia intercomunitaria o interpersonal como forma de solución de conflictos, entonces no hay ninguna sociedad humana en la que no se haya dado. Si entendemos guerra en el sentido de una práctica social sistemática, como continuación de la política por otros medios, entonces no. La guerra así entendida es un epifenómeno del Estado, y las sociedades primitivas son justo eso: sociedades sin Estado", agrega.
"La guerra en la humanidad siempre se ha relacionado con sociedades sedentarias. Por eso el hallazgo de Turkana es tan llamativo", explica Antonio Rosas, profesor de investigación del CSIC y paleobiólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, autor de Los neandertales.
Las guerras entre grupos de chimpancés, sobre las que hay ya una amplia documentación, llevan también a muchos investigadores a pensar que es un patrón de violencia organizada que ha continuado hasta nosotros. Glowacki, sin embargo, hace otra lectura: "Los orígenes de la violencia humana son seguramente similares a los que podemos observar en esos primates. Pero no hay que olvidar que los chimpancés y los humanos son únicos también por su capacidad de solidaridad entre grupos. Los intercambios y la cooperación han sido mucho más importantes en la evolución humana que la guerra".
EL MISTERIO DE LOS ARQUEROS
Una de las representaciones más antiguas de lo que parece un conflicto prehistórico se encuentra en el arte levantino (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), como la Cueva del Civil del barranco de la Valltorta, en Tírig, o en el Abric de les Dogues, en Ares del Maestre (Castellón), que muestra a arqueros enfrentándose. Sin embargo, es muy posible que estas pinturas hubiesen sido realizadas ya durante el Neolítico y, sobre todo, como explica Vicent, "la interpretación directa del arte prehistórico es siempre una ingenuidad". "No tenemos ni idea de qué significan las representaciones, más allá de los elementos reconocibles que intervienen en la composición de las escenas", agrega. ¿Se trata de una guerra o de una danza? ¿Fueron pintados todos los arqueros a la vez? En realidad, estas preguntas se pueden formular en casi todos los hallazgos del pasado remoto: la violencia es indiscutible, la guerra se pierde en la niebla del tiempo.
Una de las hipotesis que se han barajado sobre la desaparición de los neandertales es que hubiesen sido exterminados por los sapiens, la especie humana —la nuestra— que les remplazó. Antonio Rosas lo niega: "No hay ninguna evidencia de coexistencia entre esos dos grupos. La extinción de los neandertales no se produjo por violencia, sino por desplazamiento ecológico".
De nostalgias e inmersiones por Manuel Rodriguez Rivero
ISABEL ROMERO, Una amiga muy querida que murió a destiempo (como si tal cosa no fuera siempre la maldita norma), tuvo durante años, sujeto con chinchetas en el vestíbulo de su casa, uno de esos pósteres euforizantes típicos de los ochenta en el que destacaba la leyenda "Hoy es el primer día del resto de tu vida". Hace poco le leí a mi admirada Rosa Montero otro truismo arrebatado que también invitaba al carpe diem más o menos epicúreo: "Nunca seremos tan jóvenes como hoy". Ambas certidumbres funcionan como admonición, como si su mensaje implícito fuera "ahora tu verás lo que haces" o "la pelota está en tu tejado". Existen, sin embargo, otras maneras más resignadas de llegar a parecida conclusión: en No volveré a ser joven (hacia 1968), su favorito entre todos los poemas que compuso, Gil de Biedma proclamaba con estoicismo quevedesco su conclusión de que "envejecer, morir, / es el único argumento de la obra". Como la vida se vive hacia delante, pero se comprende hacia atrás (por eso los viejos tienden a ser más sabios, pero menos listos), todas esas certezas no vienen a ser otra cosa que distintas variaciones del clásico memento mori. Lo anterior viene más o menos a cuento a propósito de Valentina (DeBolsillo), el estupendo (y barato: 17,99 euros) volumen de Guido Crepax que reúne la "tetralogía de Baba Yaga", una de las aventuras protagonizadas por la más célebre heroína del cómic europeo de los sesenta y setenta, que estos días he vuelo a leer con renovada admiración impregnada de nostalgia. Lá conocí —cuando era tan joven que aún no existía "el resto de mi vida" y la muerte era una abstracción al otro lado del espejo— gracias a los fanzines Corto Maltese o Linus que mi amigo Carlos Sambricio (descendiente, por cierto, de don José de Echegaray) se traía clandestinamente de Italia, en un equipaje que incluía literatura marxista publicada por Feltrinelli y otros bocados entonces prohibidos y doblemente deseados. Crepax (1933-2003), lector de Bataille, Sade y Sacher-Masoch, había dado con la fórmula perfecta de éxito para una época en la que el cómic aún no había completado su revolución sexual: erotismo desenfrenado y vanguardia compositiva. Valentina, que se nos antojaba tan joven como el mundo nada franquista en que añorábamos vivir, era el trasunto en papel de la nueva feminidad manifestada en la psicodelia de Carnaby Street; icónicamente inspirada en Louise Brooks, una de las más rutilantes estrellas del cine de los veinte, el
personaje exhibía, como su modelo, una sexualidad gozosa que no hacía ascos a nada (repito: a nada). Pero, medio siglo después del nacimiento de su heroína, lo más permanente de Crepax sigue siendo la puesta en página de sus historias en glorioso blanco y negro, con recursos como la descomposición o deconstrucción de las imágenes en microviñetas significativas, las elipsis gráficas y el flash-back, elementos todos ellos aprendidos en el cine. Un volumen de fondo de armario para todos los aficionados al cómic.
Valentina, heroína de las viñetas de Guido Crepax.
personaje exhibía, como su modelo, una sexualidad gozosa que no hacía ascos a nada (repito: a nada). Pero, medio siglo después del nacimiento de su heroína, lo más permanente de Crepax sigue siendo la puesta en página de sus historias en glorioso blanco y negro, con recursos como la descomposición o deconstrucción de las imágenes en microviñetas significativas, las elipsis gráficas y el flash-back, elementos todos ellos aprendidos en el cine. Un volumen de fondo de armario para todos los aficionados al cómic.
El Pais Babelia 06.02.16
viernes, 5 de febrero de 2016
martes, 2 de febrero de 2016
sábado, 30 de enero de 2016
En busca del fuego
Este es el décimo año del blog "El Ojo de Melkart". Blog que nació con el propósito de comunicar entre los miembros del grupo y de quien quisiera verlo, la evolución y creación de una obra de la Historieta. Y aunque parezca increíble, en ello seguimos. Nunca dejamos de informarnos, de buscar, entre los miles de elementos que definen en una Historieta parte de la Historia Antigua, y en este caso se trata de vislumbrar un mundo que desapareció, al menos, la parte que no era romana.
Continuamos en la brecha, aunque entre tanto también sirva el blog como mi archivo personal, y archivo en general del mundo del comic, la historieta y la ilustración.
viernes, 29 de enero de 2016
El surfista cósmico
Panini ofrece una nueva edición del volumen recopilatorio que dedicó a Estela Plateada en 2010, con mejor impresión y los colores adecuados.
JAVIER FERNÁNDEZ
La primera aparición de Estela Plateada en el número 48 de The Fantastic Four (marzo, 1966) anunciaba la venida de su señor Galactus, un implacable devorador de mundos dispuesto a comerse nuestro planeta. Pero el contacto con los seres humanos acabaría despertando la compasión en el surfista cósmico (recordemos que el nombre original de Estela Plateada es Silver Surfer, o sea, surfista plateado, y es que navega por el universo subido a una especie de tabla de surf y envuelto en una sustancia del color de la plata). Así, el heraldo se rebeló contra su amo y se sumó a los 4 Fantásticos en su afán por salvarnos a todos del funesto destino. Tras la consiguiente lucha, Galactus fue finalmente derrotado y se comprometió a marcharse ipso facto, no sin antes castigar la rebeldía de su subordinado: Estela Plateada fue desposeído de sus poderes espaciotemporales y quedó confinado en las cercanías de la Tierra.
Ingenuo y melancólico, este héroe raro se ganó rápidamente el favor de los lectores y siguió asomando como secundario aquí y allá hasta que, con fecha de agosto de 1968, la editorial le concedió su propia cabecera, titulada sencillamente The Silver Surfer. Aquella colección se prolongó por espacio de 18 números, hasta septiembre de 1970, y está considerada como uno de los clásicos por excelencia de Marvel. Fue en ella donde el guionista Stan Lee se explayó más a gusto, escribiendo largas peroratas, ahondando en las torturas emocionales del personaje, explorando su pasado extraterrestre y enfrentándolo con la realidad del mundo en que ha quedado varado, un mundo que no comprende y que lo trata con desprecio y violencia. Con todo, la alta consideración de que goza aún hoy día la serie se debe, muy especialmente, al bellísimo arte exhibido por un John Buscema en estado de gracia. Apoyado en las tintas de Joe Sinnott o su hermano Sal, el mayor de los Buscema firmó las que son algunas de sus mejores páginas de superhéroes. The Silver Surfer no fue un tebeo al uso. En lo creativo, destila mayor sofisticación que la mayoría de las historietas del género en aquella época; y en lo puramente editorial, tuvo cadencia bimestral y un elevado número de páginas por episodio.
En 2010, Panini publicó un grueso volumen recopilatorio con todo el material del primer volumen de The Silver Surfer, complementado con el Annual 5 de Fantastic Four, la historieta The Answer (incluida en el número 1 de Epic Illustrated), una breve parodia extraída del Not Brand Ecch, diversos artículos y bocetos. La mayor pega de dicho tomo era el coloreado, que no respetaba los tonos originales. (En descargo de Panini, cabe decir que aquellos colores son los de la colección Masterworks, proporcionados por la propia Marvel.) Esta nueva edición ofrece idéntico material, pero mejorado en su impresión y ya con colores adecuados, procedentes de los tomos Omnibus estadounidenses, más recientes. Habiendo leído ambas versiones, les puedo asegurar que no hay punto de comparación. Todo lo que allí era un dolor, aquí es puro goce.
Malaga Hoy
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