sábado, 11 de abril de 2015

El cómic baja a la mina


Alfonso Zapico rescata los acontecimientos que derivaron en la Revolución de 1934 en Asturias en ‘La balada del norte’, una ambiciosa novela gráfica de 500 páginas

TEREIXA CONSTENLA Madrid 8 ABR 2015
Una página de 'La balada del norte', de Alfonso Zapico.

Puede que una revolución no traiga el futuro, pero seguro que regalará algunos clichés. La que vivió Asturias en 1934 dejó muchos muertos y no menos heridas en la memoria. Ocho décadas después de aquellos días, que anticiparon el salvajismo de la guerra que se agazapaba a la vuelta de la esquina, el historietista Alfonso Zapico ha decidido abordarlos en La balada del norte (Astiberri), una novela gráfica de 500 páginas, evocadores grises de carbón y bruma y textura de viejo papel de periódico.

Dividida en dos tomos —se acaba de publicar el primero—, es un proyecto hercúleo, que entronca con la ambición de Dublinés, la primera biografía gráfica de James Joyce, que convirtió al dibujante en el más joven ganador del Premio Nacional de Cómic (2012).

Zapico armó Dublinés a partir de entrevistas con especialistas y de viajes a las ciudades del escritor (que luego darían un segundo álbum delicado y personal: La ruta Joyce).

El método empleado en La balada del norte no difiere: documentación y conversaciones con testigos o sus descendientes. El autor sortea la saturación histórica con un recurso sencillo y eficaz, que va salpicando los capítulos: la reproducción a doble página de una hipotético periódico donde se resumen los hitos políticos y sindicales de aquellos días.

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Para recrear la atmósfera no tuvo que desplazarse. Aunque ahora reside en la ciudad soñada por numerosos creadores de tebeos, Angulema (Francia), Zapico nació en 1981 en Blimea, en plena cuenca asturiana. En ese lugar similar al que dibuja en tres tonos básicos (blanco, gris y negro), en la ficción persisten las cicatrices del 34 y sus mitos. “En el valle minero siempre se recuerda mucho, pero creo que con clichés. En verdad la gente no sabe nada. Al estar fuera pensé que podría contarla sin prejuicios”, explica por teléfono el autor.

Apartarse para entender. “Para mí habría sido muy difícil hacerla en Asturias. Todo el mundo quería que yo dibujara su versión de la historia cuando empecé a hablar con gente”. En los personajes de Apolonio, su hija Isolina, el marqués y su hijo Tristán se condensan vilezas, grandezas, dudas y fatalidades, que debieron circular por el aire aquellos meses.

El marqués multipropietario, patrón de la mina Santa Aurelia, explota a sus obreros sin renunciar a un código de conducta que hoy haría reir a cualquier inversor financiero: “Nunca hago negocios con gente que vive entre dos lugares. La gente sin hogar es gente sin honor”.

Apolonio es un minero con autoridad moral, sin especial compromiso político hasta que su sentido de la justicia le coloca al frente de las protestas de quienes bregan a diario con la soga al cuello. “Listo, otro día que libramos”, comentan con naturalidad los mineros mientras un ascensor les iza de nuevo al mundo exterior al concluir su jornada. Otro día vivos.

El autor nació en un pueblo minero similar al que dibuja en la ficción


Autorretrato de Alfonso Zapico.
En este primer tomo, Zapico expone el contexto previo al estallido de la Revolución: la proclamación de la República, la represión política seguida por los gobiernos derechistas, la ebullición obrera y la brutalidad laboral. No había límites. A la mina bajaban menores de 16 años. El alcoholismo acababa de enterrar lo que no mataba el carbón. “La gente tenía una vida miserable”, subraya el autor, que comenzó el proyecto hace más de tres años. “Los sueldos eran cada vez más bajos y cada vez pasaban más hambre. Además los mineros tenían pánico a las noticias que llegaban de Europa, con el auge de los fascismos”.

En Asturias triunfó lo que no prosperó en otro lado. Los sindicatos hicieron una tregua en sus hostilidades recíprocas y convocaron una huelga revolucionaria. Algunas páginas de La balada del norte evocan al Novecento de Bertolucci, con sus marchas de explotados, conscientes de que su poder reside únicamente en la suma, en la intimidación que ejerce la masa cuando se dispone a todo. “Creo que he peleado bien. Quizá porque no tenía gran cosa que ganar”, escribió Albert Camus después de la fracasada revolución asturiana. Puede que los mineros no tuvieran gran cosa que ganar, pero desde luego no tenían nada que perder.


Alfonso XIII abandona España tras los resultados de las elecciones municipales de 1931, que dan la victoria a fuerzas republicanas. 
Montecorvo del Camino es una ficticia localidad minera de Asturias, donde Zapico sitúa su novela gráfica. 
Tristán Valdivia es un periodista enfermo, que regresa a su casa familiar en Asturias. Su padre es el propietario de las minas de la zona.

En la mina no solo hay explotación laboral. También una profunda deshumanización en el trato de los superiores hacia los trabajadores.

Los salarios cada vez son más bajos y las familias mineras, cada vez atraviesan situaciones más penosas.

El dibujante ha querido imprimir un tono gris al álbum, muy propio de la mina y de Asturias. Ha buscado dar una textura de papel viejo a la obra, como de periódico de 1934.

Entre los mineros abundaban los enfermos de alcoholismo. Los accidentes laborales mortales eran frecuentes en los pozos.

La unión de sindicatos y partidos propició la revolución obrera en 1934 en Asturias, donde nació el autor del cómic.


El libro concluye en el estallido de la revuelta popular. Los violentos acontecimientos que se sucederán a continuación se desarrollan en el segundo tomo de 'La balada del norte'.



El Pais sabado 11.04.2015


miércoles, 1 de abril de 2015

De la Guerra Civil a la Transición, en viñetas


Una selección de las mejores obras que dibujan los siniestros años de la dictadura

TEREIXA CONSTENLA
Viñetas de Cuerda de presas (J. García y F. Martínez).

¡No pasarán! Las aventuras de Max Fridman. Vittorio Giardino. Norma Editorial. Edición integral. 2011.

Vittorio Giardino es un dibujante tardío, que plantó la ingeniería en la treintena para dedicarse a crear cómics. Uno de sus personajes más populares es el comerciante Max Fridman, al que ha sometido a intrigas en varios álbumes hasta desvelarnos que tenía un pasado. En este libro repasa su etapa en las Brigadas Internacionales, reclutadas por partidos comunistas en todo el mundo para luchar contra Franco. Ambientada en el frente del Ebro y Cataluña, Fridman se enfrenta a un misterio y varios dilemas éticos.

Un largo silencio.Miguel Gallardo. Astiberri. 1997.

En su afán de ir por libre, Miguel Gallardo se adelantó con un álbum un tanto incomprendido en su día al mezclar viñetas con las memorias mecanografiadas de su padre. El dibujante relata la biografía de su padre, nacido en una modesta familia de Linares (Jaén) que asciende a fuerza de estudio y tesón hasta que la guerra le tuerce el camino. Francisco Gallardo, alférez republicano, sobrevive a la contienda, a los campos de concentración de Francia y a la represión que sufre a su regreso. El dibujante lo tiene claro: “Mi padre fue un héroe”. Fue su primera incursión en la historia familiar antes de su célebre María y yo.

Paseo de los canadienses. Carlos Guijarro. De Ponent. 2015.

En febrero de 1937, la carretera que serpentea junto al Mediterráneo, entre Málaga y Almería, se llenó de almas en pena que huían de las tropas italianas y franquistas que los atacaban por tierra, mar y aire. La gran evacuación de civiles de Málaga, abandonada a su suerte por las autoridades republicanas, fue uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil, aunque no de los más conocidos. Mediante los flash-backs de una anciana superviviente, Guijarro relata aquella odisea que no se perdió por completo gracias a los testimonios difundidos por extranjeros como el médico Norman Bethune y sus asistentes de la Unidad Canadiense de Transfusión de Sangre, el escocés sir Peter Chalmer y el húngaro Arthur Koestler.


España. Una, grande y libre (Carlos Giménez).

Cuerda de presas. Jorge García y Fidel Martínez. Astiberri. 2005.

Todas las cárceles se parecen. Sin embargo, en cada una de las prisiones donde se detiene este libro se esconde alguna crueldad nueva, una maldad desconocida o una gesta admirable. El ramillete de 11 historietas independientes, dibujadas en blanco y negro con un trazo expresionista por el sevillano Fidel Martínez, engarza con la literatura de memorias de las republicanas que perdieron la guerra, como Juana Doña o Carlota O’Neill. Las protagonistas son rojas encarceladas en los años cuarenta que se trasladan en vagones de ganado, son rapadas contra su voluntad, pasan hambre y frío y carecen del soporte moral que se prestó clandestinamente a los presos varones.

Los surcos del azar. Paco Roca. Astiberri. 2013.

Gracias a un trabajo de documentación propio de historiadores, Paco Roca rastrea los surcos de los republicanos que, tras cruzar a Francia, acabaron luchando en la Segunda Guerra Mundial contra las potencias fascistas con la esperanza de que la siguiente batalla fuese contra Franco. La División Leclerc, la primera en liberar París, estaba plagada de exiliados españoles, cuyas vidas ocupan esta ambiciosa obra de 320 páginas. “La historia de esos exiliados es, por una parte, una odisea colectiva, pero, por otra, cada una de las vivencias personales podría dar lugar a una novela o una película de aventuras”, señala el historiador francés Robert S. Coale.

Paracuellos. Carlos Giménez. Debolsillo. Edición integral. 2007.

En los años setenta, Carlos Giménez inició sus entregas autobiográficas de su experiencia en un centro de auxilio social. Con aquellas tiras se convirtió en el extraordinario cronista de un tiempo y un espacio donde todo era negro (el pasado, el presente y el futuro). Considerada una obra cumbre de la historieta española, le dio a Giménez un reconocimiento dentro y fuera del cómic, con rendidos admiradores como Juan Marsé. Como avisa el propio Giménez: “El hecho de que sea un tebeo no debe interpretarse como sinónimo de frívolo o poco serio”.


Las guerras silenciosas (Jaime Martín).


Las guerras silenciosas. Jaime Martín. Norma Editorial. 2014.

Jaime Martín se apoyó en la experiencia de su padre para construir una crónica ilustrada sobre un episodio de la dictadura poco explorado: la guerra de Ifni (198 muertos, 80 desaparecidos), entre tropas españolas y el Ejército de Liberación Marroquí. Tras el alto el fuego de 1958, se incrementó el número de reclutas que debían hacer la mili en Sidi-Ifni, entre ellos el padre del dibujante, José Martín, que debían dedicar el grueso de sus energías a sobrevivir a las chinches, el hambre, el maltrato, la corrupción y los despropósitos militares. Yendo y viniendo entre pasado y presente, Martín relata a un tiempo la vida de sus padres y la de toda una generación, aprisionada por las convenciones impuestas por la dictadura.

España. Una, grande y libre. Edición integral. Carlos Giménez. Debolsillo. 2013.

La Transición en estado puro. Con sus pasos adelante y atrás. Con sus miedos y sus deseos de libertad. Con el estallido del ecologismo, el feminismo, el pacifismo. Con las viejas fuerzas (Ejército, Iglesia…) pugnando por conservar poder e influencia. Giménez hace una crónica en blanco y negro descarnada de aquellos años en los que el horror aún estaba a la vuelta de la esquina y al mismo tiempo todo parecía posible. El espíritu de una época, captado mientras la historia pasaba por delante del lápiz del dibujante.

Viñetas de Cuerda de presas (J. García y F. Martínez), España. Una, grande y libre (Carlos Giménez) y Las guerras silenciosas (Jaime Martín).


El Pais Babelia nº1218  28.03.15

Un franquismo de tebeo


 El cómic hace memoria. El retrato de la vida cotidiana durante la dictadura constituye ya un subgénero de la historieta española, menos atenta a la figura del dictador


TEREIXA CONSTENLA 28 MAR 2015



Ilustración de Alfonso Zapico

En un bar de Managua, a comienzos de los noventa, el guionista Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) preguntó quiénes eran los autores de unas ilustraciones que se exponían.

—Es de un grupo cubano que ya falleció —le informaron.

Al guionista le sorprendió algo —ya había ocurrido antes—, aunque la apropiación indebida no le enfadó en absoluto. Conocía íntimamente a los autores: El Cubri, el equipo artístico fundado por él mismo junto a Pedro Arjona y Saturio Alonso dos años antes de la muerte de Franco. “Entendíamos nuestro trabajo como algo en lo que el ego no importaba para nada sino que estaba al servicio de la comunidad”, rememora. La propiedad intelectual resultaba entonces un sinsentido. “En aquellos años, en cuanto sentías la menor veleidad de autoría, enseguida te recordabas, o te recordaba alguien, que eso era pequeñoburgués”, revive sin dejar claro si habla la nostalgia, la ironía o ambas a un tiempo.



Aquel trío de veinteañeros usó el dibujo y el cómic para hacer política cuando eso tenía la carga añadida de jugarse el tipo. Producían como locos. Historietas sobre muros que duraban lo que tardaba en aparecer la policía y tebeos para cuanto grupúsculo antifranquista se lo pidiese. Viñetas al servicio de todas las causas políticas, sociales o vecinales que combatiesen al régimen y a los tentáculos que aún movió a partir de 1975. Estaba en el ADN de El Cubri, bautizado en homenaje castizo a un cineasta a quien admiraban ciegamente: Stanley Kubrick. “Lo constituimos en 1973 con la intención de hacer trabajos destinados al mundo de la clandestinidad. En esos últimos años del franquismo nos convertimos en los principales antifranquistas gráficos”, señala Hernández Cava.




'General, márchese usted', de El Cubri.


Hacían política sin descuidar el arte. “Adaptamos el lenguaje pop al cómic y a la ilustración. Eso nos confirió cierta singularidad. Una de nuestras máximas era hacer panfletos de calidad”. En su libro Francografías, donde se recopilan las portadas que dibujaron para Historia del franquismo, un coleccionable de 1978 que rompía con el relato histórico de la dictadura, se despliega esa doble fuerza ideológica y creativa. La obra incluye también el que acaso sea el primer tebeo biográfico sobre Franco publicado tras su muerte: Ese hombre, difundido en la revista El Viejo Topo en 1976. Una pionera visión crítica desde dentro. El humor gráfico contra Franco, hasta entonces, circulaba ilegalmente desde Francia, donde Charlie Hebdo le dedicaba frecuentes andanadas, así como los dibujantes exiliados Andrés Vázquez de Sola y Florenci Clavé. “Aunque era frecuente”, precisa Hernández Cava, “que la gente hiciese cosas contra Franco en el ámbito privado. Por lo visto hasta Mingote tenía un dibujo”.

Unos años antes el lenguaje de las viñetas había sido puesto al servicio del régimen. Laureano Domínguez, editor de Astiberri, recuerda un tebeo hagiográfico sobre el dictador titulado Soldado invicto, que ensalzaba el furor bélico del africanista, publicado en 1969 por la editorial Rollán. “Era una constante en los tebeos del primer y segundo franquismo. En Flechas y pelayos rara vez no había una reseña, una gesta o una mención a la biografía de Franco”, señala Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952), guionista de El arte de volar, multipremiado álbum dibujado por Kim, donde se retrata con maestría la generación de los derrotados de la guerra a partir de la historia real del padre de Altarriba, que se suicidó en una residencia a los 90 años. “Curiosamente, después de haber sido hagiografiado, no hay una biografía más o menos objetiva que intente resituar al personaje desde la perspectiva actual. No sé si porque Franco no resulta atractivo o porque no hay todavía perspectiva”, añade Altarriba.




Viñeta de Tyto Alba para 'El hijo'.

Lo que no ha ocurrido en estos 40 años podría ocurrir en los siguientes. El biocómic se está introduciendo en el mercado español, como antes lo ha hecho en Francia, a lo que se agrega el interés por mirar atrás demostrado por las nuevas hornadas de historietistas. En las últimas décadas se suceden las novelas gráficas que indagan en la guerra y la dictadura (El hijo, Malos tiempos, Eloy o Un médico novato, entre otros), ya sea a partir de memorias y vivencias familiares del autor o de ficciones puras. “La novela gráfica y la evolución del lenguaje del cómic ofrecen sinceridad por su mayor proximidad al relato oral, la forma original de todas las historias”, defiende Daniel Ausente, estudioso del medio, en Supercómic (Errata Naturae).

Sería incierto, sin embargo, considerar que es una tendencia de última generación. El cómic se anticipó al fenómeno de la memoria histórica con varios trabajos de Carlos Giménez (Madrid, 1941), un referente dentro y fuera de España. Paracuellos, autobiografía de los años de infancia del autor en un centro de auxilio social, transmite la atmósfera viciada de la posguerra mejor que cualquier ensayo de historia. Giménez comenzó a publicarla por entregas en 1977. El dictador había muerto, pero su sombra era alargada. “La Transición fue un tiempo intermedio. Había cierta libertad de prensa, pero los jueces te llamaban cada dos por tres. Y había una censura previa de las propias editoriales y revistas. Nadie podía ni puede presumir de democracia”, sostiene Giménez.




Una página de 'Soldado invicto'.

Prueba de ello fue el intento de suprimir en 1984 la revista Madriz, editada por el Ayuntamiento en tiempos de Tierno Galván, por una historieta de Ceesepe en la que parodiaba al dictador como un criminal llamado Superfranki. Hernández Cava era su director: “Nos costó disgustos, mil y una cargas de Alberto Ruiz-Gallardón, que era concejal de la oposición, que nos acusó de menoscabar la figura del anterior jefe del Estado”.

En adelante Franco solo inspiraría algunas obras, como Rapide!, una historia de acción que entremezcla ficción y realidad (el viaje de Canarias a Tetuán del general para sumarse al golpe de Estado) y donde Ángel Muñoz le representa como un macho cabrío. Sergio Puyol también recurrió al dictador para contar una invasión de alienígenas en Francisco y Leopoldo. Y, más recientemente, Furillo desarrolla una delirante trama, que bebe por igual del underground que del landismo, en Nosotros llegamos primero, supuesto sueño de Franco de pisar la Luna antes que americanos o rusos. Cuarenta años después de su muerte, a casi nadie molesta la parodia.

Francografías. El Cubri. Edicions de Ponent, 2006.

El arte de volar. Kim y Antonio Altarriba. Edicions de Ponent, 2009.

El hijo. Tyto Alba y Mario Torrecillas. Glénat, 2009.

Rapide! Ángel Muñoz. Edicions de Ponent, 2010.

Francisco y Leopoldo. Sergi Puyol e Irkus E. Zeberio. Apa Apa, 2013.

Nosotros llegamos primero. Furillo. Autsider Cómic, 2015.

El Pais Babelia nº1218   28.03.15


El proceso Zaratustra

Javier Fernandez

'El síndrome del Rey Rojo' demuestra que, aun en sus momentos de flaqueza, 'Miracleman' es una lectura ineludible, una auténtica joya.




Miracleman. El síndrome del rey rojo. Alan Moore, Alan Davis, Chuck Austen, Rick Veitch. Panini. 224 páginas. 18,95 euros.

Aunque la historia reza que Miracleman fue creado por Mick Anglo en 1954 (el nombre original del personaje era Marvelman, y hubo de ser cambiado décadas más tarde por problemas legales con Marvel Comics), la verdad es que nadie o casi nadie se acordaría del asunto si no fuese por Alan Moore. El escritor de Watchmen y From Hell se hizo cargo del superhéroe en 1982, en las páginas de la revista británica Warrior, y lo redefinió de los pies a la cabeza, dotando a la serie de un marcado tono realista al principio, y mesiánico después, que borró todo rastro del espíritu original de Anglo. Las viejas e infantiles aventuras del personaje acabaron siendo solo insertos mentales en una trama de tono realmente inquietante, con la manipulación genética, la crueldad, la ambición desmedida y el oscuro militarismo como motivos principales.

Ausente de las librerías durante dos décadas por culpa de diversos conflictos legales, es la propia Marvel Comics la que ha rescatado recientemente esta obra genial del género, para gozo de los lectores. Lo ha hecho sin la aquiescencia de Moore, que hace tiempo que renegó de Miracleman y no permite que su firma figure por ninguna parte. Es por eso que los guiones aparecen atribuidos a "El guionista original", aunque nadie desconoce la autoría, de modo que la cosa queda como enésima muestra de las complicaciones editoriales en la trayectoria de Miracleman. En cuanto a la hechura, los tebeos primeramente editados por Warrior y Eclipse se sirven ahora con nuevo color, buen papel y una generosa cantidad de extras, tantos que ocupan casi la mitad de los volúmenes.

El síndrome del Rey Rojo es el segundo tomo de la reedición, tras El sueño de volar, y contiene los últimos episodios publicados por Warrior, en 1983 y 1984, más los números 6, 7, 9 y 10 del cómic book editado por Eclipse en 1986. Literariamente son brutales, y en ellos se termina de revelar el origen del personaje y el alcance real del Proyecto Zaratustra. Se incluye también una de las escenas más emblemáticas del conjunto, la del parto, con imágenes muy explícitas, de la hija del protagonista, uno de esos momentazos que definen la bibliografía de Moore. En la parte gráfica, brilla con luz propia Alan Davis y el nivel desciende considerablemente cuando le toca el turno a Chuck Austen o a Rick Veitch (muy perjudicado por el entintado). Hay también unos preciosos entremeses dibujados por John Ridgway y unas simpáticas páginas de relleno firmadas por la editora Cat Yronwode y el ya citado Austen. En cuanto a los extras, van numerosas reproducciones de los originales a tinta de Davis y Ridgway, un sinfín de ilustraciones de cubierta y pin-ups, bocetos a lápiz de Austen y también de Veitch, etcétera, etcétera. En total son casi 100 páginas de añadidos que complementan, embellecen y aumentan la lectura del tomo. El síndrome del Rey Rojo demuestra que, aun en sus momentos de flaqueza, Miracleman es una lectura ineludible, una auténtica joya.

Y prepárense, que lo mejor está por llegar.

Malaga Hoy



Kirby y el bicentenario

Javier Fernandez




Capitán América. Las Batallas del Bicentenario. Jack Kirby. Panini. 208 páginas. 19,95 euros.

El Capitán América estrecha la mano del mismísimo Tío Sam y este, águila al hombro, contempla ilusionado una tarta de celebración del segundo centenario de Estados Unidos coronada con la Estatua de la Libertad. "¡Felicidades, Sam!", dice el superhéroe, "¡Estás tan joven y en forma como siempre!". Naíf y festiva, la reunión de los dos iconos resume el espíritu del trabajo de Jack Kirby en su regreso a Marvel en 1976, o, al menos, la forma en que retomó las aventuras del Capitán América, el personaje que él mismo creó con Joe Simon en la década de 1940. El fondo está iluminado por fuegos artificiales, las barras y estrellas en la indumentaria de ambas figuras dominan la escena.

Cinco años antes, Kirby se había marchado de Marvel por la puerta de atrás, harto de sentirse extraño en su propia casa, y había revolucionado DC con esa obra maestra llamada El Cuarto Mundo. Pero regresó, contra pronóstico, y acabaría diseñando un puñado de cabeceras menores, sin relación aparente con el universo Marvel: Los Eternos, 2001, Machine Man, Devil Dinosaur. Incluso cuando se encargó de personajes realmente imbricados en la maquinaria de la compañía, como Pantera Negra o el propio Capitán América, se preocupó de manejarlos al margen del tejido argumental de Marvel. Su breve retorno a casa mostró a un artista aislado y autosuficiente, desbocado a nivel gráfico y tan simple como contundente en lo literario. Podía permitírselo, era ya leyenda viva del medio, un universo en sí mismo.

Entre todos aquellos cómics, destacan los del Centinela de la Libertad, al que el Rey Kirby quiso devolver la fuerza y la sencillez ideológica que, sentía, le habían arrebatado en los últimos tiempos. Así, estos episodios del Capitán América permanecen en la retina como una explosión que no cesa. Las batallas del Bicentenario compila los números 201 a 205 de Captain America, junto al significativo especial Captain America's Bicentennial Battles, epítome de toda esta etapa. Va también un Marvel Team-Up de Gerry Conway y Sal Buscema, por aquello del completismo.


Malaga Hoy


Un vigilante enmascarado

Javier Fernandez




Kick-Ass. Mark Millar, John Romita Jr. Panini. 224 páginas. 19,95 euros.

Publicada originalmente por el sello Icon de Marvel Comics, con guiones de Mark Millar y dibujos de John Romita Jr., Kick-Ass es una delirante vuelta de tuerca sobre el tema de los vigilantes enmascarados. Se basa en la traída y llevada pregunta de qué pasaría si existiesen superhéroes en el mundo real, y la respuesta salpica de sangre y vísceras al lector mientras lo entretiene al mejor estilo Millar, esto es, con mucha violencia y mucha (insana) diversión, siempre servidas con el incomparable dinamismo de Romita Jr. El éxito fulgurante de la primera miniserie de ocho números, publicada entre 2008 y 2010, generó una superproducción fílmica, dos miniseries más (recopiladas por Panini en los tomos Kick-Ass 2 y Kick-Ass 3) y un spin-off protagonizado por la inolvidable Hit-Girl (también publicado en España por Panini), siempre con los mismos autores.


Malaga Hoy

La fiesta de Englehart

Javier Fernandez




Los Vengadores. La Saga de la Corona Serpiente. Steve Englehart, George Pérez. Panini. 144 páginas. 12,95 euros.

Mientras sigue la reedición por parte de Panini de la estupenda etapa del escritor Steve Englehart en Los Vengadores, aprovecho para recordar que lleva tiempo en los anaqueles La saga de la Corona Serpiente. Dicho tomo contiene los números 141 a 144 y 147 a 149 de The Avengers, editados en 1975 y 1976. Se trata de uno de los puntos álgidos de la larga intervención de Englehart, merced a la variedad de conceptos, escenarios y personajes, pero también al estupendo trabajo del incipiente George Pérez, quizá el dibujante por excelencia del supergrupo. Kang, el Escuadrón Supremo, varios personajes sacados de las series de temática western y la célebre heroína romántica, Patsy Walker, se unen a la fiesta en un ciclo inolvidable.

Malaga Hoy