jueves, 17 de febrero de 2011

Seis siglos de dibujo



Texto: Francisco Calvo Serraller

"Don Diego Messía" de Rubens


Entre el 9 de marzo y el 16 de mayo se podrá visitar en el Museo Gug­genheim de Bilbao la exposición titulada De Durero a Rauschenberg: la quintaesencia del dibujo. Obras maestras de las colecciones Albertina y Guggenheim, en la que se ha reunido un centenar de dibujos de 22 artistas dife­rentes de los siglos XV al XX. La muestra ha sido seleccionada por los directores de ambas instituciones, Thomas Krens y Konrad Oberhuber, respectivamente, y permitirá contemplar algunos prototipos de obra sobre papel a lo largo del tiem­po, incluyendo la actualidad. Aunque la rimbombancia publicitaria que da título a la convocatoria exagera la importanciade su contenido real, no cabe duda de que una visión histórica de la evolución del dibujo –nunca suficientemente valo­rado, a pesar de su enorme significación artística en el arte occidental moderno–, y que además no se interrumpe al llegar al mundo contemporáneo, tiene interés. Por otra parte, la colección de obra grá­fica de la Albertina de Viena, con sus 6.000 dibujos, es una de las más relevan­tes del mundo en este campo. Es cierto que a Bilbao vienen sólo 55 dibujos de esta histórica colección, pero entre sus autores están Durero, Rafael, Barocci, Rubens, Lorena, Rembrandt, Fragonard, Klimt o Schiele, nombres por sí mismos impresionantes.

"Tres estudios de hombre esperando", de Menzel de 1849.



"Paisaje con casas y molino", de Rembrandt.


"Novillo blanco y perro en un establo", de Fragonard

En la parte correspondiente al Gug­genheim, obviamente no se puede man­tener ese alto nivel medio de resonante nombradía, pero ahí están representa­dos, por su parte, Seurat, Picasso, Ko­koschka, Kandinsky, Klee, Gorky o Rauschenberg. En cualquier caso, una muestra de estas características, que se­lecciona un número limitado de obras a partir de los fondos de dos museos, hay que saber encararla como corresponde: sin buscarle otra motivación que lo que ofrece a través de las obras selecciona­das. En este sentido, el visitante no tie­ne por qué sentirse chasqueado porque no haya un hilo histórico, ni técnico, ni temático, ya que se trata de un conjun­to de dibujos, la mayor parte de célebres maestros antiguos y algunos de los si­glos XIX y XX, y, por tanto, que hay que admirar, cuando corresponde, en su ca­lidad singular.

Desde esta perspectiva de estricta calidad artística, cabe destacar, a mi jui­cio, algunos de los ejemplares elegidos de Durero, Barocci, Rubens, Frago­nard, Von Alt, Menzel, Seurat, Kan­dinsky, Klee y Dine. Y en cuanto al res­to, moviéndose la exposición con au­tores en general tan célebres, siempre hay algún aspecto curioso o algún de­talle fascinante.

En el dibujo se aprecia, como en ningún otro medio, la inmediatez de la mano del artista, su fresco pálpito, la elaboración de una idea, múltiples su­gerencias. La doctrina artística del Re­nacimiento estableció que el dibujo era el fundamento mismo del arte, lo que explica su relevancia histórica en el arte moderno occidental. Por otra parte, la extrema fragilidad de este medio, so­porte y técnica hace que resulte difícil que los dibujos del pasado se puedan contemplar regularmente, lo que cons­tituye otro aliciente para esta convoca­toria, que me gustaría definir como algo delicado, sutil, camerístico, en los antípodas de un espectáculo ruidoso. Y esto es algo que, en los tiempos que co­rren, también se agradece.


"Estudio de tres manos", de Durero (1494-1495)




El Pais Semanal número 1171. Domingo 7 de marzo de 1999




Epitafio para un guionista.

El País, Viernes 10 de Noviembre de 1995





Esta página mensual dedicada a los tebeos no suele consagrarse a informaciones necrológicas, pero hay momentos en que la crudeza de la realidad se impone a las ganas de lanzar a volar el botafumeiro en homenaje a tal o cual autor (generalmente ignorado). En el momento de escribir estas líneas, están muy recientes las muertes de dos patriarcas del tebeo español, Jesús Blasco (Barcelona, 1919, creador del héroe Cuto y nuestro Alex Raymond particular) y de Manuel Vázquez (Madrid, 1930, inventor de las hermanas Gilda, la familia Cebolleta y tantos otros personajes inolvidables). También lo está la de Miguel Ángel Nieto (Madrid, 1947), que ha sido prácticamente obviado por el conjunto de la prensa nacional. En mi opinión, injustamente. Miguel Ángel no tenía la edad suficiente para ser considerado un clásico, pero era uno de los mejores guionistas que ha dado este país. A medias con su primo, el dibujante Enrique Ventura, fabricó durante los últimos 25 años historietas que unían calidad y comercialidad. Un infarto mientras dormía le ha impedido seguir haciéndonos reír a todos.

Ventura y Nieto empezaron a publicar sus cosas en 1970 en la revistaTrinca, intento de la prensa del Movimiento por adecuarse a los nuevos tiempos. Semanalmente aparecía en esa revista una entrega de la serie Es que van como locos, antología de parodias y animaladas varias que destacaban en la producción tebeística de la época (aún muy marcada por el humor Bruguera de la posguerra) por su excelente asimilación de influencias foráneas.

Buster Keaton y los Marx

En Es que van como locos se fundían amigablemente el cine de Buster Keaton y los hermanos Marx con los cómics del francés Marcel Gotlib y el norteamericano Harvey Kurztman (cerebro que fue de la era dorada de la revista Mad, donde firmaba todos los guiones). La pasión de Ventura y Nieto por los Marx (Miguel Ángel tenía, incluso, un parecido natural con Harpo) les llevaría años después a crear para El Jueves la serie Grouñidos en el desierto. En el ínterin, formaron parte del equipo de la extinta El Papus y dieron a la imprenta una serie de álbumes de los que destacaríaMaremágnum, una de las obras más ambiciosas del dúo tanto por el guión de Miguel Ángel como por el dibujo de Enrique y su uso del color.

En su época de El Papus, Ventura y Nieto habían dejado su Madrid natal y se hallaban instalados en Cadaqués. Ahí les conocí a principios de los setenta y lo hice en calidad de fan. Enseguida se las apañaron para ascenderme a amiguete, con lo que solo lograron que les envidiara aún más. Su estilo de vida resultaba admirable: vivían en un sitio precioso, tenían unas novias guapísimas y hacían lo que les daba la gana. Dentro de un orden, claro. Como solían decir ellos sobre la existencia del artista sin horarios:” Trabajamos cuando queremos, incluidos sábados y domingos”.

Si el dibujante de tebeos español tiene ya muchas posibilidades para llevar una vida de paria, del guionista ya ni les cuento. Miguel Ángel, sin embargo, consiguió vivir de sus historietas, aunque a veces, según me contaba, se veía obligado a explicar lo que hacía a gente que, ante un comic sin texto, le preguntaba:”¿Pero tú que has hecho en esta página si no hay ni un solo bocadillo?”. Miguel Ángel, como Harpo, sabía explicar un montón de cosas sin soltar una palabra.

Vamos a echar de menos a este autor eficaz, a este tipo amable y simpático al que le gustaba hacer reír. Tal vez su buen carácter le ha ayudado a irse al otro barrio sin enterarse. Ninguna muerte es agradable, pero irse a dormir y no despertar es, probablemente, la menos molesta. Texto: Ramón de España

Misterios sin resolver en Gijón

El País Viernes 5 de julio de 2002

Incógnitas y crímenes en la Semana Negra: nueve días de cómics, libros, música y magia.

La vida tiene muchos misterios que a veces cuesta resolver. Por ejemplo; ¿Qué tienen en común Indiana Jones, Drácula en versión Bram Stoker, los libros de The Shadow (es decir La Sombra) o los cómics del Capitán América con las dotes de escapista del mago David Copperfield? O, ¿qué es lo que puede unir a tres periodistas de investigación estadounidenses con una escritora bereber, 18 españoles y 20 latinoamericanos, una asturiana residente en Ramala (Palestina) más el iconoclasta Joaquin Sabina y el Profesor Rochy, que se dedica a conducir vehículos con los ojos vendados? La clave, has adivinado, está en la variada oferta de la Semana Negra de Gijón, que celebra, hasta el 14 de julio su decimoquinta edición.
Resolvamos aquí las dudas planteadas. En primer lugar, la respuesta es: Jim Steranko. Y ¿quién es Steranko? Vamos allá. Primero – de los 17 a los 25 años- se dedicó a actuar en ferias y teatros de Estados Unidos como escapista. En 1960 escribió su manual, libro de cabecera de, entre otros, David Copperfield. Dejó el escenario, cogió el lápiz y de él salieron cómics como el del Capitán América, o las portadas de los libros de The Shadow, o los diseños para el estilo de Indiana Jones o Drácula. Ahora, a los 65 años, vuelve a hacer de escapista para presentar su primera exposición en España y su libro Steranko superstar. “Lo va a hacer después de 40 años, esperamos que todo salga bien”, se empeña Paco Ignacio Taibo – escritor de 53 años, director y fundador de la Semana Negra- en dar misterio al asunto.
Siguiente pregunta: lo de los redactores estadounidenses y Gema Otelo, la asturiana de Ramala. Aquí la Semana Negra entra de lleno en “los crímenes reales” de este comienzo de milenio. Tres figuras del periodismo de investigación, Marc Cooper, Sol Landau y David Corn, expertos en seguridad nacional estadounidense – ya de por sí un misterio -, pondrán patas arriba lo que hasta ahora sabemos del 11 de septiembre. “Tienen profundas dudas sobre la versión oficial, llena de contradicciones, inexactitudes e incoherencias”, avanza Taibo. Por su parte, Gema Otelo contará desde dentro su versión del conflicto de Oriente Próximo, en una mesa redonda-“debate hiperinformativo”, define Taibo-, junto a dos autores palestinos y un periodista español.
Y ¿la escritora bereber? “Imprescindible”, sentencia el director sobre la argelina Malika Mokkedem, que refleja con valor en sus novelas la condición femenina en el mundo árabe. Para seguir con mezclas, coincide con un grupo de danza de mujeres bereberes, como ella.

Por ultimo, los escritores españoles y latinoamericanos, todos de novela negra “cada vez con más experimentación literaria, menos realismo y mayor juego imaginativo”, se sentarán en sendas tertulias “bajo la mesa”: mezclados con el público.
La cosa trasciende de la sucesiva presentación de libros de narraciones detectivescas aunque, por supuesto, se mantiene el recorrido del Tren Negro, un convoy cargado de escritores de novelas de misterio, o de crímenes, o de realidades políticas y sociales aledañas, que viaja de Madrid a Gijón hoy mismo. Ése es tradicionalmente el punto de partida, pero Paco Ignacio Taibo advierte que están muy lejos de quedarse ahí.
Para empezar, nada de rinconcitos donde buscar refugio creativo. “Desde el principio buscamos dónde podíamos lograr cruces genéricos”, explica Taibo por teléfono: Que las librerías estuvieran en el ferial junto a 200 atracciones, incluida la noria más grande de Europa. O que la música clásica sonase entre rock y salsa”. Que Sabina venga a leer sus versos mientra Ángel González, el poeta asturiano, se marca una copla. “La parcelación genérica es asfixiante para la creatividad”, aconseja el director. Pues hala, a mezclar.
Como en el caso de las actuaciones musicales: además del rock de Loquillo –que presenta su autobiografía, El chico de la bomba- o Ilegales, hay sones africanos con Babacar y Diengoz, folk del país con Tejedor, blues con Lurrie Bell y canción de humor con Moncho Alpuente, escritor que no presenta libro. Si lo hacen figuras del género negro como los norteamericanos Donna Leon o Thomas H. Cook, el británico Paul Donnehy y la escocesa Denise Mina o, en ciencia-ficción, Thomas M. Dish.
Y más: un ciclo del video cine, o magia, como la del conductor de los ojos vendados y otros siete magos, Steranko incluido. Para contener la respiración.
Lila Pérez Gil

10 años de La Patrulla-X en Comics Forum

















miércoles, 16 de febrero de 2011

Tintín en el país de la realidad


(El País, Domingo 20 de Octubre de 2002)

Michael Farr ha estudiado a fondo los archivos de Hergé y descubre los entresijos del periodista del tupé imposible

autor:Guillermo Altares
Los tintinólogos han sido siempre una especie muy particular. Hay individuos que conocen todas las lenguas que se hablan en El Señor de los Anillos o que son capaces de recitar de memoria todos los planetas que aparecen en La guerra de las galaxias. Pero los datos que puede acumular un apasionado de las aventuras del periodista belga del tupé imposible y los eternos pantalones de golf superan todo lo imaginable.
El británico Michael Farr es un claro ejemplo de ello. Nacido en París en 1953, trabajó para la agencia Reuters en varias capitales europeas y luego en el Daily Telegraph, diario para el que cubrió primero África y luego Europa del Este y la antigua URSS. Es autor de varios libros de viaje y política internacional. Pero eso es lo de menos, porque Farr es, ante todo, un tintinólogo, uno de esos tipos que saben que en el castillo de Moulinsart hay un cuadro de Sisley (EL canal de Loing) porque aparece en la viñeta 10 de Stock de coke, o que, en 1979, un lector descubrió que existía una licencia de navegación de 1913 en Liverpool a nombre de un marino llamado H. J. Haddock.

Gusto por el detalle
Su último libro sobre el tema, Tintín. El sueño y la realidad, que será publicado la próxima semana en España por la editorial Zendrera Zariquiey, es una alucinante recopilación de todos los saberes que la más erudita tintinólogia ha ido a cumulando a lo largo de décadas. Y además ofrece un punto de partida nuevo: el secreto de la inmortalidad del personaje, su capacidad de fascinación, no está sólo en las historias de aventuras, ni en la retahílas de insultos del capitán Haddock, ni en sus excelentes dibujos de línea clara; lo que convierte a Hergé en un dibujante y narrador único es la minuciosidad con la que reflejó la realidad, su gusto por el detalle.
Farr tuvo acceso a los archivos personales de Hergé, al que entrevistó en 1979 cuando era corresponsal de Reuters en Bruselas, y comprobó que el dibujante belga almacenaba absolutamente todo. No sólo estaba suscrito a National Geographic, de donde sacaba paisajes, personajes o trajes exóticos, sino que además en su archivo se pueden encontrar miles de modelos: revistas de moda para los trajes de la Castafiore, maquetas de barcos, catálogos de museos… Todo en Tintín es real: los uniformes de los empleados de ferrocarril británico, los ídolos mayas, los aviones, los trenes, el castillo de Moulinsart, las motos; hasta el cetro de Ottokar está inspirado en un cetro polaco… Incluso el profesor Tornasol está inspirado en el científico Auguste Piccard, que batió varios records de inmersión en el océano. Los surrealistas detectives Dupond y Dupont (Hernández y Fernández en la versión española) están calcados de dos policías con bombín, bigotes y paraguas que aparecieron en la portada del semanario francés Le Miroir. La genialidad de Hergé está en convertirlos en los memorables y torpes policías con los que se cruza Tintín en los rincones más insospechados del planeta.
Toda esta suma de detalles, de ideas, de imaginación desbordante tomada de forma obsesiva de la realidad (un realismo que compartieron otros autores de tebeos, como Hugo Pratt con su Corto Maltés), provocó lo imposible: que un personaje nacido el 10 de enero de 1929 en el suplemento infantil de un diario católico y conservador belga, Le Petit Vingtième, de la mano de George Rémi Hergé (1907-1983), se convirtiese en uno de los iconos del siglo XX. “Tintín es, para mucha gente, sinónimo de cómic, y los 23 álbumes de sus aventuras son los únicos tebeos que atesoran en sus bibliotecas” escriben Ignacio Vidal-Folch y Ramón de España en El canon de los cómics. “No van errados: son de los mejores de la historia. También son los más populares. Se han vendido aproximadamente 180 millones de álbumes en 40 idiomas”.
Farr estudia, uno a uno, todos los álbumes de Tintín, tanto en sus primeras versiones en blanco y negro como en las posteriores en color, en las que Hergé cambió decenas de cosas. Lo mezcla con datos biográficos de su creador, con la situación política del momento, y lo aliña con los detalles más insólitos. Y demuestra así otro de los secretos de Tintín: que se fue forjando a la vez que los cómics (cuando apareció por primera vez, este lenguaje estaba en pañales en Europa) y el cine y la expresión grafica. La evolución como creador es alucinante: desde la torpeza en los monigotes y las historias de Tintín en el país de los soviets (1929) hasta la perfección técnica y la genialidad de sus tebeos posteriores. La profundidad de estas historias, “recomendadas para jóvenes de 7 a 70 años”, como solía decir Hergé, fue captada rápidamente y no sólo por su enorme éxito comercial. “Esto que usted cuenta no es para niños…¡Son los problemas del Este asiático!, le espetó un general belga a Hergé, indignado por la postura prochina que mostraba en El Loto azul. “ A los jóvenes les seduce la farsa, la comedia, la aventura. Los adultos ven, además, una sátira política, una parodia de la realidad, juegos de palabras, un arte de la anticipación”, señala Farr.

Distintas versiones

Hergé siempre estuvo muy pendiente de la realidad y de la sensibilidad de sus lectores. Y eso se ve especialmente cuando pasó a color los primeros álbumes. Por ejemplo, en el segundo volumen, Tintín en el Congo (1930) -que le valió una lluvia de acusaciones de racismo y colonialismo-, había una serie de viñetas en las que el periodista intentaba cazar a un rinoceronte. Al final lo hacía saltar por los aires con una carga de dinamita que no dejaba ni el cuerno. En la versión coloreada posterior, editada en 1946, Tintín simplemente tiene un encuentro en la sabana con el rinoceronte, que logra escapar sano y salvo. Fueron los editores escandinavos los que insistieron en que el animal no fuese masacrado. Sólo un detalle se le resistió a Hergé: hasta el último álbum terminado, Tintín y los pícaros (1973), no libró a su personaje de los pantalones de golf para vestirlo con unos sencillos vaqueros. Los detalles cambian constantemente, pero las esencias permanecían. Por eso, más de 70 años después de su creación, millones de personas siguen leyendo a Tintín en todo el mundo, y escritores como Farr logran que el desmenuzamiento del mundo de Hergé sea apasionante.

martes, 15 de febrero de 2011

Hellboy: El cadáver. Mike Mignola

Revista U #20 Junio 2000 “Los noventa de los noventa”
Cada vez parece más evidente que la mesura es una gran virtud. Lo que revaloriza la labor de un gran Mignola que, desembarazado de la esclavitud de las majors no cedió a la frecuente embriaguez de la presunta libertad creativa. Incluso el subterfugio argumental que urdió para ejercer sin freno esa querencia gráfica por lo bizarro resultó más que digno, apetecible incluso, y alejado de la vacua y previsible pirotecnia. Hellboy nace como un Dylan Dog de estirpe infernal, agente de una organización donde el investigador y parte de su equipo son engendros tan anormales como el fenómeno a resolver. Auténtica lección de corrección política. El personaje conserva, en su comportamiento y apariencia, maneras de aquellos superhéroes a los que, como compensación, Mignola consiguió arrastrar a su sombrío dominio. Lo que aporta una lúdica ironía que nos advierte de sus poco trascendentes intenciones. Es evidente que el horror climático y esencial de la serie nace como ejercicio plástico y es ahí donde Mignola precipita sus inquietudes gráficas sin limitaciones: disfruten libremente de esa síntesis casi geométrica, de esa extraña elegancia de línea estilizada y volúmenes masivos, filtrada por cierto estatismo solemne absolutamente acorde con sus ominosas y melancólicas atmósferas. Pero sobre todo, claro, de ese radical tenebrismo tan imitado como incomprendido. Una transición honrada, previsible y práctica, por tanto, con una feliz relación entre pretensiones y resultados.
Ecléctico en su reciclaje de mitologías, la evidente deuda con Lovecraft de Mignola se extiende también a lo estructural. Porque es en el relato breve donde afloran sus más carismáticas virtudes, caso de El cadáver, quizá verdadera medida de la serie. Su exquisito sentido de la precisión (de la mesura también, sí) procura el máximo de expresividad con el mínimo de elementos: dibujo depurado, 25 páginas, ritmo cronométrico y tiempo representado en el lapso de la medianoche al amanecer. ¿La aventura? También concisa; nada de salvar al mundo, simplemente rescatar a un bebé. Misión no menos espeluznante cuando se cruza un cadáver insolente y los más turbios duendes de los páramos irlandeses. Por supuesto, deslumbra ese minimalismo gótico y la aspereza de tan lúgubre decadencia, todo bañado por el mórbido cromatismo de Matthew Hollingsworth. ¿Se puede hablar de una lírica de lo macabro? Sumergidos en un universo tan decrépito como anormal sin más pretensión que la de fascinar, jamás hemos disfrutado de un terror más limpio y gratificante.
YEXUS