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martes, 9 de enero de 2018

JORDI SOCÍAS NATURALISMO COSMOPOLITA

 JORDI SOCÍAS

HA RETRATADO UN PAÍS A LO LARGO DE MÁS DE 40 AÑOS. AL FRENTE DE LA AGENCIA COVER QUE FUNDÓ EN 1979, 0 EN SUS 13 AÑOS COMO EDITOR GRÁFICO DE "EL PAÍS SEMANAL", DEFINIÓ UNA FORMA DE MIRAR LA FOTOGRAFÍA. UN LIBRO Y UNA EXPOSICIÓN ITINERANTE POR EUROPA REVELAN EL PAISAJE DE ESTE FOTÓGRAFO QUE SE DEFINE ENTRE EL NATURALISMO Y SU VISIÓN COSMOPOLITA ARTISTA CIUDADANO, HIJO DE BARCELONA y AMANTE DE MADRID, HA PENETRADO COMO POCOS EN EL ARTE Y EN LA CALLE. ÉSTE ES EL PRIMERO DE UNA SERIE DE CUATRO "PORTFOLIOS" QUE EL PAÍS SEMANAL'OFRECERÁ DE SU TRABAJO ESTE AÑO.

Por JESÚS RUIZ MANTILLA

'COSMOPOLITA'. Joaquín Gran, Dodot, en 1985.


"PARA MI, EL OJO ES LA FOTOGRAFÍA SIN CÁMARA"
'EN EL NOMBRE DEL PADRE'. Lourdes, 1977.

A Jordi Socías le pasa un poco como a Josep Pla. Si el sabio escritor catalán era un punto de vista andante con boina, como lo definió Manuel Vázquez Montalbán, este fotógrafo barcelonés de los Madriles camina entre la gente como un voyeur con bufanda y una cámara nunca aparatosa. Mirar es su vicio; de eso ha hecho virtud y arte. Una forma de vida.

Los ojos de Jordi apenas mienten. Lo justo para un cuatrero de la imagen, como es él. Parpadea lento y pisa fuerte la calle. Come siempre fuera de casa y viaja con su cartera de cuero negro raída y sus manías. Trata de hacer su santa voluntad, que siempre tiene que ver con disfrutar lo que le dejen cada día. Huye de la M-30, se mete en los atascos del centro y reza para que los semáforos se le pongan en rojo. ¿Para qué? Para mirar. Para poder mirar. "El ojo es la fotografía sin cámara", comenta mientras se toma un cafetito y enseña parte de las fotos que mueve estos meses por Europa en una exposición itinerante que le ha llevado de Tirana a Viena, y ahora a Roma, Cracovia y Belgrado.

EN ELLA MUESTRA FOTOS que publicará en un libro la editorial La Fábrica, en su colección Biblioteca de Fotógrafos Españoles, y que se deslizan por nuestras pupilas como ajenas al tiempo y al espacio. Entre neones, alquitrán y piel, en blanco y negro. "Es un tono más expresivo. Hallo más emoción ahí que en el color. Lo encuentro entre la historia y la poesía, como un tiempo detenido".
Un tiempo que muestra en estas fotografías, colgado en la enigmática gabardina de ese ciudadano Dodot que ha titulado Cosmopolita, pululando por el ordenado azar probablemente divino que halló en la piadosa Lourdes para captar En el nombre del padre, en la oscuridad iluminada de su Gran Vía o en ese crudo y paródico autorretrato con cicatriz que ha llamado My way.

Son ejemplos del "naturalismo cosmopolita" que ha convertido en marca quien ha retratado la historia de España a lo largo de las últimas cinco décadas desde la agencia Cover, que fundó en 1979, y desde publicaciones como El Europeo, Madrid Me Mata, La Calle, Cambio 16 y en su última etapa a través de El País Semanal.

Aprendió a fotografiar con un curso por correspondencia. Una manera de buscar salida a la venta ambulante de relojes en la que andaba metido entonces. Una forma de acercarse y meterse en el ajo de la España antifranquista, cuando pasar a Perpiñán era algo así como viajar a Ítaca. Fue activista y rebelde. Pronto se metió en los círculos radicales barceloneses, donde hizo amigos de por vida y fotografías a los escritores del barrio chino, las figuras de la nova cançó y al Barca de Cruyff.

DESPUÉS, A COMIENZOS de la transición democrática, aterrizó en Madrid. Cuarenta años más tarde, no ha habido manera de que pierda el acento catalán ni visitando a menudo Segovia, la ciudad de su familia materna. Pero en cuestión de progenitores, Socías es claro: "Barcelona es mi madre, y Madrid, mi amante".

En la capital siguió metido en política activa. Pero descubrió otro mundo que le fascinó mucho más: el de la movida, el cine, la música. Eran tiempos de agitación que él se bebió a lingotazos en buenas y malas compañías. Tiempos de búsqueda e influencias. Cuando la modernidad se vomitaba en los bares y el mejor escenario era una calle de crestas de colores, motos y tachuelas. En ese ambiente, Socías seguía formándose a sí mismo: "Siempre he tenido muy presente la responsabilidad del aprendizaje, la lucha por un conocimiento que me impida conformarme. Amor propio: es el problema que tengo...".

Amor propio y alergia al aburrimiento. "Eso también...". Así ha ido construyendo un mundo de referencias personales que va desde Cartier-Bresson y Robert Doisneau hasta Eugéne Atget, Richard Avedon o William Klein, que bebe mucho del cine de Truffaut y toda la nouvelle vague, pero también del neorrealismo italiano.

Aunque sin huir nunca del escenario principal. "La calle", comenta Jordi. Entre la calle y el cuerpo de todos los hombres y las mujeres que se ha topado en vida, Socías ha compuesto a estas alturas de su carrera, con 64 años, una sinfonía de actitudes y credos, toda una coreografía vital por la que se encuentran en un cruce de caminos España, Europa o Cuba, China y Nueva York. La ciudad y la vida en dimensiones compartimentadas: de sus egregios salones a las alcantarillas, de los tiovivos a las mesas de los restaurantes, de las sábanas donde ha captado intimidad a la feria y las manifestaciones de la Transición.

NO HAY NADA DIGNO de ser captado que repudie el ojo de Jordi Socías. Pero si en algo pone mimo es en el retrato. Ese magno momento en el que rapta a la actriz de turno y le dice: "Nena, ahora, tú tranquila. Mírame a los ojos". Y le dan siempre lo que pide. "El retrato es un encuentro que generalmente se produce con alguien desconocido. Frente al fotógrafo siempre tenemos reservas, y es normal porque, a diferencia del cine, en el que la imagen está en movimiento, un fotógrafo va a congelar un momento, a detenerlo. Por eso la fotografía parte de un concepto que tiene que ver con la eternidad".

Si alguien piensa así, demuestra su responsabilidad. Pero eso no debe impedir que afloren otras cosas. "La fotografía es también pulso e impulso. Lo decía Roland Barthes: lo más interesante es cuando no sabes qué te ha llevado a tomarla, a apretar el botón". Esa reacción inconsciente, ese no saber muy bien por qué se ha hecho, le ha ayudado a conformar una obra llena de matices. Un fresco en el que habla la calle y brilla una alegría tamizada por cierto surrealismo, por una ironía buscada como bálsamo, sabia y poco conformista, carnosa y viva, profunda y amable. •




















"ROCK AND ROLL"
Santiago Auserón, 1996

"MY WAY"
Autorretrato, 2005

LA CLASE OBRERA VA AL PARAISO
Entierro de los abogados de Atocha asesinados, 1977






DECÓ
La Coupole de París, 2002


BELLE DE JOUR
Penélope Cruz, 1993

domingo, 17 de septiembre de 2017

Willy Ronis o el compromiso poético con la sociedad

El Jeu de Paume expone en la ciudad francesa de Tours los archivos de este gran maestro de la fotografía humanista

GLORIA CRESPO MACLENNAN
15 SEP 2017


Desnudo con punto a rayas, París, 1970 WILLY RONIS

Miraba, interpretaba y plasmaba. Willy Ronis (París, 1910-2009) andaba siempre a cuestas con su cámara, de la que orgullosamente decía que no se separaba ni para comprar el pan. Buscando la belleza y la emoción en lo banal, y consciente de que la fotografía “es la mirada. O se tiene o no se tiene”, pasó a la historia como uno de los grandes fotógrafos humanistas. Su ojo de poeta nunca se dejó engañar por una visión placentera momentánea; con afán introspectivo y mirada fresca quiso ser un hombre de su tiempo.

“Lo interesante de Ronis es su compromiso poético con la sociedad en la que le ha tocado vivir”, señala Marta Gili, directora del Jeu de Paume de París. “No se trata del compromiso de un fotoperiodista”. Forma parte de la fotografía humanista de la posguerra en Europa, donde el hombre adquiere un protagonismo central. Su obra puede verse hasta el 29 de octubre en una retrospectiva organizada por el Jeu de Paume en el Château de Tours, con los fondos que el propio fotógrafo donó al estado francés en 1983. Le exposición recorre la larga y prolifera trayectoria del artista. Junto a sus fotografías más icónicas desvela imágenes aún desconocidas.


Los amantes de la Bastilla, 1957, París WILLY RONIS

Fue Willy Ronis, junto con otros fotógrafos, entre ellos Robert Doisneau, Izis, André Kertész y Brassaï, responsable de esa imagen en blanco y negro, cándida y romántica del París de mediados del siglo XX. Vistas desde la perspectiva actual, estas imágenes conservan una indudable aura de nostalgia, pero podrían resultar en cierto modo un cliché. “El humanismo de los años 50 y 60 adopta una forma de representación visual que no deja de ser naíf y utópica, pero también una mirada crítica e irónica (en España podríamos incluir en esta corriente a Català Roca, a Masats y Miserachs), destaca Gili, quien es comisaria de la exposición junto con Matthieu Rivallin. Ronis participa de esta mirada optimista y un poco azucarada, pero como militante del partido comunista “no se deja intimidar por esa necesidad de edulcorar la vida después de haber vivido dos guerras mundiales en el mismo territorio. Su trabajo no es tan dulce; hay una cierta melancolía por la vida”.

“Nací con un meticuloso gusto por la música. Durante mucho tiempo, hasta los 16 o 18 años pensé que iba a ser compositor”, recordaba el artista en una entrevista grabada en los últimos años de su vida. Su madre, profesora de piano, le inculcó la pasión por la música. Fue también quien le aconsejó visitar el Louvre. Admiraba a los pintores flamencos. De la descripción de lo cotidiano que observó en su pintura surgió la búsqueda del fotógrafo por los momentos triviales y fugaces de la vida diaria. Su padre era fotógrafo y dueño de un estudio de fotografía de retrato. A los 15 años le regaló su primera cámara y cuando enfermó de cáncer le pidió que se hiciera cargo de su negocio. Las paredes del estudio pronto quedaron estrechas para este fotógrafo que se describía a sí mismo como “un hombre de acción, de la calle”. El 14 julio de 1936 se lanzó a la calle para documentar el ascenso del frente popular en París.

La fragua de Renault, Boulogne-Billancourt, 1950 WILLY RONIS

Las clases más desfavorecidas y desestabilizadas encontraron siempre un lugar en la mirada del autor. “Su sensibilidad hacía el mundo laboral lo diferencia de los fotógrafos humanistas de la época, como Doisneau, Boubat o Izis”, destaca Gili. “Es un hombre muy implicado en la voluntad de un cambio social. No se queda en el intento de unificar la humanidad bajo azucarados lemas que hablan de la bondad intrínseca del ser humano, sino que se aprecia en él una voluntad real de lucha y de reivindicación de los derechos humanos”. Cubrirá, como encargos para distintas publicaciones, los conflictos de Citroën o Renault, y documentará entre otros a los trabajadores textiles de la Alsacia y a los mineros de SaintÉtienne. Sus proyectos no glorifican la esperanza ciega en el ser humano, como intentaba preconizar la mítica exposición The Family of Men, organizada por Steichen en 1955, y en la que participó Ronis.

Trabajó para la agencia Rapho, y entre sus mejores amigos se encontraban David Seymour y Robert Capa, fundadores de Magnum. Con ellos compartía la necesidad de reivindicar los derechos de autor del fotógrafo. “Reivindicaba la fotografía como medio de expresión al que hay que respetar, no como una mera ilustración, sino una micronarración”, destaca la comisaria. Así, exigía su derecho a decidir qué imagen había de publicarse, cómo debía cortarse y de qué pie de foto debía ir acompañada. Esto le creó muchos problemas dentro del mundo de la prensa.

Autorretrato con flash, París, 1951 WILLY RONIS

Perfeccionista en la técnica, cuidaba con exquisitez la composición y la proporción. La mayoría de sus imágenes están tomadas en la calle. Le gustaba trabajar en proyectos de largo recorrido. “No va al evento sino que intenta crear una serie de narraciones que explican el contexto en el que suceden las cosas”, explica Gili. Catalogaba y referenciaba cada uno de sus negativos. Estos iban acompañados de una pequeña narración escrita donde explicaba los detalles de cada toma, con la intención de contextualizarlos. “Ronis es consciente de que la fotografía es un momento. Que hay un antes y un después, y que el antes y el después a veces cuenta más que la propia fotografía”, añade la comisaria.

Tocó múltiples géneros, entre ellos el desnudo. Una de sus fotos más famosas, El desnudo provenzal, es la que tomó a su mujer Mari Anne Lansiaux cuando la sorprendió lavándose en su cabaña de Gordes (Provenza): “Fueron dos minutos. Los milagros existen. Lo pude comprobar. Nunca antes había sentido tanta ansiedad como cuando revelé esa película. Sentí que la imagen era buena, técnica y estéticamente. Fue un gran momento en mi vida, un momento prosaico de extrema poesía”, recordaba el fotógrafo francés.

Esperaba con paciencia el momento, no salía en su búsqueda. Receptivo a ese instante de epifanía que se revela por sí mismo, supo documentar con belleza y realismo una época. “Nunca he ido en busca del momento extraordinario de la primicia. He buscado aquello que complementaba mi vida. La belleza de lo ordinario fue siempre la fuente de mis grandes emociones”, diría.

Willy Ronis. Jeu de Paume, Château de Tours, Francia. Hasta el 29 de octubre.

GALERIA:


El circo de Achille Zavatta, París, 1949
WILLY RONIS

Manifestación en Vimy-Lorette, 1949
WILLY RONIS 

Desnudo provenzal, Gordes, 1949
WILLY RONIS 

El pequeño parisino, 1952
WILLY RONIS

En crucero, 1994
WILLY RONIS

Estación, Châtelet-Les-Halles. París, 1979
WILLY RONIS 


















El Pais Babelia

domingo, 30 de abril de 2017

El clasicismo transgresor de un maestro: Irving Penn


Revolucionó la fotografía de moda a principios de los 40, pero su maestría creativa abarcó distintos campos. Una retrospectiva en el MET celebra su centenario



GLORIA CRESPO MACLENNAN
28 ABR 2017


Nude No. 72, Nueva York, 1949–50 IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

“Una buena fotografía es aquella que toca el corazón del espectador y lo cambia después de haberla visto”, decía Irving Penn. Sencilla explicación por parte de uno de los grandes maestros de la fotografía del siglo XX, quien durante casi siete décadas no dejó de sorprender al público a través de imágenes de engañosa simplicidad e intransigente y austero clasicismo, capaces de desafiar a las convenciones del lenguaje fotográfico con el talante renovador de la vanguardia. Compleja tarea.

Consideró la fotografía como el medio para ahondar en la historia visual del hombre. Un enlace adecuado que conectaba el Paleolítico con un presente multicultural. En sus imágenes el tiempo se detiene. Es eterno. “Debido a que Penn se empapó del arte de todas las eras, sus imágenes están cargadas de profundas conexiones históricas, y aunque estas son en gran parte invisibles en una primera consideración, todos las presentimos de forma instintiva”, señala la comisaria Maria Morris Hambourg. “Esta aceptación histórica, junto con la autoridad del talento de Penn, es lo que otorga a sus fotografías esa calidad atemporal que identificamos en el gran arte”.

Rochas Mermaid Dress (Lisa Fonssagrives-Penn), París, 1950 IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Morris es la comisaría de Irving Penn:Centennial, una exposición inaugurada la semana pasada en el Metropolitan Museum de Nueva York, que celebra los cien años de este célebre creador nacido el 16 de junio en Plainfield, New Jersey, Estados Unidos. Muestra que aspira a ser la retrospectiva más extensa del artista norteamericano celebrada hasta el momento, y que incluye tanto las obras más grandiosas como las más desconocidas, de sus principales series.


“Uno está perdido en el momento en que sabe cual será el resultado”, decía Juan Gris. De forma intuitiva Penn supo de esta máxima del pensamiento creativo cuando, en los albores de su carrera, trabajando con Alexei Brodovitch, sin cobrar, en la revista Harper´s Bazaar, un becario tiró por accidente un negativo del diseñador ruso al suelo. Penn recordaba que al llevarle el negativo a su maestro, este lo miró y sin inmutarse le dijo:“forma parte del medio”. “¡Sorpréndeme!”, reclamaba con frecuencia Brodovitch; este enemigo del cliché y de la imitación, que en esos momentos rediseñaba el diseñó gráfico de América como director artístico, y con quien había iniciado contacto cuando lo tuvo de profesor en el Penssylvania Museum and School of Industrial Art. Debido a su precaria economía, Penn dormía en el estudio de su mentor. Por las noches examinaba minuciosamente una colección de publicaciones que incluían a Arts et Métiers Graphiques, Cahiers d´Art, Verve y Minotaure, alumbrándole por los senderos de la rutilante vanguardia parisina; en especial el surrealismo.

Truman Capote, Nueva York, 5 de marzo, 1948 IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Penn no hubiera sido Penn sin Brodovitch, pero tampoco lo hubiese sido sin Alexander Liberman. Este era también un exiliado ruso. Llevó el arte de vanguardia a las páginas de Vogue, ejerciendo como director de arte; aunando la sofisticación europea con el pragmatismo americano. Penn sería una figura clave en esta hazaña. Fue Liberman quien incitó al joven americano a realizar él mismo sus fotografías, cuando trabajando como diseñador para la revista, los fotógrafos (entre ellos Horst, Cecil Beaton y Erwin Blumenfeld) objetaban sus propuestas como portadas. Su primera portada para la famosa publicación de Condé Nast se publicó en 1943: un bodegón de un bolso, un pañuelo y un cinturón, a color.

Su reputación se forjó a través de las páginas de Vogue mediante la fotografía de moda, los bodegones y los retratos. Realizaría más de 150 portadas durante toda su carrera. Desde sus inicios marcó los estándares estéticos para la elegante moda de la década de los cuarenta y los cincuenta, con exquisitas imágenes de lenguaje rotundo, meticulosamente orquestadas, donde las telas adquieren una calidad escultórica que transmuta a sus modelos, convirtiéndolas en clásicas diosas contemporáneas. La ropa más que un artículo para ser lucido, queda sintetizada en formas que desvelan una silueta. Sin duda alguna, su modelo favorita fue Lisa Fonssagrives, con quien se casó en 1950. Ella protagonizó algunas de sus fotos más icónicas.

After-Dinner Games, Nueva York, 1947 IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Entre 1946 y 48 Liberman le encargó una serie de retratos de los personajes más relevantes del mundo de la cultura del momento. En su estudio construyó un ángulo vertical de fondo a modo de esquina, donde situaba a sus modelos. Esta incomoda localización potenciaba la expresión del modelo y junto a las distorsiones creadas por la perspectiva, y una cuidada atención a la iluminación, otorgaba a los personajes un poderío indiscutible. “Muchos fotógrafos piensan que su cliente es el sujeto”, señalaba Penn en una entrevista al The New York Times en 1991. “Mi cliente es una mujer de Kansas que lee el Vogue, a la que trato de intrigar, estimular, alimentar... Puede que un retrato severo no suponga para al sujeto la mayor alegría del mundo, pero es enormemente importante para el lector”.

Cigarette No. 37, Nueva York, 1972 IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

La necesidad de ser libre para experimentar estuvo muy presente durante toda la vida del artista. De ahí que supo trabajar simultáneamente como artista y como fotógrafo para revistas y publicidad, marcando una pauta que hoy nos puede parecer habitual, pero no lo era entonces. Su serie de desnudos femeninos forma parte de uno de sus proyectos personales. Su cámara, está vez, se deleitaba en cuerpos rollizos retratados sin ningún pudor en planos cercanos de cruda textura y tonalidad poco realista.“Estos desnudos no solo se rebelaban contra las convenciones de belleza de mitad de siglo sino que iban en contra de la práctica fotográfica, donde aún se perseguía una buena resolución en el detalle y una representación realista”, señala Morris. Liberman se negó a publicarlos, menos uno. Edward Steichen, entonces conservador del MoMA, también los rechazó.

“Fotografiar una tarta puede ser arte”, defendía. Así buscó la belleza en lo perecedero, en la fruta madura, en las colillas de los cigarros, en los desperdicios, o en las calaveras de animales. También posó su mirada en las culturas exóticas, retratando a los indios Quechua en Perú, y a las tribus de Guinea Papúa, cuya estética de la belleza retaba a los cánones occidentales. Pero en todo ello siempre había una búsqueda por la perfección. En la introducción al libro Passage: A word record, Liberman recuerda este afán, cuando en un encargo en el que Penn debía fotografiar unas copas rotas en una bandeja, insistió en que, en pro de la autenticidad, las copas fueran del carísimo cristal Baccarat; así varias docenas de copas cayeron al suelo antes de que Penn se sintiera satisfecho.

Murió en 2009 habiendo aportado, como diría la crítica de arte Rosamond Bernier, “una poesía a la inmovilidad”.

Irving Penn, Centennial. The Metropolitan Museum of Art. Nueva York. Hasta el 30 de julio


Cuzco Children, diciembre, 1948
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Mouth (for L'Oréal), New York
IRVING PENN / CPRTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Deli Package, Nueva York, 1975
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Girl Drinking (Mary Jane Russell), Nueva York, 1949,
IRVING PENN / CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Three Asaro Mud Men, Nueva Guinea, 1970
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Glove and Shoe, Nueva York, 7 de julio, 1947
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION


Ingmar Bergman, Estocolmo, 1964
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Marlene Dietrich, Nueva York, 3 de noviembre , 1948
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Naomi Sims in Scarf, Nueva York, ca. 1969
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Pablo Picasso at La Californie, Cannes, 1957
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION


Single Oriental Poppy, Nueva York, 1968
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION

Ta Tooin (The Bowery), Nueva York, ca. 1939
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Three Dahomey Girls, One Reclining, 1967
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 

Tribesman with Nose Disc, Nueva Guinea, 1970
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION


Two Miyake Warriors, Nueva York, 3 de junio, 1999
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION 


Ungaro Bride Body Sculpture (Marisa Berenson), París, 1969
IRVING PENN/ CORTESÍA IRVING PENN FOUNDATION
























El Pais Babelia

sábado, 14 de enero de 2017

MUNDOS DISPARATADOS


 Jay P. Morgan es un entusiasta del humor estrafalario y las historietas. En vez de dibujarlas, dispara su cámara, sus imágenes rebosan por todas las costuras velocidad, movimiento, absurdo, cachondeo. Aparecen en el libro The slanted lens editado por General Publishing Group (2.701 Ocean Park Boulevard. Santa Monica, California: 90405).

http://www.slantedlens.com










El Pais de las Tentaciones (8 de enero de 1999)