Obélix nos pone melancólicos
Escrito por Paco Cerrejón el 8 diciembre, 2025
La saudade portuguesa ocupa un buen número de viñetas de la última aventura del pequeño galo irredento e invade al fuertecito de Obélix y en buena medida también al lector cuando piensa en la prematura pérdida de Goscinny, guionista primigenio y cocreador de la serie junto al dibujante Uderzo.
Astérix en Lusitania, pertenece dentro de la estructura argumental de la serie, al subgénero de viajes, aquellas aventuras en las que nuestros galos salen de su aldea y que sirve a los autores para dar un soplo de aire fresco a la serie y mostrar tanto nuevos escenarios como nuevas excusas para los gags, sobre todo para los que juegan con los tópicos de lugares visitados. Se trata nada menos que el 41º álbum protagonizado por los irreductibles galos. En esta ocasión repite a los guiones Fabcaro, quien sustituyó en la entrega anterior, El Lirio Blanco, al guionista elegido por el propio Uderzo para la continuación de los cómics, Jean-Yves Ferri. De los dibujos, también elegido por Uderzo, se encarga Didier Conrad, con un estilo extremadamente cercano al del propio padre gráfico de los personajes, aunque, ay, no es lo mismo.
En esta ocasión con la excusa de un nuevo abuso por parte de los invasores romanos, Astérix y Obélix visitan Lusitania, nuestro actual Portugal. Aprovechando a un lusitano que aparecía en el el álbum La Residencia de los Dioses, Fabcaro lleva a los dos galos a la costa lusitana, para rescatar a un honrado productor de Garum, esa salsa de pescado macerado que era uno de los productos gastronómicos más valorados y apreciados de la Roma clásica. Así, en las 48 páginas del cómic los autores se las apañan para meter fados, bacalao, pastelitos de nata y sobre todo la saudade portuguesa, esa extraña melancolía tan presente en escritores como Pessoa y por supuesto poción mágica, romanos, tortazos a mansalva y hasta el propio César. En definitiva un tebeo más Asterix, lo que no es poco pero empieza a no ser mucho.
Sobre todo porque la obra Por Tutatis de Lewis Strondheim demuestra que el universo galo de Goscinny y Uderzo puede dar aún mucho juego. Si bien es cierto que la propuesta de Trondheim no se sitúa dentro del canon (de hecho, como dice la portada, realmente no es una historia de Astérix) y puede ser demasiado arriesgada para satisfacer las necesidades comerciales de la serie, es cierto que abre puertas a ampliar creativamente el universo de Astérix. Incluso otros renaceres del cómic franco belga como el realizado con el origen de Spirou por Emile Bravo, absolutamente respetuoso con el personaje pero original tanto narrativa como gráficamente, manteniendo la personalidad del autor, demuestran que el abanico de opciones es mayor que la mera cuasi repetición de esquemas.
Estas continuaciones del personaje que nos ocupan va camino de convertirse en una franquicia más cercana a la estructura industrial del cómic superheroico que a la explosión de creatividad del cómic franco belga de los 60. Lo cual no tiene porque ser malo de entrada, siempre que los autores puedan aportar a la serie su personalidad creativa y su talento sin cortapisas ni losas de criterios editoriales. No trato aquí de plantear una lucha a muerte entre el cómic industrial y el artístico, sino más bien de plantear que un equilibrio entre las necesidades comerciales y la creatividad puede ser beneficioso a medio y largo plazo para series como esta. La repetición de esquema, por muy exitosos que hayan podido llegar a ser, pueden acabar con la gallina de las viñetas de oro.
Cuando entramos en la aventura lusitana de Astérix, Obélix e Ideafix nos encontramos con un correcto guión de Fabcaro, capaz de actualizar el típico humor de la serie, jugando con los diferentes tipos de gags y de situaciones conocidas, creando una narración ligera y divertida aunque predecible y sin sorpresas. El dibujo de Conrad, siguiendo a rajatabla el de Uderzo, aunque con el trazo ligeramente más abierto, aporta continuidad también en la narrativa, que fluye sin tropiezos reseñables y tampoco sin alardes, con un ritmo lineal, a veces monótono, sin apenas golpes de efecto. El color a cargo de Thierry Mébarki cumple fielmente con el cargo de imitar la gama de los álbumes clásicos sin que se note lo digital en absoluto. Se trata por tanto de una lectura ligera, agradable, sin sobresaltos y que provoca alguna sonrisa y una buena dosis de nostalgia. A los fieles lectores de Astérix que crecieron con el trabajo de Goscinny y Uderzo les sabrá a poco y a las nuevas generaciones les entretendrá y puede que les enganche.
Aunque no creo que suceda, quizás este cómic pueda servir para poner el foco en el cómic portugués, tan falto de atención de cariño y que como el español se ve aplastado por la ingente marabunta de novedades de allende sus frontera, dejando a sus autores con pocas opciones de crecimiento comercial. Por pedir, que no quede.
Revista Mercurio

No hay comentarios:
Publicar un comentario