domingo, 16 de noviembre de 2025

Viñetas para denunciar los excesos del capitalismo imperante

Una oleada de cómics se vuelca en facilitar la compresión de la economía y critica la explotación laboral y sus consecuencias sociales, ambientales o de salud mental

Tommaso Koch

Madrid

Todos los humanos se ríen, lloran, comen, duermen, aman. Aunque la mayoría del día se les va en otra actividad universal: trabajar. Demasiadas horas, estrés, exigencia, renuncias... El capitalismo repite que no existen alternativas. Últimamente, sin embargo, ha surgido una opción sencilla para cuestionarlo. O para conocer las reglas y sombras del juego en el que todos participamos. Basta con leerse uno de los muchísimos cómics sobre economía, explotación y demás estropicios laborales que no paran de publicarse. Resulta que otro mundo sí es posible, al menos en los tebeos.



"Tenemos que entender la economía por nosotros mismos, o estaremos a merced de cualquier charlatán", alerta el escritor Michael Goodwin. Él mismo ha aportado un granito de arena: primero, buceó en décadas de tratados y pensadores; luego, en Economix (Lunwerg), resumió en viñetas -con dibujos de Dan E. Burr- lo que había sacado en claro: teorías, prácticas y trampas de los últimos dos siglos de desarrollo. Ahí se descubre que hasta Adam Smith, pasado a la historia como baluarte del libre mercado, denunciaba la "rapacidad" de los magnates e invitaba a recelar de sus propuestas legislativas. O se reflexiona sobre una sociedad democrática en sus estructuras, pero "dictatorial" en muchas empresas. "Cada problema o decisión pública son económicos. En EE UU, los ricos básicamente han comprado las instituciones. Si hubiéramos estructurado la economía de forma diferente, no habrían podido", añada Goodwin.



Economix anula la excusa de la complejidad excesiva: ahora la compresión -¿la indignación?- está al alcance de cualquiera. Como la reciente versión gráfica de Capital e ideología (Deusto): el tomo original, de 1.248 páginas, puede dar vértigo incluso a los adoradores de su autor, Thomas Piketty. Pero el cómic de Claire Alet y Benjamin Adam las ha reducido a 176. Las ideas del nuevo gurú de la justicia social aparecen simplificadas, aunque no menos lúcidas. Y, ciertamente, más accesibles. Las ventas han funcionado bien que otro ensayo de Piketty, Una breve historia de la igualdad (Deusto), acaba de dar el mismo salto, de la mano de Sébastian Vassant y Stephen Desberg. Lo que ofrece, de paso, la muestra más paradójica del poderío capitalista: hasta su crítica puede convertirse en tendencia que maximice el beneficio.




Bienvenido al mundo, del español Miguel Brieva (Astiberri), apuesta por una sátira colorida y explícita, donde una joven pregunta a su progenitora: "Oye mami, ¿los pobres existirán de verdad?". Desde la piscina y los privilegios en los que nadan, desde luego, no lo parece. En El silbido al correr del aire, de Louka Butzbatch (Fulgencio Pimentel), una enorme patata amenaza con aplastar a un pueblo. Y Darryl Cunningham elige otra vía más: en Multimillonarios, antes, y en Elon Musk. Retrato de un oligarca (Planeta cómic), ahora, subraya que la escalada hasta la cumbre a menudo sacrifica por el camino escrúpulos, legalidad y derechos de los trabajadores. Una conclusión que confirma Cómo los ricos saquean el planeta (Garbuix), de Hervé Kempf y Juan Mendez.






La conciencia, a prueba




En Consumida (Reservoir Books), de Alison Bechdel, el capitalismo fagocita tanto que hasta el más coherente termina haciendo concesiones. Aunque Phillipe Squarzoni pone a prueba la conciencia quien lea La oscura huella digital (Errata Naturae) no olvidará el coste ambiental que supone el uso de teléfonos, o tecnologías, inteligentes. Cada una de sus páginas invita a la crítica: "En Francia 63 multimillonarios contaminan más que la mitad de la población". Ni tampoco los envíos se pedirán tan a la ligera tras terminar El maravilloso mundo de Amazon (Norma). Está claro que salirse de la rueda se antoja difícil. A la vez, ignorar las consecuencias de hacerla correr, después de estos cómics, se hace imposible.




Más aún cuando resultan fatales. Como la historia de Kanikosen, del japonés Go Fujio (Gallonero): la denuncia del escritor comunista Takiji Kobaiashi, en 1929, de la esclavitud laboral a bordo de pesqueros en su país, y su muerte, torturado por la policía en 1933. Y Cuando el trabajo mata (Garbuix) no precisa más explicaciones que su título y saber que está basado en hechos reales. "Nace de una investigación periodística sobre una oleada de suicidios en compañías como Renault o France Telecom. De aquello surgió algo de conciencia, durante un tiempo. De fondo, no ha cambiado nada", lamenta el reportero Hubert Prolongeau, coautor junto con Arnaud Delalande y Grégory Mardon.



"Hay muchas opciones. Ni siquiera tenemos que imaginárnoslas, basta con mirar alrededor. La democracia social funciona mucho mejor que el capitalismo sin reglas según cualquier medición", apunta Goodwin. Una recomendación las resume todas: ralentizar, poner un freno, incluso parar. Aunque sea un rato, para leerse un cómic. Siempre que encuentre tiempo, porque cada día hay mucho que hacer. Dormir, comer, amar. Y trabajar.


El Pais. Cultura. Sábado 15 de noviembre de 2025

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