Por Maruja Torres
Hay un cine en mi ciudad que proyecta las películas en su versión original; las otras salas del mismo complejo, que no es un centro comercial sino uno de esos grandes cines reconvertidos en multi, lo hacen en versión doblada. Sin duda, por eso los encargados han tomado precauciones. Cuando te acercas a la taquilla y le pides la localidad a la amable operaria, ésta te advierte:
-¿Seguro que la quiere ver en versión original?
A continuación, el señor que te franquea la puerta, antes de cortar el tique, pregunta:
-¿Ya sabe que es en versión original?
Por si eso fuera poco, desde que penetras en el vestíbulo hasta que te introduces en la sala, vas encontrándote por todas partes con un cartel que avisa: "Versión original". El último letrero se encuentra encima de la mismísima puerta, de modo que cuando te instalas en tu butaca te sientes como si el hecho de oír hablar en otro idioma o (¡peor aun!) tener que leer un par de lineas de subtítulos debajo de las imágenes, constituyera un peligro similar al que evocan los "Cuidado con el perro" que algunas fincas exhiben junto a la cancela, o esas simpáticas amenazas que en países desarrollados suelen hallarse cerca de una escalera mecánica o de una piscina: "El que utiliza este servicio lo hace bajo su responsabilidad". Hasta el mendigo que aprovecha las sesiones de tarde para pedir limosna en la cola, un hombre muy digno y con ganas de ser útil, se dedica a advertir a los de la fila de que tengan cuidado porque, en la sala tal, la película es en versión original con subtítulos. No pocos agradecen su consejo.
En su furor nacionalista español, Franco instauró la obligatoriedad del doblaje al castellano, y, con todos mis respetos para la profesión de doblador (los nuestros son, sin duda, los mejores del mundo), la supervivencia de esta nefasta práctica constituye, amén de un lamentable factor de retraso (buena falta nos haría escuchar otros idiomas desde la infancia y a través de algo tan entretenido como el cine; buena falta nos haría aficionarnos a leer en nuestra lengua, gracias a los subtítulos), constituye una especie de triunfo postumo del franquismo sobre nuestros espíritus. Reinar después de morir, que dijo el clásico.
Esta renuencia a conocer la voz genuina de los actores y actrices, esta mutilación del regalo que constituye una buena película recibida en su integridad, forma parte del atraso y la pereza. Ya sé que en Italia (mucho más) y en Alemania (sobre todo en pases televisivos) también las doblan. Es que allí tuvieron a Mussolini y Hitler, que tampoco eran mancos en el asunto del conductismo. Ya sé que un programa para cinéfilos como el de Garci actúa con total desprecio hacia la versión original, fomentando la farsa de que uno es un buen aficionado al cine cuando solo recibe el cincuenta por ciento de una obra de arte. En fin: prueben a ir a El Prado a ver Las Meninas con un delantal tapando la mitad inferior del cuadro; o admiren a Gioconda amordazada. Viene a ser lo mismo que morirse sin haber escuchado jamás la voz original de Laurence Olivier o, poniéndonos más cercanos, de Woody Allen, a pesar de los extraordinarios trabajos como dobladores del gran Miguel Angel Valdivieso y del estupendo Joan Pera. Me estremece pensar que pude no haber conocido nunca la voz de cama deshecha de Robert Mitchum, ni la recia textura de la de Gregory Peck, o sin descubrir que Marlon Brando la tiene mucho más aguda (la voz, obviamente) que su doblador habitual, lo que convierte su padrino en un esfuerzo interpretativo mucho más meritorio. Si hasta perderme los cantos de Jeremy Irons en El rey león, así como las risitas de Woopy Goldberg y sus hienas, me parece una merma inexcusable.
Recuerden la escena de Cantando bajo la lluvia, en que Debbie Reynolds, oculta tras una cortina, canta mientras Jean Hagen se limita a mover los labios. Cuando la vi de niña no la entendí, entre otras cosas, porque la vi doblada.
Pereza, ignorancia, costumbre... Justificaciones contra las que se puede luchar, porque el premio es la intensificación del placer. •
El Pais Semanal número 1.312 Domingo 18 de noviembre de 2001
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